Reyes, presidenciable


Tras del incidente del 2 de abril volvi� la calma. Bernardo Reyes asumi� por cuarta vez el gobierno de Nuevo Le�n. Su popularidad era extraordinaria. En la mayor parte del pa�s se ten�an puestos los ojos en �l, como el m�s conveniente sucesor del general D�az.

En una entrevista con el periodista norteamericano Creelman, el presidente hab�a declarado que, al concluir el per�odo de su gobierno, ten�a el prop�sito de volver a la vida privada. Hab�a dicho tambi�n que ver�a con simpat�a la formaci�n de partidos pol�ticos, para cuando esto sucediera. No obstante estas declaraciones, don Porfirio lanz� su candidatura para un nuevo periodo. Si en estas elecciones jugaba Reyes para la vicepresidencia ten�a garantizada la sucesi�n. Su popularidad iba en ascenso. "El reyismo —afirma el mismo bi�grafo— era un movimiento dentro del porfirismo." Jos� L�pez Portillo y Rojas calific� al reyismo como un "incendio nacional".

La campa�a a favor de Reyes fue arrolladora. Los clubes reyistas se multiplicaron en todo el pa�s simbolizando su adhesi�n con un clavel rojo en la solapa. Celoso Porfirio D�az de esta popularidad, prefiri� a Ram�n Corral para vicepresidente. Bernardo Reyes, leal e incondicional subordinado de don Porfirio, eludi� siempre su postulaci�n.

Como un presagio de la borrasca nacional que ya asomaba, Monterrey sufri� entonces la cat�strofe m�s tremenda de su historia: la inundaci�n causada por el r�o Santa Catarina, el 28 de agosto de 1909. El gobernador, Bernardo Reyes, se hab�a retirado a Galeana, en el sur del estado, evadiendo todo contacto con la pol�tica. Dif�cilmente, por lo intransitable de los caminos, logr� volver a la ciudad a fin de dirigir las tareas de auxilio. Los estragos hab�an sido terribles. Las v�ctimas se contaban por millares y los da�os materiales eran incalculables.

La imposici�n de Corral para la vicepresidencia provoc� el descontento nacional. Reyes, eludiendo las manifestaciones de apoyo, desilusion� a sus simpatizadores. "Su ciego pero mal entendido sentido de la lealtad, fue su ruina y la de sus partidarios." El presidente D�az lo mantuvo relegado y lo vigil� constantemente. Para ello, lleg� al extremo de designar como jefe de la zona militar de Nuevo Le�n a Jer�nimo Trevi�o, el mismo a quien veinticuatro a�os antes hab�a pedido a Reyes que viniera a controlar. Fue �ste uno de los golpes morales m�s tremendos. Finalmente, en octubre de 1909, opt� el presidente por desterrar a Reyes fingiendo el encargo de una misi�n militar en Europa. De esta manera lo retir� del escenario de la pol�tica nacional.


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