CAUDILLAJE Y HECHOS HISTÓRICOS HASTA 1855

La historia de México hasta 1855 puede escribirse con más propiedad si se emplea el criterio cuantitativo que si se recurre al cualitativo. Es decir, la cuenta de los motines, pronunciamientos, rebeldías y desastres es más breve y expresiva que la apreciación de las características, fines y "sentido" de estos hechos. Sin embargo, desde un punto de visita biológico, la ciega lucha por el poder y las fisonomías de los voraces jefes son interesantes. Los filósofos políticos convienen en que sus ideas no pueden repercutir prácticamente si no es a través de algún caudillo; esta condición prostituye los más elevados fines, pero abre la vida pública a los hombres de presa; triunfa quien posee mejores aptitudes de combatiente y mayor despreocupación con respecto a los programas firmes. Alamán nos señala al héroe monstruoso cuando dice que esta época "pudiera llamarse con propiedad la historia de las revoluciones de Santa Anna".

Comenzó éste su carrera militar en 1811 al servicio del gobierno español. Se rebeló por primera vez cuando Iturbide atrajo a insurgentes y realistas al Plan de Iguala. Santa Anna observó el quebranto de la disciplina colonial y la sustitución de la monótona hoja de servicios del escalafón antiguo por los nuevos métodos más accesibles. En diciembre de 1822 traicionó a Iturbide, a quien admiraba en los primeros momentos del Imperio. De esta rebeldía nació el gobierno republicano de México.

El 10 de octubre de 1824 tomaron posesión de la presidencia y vicepresidencia de la República, respectivamente, Guadalupe Victoria y Nicolás Bravo. El castillo de San Juan de Ulúa, último reducto español, capituló el 18 de noviembre de 1825. Aborta una conspiración españolista y el partido popular decreta la expulsión de españoles. El 23 ocurre un nuevo levantamiento en el que participa el vicepresidente; es derrotado y sale del país. Las "instituciones" militaristas prosperan consistentemente: los partidarios del general Guerrero desconocen el resultado de las elecciones ganadas por Gómez Pedraza. Santa Anna se pronuncia en Jalapa el 16 de septiembre de 1828. En noviembre lo secundan en México Lorenzo de Zavala y el general Lobato. Sigue al triunfo de éstos un saqueo escandaloso del comercio de la capital. Guerrero toma posesión de la presidencia en abril de 1829.

En septiembre de este año ocurre el desembarco y derrota del brigadier español Isidro Barradas, encargado de la reconquista de México. La acción proporciona a Santa Anna renombre nacional. Quedaba iniciada la serie ininterrumpida de agresiones que había de sufrir México en el siglo XIX, mientras su anarquía interior devoraba hombres y recursos. En diciembre, el vicepresidente Bustamante, con tropas destinadas primitivamente a la defensa del país, se subleva y derroca a Guerrero. Su gobierno es de matiz conservador y adopta métodos persecutorios y sangrientos; el 14 de febrero de 1831, víctima de una traición, es fusilado el ex presidente Guerrero. El "sistema" político en formación gana definitivamente otro rasgo: la crueldad.

Santa Anna se pronuncia en Veracruz el 2 de enero de 1832. Gobierna brevemente Gómez Pedraza y es electo aquél presidente. Durante su ausencia voluntaria manda el vicepresidente Gómez Farías, de filiación progresista. Por primera vez se intenta la aplicación rápida de un programa que ataca los cimientos conservadores de la sociedad colonial: secularización de las misiones de California; incautación de los bienes de las misiones filipinas; extinción de colegios y universidad dirigidos por el clero; supresión de la coacción civil para el cumplimiento de votos monásticos y pago de diezmos; prohibición de enajenar bienes del clero regular; disolución de cuerpos del ejército sublevados contra la constitución federal. Santa Anna ampara a la reacción y contiene la reforma. En esta ocasión acepta la organización centralista de acuerdo con las bases de 23 de octubre de 1835 y constitución de 29 de diciembre de 1836. Estableció ésta, en primer término, los derechos y obligaciones de los mexicanos; creó un suprerno poder conservador depositado en cinco individuos elegidos por las Cámaras de acuerdo con listas propuestas por las juntas departamentales, poder que declararía la nulidad de las leyes o decretos contrarios a la Constitución, así como de los actos del Ejecutivo y Suprema Corte de Justicia en casos similares; se establecía un órgano legislativo compuesto de dos Cámaras; el Ejecutivo quedaba en manos de un presidente que duraría ocho años y sería nombrado por las juntas departamentales de acuerdo con las ternas propuestas por la Corte de Justicia y las Cámaras; habría además un Consejo de Gobierno formado por trece personas: dos eclesiásticos, dos militares y representantes de las demás clases de la sociedad; daría su dictamen al gobierno en los casos en que se le exigiera; se creaban cuatro ministerios, cuyos titulares serían designados exclusivamente por el presidente de la República. La Corte de Justicia se compondría de once ministros y un fiscal. Al frente de los departamentos habría gobernadores, desautorizados para levantar fuerza armada salvo en los casos en que se los ordenara el gobierno general o la ley.

