Las causas del movimiento que dio lugar a la Independencia de México son múltiples, pero baste con señalar algunas, como las hondas diferencias entre europeos y americanos, los conflictos por la tenencia de la tierra, las pesadas cargas tributarias, el real decreto de 1804 que ordenaba la enajenación de capitales de capellanías y obras pías, mismos que eran utilizados para préstamos a través del Juzgado de Capellanías; los préstamos forzosos, la carencia de oportunidades de educación para la población y la falta de unión entre los distintos grupos sociales. A esto se añade la circulación de una literatura revolucionaria y el intercambio de experiencias políticas entre las élites criollas americanas.
El detonante que precipita el movimiento independentista es la caída del rey
Fernando VII y la ocupación del trono por José Bonaparte, hermano de Napoleón,
hecho que, a pesar de la distancia, impulsó las numerosas rebeliones de los
primeros años del siglo XIX
.
El Ayuntamiento de la ciudad de México propuso que no se reconociera la autoridad de los franceses y pidió al virrey que se encargara del gobierno provisional del reino. Se aprecian aquí las implicaciones políticas que la ausencia del monarca provocara: la soberanía residía en el pueblo, en sus representantes.
El Ayuntamiento de la ciudad de San Luis Potosí, así como los indígenas de los pueblos de Tlaxcalilla y Santiago, cercanos a la ciudad, respondieron de inmediato declarando su apoyo al Ayuntamiento de la ciudad de México. En cambio, Puebla, Guanajuato, Guadalajara y Querétaro no enviaron representantes de sus ayuntamientos a México. El arzobispo, la Inquisición y la Audiencia reprobaron las manifestaciones de apoyo al Ayuntamiento de la capital. El virrey fue apresado. El enfrentamiento entre europeos y americanos era inevitable.
Uno de los personajes centrales en este periodo fue Félix María Calleja del Rey, quien por motivos personales estuvo estrechamente vinculado a San Luis Potosí. Llegó a México con el virrey Revillagigedo, recorrió las provincias de Nayarit, Nueva Galicia, Nuevo Santander, Nuevo Reino de León, los puertos de Pánuco y Tampico; en ellas arregló las milicias y elaboró minuciosas descripciones geográficas, históricas y políticas, acompañadas de los mapas correspondientes. Desde marzo de 1796 se había encargado de la Comandancia y Subinspección de las tropas milicianas y veteranas del Nuevo Reino de León, Colonia del Nuevo Santander, Primera División del Norte y Brigada de San Luis Potosí. Cuando se adhirió al gobierno de Garibay en 1808, le fue concedido el grado de brigadier y el mando de la Décima Brigada establecida en San Luis. Se casó hacia 1807 en San Luis Potosí con Francisca de la Gándara, hija de Manuel Jerónimo de la Gándara, alférez real y dueño de las haciendas de Bledos Altos, Canoas, Santiago y Tepetate al poniente de la provincia de San Luis Potosí.
Calleja mandaba sobre tres cuerpos: los dos regimientos provinciales de dragones, de San Luis y San Carlos que desde 1795 estaban de guarnición en San Luis, Charcas y Matehuala y el cuerpo de caballería del Nuevo Santander, acantonado en Rioverde. La caballería de los dos primeros cuerpos fue donada hacia 1796 por los principales hacendados de San Luis Potosí, entre ellos, Ana María de la Campa Cos, condesa de San Mateo de Valparaíso y marquesa de Jaral de Berrio, propietaria de las haciendas de Jaral, Cerro Prieto, Ordeña de Matapulgas y Trasquila de Gallinas; Manuel Rincón Gallardo, del mayorazgo de Ciénega de Mata, quien en 1807 recibió el título de marqués de Guadalupe Gallardo, propietario de la hacienda de Ojuelos; Juan de Mora y Luna, conde de Nuestra Señora de Guadalupe del Peñasco, propietario de las haciendas de Peñasco, Laguna Seca, El Puerto y La Tinaja; Juan María de Medina y Torres, conde de Medina, propietario de las haciendas de Lobo, El Agostadero, El Pedregoso, La Pendencia y San Marcos; Manuel de la Gándara, propietario de las haciendas de Bledos Altos, Canoas, Santiago y Tepetate; Antonia Arduengo, propietaria de las haciendas de La Pila y Estancia de Herrera; Ignacio Orrochúa, propietario de la hacienda de Espíritu Santo; Ángel Prieto de la Maza, propietario de la hacienda de La Parada; Juan Antonio Jáuregui, propietario de las haciendas de Gogorrón y Zavala. Esta lista de contribuyentes del ejército realista muestra con toda claridad las redes de intereses en la región así como la presencia de algunos de los personajes más relevantes en las estructuras del poder región durante el periodo.
