Al terminar el gobierno de los españoles en
1821, los nuevos responsables de la acción política procuraron
definir sus programas. La historia no favoreci6 el desarrollo completo
de ninguno de ellos; pero su estudio es indispensable, porque nuestro
siglo XIX es un resultado del encuentro de esas ideologías y del
esfuerzo encaminado a imponerlas en el singular cuerpo del país.
Abogados de ideas republicanas aceptaron el modelo estadounidense y
los principios igualitarios franceses como la causa generadora de la
"felicidad" de las naciones. Los herederos de la tradición
colonial, dueños de los bienes agrícolas, industriales
y del comercio, defendieron la monarquía o la república
conservadora. Los caudillos perseguían con escasas excepciones
su medro personal. El progreso económico fue lento a causa de
la inestabilidad política y se inspiró en los principios
de la revolución burguesa de Occidente. Las costumbres, ligeras
y graciosas, ocultaban la tragedia interior y las irreparables lesiones
internacionales.
Iniciaremos el presente capítulo con el esbozo de las ideas políticas
para penetrar en las sinuosidad del caudillaje mexicano y los hechos
históricos ocurridos hasta 1855; apuntes sobre economía,
cultura y costumbres darán a conocer la realidad social en que
el drama se desarrolla.
Lucas Alamán fue educado conforme a principios coloniales que
caracterizaron decisivamente su personalidad política y literaria.
No lo forma la Colonia inerte y gastada, sino la que influida por el
enciclopedismo daba preferencia en sus programas al latín, matemáticas,
dibujo, francés, música y ciencias naturales, continuación
del movimiento cultural de la época de Carlos III que Humboldt
admiró en Nueva España.
La guerra iniciada por Hidalgo afectó personalmente al joven
Alamán en Guanajuato; años después refería
en su Historia cómo las turbas invadieron su casa de criollo
rico y lo zarandearon, hasta que fue salvado por la intervención
de los jefes revolucionarios. Sus estudios científicos sobreviven
a la tragedia y marcha en 1814 a España y otros países
de Europa; regresa en el año de 1820 con una cultura amplia:
"De manera que la patria no le debía un solo sacrificio,
una sola lágrima", comenta su enemigo político Lorenzo
de Zavala.
No obstante, Alamán acepta el hecho irremediable de la independencia
y forma parte de los primeros gobiernos. Su educación española
cede ante el deber de fomentar las relaciones internacionales de México,
y da instrucciones a los agentes mexicanos en el exterior para que conserven
la libertad del país y defiendan su derecho a reconocer la independencia
de las otras colonias españolas recientemente emancipadas.
La economía política atrajo a Alamán. Él
descendía de una antigua familia de mineros; la guerra había
arruinado las minas y como no podían habilitarlas de nuevo el
capital español ni el mexicano, empobrecido por la lucha, trabajó
empeñosamente en la introducción del capitalismo inglés.
La reforma legal fue profunda; a las prohibiciones de la legislación
española sucede esta concesión: "pueden los extranjeros
pactar con los dueños de minas toda clase de avíos en
los términos que ambas partes tengan por más conveniente".
Repetidamente citó a Adam Smith en defensa de este criterio.
En relación con la agricultura, exigía seguridad para
las inversiones; ampliar los cultivos de exportación (café
principalmente), a fin de que los barcos no regresaran vacíos
al extranjero; alentó la constitución de sociedades económicas
similares a la de Guatemala y abogó por la colonización
interior en tierras vacantes. Sus viajes y lecturas lo inclinaron a
fomentar el industrialismo en México; creó un banco de
avío en 1830 que, a base de protección estatal, fomentaría
los productos de la manufactura mexicana y la adquisición de
maquinaria.
En materia de gobierno, Alamán prolonga la tradición unificadora
de la Colonia y combate la organización federal. Se alarma ante
la idea de que los Estados Unidos se apoderen de alguna provincia de
Guatemala; procura fijar los límites de Texas y remediar su peligrosa
colonización extranjera mediante la ley de abril de 1830: "Se
prohíbe colonizar a los extranjeros limítrofes en aquellos
estados y territorios de la federación que colindan con sus naciones.