Santa Anna fue de esta suerte defensor del federalismo y luego su enemigo. A su amparo Gómez Farías impulsó el progresismo ("parodia de la Revolución francesa según Alamán; primer esfuerzo político serio según Mora), y los conservadores lograron imponer una modificación fundamental en las instituciones. El credo ambiguo y desconcertante de este caudillo queda expuesto en carta a José Fernández Ramírez: "Yo no me he unido a ningún partido de los que destrozan la patria, ni cooperaré jamás a ser un ciego instrumento; sin abandonar aquella independencia que me es genial, y consultando los verdaderos intereses de la patria he obrado siempre por las inspiraciones de mi corazón". Acertadamente llamaba Olaguíbel a Santa Anna en La Oposición, año de 1834, "ídolo sucesivamente de entrambos partidos y abominado a la vez por entrambos".

Antes de emprender el estudio de subsecuentes episodios internacionales, conviene puntualizar que los Estados Unidos habían declarado en marzo de 1822 que reconocían a los países hispanoamericanos; su primer enviado llegó a México en mayo de 1825. Inglaterra nombró al suyo en ese mismo año. Francia en 1830. España en diciembre de 1836 otorgó el reconocimiento.

La rebelión de los colonos de Texas advirtió a los mexicanos que el peligro exterior se había trasladado de España a los Estados Unidos. La impaciencia territorial de este país se había manifestado con anterioridad a la independencia de México. En su política influía también el deseo de impedir intromisiones europeas en zonas que no podía defender México convenientemente. Poinsett en 1822 dejó vislumbrar a Azcárate, hombre de confianza de Iturbide, que su misión obedecía a la idea de "absorber toda la provincia de Texas y parte del reino de León para hacerse de puertos, embocaduras de ríos y barras en el Seno Mexicano; tomarse la mayor parte de la provincia de Coahuila, la Sonora y California Baja, toda la Alta y el Nuevo México, logrando así hacerse de minerales ricos, de tierras feracísimas y de puertos excelentes en el mar del Sur". Santa Anna marchó al frente del ejército encargado de someter a los colonos rebeldes. Desde un principio empleó la crueldad, argumentando: "ésta no es una guerra de hermanos, como las que desgraciadamente hemos tenido entre nosotros". Hubo ejecuciones hasta de 300 personas, que recordaban las de la guerra de la Independencia mexicana y causaron un efecto político lamentable. Después de alcanzar las armas mexicanas los primeros triunfos, Santa Anna se desprendió del grueso de sus fuerzas y en rápida escaramuza a las márgenes del río San Jacinto fue derrotado y preso en abril de 1836. Tenía 1200 hombres y el enemigo 800. Razonablemente confesó a Ramírez que los generales mexicanos no eran más que cabos: en un combate parcial había arriesgado la suerte de la campaña, arrastrado por la esperanza de sorprender al gobierno texano. Es útil recordar que cuando Santa Anna triunfó en 1829 sobre Barradas, expuso también sus fuerzas a un grave riesgo que entonces pudo conjurar. Su sistema militar era de bruscos y audaces asaltos que jefes más responsables no arriesgaban. La reacción del general Sesma al conocer la noticia del desastre de San Jacinto fue de una precisión instintiva: "¡Válgame Dios! Se perdió y nos perdió, por su malditísima precipitación y por no querer oír a sus amigos".

Prisionero Santa Anna, escribió a su segundo Vicente Filisola que retirara las tropas mexicanas "pues se ha acordado con el general Houston un armisticio, ínterin se arreglan algunas negociaciones que hagan cesar la guerra para siempre". Antes de recibir esta nota, Filisola había arengado a sus soldados con motivo del descalabro del jefe: "Un enemigo cobarde y pérfido ha podido casualmente adquirir, ventajas sobre la sección que mandaba personalmente el general presidente, por el mismo desprecio que aquél le inspiraba... somos fuertes y nos está encomendado el honor de la nación, y la venganza de su ilustre hijo el general Santa Anna..." El avance sobre el enemigo no se realizó; Filisola comenzó a retirarse a las márgenes del río Colorado y recibida la carta de Santa Anna siguió hasta Guadalupe Victoria.

