3. La formaci�n de los grupos econ�micos

3. La formaci�n de los grupos econ�micos


Desde los a�os sesenta Valenzuela explotaba los �rboles de cedro y caoba en el Alto Usumacinta y buscaba la concesi�n para realizar trabajos en las cuencas de los r�os Lacant�n y Ocosingo. Las tareas en las primeras monter�as fueron modestas, porque se cortaban entre 100 y 200 �rboles al a�o. Pero de 1857 a 1872 el desmonte pas� de 273 toneladas a 16 000, provenientes del r�o de la Pasi�n y del Alto Usumacinta, las que fueron exportadas. No importaba que los territorios se confundieran, porque los tabasque�os penetraron tanto en Chiapas como en Guatemala; incluso, la monter�a San Nicol�s, perteneciente a Valenzuela, fue destruida por el ej�rcito guatemalteco sin que hubiera reacci�n alguna en contra del hecho.

La mayor�a de los terrenos bald�os pasaron en pocos a�os al dominio de los madereros tabasque�os, con extensi�n, cada uno de ellos, de 2 500 hect�reas. Sin embargo, con la ley agraria de 1883, que autoriz� a los colonos nacionales y extranjeros a denunciar tierras bald�as que tuvieran ese l�mite como m�ximo, �stos fueron ampliando sus extensiones de tal forma que en la primera d�cada del siglo XX hab�a propiedades hasta de 215 000 hect�reas, como la de L. Negrete y C�a., que rebasaban las fronteras de Tabasco. Quiz� esto motiv� que en 1909 se fijara el l�mite 45 000 hect�reas para la propiedad individual.

Los contrastes entre la gran propiedad y las superficies peque�as en Tabasco no fueron tan marcados como en otros estados, porque los denunciantes de tierras bald�as aspiraban a superficies peque�as, si se considera que 52% de los solicitantes obtuvo solamente 3.5% del �rea total. Aunque hay que poner atenci�n en el hecho de que 1.1% busc� poseer 53.7% de la superficie del estado. Seg�n Tostado Guti�rrez, mientras 224 denunciaron superficies moderadas, s�lo cinco pretendieron terrenos desproporcionadamente m�s grandes. En este caso destacaron la Casa Bulnes y hermanos, as� como Policarpo Valenzuela. Este �ltimo realiz� los tr�mites de los terrenos bald�os, equivalentes a m�s de la mitad de la superficie estatal, y mantuvo un contrato con el gobierno federal para explotar las maderas preciosas durante diez a�os en una superficie de m�s de 247 000 hect�reas.

Los Bulnes ganaron el control sobre la cuenca del r�o Usumacinta, incluyendo sus afluentes chiapanecos. La red fluvial permiti� el acceso a los �rboles que crec�an en las riberas y, adem�s, les dio salida, porque tumbados y cortados en trozos eran transportados por los mismos r�os a sus lugares de destino sin tener que recurrir a los caminos abiertos con machete a trav�s de la selva, que volv�a a crecer casi al mismo tiempo que era cortada. Asimismo, la empresa cre� en Tenosique una sucursal para que supervisara y actuara como intermediaria entre San Juan Bautista y las posesiones ubicadas en la boca del r�o Lacant�n.

Los Bulnes y Policarpo Valenzuela fueron llevados por sus intereses no solamente al productivo negocio de las monter�as, sino que controlaron el comercio local, el que el estado manten�a con Campeche y Veracruz, y el internacional. Adem�s fueron los concesionarios del transporte p�blico.

La Casa Bulnes estableci� en 1878 el primer contrato de transporte fluvial con el gobierno federal; con el vapor Frontera realizaba cuatro viajes al mes entre San Juan Bautista y la barra de Frontera, donde los viajeros transbordaban en la l�nea mar�tima estadounidense New York, Havana and Mexican Mail Steamship Line para dirigirse a Veracruz, o a Galveston y Nueva Orle�ns. Pose�a adem�s el transporte urbano de ferrocarril y carretas de tracci�n animal.