En consecuencia, se suspenderán las contratas que no hayan tenido
su cumplimiento y sean opuestas a esta ley". En cambio, propuso
a los empresarios norteamericanos tierras en la región del istmo
de Coatzacoalcos y Tehuantepec con la mira de obtener recursos para
abrir el canal. Si Inglaterra reconocía a México, Alamán
concedía que se le franquearan los puertos y debía solicitarse
de ella un empréstito. No faltó en la gestión pública
de don Lucas un tratado de alianza con Colombia: "base del pacto,
verdaderamente, de familia que hará una sola de todos los americanos
unidos para defender su independencia y libertad, y para fomentar su
comercio y mutuos intereses".
En el ramo de cultura, Alamán reorganizó el jardín
botánico, estableció el museo, el archivo general de la
nación, la primera biblioteca de lectura y propagó la
vacuna.
La experiencia poco halagadora de los primeros gobiernos mexicanos se
refleja en el informe ministerial de Alamán leído en 1830:
... la falta de cumplimiento a las obligaciones solemnemente contraídas
en los contratos de empréstitos ha derrocado el crédito
y la confianza; las inquietudes repetidas, el desorden en la administración
y las medidas violentas que han sido consecuencia, han destruido aquel
prestigio de estabilidad que se había encontrado creado desde
la época de la Independencia.
La activa intervención de los militares en la política
mexicana le inspiró este juicio; "hay hombres que han
acabado por hacer una especie de tráfico de las revoluciones,
estando prontos a prestar sus servicios a la primera que se promueve".
El prohombre del conservadurismo nacional apoya sus ideas políticas
en una copiosa e importante labor histórica. Defiende la tradición
española que juzga muy superior a la vida independiente: "todo
el inmenso continente de América, caos hoy de confusión,
de desorden y de miseria, se movía entonces con uniformidad,
sin violencia, puede decirse sin esfuerzo, y todo él caminaba
en un orden progresivo a mejoras continuas y sustanciales". La
obra de los primeros insurgentes fue a su juicio destructora e Iturbide
el único autor de la Independencia:
Nada es, pues, menos cierto que lo que suele decirse con jactancia,
que México ganó su independencia con diez años
de guerra y sin auxilio de nadie. Esos años de guerra no
fueron otra cosa que el esfuerzo que la parte ilustrada y los propietarios,
unidos al gobierno español, hicieron para reprimir una revolución
vandálica, que hubiera acabado con la civilización
y la prosperidad del país
La disposición pesimista con que juzga el periodo independiente
se acentúa en los momentos de la invasión norteamericana,
cuando exclama: "perdidos somos sin remedio si la Europa no viene
pronto en nuestro auxilio". Su obra histórica procura
narrar el curso de la tragedia y deducir conclusiones prudentes; esboza
una administración unitaria basada en los antecedentes de la
Colonia como único medio de salvación. Si no es practicada
y la nación mexicana desaparece, espera que el ejemplo ilustre
a otros pueblos de Hispanoamérica amenazados por iguales causas
de destrucción.
Lorenzo de Zavala inicia sus estudios en un ambiente heterodoxo. Su
maestro Pedro Moreno fomenta en la provincia de Yucatán una
revolución ideológica que el discípulo calificaría
más tarde en la forma siguiente: "Fue el primero que se
atrevió a introducir la duda sobre las doctrinas más
respetadas por el fanatismo, y que a beneficio de sus esfuerzos únicos
pudo sobreponerse a todos sus contemporáneos, enseñando
los principios de una filosofía luminosa". Zavala en sus
días de estudiante, bajo la inspiración de semejante
maestro, niega en una disputa pública la autoridad de Santo
Tomás. Alamán describe este periodo de la vida de Zavala
como una entrega a la lectura de los filósofos del siglo XVII:
"estudio más a propósito para corromper el corazón
que para ilustrar el espíritu". Participó Zavala
en los trabajos de la sociedad "sanjuanista" de Yucatán,
en la que se discutieron proposiciones agrarias e indigenistas de
hondo alcance; dejó bien pronto de ser un político teórico
para sufrir (1814-1817) larga prisión en San Juan de Ulúa,
a que lo sometió la reacción fernandina. Electo diputado
a Cortes en 1820 como lo había sido en 1814 marchó
a España y a su regreso visitó París, Londres
y los Estados Unidos. Fue simpatizador y después desafecto
a Iturbide. Tradujo y publicó en este periodo el Tratado
de las garantías individuales, de Daunon. Redactó
el discurso preliminar de la Constitución federal de 1824;
colaboró en la prensa avanzada de la metrópoli mexicana
y en las logias yorquinas; obtuvo cargos en las cámaras, gobernó
el Estado de México, fue ministro de Hacienda bajo la presidencia
del general Vicente Guerrero y, por último, representó
diplomáticamente a México en París.
