Los sucesos del periodo de las guerras de Reforma e Intervenci�n dejaron una profunda huella en la conciencia colectiva de los sinaloenses, principalmente en los habitantes del sur del estado. Nunca antes (ni siquiera hoy) se vivi� el horror de la guerra con tal intensidad. Los invasores franceses provocaron el odio y el rencor de los sinaloenses por la forma como vejaron a la poblaci�n civil. Es la �poca de los h�roes que m�s admiramos los sinaloenses: Antonio Rosales, el vencedor de los franceses; Ram�n Corona, Domingo Rub� y �ngel Mart�nez, los militares que defendieron nuestro pueblo; asimismo, sigue vigente la imagen de Agustina Ram�rez, la mujer de Mocorito que perdi� a su marido y a 13 hijos en la lucha contra el invasor. Casi todos los relatos populares que por tradici�n oral circulan en el sur del estado refieren actos de hero�smo o de vileza en los aciagos d�as de la invasi�n.
Como observadores de la historia sinaloense, llama nuestra atenci�n una nueva faceta que se revela en este periodo: la uni�n de los mexicanos del noroeste; sinaloenses y sonorenses libraron juntos las guerras de Reforma e Intervenci�n, actitud que contrasta con lo sucedido durante la invasi�n estadunidense. En esta etapa vemos a los pr�ceres, originarios de distintos lugares de la Rep�blica, luchar con los nuestros por una causa com�n; por ejemplo, Pesqueira y Garc�a Morales, sonorenses, quienes incluso fueron gobernadores de Sinaloa; Antonio Rosales, zacatecano, Ram�n Corona, jalisciense, �ngel Mart�nez, nayarita, Manuel M�rquez de Le�n, bajacaliforniano, todos ellos alternando con los sinaloenses Pl�cido Vega, Domingo Rub�, Eustaquio Buelna y muchos m�s. Y no s�lo vemos esta uni�n en los estados vecinos, pues tambi�n los sinaloenses y los sonorenses marcharon al centro del pa�s para luchar al lado de otros mexicanos hasta la completa derrota del Imperio; y fue la primera vez que intervinieron en asuntos nacionales. Estos hechos indican un cambio en la manera en que los sinaloenses percib�an su sociedad, una mirada m�s amplia que dejaba atr�s las posturas localistas para descubrir los lazos culturales comunes con las regiones vecinas y con toda la naci�n. Aqu� aparece el incipiente nacionalismo de los sinaloenses, como lo vemos tambi�n en otras regiones del pa�s.
Hubo otros cambios importantes para la sociedad de Sinaloa, principalmente en el aspecto econ�mico. Uno de ellos, como lo se�al� Buelna en 1870, se refiere a las rutas del comercio internacional, a que las naves estadunidenses de San Francisco desplazaron a los buques europeos en el puerto de Mazatl�n. Antes, Mazatl�n era el puerto del Pac�fico al que concurr�an las naves europeas, estadunidenses y del oriente para comerciar; ahora, este lugar lo ocupaba el puerto de San Francisco, en la Alta California, y Mazatl�n, junto con los dem�s puertos mexicanos del Pac�fico, se volvi� dependiente del nuevo centro comercial californiano. Este cambio anunciaba la presencia del sistema econ�mico estadunidense en el noroeste de M�xico y la influencia hegem�nica que m�s tarde ejercer�a en toda nuestra regi�n. Otros cambios significativos fueron el flujo de las inversiones extranjeras directas en la miner�a sinaloense y el inicio de la modernizaci�n tecnol�gica de esta actividad productiva, pero tambi�n la crisis del mercado internacional de la plata, que auguraba profundas modificaciones en la econom�a sinaloense, hasta entonces apoyada en la producci�n y exportaci�n del metal como actividad preponderante.
P�ginas atr�s dijimos que los a�os 1854-1877 parecen cerrar un periodo hist�rico a causa de la magnitud de las transformaciones de la sociedad sinaloense. A las nuevas condiciones de la econom�a se sumaron otros cambios pol�ticos y sociales de consideraci�n; se termin� la �poca en que los notables o los comerciantes extranjeros pod�an dominar el estado, y las comunidades ind�genas recibieron el golpe final de la Ley Lerdo.
El a�o de 1876 empez� con otra revuelta militar, la de Porfirio D�az en Tuxtepec, en contra de la reelecci�n de Sebasti�n Lerdo de Tejada como presidente de la Rep�blica. D�az tuvo adeptos en Sinaloa, como los coroneles Francisco Ca�edo y Jes�s Ram�rez Terr�n, pero ambos fueron derrotados por las tropas federales que permanecieron fieles al gobierno. Ca�edo se retract� de su sublevaci�n y s�lo Ram�rez Terr�n permaneci� en rebeld�a en el sur del estado. Con todo, los tuxtepecanos triunfaron en otros lugares del pa�s y, a la postre, Ram�rez Terr�n fue reconocido gobernador de Sinaloa, y en marzo de 1877 convoc� a elecciones que se efectuaron el 15 de abril y en las que result� triunfador el ahora general Francisco Ca�edo, quien tom� posesi�n el 4 de junio. As� se inici� en Sinaloa el largo periodo ca�edista que, como veremos en el siguiente cap�tulo, inaugur� una nueva etapa en la vida de los sinaloenses.