El cacicazgo mendocista y los reacomodos del poder


En Tlaxcala los efectos de la Revoluci�n se dejaron sentir en diversas �reas. Por ejemplo la Constituci�n federal y la estatal de 1917 generaron un nuevo marco jur�dico e institucional que otorg� plenamente a los ciudadanos sus derechos pol�ticos, civiles y, sobre todo, sociales. Se gest� desde abajo un amplio y profundo movimiento laboral y agrario, en tanto que la autoridad tradicional de los hacendados y de los administradores de las f�bricas era rechazada por campesinos y obreros. La antigua �lite pol�tica tlaxcalteca fue sustituida por otra que surgi� entre los grupos revolucionarios. Se hizo posible que personas de extracci�n popular, como Hidalgo, del Castillo y Rojas llegaran a ser gobernadores del estado, y que otros, procedentes de las capas medias, como R�os Zertuche y Hern�ndez, admitieran la necesidad de un cambio social.

Por otra parte, tambi�n hay que reconocer que numerosas reformas tardaron mucho tiempo en llevarse a cabo; que tanto hacendados como industriales siguieron atropellando los derechos sociales, en no pocas ocasiones con la connivencia de las nuevas autoridades. El surgimiento del liderazgo entre los jefes revolucionarios fue un proceso pol�tico inevitablemente violento y con buena dosis de vandalismo, no s�lo en Tlaxcala sino en muchos otros estados. Despu�s de 1920, en una lucha intensa y prolongada, dirigentes urbanos y de origen artesano fueron eliminando o desplazando pol�ticamente a sus contendientes que representaban a los sectores rural y fabril. Los movimientos obrero y campesino de Tlaxcala fueron sujetos, en forma paulatina, a una dependencia del grupo en el poder, a cambio de lo cual se les concedieron algunos privilegios. Como era de esperarse, esta lucha puso en relieve viejas pautas de hacer pol�tica, basadas en clanes familiares, clientelismo, cooptaci�n y represi�n.

Con frecuencia, los dirigentes agraristas de los pueblos se quejaron de la negativa constante de Carranza a confirmar las solicitudes de tierras, mientras que los hacendados tlaxcaltecas presionaban al propio presidente para que obligara al gobernador Rojas a devolverles sus fincas invadidas en el sur y occidente del estado. Rojas, sin embargo, no pod�a —y quiz� no quer�a— expulsar a los agraristas, pues hacerlo significar�a enemistarse con los seguidores de �stos, as� como la frustraci�n de sus intentos por ganarse el apoyo de los arenistas. De cualquier forma, la postura de Carranza le impidi� a Rojas aprovecharse de un campo f�rtil para el clientelismo pol�tico. Muchos cabecillas agraristas de los pueblos buscaban acomodo pol�tico y el apoyo del gobernador, no s�lo por estar conscientes de que la cantidad de tierras que ya controlaban desbordaba los l�mites de la reforma agraria carrancista, sino tambi�n por la necesidad de ganar en los conflictos interpueblerinos sobre linderos de terrenos invadidos o sobre los pocos ejidos ya dotados.

Mientras Rojas luchaba por el control rural sin conseguir el apoyo de la mayor�a de los jefes agraristas, Rafael Apango e Ignacio Mendoza ascend�an gradualmente al poder dentro del propio grupo de Rojas. Ambos hab�an participado en la revoluci�n maderista, aunque nunca alcanzaron prominencia militar; empezaron su carrera pol�tica como presidentes municipales, y Mendoza lleg� a ser despu�s diputado local en las elecciones de 1918, tras apoyar a Rojas en esa conflictiva campa�a electoral.