La ciudad de San Luis Potosí era un punto estratégico de distribución en el comercio virreinal y un sitio de confluencia e intensos intercambios; por ello, no es de extrañar que la noticia de la insurrección de Dolores llegara antes de su estallido, en septiembre de 1810, a través de una red de conspiradores vinculada a Hidalgo y que tenía un origen regional: Guanajuato y San Luis Potosí. Se proponía que el movimiento de insurgencia estallara simultáneamente en Guanajuato, San Miguel y Querétaro. Anacleto Moreno, vecino de Tierranueva, José de la Luz Gutiérrez, vecino de la hacienda del Peñasco, y el alférez Nicolás Zapata, vecino de San Luis Potosí y pariente cercano de José Mariano Jiménez, estuvieron entre los primeros portadores y activistas del movimiento de Independencia.
El servicio de espionaje de Calleja y el férreo control que ejercía en San Luis Potosí le permitió encarcelar a los simpatizantes de Hidalgo y Allende y los mantuvo encerrados en los conventos del Carmen y San Francisco; pero fue en esas celdas religiosas donde la conspiración prosperó y ahí los ojos y oídos de Calleja no tuvieron la misma suerte. En muchas localidades las noticias del levantamiento se propagaron y brindaron así la oportunidad para que parte de la población expresara su repudio a las autoridades y, particularmente, a las familias españolas que en las localidades ejercían muchas veces el dominio económico. Así, mientras en el convento del Carmen los rebeldes presos eran atendidos por fray Gregorio de la Concepción, un religioso que simpatizaba con la insurrección, el poblado de Rioverde era atacado por un grupo de indios y trabajadores de la hacienda de Albercas (hoy San Ciro), situada en las estribaciones de la Sierra Gorda.
Calleja ordenó la reunión de las tropas de su mando a quienes se unieron seis escuadrones de indios flecheros procedentes de la Huasteca. El contingente que logró reunir Calleja tenía un alto porcentaje de castas. Los pasquines sediciosos se multiplicaban. Calleja insistía que detrás de ellos y del movimiento insurgente estaba la participación de los enviados de Napoleón, y por ello pidió a la población que denunciara a todo sospechoso.
Si bien es cierto que los criollos de San Luis Potosí conocían el proyecto de antemano, no apoyaron la causa insurgente en el momento de la rebelión; no obstante, Hidalgo hizo correr entre su gente, en Guanajuato, el rumor de que recibirían apoyo de una mujer de la familia Barragán, propietaria de haciendas en Rioverde quien había reunido un gran número de indios flecheros. Aunque no consiguieron tal respaldo, resulta significativo porque expresa otra vertiente de las relaciones sociales: aquellas que se habían entablado entre los diversos sectores criollos regionales.
