La cruz y la espada: dos proyectos de pacificaci�n


Despu�s de la batalla del Mixt�n en 1542, los conquistadores y pobladores de Nueva Galicia presentaron un memorial al emperador lament�ndose de su situaci�n por la escasez y pobreza de los indios, a quienes se refer�an como de mala inclinaci�n, deseosos de tener guerra y que a duras penas extra�an algo de oro y plata.

Este memorial fue presentado despu�s de la promulgaci�n de las Leyes Nuevas en 1542, que expresaban la voluntad de la Corona para suprimir las vejaciones a los indios y limitar el poder de los encomenderos con el fin de reforzar la autoridad y la preeminencia regia. Las Leyes Nuevas reflejan tambi�n la influencia de fray Bartolom� de las Casas, quien, junto con otros religiosos dominicos, franciscanos y agustinos, cre� una corriente que se autonombr� "partido de los indios". Las Casas predicaba contra la conquista militar y econ�mica, y demandaba a la Corona que s�lo consintiera la entrada pac�fica de los padres evangelizadores.

Esto ocurr�a mientras los antiguos conquistadores y los espa�oles que reci�n hab�an llegado a la Nueva Espa�a eran atra�dos por el descubrimiento de las ricas minas de Zacatecas, hasta entonces libres de las huestes europeas. Y fue en 1555 cuando el rey Carlos V acept� la entrada pac�fica de los padres evangelizadores.

Por el a�o de 1550, despu�s de que las minas de Zacatecas hab�an sido descubiertas, comenz� una ola de asaltos perpetrados por los indios en los caminos que las enlazaban con Guadalajara, Michoac�n y M�xico. Cerca del sitio llamado Morcilique, los zacatecos mataron a un grupo de indios mercaderes procedentes de Michoac�n; despu�s atacaron las recuas de Crist�bal de O�ate y Diego de Ibarra, a s�lo tres leguas de Zacatecas; ambos espa�oles perder�an adem�s unas carretas a manos de los guachichiles entre la Ci�nega Grande y Bocas. Por su parte, los guamares se lanzaron contra una estancia de Diego de Ibarra, mataron a toda la gente y destruyeron el ganado; mientras que los copuces quemaron a los pobladores de la estancia de Garc�a de Vega, ocasionando el total despoblamiento de la villa de San Miguel.

La venganza espa�ola contra los indios no demor�. Uno de los fundadores de Zacatecas, Baltasar Temi�o de Ba�uelos, y el alcalde mayor Sancho de Ca�ego, embistieron a los guachichiles en respuesta al asalto perpetrado contra un mercader espa�ol y mataron a 40 indios tamemes. Estas acciones de escarmiento las continuar�an Hern�n P�rez de Bocanegra y, despu�s, el oidor Herrera entre 1551 y 1552.

La audiencia de Nueva Galicia inform� al Consejo de Indias sobre los asaltos de los zacatecos y guachichiles y la creciente hostilidad que mostraban otros pueblos. Propuso que para incentivar a los soldados sin costo para la real hacienda, hab�a que ofrecerles como trofeo la captura de esclavos entre los indios m�s insumisos, hecho "justificable" porque la esclavitud los beneficiar�a al apartarlos de sus reprobables costumbres "paganas". No obstante, hubo quien censur� la crueldad de los militares espa�oles, como el padre custodio fray �ngel de Valencia de la ciudad de Guadalajara, quien ante la Corona responsabiliz� de la violencia a los oidores de la audiencia.

Las acometidas de los zacatecos, guachichiles y guamares provocaron indignaci�n y desconcierto entre los espa�oles que estaban ocupando la frontera, pero no dieron marcha atr�s. Adem�s, se opusieron a la pol�tica de la Corona y de la Iglesia de suprimir las entradas para someter pac�ficamente a los indios, mediante la intervenci�n de los padres evangelizadores. Durante los a�os de 1560 a 1585 los colonizadores desobedecieron las reales c�dulas de la Corona contra el maltrato a los ind�genas. Las entradas que realizaron Francisco de Ibarra y Juan de Tolosa violaban los principios del "partido de los indios", los cuales propon�an ganar a los pueblos de la frontera mediante las misiones pac�ficas de los frailes. As� las cosas, los indios chichimecas se mantuvieron en estado de rebeli�n.