El caudillo firmó en la prisión los tratados públicos y secretos de Velasco que aplazaban las hostilidades y ofrecían preparar el reconocimiento de la independencia de Texas por parte del gobierno de México. A cambio de esto, el presidente sería devuelto a su país. Los texanos exaltados impidieron el cumplimiento y el gobierno mexicano, que desconoció el valor del pacto en 20 de mayo de 1836, sustituyó a Filisola por Urrea, barruntándose la reanudación de la guerra. Austin y Santa Anna solicitaron la mediación del presidente norteamericano Jackson. El prisionero marchó a Washington y después embarcó con destino a Veracruz.

En las ocasiones de inseguridad o derrota Santa Anna aguardaba pacientemente los acontecimientos en su retiro de Manga de Clavo. La pérdida de Texas, en realidad, no era imputable únicamente a su impericia militar; los odios interiores de México contribuyeron al desenlace. El federalista mexicano Zavala defendía la rebelión texana alegando: "Se dice que los habitantes de Texas están en deuda con el supremo gobierno de México y con los funcionarios del Estado. Esto es verdad; pero debe recordarse que esos gobiernos estuvieron formados por los mismos hombres que ahora son perseguidos, entre quienes tengo el honor de contarme". La Secretaría de Relaciones Exteriores decía a su vez por conducto del ministro centralista, el 31 de agosto de 1835: "olvidando lo que deben al gobierno supremo y a la nación que tan generosamente los admitió en su seno [los colonos de Texas] se han sublevado contra ese mismo gobierno, haciendo armas contra las de la nación bajo el pretexto de sostener un sistema cuyo cambio ha pedido una mayoría inmensa de mexicanos". Mora comentaba:


    ...la República que había mantenido su integridad y permanecía en paz con todo el mundo, bajo el sistema federal, ha sido desmembrada bajo el régimen central... Tornel [hombre que se ha echado a cuestas la librea de cuantos han querido ocuparlo como lacayo] y los hombres de privilegio se figuraron que en la lucha de soldados mexicanos contra colonos texanos, la ventaja siempre quedaría por los primeros.


Era la discordia interior proyectada en la frontera; Santa Anna la dominaba normalmente en México, pero sus pronunciamientos y proclamas eran ineficaces cuando intervenían fuerzas poderosas extrañas, como el interés del gobierno norteamericano. Entonces no daba lo mismo lo uno o lo otro, ni la inercia gubernamental y el estado lamentable del país podían hacer frente a la crisis.

El general Anastasio Bustamante fue electo presidente y tomó posesión el 12 de abril de 1836. En mayo dominó un movimiento armado que inició en San Luis el general Moctezuma. En marzo de 1838 el peligro exterior se presentó bajo la forma de un apremio francés. Comenzaba la práctica —generalizada en Hispanoamérica en el siglo XIX— de cobrar cuentas dudosas con una escuadra dispuesta a razonar estrepitosamente. De parte del reclamante se argüía: "De trece años a esta parte que principiaron a establecerse relaciones regulares y seguidas entre Francia y México, un número casi infinito de súbditos de S. M. se ha hallado expuesto en el territorio de la República a los atentados más graves contra sus personas y propiedades". "Nada tiene de contrario a las máximas generalmente recibidas en las relaciones de gobierno a gobierno, que el de S. M., después de haber agotado todas las vías de conciliación, apoye sus demandas con el envío de fuerzas navales." El gobierno mexicano sostenía: "Ya sea que se considere el punto de indemnización con relación al derecho de gentes o al internacional, el gobierno no encuentra que haya la menor obligación para hacerlas, cuando se reclaman por pérdidas que han sufrido nacionales o extranjeros a consecuencia de un movimiento revolucionario".


    Los particulares, sean mexicanos o extranjeros, no pueden exigir más protección del gobierno en sus personas y propiedades que las que pueden prestarles según el estado político del país: los primeros saben bien que por ser miembros naturales de la sociedad en que viven, deben sujetarse a los inconvenientes que esta misma sociedad presenta en circunstancias de inquietud y trastorno; y los otros, al venir voluntariamente a la República, han convenido en ser de la misma condición; y no podrían tampoco, sin desconocer los principios más comunes del derecho público, aspirar a privilegios y concesiones de que carecen los nacionales.