Don Polo, como se le llamaba familiarmente a Policarpo Valenzuela, ten�a sin embargo un par de ventajas sobre los Bulnes: era tabasque�o, mientras que aqu�llos eran espa�oles, y, adem�s, presum�a de su amistad con el presidente Porfirio D�az, lo cual le permiti� aspirar al poder pol�tico. En 1887 fue nombrado gobernador interino en un par de ocasiones. El haber nacido en la Chontalpa le permit�a igualmente conocer las dif�ciles condiciones de los terrenos pantanosos, as� como de las consecuencias de las fuertes lluvias y de las crecidas anuales en el estado. Por eso las denuncias de terrenos bald�os que hizo la Casa Bulnes, que no pudo consolidar, fueron aprovechadas por �l. Visionario como era, se interes� adem�s en los transportes, muy necesarios en una regi�n tan apartada del resto del pa�s. Cre� la empresa fluvial Compa��a de Navegaci�n en los r�os Mezcalapa, Grijalva, Usumacinta y Palizada, por cuyos lechos transitaban, llevando y trayendo viajeros, al igual que correo, los vapores C�rdenas, Usumacinta, Tres Hermanos, Chontalpa, Hidalgo y Capitán. Pero la Gasa Bulnes ampli� luego su participaci�n en ese negocio con botes como Frontera, Asturias y Canuto Bulnes.

Rivalizando con esos dos grandes empresarios que ten�an visi�n de la modernidad anunciada por el r�gimen, se encontraban los Romano, los Berreteaga, los Jamet y Sastr�, los Schlindler y Gabucio, los Troncoso y Silveti, quienes se interesaban en los negocios de las maderas y continuaron en el camino hacia la selva lacandona, que, por lo dem�s, los tabasque�os conceb�an como parte de su estado, o al menos consideraban como natural la explotaci�n de sus recursos. La tala desmedida se convirti� en una fuente de riqueza considerable, porque se pod�a eludir el pago de impuestos, se cortaban m�s �rboles de los autorizados y en supuestos terrenos particulares; aunque eran nacionales, se aseguraba que la madera ven�a de Guatemala, cuando la mayor parte de ella proced�a del mismo estado de Tabasco, o de Chiapas.

Con el tiempo, la econom�a de Tabasco descans� principalmente en la producci�n para el exterior. Fue tal la cantidad de maderas exportadas que solamente el monto de hule caucho vendido internacionalmente pas� de 459 kg en 1888 a 415 725 kg en 1910. Igualmente podr�a decirse respecto de los cueros de res vendidos en el extranjero, que tuvieron un incremento impresionante: de 7 416 unidades en 1890 a 756 816 en 1910. EI ganado vacuno mostr� sin lugar a dudas un fuerte incremento, aunque �ste no corresponde con los �ndices de exportaci�n de cueros, porque las cabezas de ese tipo de ganado pasaron apenas de 2 232 a 9 770 entre 1890 y 1910.

Al parecer, la actividad econ�mica de Tabasco se encontraba en un buen momento entre los siglos XIX y XX. Las industrias extractivas, incluyendo cortes de palo de tinte, maderas preciosas y monter�as, registraban un capital de 93 850 pesos; y las manufacturas, donde destacaban alambiques, panader�as, carpinter�as y cigarreras, ten�an un capital de 56 241 pesos. Pero adem�s exist�an en el estado varios ingenios azucareros que abastec�an el mercado interno de panela (piloncillo), mientras que el az�car refinada se exportaba. La producci�n en este rubro pas� de 339 744 kg en 1888 a 1 060 450 kg en 1910. Junto al trapiche apareci� el alambique, y don Polo fue de los principales fabricantes de aguardiente, entre los cuales se encontraban tambi�n los Berreteaga, los Jamet y los Ponz. Los espa�oles impulsaron tanto la elaboraci�n de ron como la fabricaci�n de puros, y para 1885 exist�an dos cigarreras en San Juan Bautista, y aumentaron a 14 en el estado al finalizar el siglo. Dicha actividad auspici� la apertura de dos bancos: el Nacional de M�xico y el de Tabasco.

