Ni Madero, ni Carranza, ni Zapata


El 26 de mayo de 1910 una gavilla de revolucionarios procedentes de varios municipios de las regiones centro y sur, encabezados por Juan Cuamatzi e Isidro Ortiz, hicieron un intento fallido para capturar al gobernador Pr�spero Cahuantzi. Ya en el camino, los rebeldes recibieron desde Puebla una contraorden de Aquiles Serd�n, quien se encontraba presionado por agentes de Madero. No obstante, la suerte ya estaba echada: el presidente municipal de Contla, capturado por Cuamatzi, pudo escapar y delatar el plan que se fraguaba en contra del gobierno. En consecuencia, al d�a siguiente se desat� la represi�n y comenzaron los arrestos, por lo que los dirigentes debieron ocultarse en espera de una mejor oportunidad. �sta lleg� cuando los Serd�n fueron sorprendidos en Puebla el 20 de noviembre de 1910; entonces Cuamatzi y parte de los revolucionarios tlaxcaltecas se levantaron en armas en la zona de La Malintzin, manteni�ndose en la lucha hasta febrero de 1911, cuando Cuamatzi fue capturado y fusilado. A pesar del auge que tuvieron en esta primera etapa las gavillas revolucionarias, no pudieron dominar la entidad sino hasta que ocurri� la ca�da de Porfirio D�az, y en seguida la de Pr�spero Cahuantzi en mayo de 1911.

Lo que los revolucionarios maderistas tlaxcaltecas no pudieron conseguir con las armas lo obtuvieron en las urnas electorales. Lograron construir un partido pol�tico de base s�lida que llev� a la gubernatura del estado al obrero Antonio Hidalgo, quien ofreci� un programa de gobierno que reflejaba tanto las demandas y el apoyo de los maderistas radicales de Puebla como los anhelos tlaxcaltecas. Dicho programa planteaba el regreso de tierras a las comunidades, las cuales no eran muchas en apariencia; la exenci�n del impuesto predial a los peque�os propietarios (el tal�n de Aquiles del gobierno cahuantzista); la fundaci�n de colonias agr�colas para campesinos sin tierras; mejores condiciones laborales para los obreros y peones; la transferencia del odiado cuerpo rural a otro estado, y el castigo a los oficiales porfiristas culpables de represi�n y asesinato.

Esta victoria, que no dej� de ser un tanto sorprendente, se debi� a los graves conflictos que divid�an a la oligarqu�a de Tlaxcala, pero tambi�n a que el partido maderista hab�a logrado obtener, con un programa antielitista, el apoyo de la incipiente clase media tlaxcalteca, compuesta por empleados, comerciantes, rancheros y peque�os propietarios. Al parecer, especialmente los maestros y estudiantes de la Escuela Normal y del Instituto Metodista de Puebla participaron de manera importante en la organizaci�n de dicho partido, y posteriormente en el nuevo gobierno maderista de Tlaxcala. Este grupo suministr� parte de los funcionarios que colaboraron con el gobernador Hidalgo, entre ellos su mentor y secretario particular, el pastor protestante Jos� Rumbia, hombre que ten�a mucho eco entre los profesores y estudiantes metodistas de Tlaxcala, y quien le dio una imagen radical al partido maderista como portavoz del mismo.

El temor desatado ante la perspectiva de un gobierno radical llev� a las �lites tlaxcaltecas, en 1912, a unir sus fuerzas y a tomar medidas m�s dr�sticas. Se agruparon en una organizaci�n que denominaron Liga de Agricultores; adoptaron un sistema uniforme de rayas para la mano de obra rural, con la idea de eliminar la competencia entre los propietarios; lograron que se reforzara el ej�rcito en Tlaxcala y, finalmente, se propusieron derrocar al gobernador Antonio Hidalgo. �ste empez� a perder el apoyo popular con que contaba, ante la presi�n y el sabotaje ejercidos por la citada liga. Los hacendados resistieron los intentos del gobierno para crear colonias agr�colas en ciertas haciendas, al mismo tiempo que una huelga de peones, organizada por los cuadros militantes del partido maderista con el respaldo del gobierno estatal, fracas� cuando el gobierno del presidente Madero oblig� a Hidalgo a dejar de favorecer la huelga.