Zavala fue un censor riguroso de la colonización española.
Estimaba que los peninsulares se ocuparon únicamente en acumular
riquezas en la oscuridad de sus sucios almacenes, acostumbrando a
sus descendientes a la obediencia pasiva y al doble yugo de la superstición
y del despotismo: "el poder de las armas y la influencia sacerdotal
componían el gobierno; dirigían la moral, los sentimientos,
el carácter del pueblo..."
Distinguía nuestro autor en la economía rural de Nueva
España cuatro clases de propiedades: tierras concedidas a las
personas que contribuyeron a la conquista; heredades de conventos
y establecimientos piadosos que traían su origen de concesiones
reales, legados testamentarios, donaciones inter vivos y algunas
pocas de contratos de compra y venta; grandes propiedades de los descendientes
de españoles ricos compradas desde tiempos remotos al gobierno
o a los indios, cuando tenían un precio sumamente bajo y a
las que se fueron agregando sucesivamente otras hasta formar las haciendas
que valían desde medio millón de pesos hasta dos millones;
finalmente, pequeñas propiedades cuyo valor no excedía
de seis a quince mil pesos, adquiridas por compra, herencia u otro
título semejante:
Todas estas posesiones están en manos de los españoles
o sus descendientes y son cultivadas por los indios que sirven de
jornaleros. De siete millones de habitantes que ocuparán
ahora aquel inmenso territorio, cuatro al menos son de indios o
gentes de color, entre los cuales noventa centésimos están
reducidos al estado que he dicho anteriormente: "sin propiedad
territorial, sin ningún género de industria, sin siquiera
la esperanza de tenerla algún día". De consiguiente,
no existe en aquel país aquella gradación de fortunas
que forma una escala regular de comodidades en la vida social, principio
y fundamento de la existencia de las naciones civilizadas. Es una
imagen de la Europa feudal, sin el espíritu de independencia
y el enérgico valor de aquellos tiempos.
Zavala fue uno de los primeros admiradores de los caudillos insurgentes;
no ocultaba sus defectos ni lo que se debía a Iturbide; pero
quiso destacar la contribución que prestaron a la obra de la
separación política de España; por eso propuso,
sin hallar eco, que se erigiera un monumento a Hidalgo en el Monte
de las Cruces. Consideraba que la represión ejercida por los
españoles durante esa guerra engendró el odio que había
de manifestarse después en las medidas de expulsión
dictadas en diciembre de 1827 y marzo de 1829; se opuso a la aprobación
de las mismas por apego a las doctrinas liberales, aunque señaló
las raíces históricas de la actitud popular.
Cree nuestro político en la soberanía popular, las garantías
individuales, la tolerancia religiosa, la educación del pueblo;
ataca al clero y a los militares que representan la herencia del pasado;
admira ilimitadamente a los Estados Unidos del Norte, cuyas instituciones
califica de "sistema completo; obra clásica, única:
un descubrimiento semejante al de la imprenta, al de la brújula,
al del vapor". Cuando gobierna en el Estado de México,
propone el fraccionamiento de las fincas rústicas de las misiones
de Filipinas para entregar las tierras a familias que pagarían
un censo perpetuo de cinco por ciento anual, destinado a la reparación
de los caminos; los religiosos de otros estados no podrían
entrar en el de México.
A pesar de su filosofía enciclopedista, Zavala no pierde de
vista el sentido de la realidad y manifiesta que no le satisfacen
las declaraciones teóricas de las primeras leyes nacionales;
existen "las fórmulas, las frases, las palabras, los nombres,
los títulos, en suma todas las apariencias constitucionales
de la república de los Estados Unidos del Norte; aunque falta
mucho para que las cosas, la esencia del sistema, la realidad, corresponda
a los principios que se profesan". La reforma de las tradiciones
y de los hombres agrega provocará una agitación
de duración considerable.
