I
Recientemente ha venido apareciendo, sobre todo en el lenguaje periodístico,
el neologismo mexiquense, con función de gentilicio
para designar a los originarios del Estado de México o a lo
perteneciente o relativo a ese estado de la Federación. Explicablemente
esto ha provocado algunas discusiones. Convendría tener en
cuenta, al menos, algunas precisiones, unas de carácter lingüístico
o filológico y otras que quizá podrían denominarse
históricas o sociológicas.
No debe olvidarse, ante todo, que son sólo los hablantes los
verdaderos reguladores de la lengua. Los lingüistas y filólogos
son solamente observadores de los fenómenos lingüísticos
y descubridores y descriptores de los sistemas y estructuras que subyacen
en todo acto de comunicación humana. Los puristas, por su parte,
no son tampoco reguladores de la lengua, sino en todo caso tratan
(casi siempre en vano) de privilegiar alguna de las variantes lingüísticas
sobre otras en razón del prestigio de quienes las usan, aunque
algunas veces también lo hacen para evitar imprecisiones y
lograr un discurso más inteligible.
Es la lingüística, en efecto, la que nos enseña
que una cosa es la innovación y otra el cambio. Es la primera
un simple acto puramente individual de un hablante. La innovación
se convierte en cambio si es adoptada por un importante grupo de hablantes
y puede así hacerse después norma válida dentro
de una comunidad lingüística. El cambio puede ser fonético,
morfosintáctico, léxico o semántico. Puede ser
condicionado o espontáneo, según tenga o no referencia
con el contenido. Así, no es lo mismo una sonorización
de t en d (incondicionada) que una etimología
popular del tipo vagamundo por vagabundo (cambio condicionado).
En el caso que nos ocupa, se trataría de una innovación
en el inventario de los adjetivos gentilicios usados por los hablantes
de México. A reserva de analizar más adelante la propiedad
de esta nueva palabra, este neologismo o innovación, lo que
me interesa ahora destacar es lo inobjetable del hecho de que "alguien
haya inventado el término", pues toda innovación
tiene por definición el carácter de individual. Dejará
de serlo, pasará a ser hecho comunitario, cuando obtenga el
rango de cambio lingüístico, cuando los hablantes, en
su mayoría o en un buen número, la hagan suya, cuando
sea normal, esto es, perteneciente a la norma, que, de acuerdo
con las ideas de Eugenio Coseriu, puede entenderse como suma de hablas
individuales. Es así como se puede hablar de "norma mexicana"
como la suma de las hablas de los mexicanos, o de la norma de la ciudad
de México como la suma de las hablas de sus habitantes. Es
un concepto eminentemente relativo y de gran utilidad para los lingüistas
y dialectólogos.
La voz mexiquense puede pasar a formar parte de la norma mexicana
cuando un buen número de los hablantes de este país
la incorpore a su léxico. Véase que, por ejemplo, la
designación hidrocálido, para nombrar al originario
del estado de Aguascalientes, tuvo también sin duda su origen
en una innovación individual (el término y su aplicación
fueron "inventados" por alguien) y después fue adoptada
por los hablantes y hoy es quizá tan común como otras
designaciones recomendadas por los gramáticos, como aguascalentense
o aquicalidense, que no tienen además el carácter
de voz híbrida (latín y griego) del término
hidrocálido, a pesar de lo cual se impuso sobre ellas o
al menos convive con ellas en la norma del español mexicano.
Aclarado ya que la voz mexiquense, como gentilicio para designar
a los originarios del Estado de México, recién introducido,
podrá pasar a formar parte de nuestro léxico sólo
si así lo determina el uso de los hablantes, convendría
detenerse un poco a examinar la propiedad o impropiedad del mecanismo
que se utilizó para su formación y la justificación
que puede encontrarse al neologismo.
En cuanto a esto último, hay que recordar que el Estado de
México es el único que carece de gentilicio, debido
evidentemente a que la voz mexicano, que podría corresponderle,
se aplica a los nacidos en los Estados Unidos Mexicanos, nombre oficial
del país que es más conocido como México.
Haciendo un poco de historia, el territorio del actual Estado de México
perteneció primero a la provincia de México, una de
las cinco provincias mayores que integraban el reino de México.
Fue después la más importante de las 12 intendencias
en que se organizó el Virreinato en 1786. En 1821, al consumarse
la Independencia, se le reconoció como provincia de México.
