Entre la economía agrícola y la fabril


Hacia mediados del siglo XIX, la economía de Tlaxcala seguía basándose en la producción agrícola, tanto de autoabasto, generada por los pequeños propietarios y los comuneros, como comercial, realizada por las haciendas y los ranchos. Desde las postimerías de la era colonial hasta bien entrado el siglo XIX, estas unidades de producción no tuvieron un cambio sustancial en cuanto a sus técnicas de cultivo, aunque muchas sí cambiaron de dueño. Este último fenómeno se presentó sobre todo en las haciendas, debido a que, con frecuencia, sus propietarios se vieron obligados a venderlas ante la imposibilidad de superar las crisis económicas, que se ahondaron durante la primera mitad del siglo XIX con motivo de la guerra de Independencia y la de la intervención norteamericana. El cambio de propietarios también se debió a la salida, forzosa o voluntaria, de muchos hacendados españoles después de la consumación de la Independencia, motivo por el cual sus fincas pudieron ser adquiridas por mexicanos.

La distribución de los diferentes tipos de producción siguió dependiendo del clima y demás factores geográficos. En el norte de Tlaxcala se encontraban extensas zonas de pastizales y terrenos adecuados, sobre todo, para el cultivo del maguey, la producción del pulque y la cría de ganado; era una región ocupada mayoritariamente por haciendas y ranchos, y donde los pueblos eran minoría. Al oriente había valles aptos para el cultivo de diversos cereales, como maíz, frijol, avena y alverjón, aunque también había crianza de animales. En el centro y suroeste, la región más rica del territorio tlaxcalteca debido a sus amplios recursos hidraúlicos, predominaba la agricultura intensiva y de riego, en la que el trigo ocupaba un lugar destacado. Era la parte del estado más densamente poblada; ahí se ubicaba la mayoría de los pueblos tlaxcaltecas y la ciudad capital, por lo que las haciendas tenían extensiones territoriales menores que las del norte.

El cultivo del maíz, de la cebada y del trigo no dejaba de sufrir grandes altibajos que afectaban la rentabilidad de las empresas agrícolas y la autosuficiencia del pequeño labrador. Sólo algunos pueblos, como los de La Malintzin, tenían ingresos adicionales con la producción de maderas, leña, carbón y con la elaboración de artesanía textil. Tal situación se había agravado con motivo de la reciente guerra mexicano-estadounidense, debido a la depredación hecha por las fuerzas militares y por numerosos grupos de bandoleros que, aprovechando el estado de confusión, se dedicaron al asalto y saqueo de pueblos y haciendas, causando graves daños a la economía de la región.

Durante aquella época, dos de los principales productos que generaba el agro tlaxcalteca: el pulque y la lana, atravesaron por momentos difíciles. El pulque casi no lograba salir más allá de un mercado local y sus ganancias eran bastente limitadas. Y con respecto a la lana, Tlaxcala enfrentaba una fuerte competencia con otras regiones de México, además de que un alto porcentaje de la fabricación de textiles aún estaba restringido a un ámbito artesanal y doméstico que dependía en gran medida, tanto para la materia prima como para la comercialización, de mercaderes acaparadores de Puebla y Apetatitlán.

La manufactura de textiles se vio afectada cuando México se incorporó al mercado mundial después de su Independencia. La importación de telas extranjeras, en especial inglesas, de mayor calidad y menor precio, fueron una dura competencia para las manufacturas locales. El único proyecto en el que Tlaxcala pudo aprovecharse del famoso Banco del Avío, establecido por Lucas Alamán para impulsar la industria nacional, fracasó debido a la estrechez del mercado interno, a la pobreza general de la población y a que en Puebla se empezaba a desarrollar una verdadera industria textil con la que era muy difícil competir. La producción tlaxcalteca de lana y de algodón, compuesta por sarapes, rebozos, manteles, colchas y cordoncillos, quedó, pues, como antes, a nivel artesanal y en pequeña escala. De esta manera, la agricultura continuó siendo la base de la economía tlaxcalteca, pero una base pobre e insegura.

Para mediados del siglo XIX, Tlaxcala había obtenido su autonomía política al ser erigida como estado libre y soberano. Sin embargo, la precaria situación económica por la que atravesaba entonces la colocaba en una posición difícil para conseguir una verdadera autonomía. Había logrado impedir su anexión político-administrativa hacia Puebla, pero, irónicamente, cada vez dependía más de ella en el plano económico. La escasez de capitales propios dificultaba a Tlaxcala el avance hacia un desarrollo autónomo, al mismo tiempo que propiciaba una creciente dependencia de las inversiones poblanas. En forma paulatina, la élite de Puebla —mayoritariamente española y criolla— iría penetrando en los principales sectores de la economía tlaxcalteca: las haciendas, las fábricas y el comercio, sobre todo en la región centro-sur-suroeste de la entidad. En las décadas siguientes, la tradición autonomista tlaxcalteca intentaría replegarse al ámbito de los poderes municipales, los antiguos núcleos de concentración indígena, aunque cada vez más mestizados.


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