La estrecha relación establecida desde hacía años con Calleja y su propio punto de vista de la rebelión unieron a los criollos potosinos en torno a él. Entre ellos estaba Juan Moncada, conde de San Mateo de Valparaíso y marqués del Jaral, quien puso a las órdenes de Calleja criados armados y se encargó de su mando, con el título de coronel. Los hombres de la hacienda de Bocas y del pueblo del Venado formaron el batallón de infantería llamado Los Tamarindos por el color de la gamuza de su uniforme, al mando de Juan Nepomuceno Oviedo, administrador de la hacienda de Bocas. Todo hacía ver que Calleja representaba para los criollos potosinos y para los peninsulares radicados la única posibilidad, la única garantía de proteger la paz y el orden que las huestes provenientes del vecino bajío habían fracturado.
Calleja escogió como oficiales a los dependientes de haciendas y minas a varios de los europeos que salieron huyendo de Guanajuato, rumbo a la costa, así como a algunos criollos potosinos que más tarde, en el México independiente, ocuparían prominentes cargos de gobierno. Formó escuadrones de caballería armados de lanzas que conformaron poco después el regimiento de Fieles del Potosí. En esta fuerza se distinguieron algunos de esos criollos que combatieron primero a Hidalgo, Allende, Aldama, al potosino Jiménez y luego, en el sur, a las fuerzas de Morelos y en Zacatecas y San Luis al relámpago de Mina. En el regimiento estuvieron José Esteban Moctezuma, originario de Alaquines, a quien años después seguiría el liberal Ponciano Arriaga; Miguel Barragán, originario del Valle del Maíz, quien llegó a ser presidente del México independiente; Manuel Gómez Pedraza, vecino de Rioverde que también alcanzó la presidencia del país; Matías Martín y Aguirre, vecino de Real de Catorce, español, administrador de minas quien se enfrentó a los insurgentes en el sur acompañando a Iturbide y que posteriormente luchó contra Francisco Javier Mina. En el cuerpo de dragones de San Luis se distinguieron José Gabriel de Armijo, originario de Tierranueva, que combatió a las fuerzas de Morelos en Cuautla y Cuernavaca venció a los insurgentes en Acapulco e hizo prisionero a Nicolás Bravo, a quien le perdonó la vida; Anastasio Bustamante, originario de Jiquilpan, pero vecino de San Luis Potosí donde se hizo cargo del hospital de San Juan de Dios, acompañó a Calleja en las dos acciones de Aculco, en Guanajuato y Puente de Calderón, y el marqués de Guadalupe. Los curas de Matehuala, Francisco Alvarez, y de Catorce, José María Semper, así como soldados de Santa María del Río también participaron en el apoyo a los realistas.
Calleja obtuvo recursos de los fondos públicos de San Luis Potosí y Querétaro, a los que sumó los proporcionados por vecinos del Valle del Maíz, como Ortiz de Zárate, y mineros ricos de Zacatecas. Dejó a Toribio Cortina al mando de unas compañías de infantería recién formadas y sin armas que, al lado de los indios de los pueblos, mantuvieron el servicio público en San Luis Potosí. Calleja confiaba en la lealtad de los lugareños a su autoridad y en la debilidad del movimiento insurgente en San Luis Potosí, particularmente entre los criollos.
A los preparativos militares que Calleja llevaba a cabo en la hacienda de La Pila, cercana a la ciudad de San Luis, los conspiradores que simpatizaban con el cura de Dolores respondían con pasquines: "Criollos de San Luis: conviene prender a todos los gachupines. No os opongáis al cura de Dolores; Dios lo crió para castigo de estos tiranos. Soldados de San Luis, es preciso desterrar de todo el reino a estos ladrones disimulados. No les toquéis a sus vidas, porque sería cubrir de oprobio vuestra nación; pero entregadlos al cura de Dolores si queréis ser felices".