El desmoronamiento de la pol�ticas agrarias de Hidalgo, as� como el lento progreso de las reformas laborales en las industrias, provocaron la radicalizaci�n de sus partidarios desilusionados. A principios de 1913, las conmocionadas �lites de Tlaxcala derrocaron al partido maderista cuando �ste perdi� el apoyo del presidente Madero. Con la contrarrevoluci�n huertista de 1913 comenz� la represi�n por parte de la Liga Jos� Rumbia fue fusilado y los radicales maderistas sobrevivientes tuvieron que ocultarse o recurrir a la guerra de guerrillas. Daba principio entonces una segunda fase de la Revoluci�n, pero m�s violenta y compleja que la anterior.

A diferencia del cercano movimiento zapatista, los revolucionarios tlaxcaltecas carec�an de un liderazgo un�nime, y no lograron obtener la suficiente autonom�a militar para alcanzar sus metas principales. El presidente del partido maderista estatal, Pedro M. Morales, tampoco pudo coordinar bien las gavillas revolucionarias que surgieron de los pueblos, las cuales proced�an de las "patrias chicas" de cada uno de sus jefes. S�lo despu�s de largas deliberaciones, las gavillas tlaxcaltecas aceptaron a M�ximo Rojas, originario de Papalotla y veterano de la movilizaci�n de 1910, como comandante de sus fuerzas, y dieron a Morales el gobierno provisional. Como era de esperarse, luego de la ca�da de Victoriano Huerta, a mediados de 1914, las reducidas y escasamente unidas fuerzas revolucionarias tlaxcaltecas fueron incorporadas sin dilaci�n, y a los ojos de los tlaxcaltecas de manera arbitraria, como una brigada de los ej�rcitos constitucionalistas. Rojas fue designado gobernador provisional y comandante militar, pero ninguno de sus compa�eros obtuvo el deseado rango de general.

Las ambiciones personales, el celo por la autonom�a y la revancha social contra los huertistas locales, sobre todo los liguistas, terminaron por provocar un grave cisma en la brigada tlaxcalteca, la Xicot�ncatl. Morales se fue con Francisco Villa, y Domingo Arenas, uno de los coroneles de Rojas, se adhiri� a Emiliano Zapata, adem�s de llevarse a la mayor�a de los hombres y oficiales de esa brigada. Era evidente que Arenas contaba con la alianza de muchos cabecillas pueblerinos, trabajadores y campesinos del centro-sur y occidente de Tlaxcala, debido a que el mando militar constitucionalista en Puebla no les permit�a dar rienda suelta a sus sentimientos de revancha y justicia social. Mientras tanto, Rojas permaneci� con Carranza, pero s�lo conserv� la lealtad de los dirigentes del reci�n constituido Partido Liberal Constitucionalista Tlaxcalteca (PLCT) —sucesor del extinto partido maderista—, y de algunos oficiales, en gran parte coterr�neos suyos y funcionarios de su propio gobierno provisional. Este peque�o grupo de Rojas iba a formar, desde principios de 1915, la cuna de la "familia revolucionaria" que conquist� el poder en 1918 y lo consolid� como un cacicazgo pol�tico durante la d�cada de 1920.

En el transcurso de 1915, sin embargo, los triunfos militares constitucionalistas pusieron en serio peligro el ideal agrarista de Arenas: la restituci�n directa de tierras a los pueblos y la fundaci�n de colonias agr�colas de peones en las haciendas; un plan ya propuesto por Antonio Hidalgo. En diciembre de 1916, Arenas y sus tropas dejaron el zapatismo y volvieron a unirse con Carranza. A cambio de su lealtad, Carranza le dio el cargo de comandante militar de la cuenca del alto Atoyac en Puebla y Tlaxcala. Este mando le otorg� a Arenas, por el momento, la autonom�a de facto que necesitaba para poner en pr�ctica sus ideales agraristas bajo la protecci�n de sus propias tropas. (M�s adelante se dar� atenci�n al reparto de tierras efectuado por este dirigente; por lo pronto, hablaremos del impacto que tuvo su regreso a las filas carrancistas sobre el escindido movimiento revolucionario Tlaxcalteca.)