La decisi�n de �lvaro Obreg�n de lanzar su candidatura para presidente de la Rep�blica, as� como su ruptura con Carranza, intensificaron en Tlaxcala la lucha entre rojistas y arenistas y, al mismo tiempo, desencadenaron pugnas dentro del grupo rojista. �ste ten�a buenas razones para unirse con Obreg�n. Carranza consideraba a Rojas, comparado con los arenistas, como "un mal menor", adem�s de que detestaba su origen radical y su postura agrarista. Mientras que el general Rojas se declar� por Obreg�n, uni�ndose a sus fuerzas en abril de 1920, Mendoza tom� el mando como gobernador interino de Tlaxcala. El partido opositor arenista, el PLT, se dividi� ante la sucesi�n presidencial. Parte de sus dirigentes y diputados aspiraban a ganar poder pol�tico con Carranza y rehusaban unirse con Obreg�n. Con la derrota de Carranza y con el general Rojas fuera del estado, Mendoza aprovech� la oportunidad para imponerse sobre los arenistas rebeldes y para desplazar a sus rivales dentro de su propio partido, el PLCT, Antonio Hidalgo entre ellos. Despu�s de un desalojo masivo de arenistas partidarios de Carranza, Mendoza se encarg� de que los municipios votaran por Obreg�n. Despu�s logr� que el PLCT eligiese a su amigo Rafael Apango como candidato a gobernador, por lo que Antonio Hidalgo, decepcionado, abandon� ese partido.

Para marzo de 1921, Apango estaba en la gubernatura y las curules del Congreso local, as� como las presidencias municipales, quedaban en manos de sus partidarios y los de Mendoza. Los arenistas se resistieron a perder y su candidato a gobernador, Antonio Mora, de Calpulalpan, se rebel�, pero fue capturado y fusilado al igual que Cirilo Arenas, el hermano de Domingo, quien se mantuvo sublevado contra Rojas y Carranza entre 1918 y 1919. Muchos ayuntamientos, comit�s agrarios y sindicatos se quejaron: enviaron peticiones a la Secretar�a de Gobernaci�n y al presidente Obreg�n, o solicitaron protecci�n militar federal; no obstante, el grupo mendocista se mantuvo en el poder. Con la muerte de Rojas en la campa�a militar contra Adolfo de la Huerta, qued� allanado el camino para que en 1925 Rafael Apango dejara la gubernatura en manos de su amigo Ignacio Mendoza, quien fue sucedido en 1929 en el cargo por su sobrino Adri�n V�zquez.

Mientras que en numerosos estados de la Rep�blica fue muy frecuente la desaparici�n de poderes locales entre 1920 y 1934, los tres gobernadores mendocistas de Tlaxcala se mantuvieron en el poder, a pesar de los frecuentes intentos de sus enemigos tlaxcaltecas, poblanos y federales por removerlos. �C�mo pudo un grupo de extracci�n civil, sin fuerzas armadas notables y con una base popular limitada, gobernar por 12 a�os? Afianz�ndose en sus relaciones con los presidentes Obreg�n y Calles. Dichas relaciones no se sustentaban sobre una base popular o militar del grupo tlaxcalteca —al estilo de Saturnino Cedillo en San Luis Potos� o de Manuel P. Montes en Puebla—, sino en la dependencia del poder central. El apoyo federal, crucial para Apango y Mendoza, aseguraba la lealtad de ambos, aunque sacrificaba la antigua tradici�n autonomista de Tlaxcala.

Los dos aprovecharon que su estado se ubicaba en el umbral de Puebla, en el momento en que se consideraba a �sta como una entidad indisciplinada, causa de constantes jaquecas al gobierno federal y cuyas autoridades tropezaban de una crisis a otra. Tlaxcala, entonces, resultaba �til al gobierno federal, pues funcionaba como una especie de "cord�n sanitario". Adem�s, la lealtad de Tlaxcala al poder central permiti� mantener un relativo equilibrio entre los intereses regionalistas (los de los caciques de la Sierra Norte de Puebla y de Tehuac�n), los l�deres agraristas y laborales de la cuenca del Atoyac y los poderosos intereses empresariales de la ciudad de Puebla. Tambi�n pudo ser importante para la sobrevivencia pol�tica de estos gobernadores tlaxcaltecas el hecho de que sus periodos de gobierno coincidieran con los presidenciales; igualmente lo fueron (1923-1924 y 1927-1928) tanto las campa�as de movilizaci�n pol�tica y las electorales como los esfuerzos de los nuevos mandatarios por consolidar su poder.

