Pr�spero Cahuantzi era un militar con experiencia, ya que hab�a participado en la Guerra de Reforma, en la de intervenci�n francesa y en la rebeli�n de Tuxtepec. En esta �ltima hab�a luchado al lado de Porfirio D�az, raz�n por la cual obtuvo como recompensa el grado de coronel, una diputaci�n en la legislatura local y luego la gubernatura de Tlaxcala. Los or�genes campesino e ind�gena de Cahuantzi, su experiencia militar y de propietario rural, su habilidad administrativa y sus dotes paternalistas, su amistad personal con el presidente D�az y el hecho de que era nativo del estado que gobern� fueron factores muy importantes que le permitieron desarrollar un eficaz juego de equilibrios entre los diferentes grupos sociales y fuerzas de poder de Tlaxcala, as� como permanecer en el m�ximo puesto de gobierno del estado durante tanto tiempo.
A lo largo del prosperato, la fuente m�s importante de recursos sigui� estando en el �mbito rural, y dentro de �l las haciendas fueron los principales centros de producci�n comercial. Se calcula que para entonces exist�an en Tlaxcala unas 150 haciendas de diverso tama�o y valor, as� como una cantidad similar de ranchos. En cuanto a las peque�as propiedades, cuya producci�n se limitaba en general al autoabasto de sus due�os, se desconoce su n�mero, pero ciertamente debi� ser muy elevado como consecuencia de varios hechos ocurridos durante el �ltimo tercio del siglo XIX. Entre los m�s importantes se encuentran: las varias docenas de haciendas y ranchos que fueron vendidos en m�ltiples fracciones a vecinos de diferentes pueblos; la divisi�n de las tierras comunales a ra�z de las leyes de desamortizaci�n; la total ausencia en Tlaxcala de las compa��as deslindadoras de terrenos bald�os que hubieran podido absorber predios carentes de t�tulos; y la retenci�n que muchos peque�os agricultores lograron hacer de sus propias tierras, heredadas de sus antepasados desde la �poca colonial. Por otro lado, todo parece indicar que en Tlaxcala no se produjo un desmesurado acaparamiento de tierras en pocas manos como sucedi� en muchas otras partes del pa�s, lo que permiti� la existencia de una considerable cantidad de peque�as y medianas propiedades, sin que esto quiera decir que no existieran grandes hacendados con buenas tierras, frente a otros propietarios que las ten�an reducidas y pobres.
Con respecto a las tierras comunales de los pueblos, no obstante que desde 1856 se hab�a promulgado la ley que ordenaba la desamortizaci�n y repartici�n de las mismas, su ejecuci�n tuvo que postergarse durante la d�cada de guerras, y poco se aplic� en el periodo siguiente. No fue sino hasta el prosperato cuando tal disposici�n se llev� a cabo con mayor amplitud, aunque en forma lenta e incompleta, a pesar de que varias leyes federales y estatales intentaron acelerarla.
El cumplimiento parcial de la desamortizaci�n se debi� no s�lo a la ineficiencia administrativa o a la tolerancia que muchas veces tuvieron las autoridades, sino quiz�s, sobre todo, a la resistencia que pusieron los pueblos a perder uno de los principales fundamentos de su autonom�a y de su organizaci�n comunal: la tierra. As�, un elevado n�mero de pueblos en Tlaxcala sigui� poseyendo bienes en com�n a lo largo del porfiriato, aunque legalmente tramitaran escrituras simuladas para aparentar ante el gobierno que ya hab�an realizado el fraccionamiento de sus propiedades, como lo ordenaba la ley. Esta simulaci�n tambi�n la hac�an con el objeto de evitar que las tierras fueran denunciadas y adquiridas por personas ajenas al pueblo en cuesti�n. Otra forma que emplearon algunos pueblos para salvar de la divisi�n a sus terrenos comunales, o al menos parte de ellos, fue declar�ndolos como "ejidos desde tiempo inmemorial", ya que este tipo de tenencia quedaba exenta de la desamortizaci�n.