Su sagacidad nos legó definiciones plásticas de la política
mexicana válidas en muchos respectos aún. Veamos por
ejemplo cómo juzga los inconvenientes de los periodos presidenciales
cortos:
Un presidente, cuyo mando no pueda durar cuatro años, no
ofrece garantías de estabilidad social en un país
en que uno de los resortes más poderosos de acción
en la dirección de los negocios es la facilidad de vivir
por empleos públicos. Si en los Estados Unidos del Norte...
vemos empeñarse las elecciones de presidente hasta el punto
de producir discusiones amargas, diatribas insolentes... ¿qué
puede esperarse entre los mexicanos, en donde la mitad de la población
vive en la indigencia y la tercera parte espera recibir del candidato
a la presidencia empleos o comisiones para su manutención;
en donde los hábitos de la esclavitud hacen de los victoriosos
opresores y de los vencidos, rebeldes, en donde el interés
de la superioridad no es sólo el punto de honor de la opinión,
ni mucho menos el deseo del triunfo de los principios sino el de
la ambición y, lo que es peor, de las venganzas? Es necesario
que una lucha terrible se entable entre los pretendientes: que la
colisión sea tanto mas violenta cuanto que los intereses
que se versan son más graves y personales; cuanto que se
disputa de la paz doméstica, de la libertad individual, de
la existencia misma.
Agudeza semejante despliega Zavala al hablar de las dificultades
de una administración nueva, el papado y la independencia de
América; la actitud de los liberales españoles vencidos
por no haberse unido a los progresistas de América; la elevación
de los ineptos al gobierno; el desconcierto de la marina mexicana;
el sufragio popular, la chabacanería del periodismo en Hispanoamérica
independiente; la indiferencia del pueblo ante los pleitos militares,
cuya situación no varía, cualesquiera que sean los diversos
aspectos y las formas diferentes con que se anuncie un nuevo orden
de cosas; el despotismo de las masas y el de los aristócratas:
"el partido de los pocos es más organizado, cauto e hipócrita
en sus venganzas".
En materia internacional, Zavala defiende las causas similares a las
de la libertad de América: Grecia, Polonia y Francia en julio
de 183O. Como otros liberales mexicanos, no se mostró favorable
a Bolívar, porque lo juzgaba inclinado a programas dictatoriales.
Sobre el militarismo de México escribía: "cuando
las tropas de línea no toman parte en el movimiento de cualquier
partido, éste jamás puede conseguir el triunfo por más
popular que parezca y más justas las razones que hay en su
favor", Las tropas permanentes causan gastos inútiles
y, obrando como masas organizadas bajo la dirección de jefes
ambiciosos, convierten los gobiernos civiles en sus instrumentos o
sus víctimas: "diez o doce coroneles de cuerpos regimentados,
y cuatro o cinco generales, formando un sistema combinado, oprimen
al país, y sin alterar las fórmulas republicanas, todo
marcha bajo sus inspiraciones"; es lo que llamó con expresión
feliz "un ejército deliberante".
La provincia de Texas mediaba entre la nación más admirada
por Zavala y México, gobernado en 1830 por el partido conservador.
Este territorio podía ser el origen de una renovación
política radical; sus colonos sajones "cuando un jefe
militar intente intervenir en sus transacciones civiles, resistirán
y triunfarán"; "alegarán las instituciones
que deben gobernar al país, y querrán que no sean un
engaño, una ilusión, sino una realidad"; Zavala
prevé que los estados de México dominados por la tradición
española se opondrán al progreso de los colonos del
norte, pero
el término,.. será el triunfo de la libertad de estos
estados; y sobre los escombros góticos y de privilegios insostenibles,
se levantará una generación gloriosa e ilustrada,
que poniendo en movimiento todos los elementos de riqueza de que
abundan, asociará al fin esa clase indígena degradada
y envilecida hasta hoy a la familia civilizada, enseñándola
a pensar y a estirnar su dignidad elevando sus pensamientos.