Los simpatizantes de la causa insurgente que se había desatado en el Bajío buscaban acrecentar su fuerza, que provenía no tanto de la posibilidad de crear un ejército bien ordenado y armado, sino de sumar el mayor número de simpatizantes entre criollos, mestizos, indios y castas, de tal manera que el peso de esa mayoría fuera suficiente para hacer desistir a los realistas de defender un orden que había perdido su cabeza y que había sido derrotado en su propio lugar de origen. La conspiración se desarrolló también en las celdas de los conventos, las calles, los barrios y los pueblos. La suerte de quienes en San Luis Potosí eligieron el itinerario de la conspiración y la insurrección y que desde los primeros brotes de rebelión de 1810 se decidieron por la causa del cura Miguel Hidalgo, fue muy distinta. Su historia local, casi desconocida, a excepción de la fugaz presencia de José Mariano Jiménez, se limita a la descripción de mítines y conatos de guerrillas que no lograron articular ningún proyecto independentista.
El lego juanino Luis Herrera se dirigió a San Luis después de haber estado con Hidalgo en Celaya. Fue detenido por sospechoso y encarcelado, pero en atención a su condición de religioso, fue trasladado al convento del Carmen.
Fray Juan de Villerías, lego de San Juan de Dios, convenció al capitán de lanceros de San Carlos, Joaquín Sevilla y Olmedo, de adueñarse de la ciudad de San Luis, lo que ocurrió el 10 de noviembre de 1810 por la noche. Indígenas procedentes de Mexquitic y de los alrededores de la ciudad apoyaron la rebelión. El saqueo y el desorden que siguieron afectaron principalmente los establecimientos de los comerciantes. Cuatro días después llegó a la ciudad el mariscal insurgente José Rafael de Iriarte y Leitón, conocido comúnmente como cabo Leitón pero que se hacía llamar coronel comisionado del Excelentísimo General de América, quien ordenó el saqueo de las cajas reales, las particulares, el estanco del tabaco y los productos de las haciendas. Al abandonar la ciudad rumbo a Guanajuato en auxilio de Allende, se llevó cerca de 100 rehenes europeos. La violencia del ataque de los insurgentes provocó que la opinión pública se inclinara en favor de Calleja y la causa realista.
A la salida del lego Herrera y del cabo Leitón de la ciudad de San Luis, ésta quedó en manos del intendente Flores, quien hizo grandes esfuerzos por restablecer el orden. En febrero de 1811 regresó Herrera con el brigadier Blancas a la hacienda del Jaral y a Santa María del Río. Los españoles fueron pasados por las armas "y los criollos severamente flagelados antes de recobrar su libertad.". De nuevo en San Luis Potosí, los españoles fueron encarcelados y condenados a muerte, pero no se llegó a ejecutarlos. Al retorno de Calleja, Herrera partió rumbo a Rioverde, llevándose algunos rehenes españoles. Calleja lo mandó perseguir, por lo cual tuvo que abandonar Rioverde y dirigirse a Valle del Maíz, en donde fue derrotado por los realistas. En su retirada se encaminó a la villa de Aguayo (hoy Ciudad Victoria) en el Nuevo Santander, donde fue prendido y fusilado. Sus soldados fueron enviados a trabajar en las obras del castillo de San Juan de Ulúa. Calleja castigó con rigor a los que simpatizaron y apoyaron a los insurgentes.
Allende encargó que extendiera la revuelta en las provincias internas a José Mariano Jiménez, residente en Guanajuato al tiempo del levantamiento y originario de la ciudad de San Luis Potosí, lugar en el que contaba con un amplio círculo de amigos, parientes y conocidos. Pasó en diciembre por Venado, Charcas, Cedral, Matehuala y Catorce rumbo a Saltillo. Los españoles de estas poblaciones se refugiaron en Saltillo con el coronel realista Antonio Cordero. Jiménez derrotó en Aguanueva a Cordero, pero lo dejó en libertad al igual que a los españoles, a los que dio salvoconductos para que pudieran regresar a sus hogares. Las fuerzas de Coahuila le ofrecieron su apoyo y soldados del Nuevo Santander y de Monterrey se agregaron a sus filas. He aquí una muestra clara de las diferencias de procedimiento que había entre los propios insurgentes; mientras que algunos jefes que optaron por la violencia y la atemorización de la población civil, hubo otros, como José Mariano Jiménez, de una generosidad extraordinaria, que ganaron la adhesión generalizada de la población a la causa insurgente.
