La restauraci�n del estado de Sinaloa, 1867-1877


El triunfo de los liberales en 1867 marca un hito en la historia de M�xico, porque se venci� la resistencia al cambio y se inici� la gradual aplicaci�n de un programa de gobierno que implicaba todas las regiones del pa�s. La oposici�n derrotada en Sinaloa fue distinta de la del centro del pa�s. En el centro qued� vencida una iglesia rica y poderosa que perdi� sus bienes y su fuerza pol�tica; tambi�n fueron derrotados terratenientes y comerciantes que apostaron por la causa conservadora, y el antiguo ej�rcito federal, que en su mayor parte se uni� a los conservadores, fue sustituido por uno nuevo, el ej�rcito triunfador que se forj� al fragor de la lucha. En Sinaloa, los defensores del conservadurismo fueron los militares profesionales del ej�rcito federal que formaban la guarnici�n del puerto; no eran sinaloenses ni estaban sujetos al gobierno local. La Iglesia no tuvo m�s fuerza que la del intransigente obispo, quien finalmente fue acallado por el destierro. Los sinaloenses repudiaron la Intervenci�n francesa; las adhesiones fueron escasas y poco significativas. Los comerciantes extranjeros de Mazatl�n procedieron con prudencia y no se comprometieron ostensiblemente con los imperialistas, ni puede afirmarse con certeza que los notables de Culiac�n se sumaran al Imperio. Los indios mayos siguieron a sus hermanos yaquis en la lucha contra los republicanos, mas no parece haber sido una adhesi�n al Imperio, sino la lucha secular por su tierra y su cultura.

El desenlace de la guerra modific� la correlaci�n de las fuerzas pol�ticas de Sinaloa, aunque no de manera sustancial. Los comerciantes extranjeros de Mazatl�n conservaron su predominio econ�mico, pero con la creciente oposici�n de la nueva generaci�n de los l�deres surgidos del liberalismo. Los notables de Culiac�n fracasaron en su intento por recuperar el poder y quedaron marcados con el estigma de haber colaborado con los invasores.

Un punto importante en el proceso pol�tico nacional es que la contienda contra la Intervenci�n francesa fortaleci� al gobierno federal. La resistencia contra la invasi�n surgi� en diversas regiones, pero el gobierno de Benito Ju�rez ejerci� un liderazgo sobre estos grupos desarticulados. La bandera ideol�gica del nacionalismo fue un arma eficaz para lograr estos resultados; un nacionalismo primario que identific� la causa liberal con la defensa de la soberan�a nacional y que impuso a los conservadores el calificativo de traidores. El gobierno de Ju�rez volvi� a la capital con un prestigio moral indiscutible del que no hab�an gozado los anteriores gobiernos nacionales. En amplios sectores de la poblaci�n de la Rep�blica surg�a la conciencia de pertenecer a una naci�n soberana cuya cabeza estaba en la ciudad de M�xico. Este nuevo elemento en la cultura de los mexicanos desempe�� un importante papel en la historia nacional y regional. Su trascendencia radica en que el prestigio logrado por Ju�rez inici� un largo proceso pol�tico, en el que el gobierno federal tomar�a las riendas de la naci�n para definir de nuevo las relaciones entre las regiones y el centro, y que devolver�a a la ciudad de M�xico la posici�n hegem�nica que se debilit� a ra�z de las reformas borb�nicas.

De la pol�tica centralizadora de Benito Ju�rez conviene destacar un punto significativo, el que se refiere a la colonizaci�n y enajenaci�n de terrenos bald�os. Los congresos locales ten�an la competencia para legislar en estas materias, pero la Constituci�n de 1857 la reserv� a la federaci�n. Ju�rez defendi� con celo esta disposici�n constitucional y en 1861 hizo que se legalizaran ante el gobierno federal las enajenaciones de tierras bald�as hechas por el gobierno de Baja California. En 1862 declar� nulo un decreto del Congreso de Sinaloa que pretend�a legislar en estas materias; al a�o siguiente expidi� en San Luis Potos� la Ley Federal sobre Colonizaci�n y Bald�os que regir�a en toda la Rep�blica. Estos actos del presidente Ju�rez no tuvieron mayor repercusi�n por el momento, pero dot� al gobierno federal de un instrumento para la pol�tica centralizadora de Manuel Gonz�lez y Porfirio D�az.

El per�odo que sigui� a la Intervenci�n fue muy conflictivo por la ruina de las actividades productivas, por el desarraigo de la poblaci�n y por el exceso de caudillos y soldados desocupados. En su �ltimo periodo de gobierno (1867-1872), el presidente Ju�rez dispuso la renovaci�n de los poderes p�blicos en todo el pa�s y, auxiliado por el nuevo ej�rcito federal, logr� eliminar del gobierno a quienes se consideraba desafectos al r�gimen. Tambi�n procedi� a ordenar el sistema de aduanas mar�timas y fronterizas, porque era la principal fuente de ingresos para el gobierno federal.

Sebastián Lerdo de Tejada sucedi� a Benito Ju�rez en la presidencia (1872-1876), y continu� con la pol�tica de eliminar a los inconformes. Pudo derrotar a muchos caudillos, entre los que se cont� Lozada (julio de 1873), aunque a la postre Porfirio D�az lo derroc� a �l en 1876. Lerdo adelant� la pol�tica centralizadora con la creaci�n del Senado, que puso un contrapeso a la legislatura, adem�s de tener en los senadores a representantes de los gobiernos de los estados ante el gobierno federal, y tambi�n encontr� los procedimientos clandestinos para intervenir en los procesos electorales de los estados. El presidente Lerdo prosigui� la aplicaci�n del programa econ�mico de los liberales con medidas eficaces, como la liberaci�n de las trabas que limitaban el comercio exterior y el mejoramiento de las comunicaciones. En 1873 entr� en operaci�n el ferrocarril M�xico-Veracruz y el gobierno subsidi� a empresas navieras extranjeras para que hicieran escalas en puertos mexicanos e incrementaran el comercio de cabotaje. El impulso a las comunicaciones ten�a por objetivo interconectar los mercados regionales para crear un mercado nacional controlado desde la ciudad de M�xico.


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