En 1922, una coalici�n del Partido Nacional Cooperativista con los partidos Agrarista y Laboral logr� quitar al PLC su posici�n dominante en el Congreso federal. Como consecuencia, en varios estados los partidos pelecistas fueron vencidos. Sin embargo, Apango y Mendoza tuvieron la suerte de que el intento por derrocarlos coincidiera en sus momentos decisivos, a mediados de 1923, con la crisis del Partido Cooperativista en torno a la sucesi�n presidencial. Esta embestida en contra de los pol�ticos tlaxcaltecas fue encabezada por el dirigente del Partido Cooperativista y gobernador de Puebla, Froylan C. Manjarrez. �ste hizo una intensa propaganda en favor de su �ntimo amigo Adolfo de la Huerta, y es muy posible que el presidente Obreg�n no haya querido desplazar al confiable grupo gobernante de Tlaxcala por causa de un amigo del sublevado De la Huerta.

En 1925, Plutarco El�as Calles parece haber tenido buenas razones para respaldar a Mendoza frente a lo que parec�a una insurrecci�n popular. Los partidos nacionales Agrarista y Laboral agitaban en contra del "tiranuelo" Mendoza y apoyaban desde Puebla a los agraristas y laboristas tlaxcaltecas del sur y Centro de la entidad. El estallido de la rebeli�n huertista en 1923 robusteci� el poder de dichos partidos, que junto con la CROM cerraron filas con la oposici�n tlaxcalteca para derrotar a los mendocistas y a su partido oficial, que, se dec�a, "marchaba con el clero y los terratenientes".

En las elecciones para gobernador y diputados de 1924, Mendoza tuvo que enfrentarse con una Alianza de Partidos Revolucionarios que agrupaba al Partido Agrarista y Laboral tlaxcalteca, al partido ex arenista (el PLT), a la federaci�n local de la CROM y a la Liga de Comunidades Agrarias. Esta alianza estaba respaldada por los partidos nacionales dominantes y por grupos radicales de obreros y agraristas de Puebla. Incluso, el jefe de la zona militar respectiva, el general ex zapatista Genovevo de la O, no ocultaba sus simpat�as por esa movilizaci�n.

Despu�s de una campa�a violenta por parte de ambos bandos, la mayor�a pelecista en la legislatura estatal reconoci� la victoria de Mendoza. Pero los de la alianza se alzaron en protesta, y el gobernador electo tuvo que pedir apoyo al presidente Calles argumentando que su gobierno "carec�a del respeto que por la ley se le debe". A Calles, quien apenas llevaba un mes en la presidencia, le conven�a un gobierno estable en Tlaxcala. En Puebla se hab�an gestado varios brotes de rebeld�a a fines de 1924, pero el gobierno federal casi no pod�a controlarlos; de ah� que Luis N. Morones, miembro del gabinete presidencial, advirtiera a los representantes de 43 pueblos y ocho f�bricas tlaxcaltecas que el sabotaje contra el gobierno de Mendoza ol�a a rebeli�n y no ser�a tolerado por el presidente Calles. Despu�s de la visita de Morones al estado, la federaci�n local de la CROM y el Partido Laborista de Tlaxcala hicieron las paces con Mendoza, en tanto que muchos de sus enemigos y algunos jefes agraristas sal�an del estado.