A finales de 1916 la posici�n de Rojas distaba mucho de ser fuerte. S�lo conservaba el cargo de jefe militar de la plaza de Tlaxcala, mientras el gobierno del estado quedaba en manos de funcionarios cercanos a Carranza. No obstante, los partidarios de Rojas mostraban intenciones de convertirse en el grupo dominante de Tlaxcala, y trataban de imponer su voluntad pol�tica y sus candidatos a puestos locales. Desde esta perspectiva, parece que Rojas se opuso tenazmente a la reunificaci�n de Arenas con Carranza. Sin embargo, al final, Rojas qued� completamente fuera de las negociaciones con Arenas, lo que ilustra a la perfecci�n su d�bil y marginal posici�n.

Para la primavera de 1917, Domingo Arenas, entonces jefe militar carrancista del alto Atoyac, dominaba por completo el sur y el occidente del estado, y era el s�mbolo del agrarismo para los campesinos tlaxcaltecas. Su profundo anhelo de autonom�a, as� como el gran n�mero de tierras que reparti� —la mayor�a de las haciendas y hasta los ranchos perdieron todo en esa regi�n—, sin duda le habr�an acarreado, de no haber sido asesinado en agosto de 1917, una seria confrontaci�n con Carranza.

Con la muerte de Arenas, el presidente de la Rep�blica vio de inmediato la oportunidad de consolidar su poder en Tlaxcala, condici�n necesaria para llevar a cabo las elecciones de gobernador y diputados locales estipuladas por la nueva Constituci�n. Orden� entonces que las tropas arenistas fueran transferidas, no sin dificultad, a otros estados, comision� al gobernador entrante, el general Luis M. Hern�ndez, quien no era originario de Tlaxcala, para que estableciera la autoridad constitucionalista en territorio de Arenas y devolviera las haciendas a sus propietarios.

De acuerdo con el decreto carrancista de reforma agraria de enero de 1915, los pueblos ten�an derecho a solicitar tierras al gobernador del estado, quien, si as� lo juzgaba conveniente, las entregaba en forma provisional mientras el presidente de la Rep�blica daba la resoluci�n definitiva. El gobernador Hern�ndez y la Comisi�n Local Agraria aceleraron al m�ximo los procedimientos, seguramente con la intenci�n de calmar los �nimos y de obtener la lealtad pol�tica de los campesinos, pero la Comisi�n Nacional Agraria y Carranza hicieron caso omiso de esas intenciones e insistieron en que los terrenos ocupados fueran devueltos. No obstante, firmes al legado agrario de Arenas, docenas de pueblos y colonias agr�colas del sur y del occidente de la entidad se resistieron a regresar a los propietarios originales las tierras de lo que ellos ya consideraban "sus haciendas", por lo cual este asunto sigui� siendo durante a�os un tema candente de discusi�n en la pol�tica electoral tlaxcalteca.

La resistencia de Carranza al reparto masivo de tierras fue un severo obst�culo para que M�ximo Rojas y su partido, el Liberal Constitucionalista Tlaxcalteca (PLCT), ganara el voto campesino. Por otra parte, el estancamiento de la distribuci�n oficial de tierras fortaleci� la base pol�tica del liderazgo arenista, porque muchos campesinos ya ten�an una posesi�n de facto y anhelaban la legalizaci�n de la misma. Pocas semanas despu�s de la muerte de Arenas, en agosto de 1917, un grupo de dirigentes arenistas, en gran parte civiles, aprovech� la posibilidad de conseguir un s�lido apoyo elector entre un campesinado que sent�a amenazadas sus posesiones de tierras. Fundaron un partido, el Liberal Tlaxcalteca (PLT), y lanzaron como candidato a gobernador a uno de los jefes m�s respetados de Arenas, el tambi�n veterano de 1910 Anastasio Meneses. Para que Rojas pudiera triunfar, las elecciones de mayo de 1918 tuvieron que ser ama�adas. La verificaci�n de los resultados se llev� diez semanas, en las que abundaron disputas y quejas; pero al fin, con el s�lido apoyo del general Hern�ndez, M�ximo Rojas asumi� el poder ejecutivo del estado.


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