Corno no le satisfacía el liberalismo abstracto, quería
injertar en la realidad mexicana un grupo humano lo suficientemente
fuerte para asegurar el triunfo del programa democrático. Hasta
qué grado sobreponía estos intereses a los de la nacionalidad,
lo demuestra un comentario suyo relativo a la posible incorporación
de Cuba a Norteamérica: "Suerte feliz, si se considera
como debe ser, la que toca a los habitantes que entran en los goces
de la más amplia libertad social, y reciben del nuevo gobierno
el derecho de gobernarse por sí mismos. ¿Qué
son, en efecto, la Luisiana y las Floridas después de haber
salido del yugo colonial, sino países libres y felices que
hacen progresos rápidos hacia la prosperidad, y en donde la
abundancia se ha sustituido a la pobreza de sus antiguos habitantes?"
Zavala sostuvo que la política del gobierno mexicano no debía
consistir en oponerse al progreso de la colonización extranjera
en Texas sino en "refundir la sociedad nueva con la antigua,
y formar de su fusión una sociedad libre, una nación
digna de presentarse en un mundo civilizado como el modelo de los
esfuerzos que el género humano hace para los adelantos de la
perfección social". Participó en la obra de la
colonización texana adquiriendo tierras y fundando una compañía
de fomento.
La independencia de Texas irremediable tal vez aun bajo la administración
de gobiernos mexicanos liberales demuestra que Zavala no meditó
bien su proyecto; los colonos preferían unirse a su país
de origen antes que "redimir" a los indohispanos de México;
las razas del norte no habían dado muestras de espíritu
apostólico, contra lo que don Lorenzo esperaba de ellas. Mas,
¿no era éste el final lógico de un pensamiento
que comenzaba por negar los valores de su historia? Zavala, como el
español Mina, sacrificó a la universalidad del progreso
la causa de su país. Aceptó sin escrúpulos la
vicepresidencia texana y murió en esa tierra.
José María Luis Mora nació en la región
central de la meseta mexicana. La revolución de Hidalgo arruinó
a su familia radicada en Guanajuato, mientras él estudiaba
en México, donde recibió más tarde las órdenes
sacerdotales. En 1820 adoptó "el partido del progreso";
explicaba que los hombres del partido contrario lo exaltaban cuando
se separó de ellos de hecho, pues por convicción ya
lo estaba desde mucho tiempo antes. Fue colaborador destacado de la
administración liberal de Gómez Farías, al punto
de que él mismo nos informa: "Se dijo y repitió
hasta el fastidio, que cuanto se hacía en aquella época
era por influjo de Mora"; no creía compatible esta tutela
con la energía de Farías y aclara: "uno es que
Mora pensase y desease lo mismo que el señor Farías
en los puntos capitales, y que en consecuencia se encargase de estudiarlos
para facilitar su ejecución, y otro es que hiciese ceder o
doblegarse esta voluntad de fierro que hasta ahora nadie ha podido
someter".
El programa adoptado por Mora consistía en: "la ocupación
de los bienes del clero, la abolición de los privilegios de
esta clase y de la milicia, la difusión de la educación
pública en las clases populares absolutamente independiente
del clero, la supresión de los monarcas, la absoluta libertad
de opiniones, la igualdad de los extranjeros con los naturales en
los derechos civiles, y el establecimiento del jurado en las causas
criminales".
Dedicó amplio estudio a la administración española
porque, "a pesar de los cambios de instituciones y régimen
gubernativo, la administración actual mantiene y ha de mantener
muchos principios de la anterior". Era imposible que Mora se
emancipase de los prejuicios del siglo XIX para enjuiciar la Colonia;
pero si se omiten sus alusiones al despotismo político, la
influencia sacerdotal, a la política de protección al
indígena y otros extremos que sirven más para definir
el criterio histórico de los liberales de su época que
para conocer exactamente el objeto por ellos juzgado, se advierte
un propósito comprensivo libre de intenciones dolosas. No deja
de establecer de acuerdo con la posición progresista
una antítesis entre la libertad a que aspira la política
independiente y la estructura colonial.
Mora consideró la revolución de Hidalgo "tan necesaria
para la consecución de la independencia como perniciosa y destructora
del país", porque a fin de combatir los hábitos
coloniales halagó las pasiones de la multitud; para atraer
a los indígenas habló de las atrocidades de la conquista;
"este suceso, pues, al cual era debido la existencia de la Colonia,
se convirtió en un motivo de revolución, y se quiso
deducir de ella la justicia de la independencia de un pueblo que nada
tenía de común con la nación destruida".