Apango, pero especialmente Mendoza y V�zquez, fueron hasta cierto grado precursores de las pol�ticas sonorenses que, sobre todo con Calles, pretend�an implantar gobiernos estatales m�s dependientes del centro, reconstruir la econom�a siguiendo l�neas capitalistas y reestructurar la sociedad en forma limitada. Apango consideraba el radicalismo agrario como "una perpetua lucha en contra de las autoridades" y como un lastre para la recuperaci�n econ�mica del estado. "Apango no ha hecho gran cosa en lo referente a la divisi�n de la tierra —afirmaba el peri�dico Exc�lsior —, y esto se debe a que los agraristas fren�ticos no toman en cuenta que, como Tlaxcala es puramente agr�cola, ser�a imprudente cortar la �nica fuente de ingresos que tiene..." Por ello, su sucesor, el gobernador Mendoza, no quiso estimular el agrarismo en el norte del estado. De ah� ven�a buena parte de los ingresos para su gobierno.

Los gobernadores Mendoza y V�zquez no eran agraristas, pero aprovecharon las oportunidades que les daba la formaci�n de ejidos, denominados por el ide�logo agrarista Antonio D�az Soto y Gama como "un instrumento de pol�tica". A ra�z de las �giles resoluciones presidenciales efectuadas entre 1920 y 1925, casi 40 pueblos recibieron alrededor de 10 000 hect�reas. Aunque la mayor�a de estos ejidos hab�a sido solicitada antes de 1920, su tard�a distribuci�n ofreci� a Apango y a Mendoza el campo f�rtil para poner en pr�ctica la pol�tica clientelar que tanto hab�a faltado a Rojas. Las peticiones de tierra, su distribuci�n, los tr�mites, as� como las obligaciones impuestas por la ley, volvieron a los campesinos m�s dependientes del gobierno. Para obtener, retener o ampliar una parcela ejidal, o para conseguir la condonaci�n de contribuciones ejidales, se necesitaba la ayuda de un grupo con suficiente poder. Para satisfacer esas demandas, el partido oficial local —que desde 1925 tom� el nombre de Partido Socialista de Tlaxcala— extendi� su red de clubes por todos los pueblos, y procur� controlarlos mediante sus diputados locales. De esta manera el mencionado partido pudo recuperar el reparto de ejidos como un instrumento pol�tico que, anteriormente, se hallaba en manos de la oposici�n.

Entre 1920 y 1933 —periodo del cacicazgo mendocista— se repartieron 53 870 hect�reas que beneficiaron a 20 900 campesinos. Si se toma en consideraci�n el n�mero promedio de integrantes que ten�a entonces cada familia rural, puede calcularse que unos 100 000 tlaxcaltecas —casi la mitad de la poblaci�n total— contaba con un modesto medio de sost�n cotidiano, gracias a la reforma agraria realizada antes de la administraci�n cardenista.

El cacicazgo mendocista se mantuvo en la l�nea agraria presidencial de Plutarco El�as Calles, Emilio Portes Gil y Pascual Ortiz Rubio. Los hacendados del norte hab�an quedado tranquilos, aunque con el auge de la dotaci�n ejidal promovida por Portes Gil, el gobernador V�zquez concedi� ejidos provisionales a unos 30 pueblos, algunos de esa regi�n. Las poblaciones beneficiadas fueron sobre todo las que se hab�an adherido al gobernante Partido Socialista. En 1932, cuando el gobernador V�zquez dio por concluida la reforma agraria en Tlaxcala por orden de Ortiz Rubio, el partido oficial controlaba alrededor de 110 ejidos.

El grupo de Mendoza y su Partido Socialista se debilitaron despu�s de 1930, debido sobre todo a la creciente interferencia del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en los asuntos de Tlaxcala. Cuando el presidente Ortiz Rubio y el jefe m�ximo, Calles, discreparon acerca del sucesor de V�zquez en 1932, el PNR estimul� a la oposici�n tlaxcalteca en el exilio para que se uniera y lanzara su propio candidato a gobernador. Tras una intensa lucha electoral, y como producto del fuerte apoyo del PNR y de la intervenci�n federal, el Partido Reconstructor Antirreeleccionista Tlaxcalteca (PRAT), y su candidato Adolfo Bonilla, el antiguo jefe arenista, derrot� al Partido Socialista y acab� con la estructura pol�tica y clientelar del otrora grupo dominante.


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