Un examen minucioso de los documentos franceses relativos a esta expedición, hace sospechar la existencia de miras distintas del cobro de las cuentas. El plenipotenciario Baudin se creyó obligado a exponer: "Ha existido en México un partido que ha creído, con razón o sin ella, que la forma de gobierno republicano no convenía a este país y que ha querido imponer un gobierno monárquico bajo un príncipe extranjero. Se sabe que este partido trabaja hace largo tiempo en irritar a la Francia con toda especie de vejaciones y ultrajes hacia los franceses, esperando que la Francia, aburrida, se determinase a emprender una guerra de conquista y a fundar un trono mexicano, sea para uno de los príncipes de la casa de Borbón de Francia, sea para uno de los de la casa de España"; procuraba disipar estos temores y hacía ver que las reclamaciones pecuniarias francesas no eran un pretexto ridículo ("formadas solamente por algunos pasteleros cuyas tiendas habían sido saqueadas") sino una considerable realidad, porque: "el monto del comercio de importación de Francia a México es igual a las dos terceras partes del de la Gran Bretaña; y superior al de todas las demás naciones incluso aun el de los Estados Unidos. Este comercio se compone de otros artículos que de pastelitos". Sea por las miras políticas atribuidas a Francia o por rivalidades de imperialismo económico, lo cierto es que Inglaterra y los Estados Unidos no permanecieron indiferentes: llegó un representante inglés con barcos de su nación a Veracruz y medió entre franceses y mexicanos. El ministro de Relaciones de México juzgó oportuno informar al plenipotenciario francés en noviembre de 1838, que había recibido documentos sobre el ofrecimiento de cooperación hecho por los Estados Unidos a Londres y París con motivo de las diferencias francomexicanas. En consecuencia de estas oportunas mediaciones se firmó el tratado amistoso de 9 de marzo de 1839; México reconoció a Francia una deuda de 600 000 pesos fuertes, pagadera en tres libramientos contra el administrador principal de la Aduana de Veracruz a 2, 4 y 6 meses de plazo.

Las revoluciones del año 1839 fueron vencidas en Tampico y Acajete por Bustamante y Santa Anna. También lo fue la de Gómez Farías y el general Urrea en la capital de la República que comenzó el 15 de julio de 1840. De los documentos relativos a esta última, copio algunos ejemplos de la literatura política mexicana del siglo XIX, tan copiosa y rica en matices que podría llegar a constituir una biblia del pronunciamiento: "La seducción que se ha extendido a una pequeña parte del pueblo y de la guarnición de esta capital... el olvido del honor y del deber... el gobierno no ignoraba las maquinaciones... la tranquilidad pública será restaurada". "El ciudadano general... con la mayor parte de la guarnición y toda la población se ha pronunciado por... el objeto es volver a unir a todos los mexicanos, proclamando la libertad de opiniones y el respeto a las vidas, propiedades e intereses de todos... nadie ha resistido nunca a un pueblo que lucha por su libertad y que defiende sus sagrados derechos", etcétera.

En 1841, desterrados Gómez Farías y Bustamante, vuelve Santa Anna al poder. La desarmonía del país exige el gobierno de quien está en perpetua transición. El 6 de enero de 1843 se reúne una junta de notables y el 12 de julio se expide nueva constitución centralista. Esto nos hace insistir en la justeza del método cuantitativo para juzgar la época: de 1824 a 1855 hubo 45 periodos presidenciales definitivos internos; el número de los pronunciamientos se acerca a la centena; y contarnos ya con tres constituciones. La de 1843 mantiene la división territorial a base de departamentos; establece la intransigencia religiosa; proscribe la esclavitud; acepta una cámara de diputados y otra de senadores; éstos serán setenta y tres, dos tercios de los cuales nombrados por las asambleas departamentales y el otro tercio por la cámara de diputados, el presidente de la República y la corte de justicia; las asambleas departamentales elegirán cinco individuos de cada una de las clases de agricultores, mineros, propietarios o comerciantes y fabricantes; el presidente de la República durará cinco años en el cargo y será electo por la mayoría de las asambleas departamentales; se mantienen cuatro ministerios y, además, un Consejo de Gobierno compuesto de 17 vocales nombrados por el presidente y una Suprema Corte de Justicia compuesta de 11 ministros y un fiscal; las asambleas departamentales se integran por más de siete y menos de 11 personas que deben reunir los requisitos exigidos para ser diputado; la elección es hecha por electores secundarios poseedores de una renta de 500 pesos anuales por lo menos; los primarios se eligen por secciones de 500 habitantes; los ciudadanos tendrán una renta de 200 pesos y desde el año de 1850 sabrán leer y escribir; el presidente de la República designa a los gobernadores de los departamentos, a propuesta de las asambleas departamentales.