Juicio que acerca ocasionalmente a nuestro filósofo a la visión
histórica de Alamán.
En el discurso sobre el curso natural de las revoluciones, Mora ensaya
una comprensión científica de la violencia política.
Según él, las revoluciones producidas por una causa
directa difieren de las ocasionadas por un movimiento general del
espíritu de las naciones; estas últimas se manifiestan
primero por un audaz idealismo de los promotores: "La idea de
una renovación completa los lisonjea, lejos de arredrarlos;
el proyecto les parece fácil, y feliz y seguro el resultado;
lánzanse a él sin aprensión ni cuidado, y no
contentos con modificar el orden existente, ansían por crear
uno enteramente nuevo. Esto hace que en poco tiempo la destrucción
sea total". A los primeros autores puros de la revolución,
suceden hombres de clases inferiores que abusan de las ideas proclamadas,
pero Mora les reconoce aún alguna probidad; cuando ellos pasan
"entonces las revoluciones de los pueblos dejan de ser objeto
de la historia de las opiniones humanas, y pertenecen sólo
a la de las pasiones e intereses personales"; en el último
momento de la violencia todavía invocan los dominadores lemas
de razón, y hallan filósofos complacientes que disculpan
las matanzas, y amigos de la libertad que elogian el poder arbitrario.
El saldo de la revolución depende de lo obtenido cuando termina
el periodo de represión, porque existe el peligro de volver
al punto de partida como ocurrió en España a la
caída de las últimas Cortes. En este trazo doctrinal
se percibe una alusión discreta a la historia de México
de Gómez Farías a Santa Anna.
La filosofía revolucionaria de Mora le permite desautorizar
la opinión europea condenatoria de los nuevos países
americanos. Explica: "El estado transitorio en la sociedad es
penoso para las personas, porque no les proporciona las ventajas del
antiguo orden de cosas, ni las que se prometen en el nuevo: así
es que hacen los mayores esfuerzos, unos para restablecer lo que ha
empezado a caer, y otros para concluir lo que se está levantando
sobre las ruinas del antiguo edificio". Es una lucha fatal que
se libra entre doctrinas apoyadas en realidades e intereses; y espera
que concluirá en favor del progreso.
Sobre la población de México escribió páginas
importantes. Creía que "las razas mejoran o empeoran con
los siglos... lo puede todo la educación". Este principio
le reconcilia con la población de su país. Es optimista
con respecto a los indios aunque no aprueba el indigenismo exaltado
de Rodríguez Puebla y considera un despropósito
"decir que no serán ni son capaces para regirse y gobernarse
por sí mismos". Defiende la semejanza de los criollos
con los españoles, aunque reconoce algunos rasgos diferenciales;
la holgazanería y disipación que se atribuye a aquéllos
son defectos corregibles por la educación.
Con exageración cuenta los progresos obtenidos por la población
mexicana desde la separación de España: más cultura,
aprendizaje de idiomas, especialmente el francés, instrucción
superior del sexo femenino, desarrollo del gusto por la música
y mejoría en trajes y mobiliarios. El odio hacia lo español
fomentará las modas inglesas y francesas, lo cual no le agrada
porque "los hábitos sociales franceses son demasiado libres".
Entre los progresos políticos enumera el sistema representativo
federal; censura la intolerancia religiosa y algunas costumbres peligrosas:
"llamamos charlatanismo, ese espíritu de hablar
de todo sin entender nada; ese hábito de proyectar y hablar
de reformas y adelantos que no se tiene la voluntad ni resolución
de efectuar".
Mora estudió el problema más apremiante de su medio:
el militarismo, "El espíritu de rebelión, el deseo
de avasallarlo todo, el apetito inmoderado de condecoraciones y ascensos
y el empeño de hacerse rico en pocos días, son los vicios
característicos del soldado privilegiado, y el origen más
fecundo de los desórdenes de la República mexicana."