Los habitantes de San Juan Bautista pod�an adem�s comprar en las tiendas m�s grandes, como la "Berreteaga", donde se vend�a desde un puro habanero hasta telas para los atuendos de hombres y de mujeres; "El bot�n de oro", donde se pod�an adquirir tambi�n zapatos; y la "Casa Piz�", que sobrevivi� hasta muchos a�os despu�s. Tambi�n exist�an las casas comerciales de Benito y C�a., Romano y C�a., Bulnes y C�a., Ripoll y C�a., Jos� Mar�a Graham Ponz y Juan Ferrer, entre las m�s importantes. Con todos esos negocios se expres� la existencia de una oligarqu�a articulada en muy pocos a�os y, por lo tanto, con debilidades que le dieron escasas posibilidades de sobrevivencia por la competencia que implicaban la apertura del estado hacia los mercados internacionales y los cambios pol�ticos que se avecinaban.

Junto a las riqu�simas maderas y sus derivados, como los tintes, el hule y el chicle; el cacao, el caf�, el az�car, el tabaco y el ma�z, comenzaron a surgir otros productos como los frutales, entre los que destacar�a el pl�tano para convertirse en pivote del desarrollo econ�mico, ampliando las posibilidades del comercio estatal con el mercado internacional. En 1906 la Southern Steam Ship and Importing Co., apoyada por empresarios locales y funcionarios p�blicos que concedieron subvenciones de 1 000 pesos por viaje mensual, realiz� el primer embarque de pl�tano hacia los Estados Unidos; llevando adem�s naranja, lim�n, pi�a y berenjena. En 1899 la producci�n de frutas ascend�a ya a 2 424 482 kilogramos.

La actividad econ�mica permiti�, entre otras cosas, que hubiera m�s propietarios agr�colas, que no propietarios, en una correlaci�n seguramente muy distinta a la de los grandes estados norte�os; en ello quiz� tambi�n influyeron las condiciones geogr�ficas de la regi�n. El hecho es que para 1910 hab�a 24 516 propietarios rurales, y solamente 19 766 trabajadores agr�colas. Esta �ltima situaci�n no dej� de expresar la miseria que, por ejemplo, orill� a un importante sector del campo a dedicarse a trabajar como sirvientes o mozos, quienes viv�an endeudados en las fincas y en las monter�as, donde recib�an un pago de 4 pesos mensuales (casi la mitad recibida por otros trabajadores), que con las concesiones de la econom�a paternalista podr�a elevarse a 7 pesos.

Ese tipo de trabajadores origin� una de las leyendas negras del transcurrir de la vida en Tabasco, porque la servidumbre fue utilizada en un sentido ideol�gico que, por lo pronto, tuvo la ventaja de conseguir m�s adelante un buen contingente de adeptos para la Revoluci�n. El testimonio sobre la vida de un mozo es conmovedor, de acuerdo con el relato de Jos� Domingo Ram�rez Garrido incluido en La esclavitud en Tabasco:

Entre esa poblaci�n era dif�cil distinguir a la ind�gena, porque a pesar de que sobrevivieron los grupos zoques, choles y chontales de la familia mayense, s�lo los �ltimos tuvieron cierta presencia, aun cuando permanecieron confinados en el norte de la Chontalpa y pese a que el desarrollo del siglo XIX trajo consigo un fuerte proceso de ladinizaci�n. Pero, en todo caso, ser�a interesante indagar qui�nes eran los m�s afectados por las epidemias que asolaron al estado, como las de viruela, fiebre amarilla, c�lera, sarampi�n y paludismo, padecimiento este �ltimo causante de 47% de las muertes.

No obstante, la poblaci�n creci�, y aunque resulte extra�o, dadas las condiciones climatol�gicas, la morbilidad infantil no tuvo las dimensiones de otras regiones, debido probablemente a que, pese a todo, era m�s o menos f�cil encontrar alimento, como las frutas, que nac�an por doquier, y el pejelagarto, que pod�a pescarse en cualquier arroyo, r�o o albufera. S�lo las cabeceras municipales contaron con el servicio de agua potable, y fue en la primera d�cada de este siglo cuando San Juan Bautista, C�rdenas, Tenosique y Frontera contaron con electricidad. El rezago era, como puede verse, muy acusado en la mayor parte del estado. Pese a todo, la poblaci�n aument� de 100 000 personas que registraba en 1879, a 158 107 al comenzar el siglo, para alcanzar la suma de 188 000 en 1910.


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