Santa Anna obtiene la presidencia en los primeros comicios celebrados de acuerdo con esta constitución.

El oficial Santiago Imán promueve en Yucatán, mayo de 1839, una revolución federalista. Los primeros esfuerzos diplomáticos y militares no produjeron ninguna conciliación. El 18 de julio de 1843 llegaron a México comisionados yucatecos, y rotas de nuevo las negociaciones, se logró al fin, en diciembre, la reincorporación de aquel estado a base de importantes concesiones.

Canalizo y Herrera desempeñaron interinamente la presidencia que Santa Anna abandonaba temporalmente. En noviembre de 1844 el general Paredes Arrillaga se pronunció en Guadalajara. Santa Anna clausuró las cámaras. En esta ocasión fue derrotado y permaneció prisionero en Perote hasta el 27 de mayo de 1845. Hizo su defensa ante el gran jurado de la Cámara con alardes de actor:


    Pesa hoy sólo sobre el ciudadano cuyo nombre es lo primero que se lee en la carta constitucional el anatema político, porque se le acusa de traición al sistema republicano representativo popular, ¡al que proclamó el primero la república!. ¡Al que depuso su omnímodo poder ante el congreso que instaló! ¡Al hijo del pueblo, elevado por el pueblo mismo a la cabeza de la nación!


No se libra del destierro, mas todavía hay quien se pronuncia en México a favor del federalismo invocando su nombre.

La orgía política interior se ve interrumpida por uno de los episodios internacionales más graves del siglo XIX mexicano y quizá de su historia general. Los Estados Unidos habían puesto los medios para anexarse la provincia de Texas. Previnieron a México que reputarían como un acto hostil todo intento de intervención en esta zona El ministro mexicano de Relaciones, Rejón, decía que aceptar este mandato equivalía, a


    reconocer solemnemente en todos los pueblos de la tierra el derecho de alzarse con los terrenos de sus vecinos, poblándolos primero con sus propios ciudadanos, haciéndolos después sustraerse de la obediencia de las autoridades territoriales, proclamar su independencia, ayudándolos de una manera eficaz para sostenerla, y pedir por último la incorporación del territorio ocupado en el de la patria a que perteneciesen los indicados ciudadanos.


En julio de 1846 decretó el gobierno mexicano que, "en uso de la natural defensa de la nación, repelerá la agresión que los Estados Unidos de América han iniciado y sostenido contra la República mexicana habiéndola invadido y hostilizado en varios de los departamentos de su territorio". El presidente Herrera, sustituto de Santa Anna, había entregado el mando de 6000 hombres al general Paredes con los que éste se sublevó en San Luis Potosí el 14 de diciembre de 1845, logrando ocupar la capital el 2 de enero de 1846. El Congreso de los Estados Unidos declaró que existía un estado de guerra con México el 13 de mayo. El general norteamericano Taylor avanzó y tuvo el primer encuentro con las fuerzas mexicanas en Palo Alto el 8 de ese mismo mes; fue desfavorable para los mexicanos y provocó el abandono de Matamoros. Entretanto se inició en Guadalajara un pronunciamiento federalista dirigido por Gómez Farías y otro en la capital por el general Mariano Salas, que restableció la Constitución federal de 1824. Paredes fue desterrado. El Congreso convocado por los triunfadores designó el 6 de diciembre de 1846 presidente a Santa Anna. Monterrey capituló ante los norteamericanos en este mes. Santa Anna a su vez fue derrotado en la Angostura en febrero de 1847.

Gómez Farías, a pesar de la difícil situación del país invadido por los extranjeros trató de implantar las reformas que constituían su sistema político. Ordenó la ocupación de los bienes eclesiásticos el 11 de agosto de 1847. El 27 de febrero, tropas desatinadas a combatir al ejército invasor que había desembarcado en las costas del Golfo de México, se rebelaron contra Farías, y habiendo regresado Santa Anna a la capital separó a éste del gobierno. La ley confiscatoria fue derogada.