Después de la derrota de Puente de Calderón, el ejército de Hidalgo marchó por divisiones a Salinas, Venado, Charcas, Cedral y Matehuala, "donde se quedó Hidalgo, mientras Allende pasó al Saltillo". Una vez reunidos en Saltillo acordaron trasladarse a Monclova, pronunciada por la insurgencia; poco tiempo después la provincia de Texas se declaró también por la insurgencia.
En las Norias de Bajan fueron aprehendidos Miguel Hidalgo y los principales insurgentes. Los religiosos que los acompañaban como capellanes del ejército, franciscanos, mercedarios y carmelitas, todos residentes en San Luis Potosí, fueron enviados a Durango para procesarlos. De la ejecución sólo se libró fray Gregorio de la Concepción, quien fue deportado a un convento en Ceuta. José Mariano Jiménez fue ejecutado en junio de 1811 en Chihuahua, al igual que otros potosinos como Francisco Lanzagorta, quien se unió a Jiménez en Matehuala con un grupo de indios de Mexquitic y Nicolás Zapata. Rafael Iriarte no fue aprehendido en Baján, pero los propios insurgentes lo fusilaron poco después en Saltillo. El lego fray Juan de Villerías murió al atacar Matehuala con un grupo de indios flecheros.
En medio de esta agitación Florencio Barragán, criollo, dueño de extensas propiedades en el oriente de San Luis Potosí y amigo personal de Calleja, fue electo en 1811 diputado a las Cortes de España por la Provincia de San Luis, pero falleció en la ciudad de México antes de partir. Lo sustituyó Bernardo Villamil, quien tampoco logró nunca llegar a España. La Constitución de Cádiz se promulgó en marzo de 1812 y el virrey Venegas la anunció en México a finales de septiembre. Entre las reformas planteadas, es necesario destacar tres: la libertad de imprenta, el proceso democrático para la elección de los ayuntamientos constitucionales y la instauración de la diputación provincial, cuerpo colegiado gubernativo que limitaba el poder centralista del virrey y las audiencias, con lo que se pretendía otorgar autonomía a las provincias. Se establecieron diputaciones provinciales independientes, política y administrativamente, en las ciudades de México, San Luis Potosí, Guadalajara, Mérida, Monterrey y Durango. Este nuevo órgano de gobierno permitía la participación de la ciudadanía en la vida pública, pues los diputados a cortes y los de provincia debían ser electos por el pueblo en comicios indirectos. Calleja suprimió las diputaciones cuando Fernando VII restableció el régimen absoluto.
Matehuala volvió a ser atacada en junio de 1811 por Bernardo Gómez de Lara, apodado el Huacal, con un grupo de indios de Nola, Tula y Palma, armados de flechas, lanzas y algunos fusiles, que se decían insurgentes. Los grupos de rebeldes insurrectos, que de acuerdo con las fuentes de la época estaban integradas en su mayoría por indígenas, se habían desperdigado por toda la provincia. Hubo desórdenes en Alaquines, la Ciénega de San Nicolás de Cárdenas, la hacienda de Amoladeras, Rioverde, la Sierra Gorda y la hacienda de Villela. Todos estos movimientos fueron reprimidos a lo largo de 1812.
La Sierra Gorda fue un territorio en el que las ideas insurgentes tuvieron entusiasta acogida: en 1815, pueblos como Xichú, Casa Viejas y Tierra Blanca juraron en sus festividades públicas la Constitución de Apatzingán.
El proceso en la Huasteca fue diferente. El movimiento insurgente se organizó principalmente en el sur de la región Huasteca potosina: al norte de El Higo en el río de Tantojón, en Tancanhuitz, Tamazunchale, Huehuetlán, Xilitla, Tamasopo, Sierra Gorda, Xichú. Sin embargo, los grupos realistas de Valles, Aquismón y Tamazunchale no permitieron que, al menos en los años de 1811 a 1813, el movimiento se extendiera por toda la región, lo que provocó que la insurgencia huasteca se desplazara hacia la zona de Huejutla en la actual huasteca hidalguense.