Los actos violentos en contra de los zacatecos y guachichiles perduraron casi todo el siglo XVI, hasta que hacia finales el gobierno virreinal se vio obligado a adoptar una pol�tica de paz. De nada servir�a la intervenci�n del capit�n Pedro de Ahumada S�mano, quien en 1561 intent� someter a los alzados que durante m�s de una d�cada —despu�s del descubrimiento de las minas de Zacatecas y luego de las de San Mart�n y Avino— hab�an asaltado caminos y quemado estancias. Durante el gobierno del virrey Luis de Velasco (1551-1564), los ataques chichimecas se concentraron en los centros mineros, donde el creciente tr�fico de arrieros y comerciantes ofrec�a un rico bot�n. Durante esos a�os se fundaron los asentamientos de San Miguel (1555) y San Felipe (1561) para defender los caminos de la plata.

Para solucionar de manera radical el problema chichimeca, y despu�s de consultar con frailes y te�logos, el virrey Mart�n Enr�quez (1568-1580) destin� grandes cantidades para los gastos de la guerra, a la que consider� justa, y admiti� la captura de prisioneros para darlos en servidumbre como incentivo para que hubiera mayor afluencia de espa�oles hacia el norte. Al mismo tiempo reaparec�a la cuesti�n de la esclavitud ind�gena en la frontera.

Entre 1570 y 1576 la hostilidad de los indios, azuzada por las incursiones, robos y atropellos de los espa�oles, propici� un clima de guerra que alcanzar�a proporciones de extrema gravedad. Hubo necesidad de construir presidios y guarniciones para la defensa, como Celaya y Le�n, pero la guerra se recrudeci� a tal grado que los pobladores de las minas de San Mart�n, Sombrerete y Chalchihuites advirtieron que abandonar�an las estancias porque los ataques indios hac�an imposible el abasto a los reales de minas.

Hacia 1581 la beligerancia permanente de los indios guachichiles fue causa del abandono de algunos asientos de minas, hasta que a finales del siglo los conflictos disminuyeron gracias a que el virrey Luis de Velasco II promovi� de manera eficaz la paz y el env�o de tlaxcaltecas a la frontera, una estrategia planeada en tiempos de su antecesor Villamanrique. Finalmente, luego de varios decenios de cruentas luchas entre los pobladores originales de Zacatecas y los colonizadores, el camino hab�a sido allanado para convertir a esta regi�n en emporio de la Corona espa�ola.

Desde tiempos de los virreyes �lvaro Manrique de Z��iga, marqu�s de Villamanrique (1585-1590), y Velasco II, la participaci�n del capit�n Miguel Caldera —notable mestizo de Zacatecas, destacado y respetado adversario de los naturales de la regi�n— fue determinante para garantizar las negociaciones de paz entre las partes beligerantes. Escolt� a los jefes chichimecas hasta la ciudad de M�xico, con lo que contribuy� a consolidar una diplomacia de mutuo respeto. Asimismo, fue el responsable directo de ubicar a los tlaxcaltecas en las tierras asignadas para su colonizaci�n, localizadas entre el r�o de Tlaxcalilla y el r�o principal de las minas de San Luis Potos� (el cerro de San Pedro), con la consigna de encargarse de la pacificaci�n y no permitir infiltraciones de ninguna etnia —excepto chichimecas— dentro de esos l�mites.

Fundador de ciudades como Colotl�n y San Luis Potos�, pacificador y administrador, Miguel Caldera, educado en el convento de San Francisco de Zacatecas, es el primer ejemplo de una notable estirpe de mestizos novohispanos que supieron respetar y unir nuestras dos herencias principales para iniciar ese largo camino hist�rico que se alej� de Mesoam�rica definitivamente, para adentrarse a la Nueva Espa�a y sentar las bases de lo que hoy es M�xico.


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