Mandaba el nuevo ejército norteamericano desembarcado en las costas, el general Scott. Veracruz capituló el 29 de marzo. Santa Anna opuso resistencia en Cerro Gordo y fue derrotado en abril. Puebla capituló el 15 de mayo. La capital, el 14 de septiembre. Santa Anna abandonó el país con destino a Jamaica. El 2 de febrero de 1848 se celebró un tratado de paz en la villa de Guadalupe Hidalgo. México cedió Texas, Nuevo México, Alta California, partes de Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas: 111 882 leguas cuadradas con una población de 108 000 personas. El convenio fue aprobado por el Senado de los Estados Unidos el 10 de marzo de 1848. Cuando lo discutió la Cámara mexicana se le informó con sobra de clarividencia: "La pérdida que hemos consentido en el ajuste de paz, era forzosa e inevitable. Los convenios de esta clase realmente se van formando en el discurso de la campaña, según se ganan o se pierdan batallas; los negociadores no hacen luego sino reducir a formas escritas el resultado final de la guerra". Los Estados Unidos se habían anticipado a las ambiciones europeas en el despojo Político y económico de la antigua colonia española.

Herrera ocupó la presidencia el 3 de junio y entró en la capital el 12, después de la evacuación de los norteamericanos. Un presbítero llamado Jarauta y el general Paredes lograron ocupar Guanajuato en rebeldía contra el gobierno, pero fueron vencidos. En Yucatán, desde mediados de 1847, existía una importante sublevación de indígenas. Justo Sierra procuró en vano obtener el auxilio de los Estados Unidos. México ayudó a dominar el alzamiento y el estado decretó el 17 de agosto de 1848 su reincorporación a la nación.

El general Arista es electo presidente y toma posesión en enero de 1851. En octubre de 1852 ocurre la reacción conservadora llamada del Hospicio. El 4 de enero de 1853 renunció Arista y Santa Anna fue llamado del destierro para ocupar el poder. Su undécimo periodo es el caos; boato sobre un país deshecho. Los pretorianos imponen confiscaciones de las que no escapa ni el clero. El dictador penetra en el coto de la megalomanía, el hastío, el desorden mental: "parece un filósofo que ha andado mucho por el mundo y comprobado que en él todo es vanidad e ingratitud", escribía una contemporánea sagaz que lo observara años antes. Pero fiel reflejo de su medio, sobrevive a los acontecimientos; participa en todo hecho de política interior y en los tristes episodios que provoca la presión extranjera; sólo él sabe con genialidad instintiva contemporizar con el vértigo. En diciembre de 1853 vendió al gobierno de los Estados Unidos el territorio denominado La Mesilla, en diez millones de pesos. En el sur se rebelaron los militares Juan Alvarez y Florencio Villarreal, redactando el Plan de Ayutla. Ignacio Comonfort los secundó.

Santa Anna huyó en agosto de 1855, dirigiéndose a La Habana. Su desplazamiento fue esta vez definitivo. Nuevos hombres e intereses transformaron la lucha política, la hicieron más enconada y grave; el gastado caudillo de las soluciones inestables cae en el vacío; se sobrevive y a los 75 años mendiga inútilmente un papel en la vida pública de su país. Prisionero de Juárez, no llega a fusilarlo, y se limita a devolverlo al destierro. Muere, como un ser inofensivo y olvidado, en México, a los 82 años de edad.

La desconcertante vida política de México hasta mediados del siglo XIX, la juzga acertadamente Alamán "tan desagradable y cansada para el lector, como penosa para el escritor". Teóricamente se trataba, como en Europa y el resto de América, del antagonismo de las fuerzas liberal y conservadora. Mas era tal la fragmentación de los actos, la repetición de las rebeldías, la pequeñez de los resultados, que a no ser por las luchas posteriores de la Reforma, pudiera pensarse en una etapa histórica estéril. Los ataques de España, Francia y los Estados Unidos apenas despiertan en el país, por el dolor, una conciencia activa de su ser.

Por esta época, Lucas Alamán publica su Historia de México, cuando como resultado de la azarosa vida política, el cansancio y el escepticismo son generales, y a fin de que sus contemporáneos comprendan la fuerza y la orientación social de las agitaciones iniciadas en 1808, tiene que hacer memoria en su obra del brío con que entonces sus compatriotas se lanzaban a la tarea política y al sacrificio; pero acontecimientos próximos iban a sacudir el marasmo y a preñar de gravedad las acciones.

Entre los cargos que los insurrectos formularon al general Santa Anna figuraban los de ser "un constante amago para la independencia y la libertad de la nación", de vejar a los pueblos, de perseguir a los individuos, de proyectar el establecimiento de la monarquía, etcétera.