Entre los insurgentes huastecos destacados se encontraba Julián de Villagrán, quien incluso se denominó emperador de la Huasteca. Otros insurgentes de los que se conserva memoria fueron Francisco Peña, José Andrés de Jáuregui y Lobatón. Entre los jefes realistas que se reconocen en la región están Alejandro Álvarez de Guitián, José Pablo Jonguitud y el capitán fray Pedro Alcántara Villaverde. Hacia 1813 se formaron milicias con las compañías realistas de la Villa de los Valles, llamadas Compañías de Valles, bajo el mando del capitán fray Pedro Alcántara Villaverde. Este capitán después fue ministro en Aquismón y maestro en Huehuetlán.
En marzo de 1813, Calleja ocupó el cargo de virrey de la Nueva España. En mayo de ese mismo año se juró la Constitución Política de la Monarquía Española en la ciudad de San Luis Potosí; por ello se reformó el Ayuntamiento, que quedó integrado por dos alcaldes, ocho regidores y dos síndicos, de acuerdo con el número de habitantes de la ciudad. El ayuntamiento constitucional se instaló el 4 de julio y el intendente agregó a su título el de jefe político.
A partir de 1814, la insurgencia tomó un giro distinto en la provincia de San Luis Potosí. En febrero el virrey Calleja ordenó por bando la delación y el fusilamiento de los que habían participado en las distintas gavillas. El proceso continuó durante 1815 y se calcula que fueron fusilados más de 400 insurgentes, entre ellos Fernando Rosas, nominado por los suyos brigadier, comandante general e intendente de San Luis Potosí.
La llegada de Francisco Javier Mina en 1817 propició el levantamiento en distintas partes de la provincia potosina. En junio pasó cerca del río Mante por el Abra que hay allí, luego por la misión de San Baltasar (hoy Antiguo Morelos), al norte de la Villa de los Valles y el 11 de ese mismo mes se hallaba en el Valle del Maíz, de donde siguió hacia la hacienda de Peotillos, La Hedionda (Moctezuma), hacienda de Espíritu Santo, Real de Pinos, para seguir hacia El Sombrero, cerca de Lagos, a reunirse con Pedro Moreno.
El mapa de la insurgencia potosina en el altiplano es muy similar al de las rebeliones populares e indígenas de 1767, ligadas en su mayor parte a problemas derivados de la tenencia de la tierra y del despojo de los derechos comunitarios, que provocaron el deterioro de las relaciones entre las comunidades indígenas y los propietarios, así como de la relación entre los pueblos y el gobierno.
El proceso en la provincia de San Luis Potosí, de 1810 a 1821, demuestra en general que los grupos criollos que ya tenían preeminencia, poder defacto, durante el virreinato, consolidaron su fuerza al apoyar y sumarse al ejército realista comandado por Félix María Calleja. Fueron ellos también quienes asumieron en la región el Plan de las Tres Garantías de Iturbide y ocuparon así los cargos públicos más representativos en el ámbito regional así como algunos en el nacional. Distinta fue la fortuna para quienes iniciaron y condujeron la insurgencia en San Luis. Muchos de ellos, el más notable Mariano Jiménez, perdieron la vida en batalla; pocos fueron los que alcanzaron una posición significativa en los gobiernos de la nueva nación. Como en otros lugares, los peninsulares en San Luis sufrieron como en otros lugares, la violencia de los días de insurrección; fueron desplazados de los espacios políticos por los criollos, pero lograron sostener su poder económico, por mencionar sólo algunos sitios de importancia, en Tancanhuitz, en la Huasteca, Venado y Real de Catorce, en el Altiplano, y Rioverde, en la Región Media.