1. Amaxac | 10.Chiautempan | 19. San Juan Totolac | 28. Tlaxcala |
2. Apetatitl�n | 11.Espa�ita | 20. San Pablo del Monte | 29. Tlaxco |
3. Apizaco | 12.Huamantla | 21. Santa Cruz Tlaxcala | 30. Tzompantepec |
4. Atlangatepec | 13. Hueyotlipan | 22. Tenancingo | 31. Xaloxtoc |
5. Alzayanca | 14. Ixtlacuixtla | 23. Teolocholco | 32. Xaltocan |
6. Calpulalpan | 15. Ixtenco | 24. Tepeyahuco | 33. Xicohtencatl |
7. El Carmen | 16. Lardizabal | 25. Terrenate | 34. Yauhquemehcan |
8. Contla | 17. Nativitas | 26. Tetla | 35. Zacatelco |
9. Cuapiaxtla | 18. Panotla | 27. Tetlatlauhcan | 36. Zitlaltepec |
A pesar de esas actitudes rebeldes, existieron muchos casos de pueblos cuyas propiedades comunales s� fueron desamortizadas, aunque se desconocen los verdaderos alcances de esta situaci�n, debido a que los registros oficiales elaborados al respecto fueron incompletos, y a que los propios pueblos simularon y ocultaron, por medio de sus caciques, los terrenos sujetos a adjudicaci�n. Si los catastros tuvieron irregularidades, el reparto y posesi�n de las tierras adjudicadas estuvieron asimismo cargadas de vicios: gente que pose�a y cultivaba un terreno mucho antes de hacer su denuncia oficial; limites de superficie poco claros; inexistencia de escrituras y de recibos de pago; prolongados adeudos de las rentas; depredaci�n inmediata de los lotes recibidos; acaparamiento de terrenos por parte de los m�s influyentes y ricos del pueblo; arrendamientos, traspasos y herencias no legalizadas; adjudicaci�n de terrenos ejidales; usurpaciones de lotes entre los mismos vecinos del pueblo; adjudicaciones duplicadas de un mismo terreno, etc. Por fuerza, todo este mundo de irregularidades fue motivo de muchos y prolongados conflictos entre los propios vecinos de los pueblos, y entre �stos y las autoridades del estado.
Con frecuencia, la desamortizaci�n no benefici� tanto a las haciendas, como se ha supuesto tradicionalmente, sino m�s bien a las capas ricas de los pueblos, lo cual gener� una polarizaci�n hacia el interior de las mismas comunidades, pues se acentuaron con ello las desigualdades socioecon�micas ya existentes. Este proceso, aunado a la creciente injerencia del gobierno estatal en la selecci�n de autoridades municipales y pueblerinas, provoc� una seria crisis que afect� la cohesi�n comunal y los m�rgenes de autonom�a de los pueblos.
Frente a la inevitable pol�tica oficial de privatizar las tierras, y sin poder al mismo tiempo abandonar dr�sticamente la tradici�n de poseerlas en forma comunal, algunos pueblos tlaxcaltecas tal vez los m�s pudientes recurrieron a la compra colectiva de terrenos que pertenec�an a haciendas y ranchos en decadencia. Aun cuando dichas compras ten�an como prop�sito final el usufructo privado e individual de las tierras por parte de sus compradores, en la mayor�a de los casos se siguieron realizando ciertas pr�cticas que ten�an que ver con las antiguas formas de posesi�n y organizaci�n comunal. Las compras como tales se hicieron de manera colectiva, pero s�lo hasta mucho tiempo despu�s se llev� a cabo el fraccionamiento legal de los terrenos, y eso debido a la presi�n gubernamental; asimismo, la explotaci�n de los bosques, pastos y aguas ubicados dentro del predio adquirido se continu� haciendo en forma comunitaria, y a veces, incluso, despu�s de haber efectuado la divisi�n de los predios.
Aquellos otros campesinos que perdieron sus tierras o no pose�an las suficientes para procurar su subsistencia esto es, eran minifundistas entraron a formar parte de la fuerza de trabajo de las haciendas, ya fuera como peones residentes o como jornaleros eventuales. Algunos m�s, sobre todo los que viv�an en el centro-sur del estado, ingresaron como obreros a las f�bricas que en esa regi�n se multiplicaron durante el prosperato, especialmente las textiles. A este tipo de trabajadores se sumaron muchos artesanos y peque�os comerciantes que, como los minifundistas, combinaban sus labores originarias con el trabajo fabril.