Cuando en febrero de 1824 se promulgó el Acta Constitutiva
de la Federación, el Estado de México nació con
una importante reducción de territorio en relación con
el que había tenido antes. En octubre de ese mismo año
se promulgó la ley que estableció el Distrito Federal.
Hubo después otras mutilaciones que redujeron al Estado de
México a su actual superficie de 21 461 kilómetros cuadrados.
En lo que me interesa hacer hincapié es en que la designación
de provincia, intendencia o Estado de México ha sido
siempre la misma, desde la más antigua división de Nueva
España hasta nuestros días.
No creo que sea fácil encontrar, en otros países, un
caso análogo: el que la designación del país
se identifique con la de uno de sus estados, departamentos o provincias;
además, claro, de que también se da la identidad de
designación en relación con la ciudad capital, lo que,
aunque también raro, sucede con otros nombres toponímicos
(Guatemala; Panamá). Recuerdo aquel viejo noticiario
de televisión que anunciaba al Estado de México como
"el estado que lleva por nombre el de la patria misma".
En conclusión, si buscamos en cualquier enciclopedia o diccionario
el significado de mexicano, se nos explicará: "natural
de México, perteneciente o relativo a esta república
de América". Nunca se entenderá por tal ni al oriundo
del Estado de México ni al natural de la ciudad de México.
A éste quizá, por razones muy poco claras, se le conozca,
en nuestro país al menos, como chilango, capitalino o
defeño (muy reciente y, creo, aún poco aceptado);
a aquél, sin embargo, no hay forma alguna de nombrarlo.
II
Debido a que los hispanohablantes hemos determinado por el uso que
la voz mexicano designe sólo al "natural de México,
perteneciente o relativo a esta república de América",
parece conveniente crear un adjetivo para nombrar al oriundo del Estado
de México, habida cuenta sobre todo de que es el único
estado de la Federación que carece de gentilicio.
Ésta es, a mi ver, la simplísima justificación
que encuentro para que alguien ignoro quién y cuándo
haya propuesto el término mexiquense. Se pudieron haber
propuesto quizá otros, pero habría que decir lo mismo:
el éxito de la designación depende exclusivamente de
la aceptación de los hablantes. Veamos empero el mecanismo
utilizado para la creación del neologismo.
Son adjetivos gentilicios, dice el Diccionario, los que denotan la
gente, nación o patria de las personas, como español,
castellano, madrileño. Normalmente éstos se forman
mediante la adición de determinados sufijos al nombre propio
que designa el lugar (topónimo). Los sufijos gentilicios más
comunes son -ano (bogotano), -eno (chileno),
-ense (nicaragüense), -eño (limeño),
-ero (habanero), -és (cordobés).
Más raros son otros, como -eco, de origen náhuatl
y frecuente en México (tamaulipeco), -in (mallorquín),
-ita (israelita), etc. No faltan gentilicios especiales que a
veces tienen sustento en antiguas designaciones de determinado lugar,
como emeritense (de Emerita, designación
latina de Mérida), vallisoletano (de Vallisoletum,
nombre medieval de la actual Valladolid).
Por lo que a nuestro país se refiere, y en particular a los
gentilicios de los estados de la Federación, los sufijos más
comunes son, en orden decreciente: -ense (casi la mitad
de los estados forma su gentilicio con esta terminación: sonorense,
duranguense, morelense, guerrerense, etc.); -ano
(siete estados toman este sufijo, entre ellos veracruzano,
poblano, campechano); -eco (chiapaneco, tamaulipeco,
yucateco); -eño (oaxaqueño y tabasqueño);
con un solo estado aparecen en la lista: -ino (potosino),
-és (neoleonés) y -a (nayarita).
De manera consciente o por casualidad, quien creó el término
(recientemente introducido, pero creo que hace ya tiempo inventado),
no hizo otra cosa que seguir la regla morfológica al añadir
al topónimo México el sufijo gentilicio -ense
que es el más común en nuestro país para ser
aplicado a gentilicios de estados de la Federación.
En resumen, el proponer un gentilicio para un territorio que carece
de él parece justificado. Juzgo asimismo adecuado que para
ello se haga uso del sufijo más común, más normal.
Sin embargo es necesario repetir que a nadie, sino a los hablantes,
compete la regulación de la lengua. Puede discutirse, aceptarse
o rechazarse la necesidad o justificación de la voz, la conveniencia
o propiedad de su formación. Independientemente de ello, el
que el vocablo permanezca en nuestro léxico o tenga sólo
una vida efímera es asunto que sólo a los hablantes
compete.
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