Las revoluciones populares son asoladoras, pero se disipan con la
misma rapidez con que se forman, y no aparecen sino pocas veces, cuando
la administración es realmente insoportable; las militares,
al contrario, una vez que el soldado ha perdido la disciplina, contrae
un hábito de sublevarse, porque no se le dio gusto o porque
espera adelantar su fortuna, y como estos motivos pueden existir y
realmente existen, aun supuesta la bondad de la administración,
y tal vez por ella misma, todos los días se turba el orden
publico, sin ventajas sociales, sin objeto político, y sólo
por los intereses mezquinos de hombres que todo lo pretenden.
No es posible que el gobierno civil se oponga a los sublevados: cuando
llama al ejército fiel lo halla desorganizado y sin armas,
porque las asignaciones se malversaron.
En materia económica, Mora combatió los métodos
intervencionistas heredados del sistema colonial. "El espíritu
entrometido del gobierno español, que se hace sentir todavía
en las autoridades de los estados y de la Federación, es lo
peor de la política del país y retardará en él
por muchos años los progresos en todos los ramos de la prosperidad
pública." Estimaba, no obstante, que había mejorado
el país económicamente en relación con la época
de la Colonia. Admitía la existencia de una bancarrota agraria;
después de la guerra las fincas tenían un valor inferior
a los capitales que reconocían; atribuía el número
y monto de las hipotecas a la abundancia del capital de obras pías
que destinaba el clero a tales operaciones, de suerte que el problema
hubiese surgido aun sin ocurrir la guerra. Aconsejaba una reducción
de los réditos y la intervención del legislador en defensa
de la propiedad particular. Las hipotecas habían impedido,
según Mora, el fraccionamiento comercial de las grandes fincas.
La idea en favor de la propiedad particular la extiende Mora a la
posesión minera, y combate el uso colonial de admitir el denuncio
de las minas que temporalmente suspendieran sus trabajos. Era escéptico
en cuanto a las posibilidades industriales de México, y atacó
los proyectos de Alamán en este ramo, sobre todo por el cariz
estatal proteccionista de los mismos.
Mora escribió sobre problemas internacionales. No simpatizaba
con el proyecto del Congreso Continental ideado por Bolívar.
En cuanto a las espinosas cuestiones de límites con los Estados
Unidos predecía: "Los proyectos de engrandecimiento de
esta república son vastísimos, como lo anuncian las
ideas de sus escritores, y ellos dejarán sólo de realizarse
en el caso único de una imposibilidad absoluta". Proponía
colonizar la línea divisoria y oponer no ejércitos "sino
masas de población ligadas por empeños recíprocos
e intereses comunes con la República mexicana", cauta
condición que no figuraba en los planes de Zavala. Sin embargo,
nada más lejos de él que aceptar una xenofobia general:
criticó la inclinación fomentada por el espíritu
religioso en contra de los extraños y deseó abrir el
país a la co1onización, atrasada en México por
esta causa y no por los disturbios políticos, ya que "en
Buenos Aires se han realizado grandes proyectos de colonización
a pesar de que ninguna de las nuevas repúblicas ha sido menos
estable en su sistema político". Se opuso a la expulsión
de los españoles y fustigó a los mexicanos que la pedían:
"ahora blasonan de patriotas, pretenden confundir la causa de
España con la de los españoles, y procuran hacer odiosos
a los que no habrían causado ningún perjuicio, si hubiesen
quedado reducidos a sus fuerzas individuales por la sustracción
del apoyo que les prestaron"; reconocimiento precoz de la minoría
de los españoles frente al problema de la independencia y del
papel desempeñado por los criollos que apoyaron al partido
de la dominación.
En resumen: la filosofía política mexicana en las primeras
décadas independientes ofrece gran variedad. Los autores se
agrupan más bien por actitudes personales ante los diversos
temas que por su participación en escuelas definidas. Reciben
los estímulos generales de la filosofía universal; viajan,
observan y admiran medios europeos y norteamericanos, a veces también
de Sudamérica; adoptan posiciones de aprobación o condena
con respecto al pasado colonial y a la guerra de la Independencia;
creen o niegan las posibilidades de su propio pueblo; se adhieren
a los partidos en pugna y comprenden que el militarismo imposibilita
la acción honrada de todos. Al primer optimismo sucede peligrosa
desesperanza. Alamán clama por Europa. Zavala se entrega a
Norteamérica. Mora filosofa y reduce a proposiciones objetivas
sus desgracias.
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