PÉRDIDA DE VERACRUZ

EL DÍA 22 concluidas ya estas operaciones, el general Scott envió un oficial parlamentario a la ciudad intimando la rendición, y a poco rato el general Morales envió al teniente coronel don Manuel Robles con su negativa al campo enemigo. Como le vendaron los ojos a Robles para entrar al campo y salir de él, movido de la curiosidad, a la vuelta, luego que se hubo alejado de la línea, se cubrió en un matorral y se puso a observar con un anteojo las fortificaciones enemigas, y como lo distinguiesen los enemigos, le dirigieron simultáneamente varios cañonazos que lo obligaron a retirarse aunque sin herirlo, ni tampoco a su caballo.

Inmediatamente a las cuatro y media de la tarde del día 22, empezó el bombardeo con vigor, y hasta las diez de la noche del 24, a que alcanza una carta del mismo Veracruz, seguía sin interrupción aun de noche. Sólo unas cuantas horas llevaban de tirar bombas, pues las otras horas sólo usaron del cañón a bala rasa; pero en éstas sostenían tres bombas por minuto, y se calculaba que habían disparado mil quinientas, y como eran incendiarias y habían arrojado también balas rojas, habían reducido a escombros las manzanas que hay desde la parroquia hasta la Merced, y también muchas calles, e incendiado veinte edificios, entre ellos nuestro hermoso teatro, la casa del cónsul inglés, la de la botica de enfrente de Santo Domingo, la de don Miguel Carrau, la de don Manuel Muñoz, la de doña Merced Coz, la de don Domingo Cabrera y otras que no recuerdo. Los muertos, que eran como ciento cincuenta entre los soldados y cívicos, fuera de los que había en la población, estaban hacinados en las calles para enterrarlos en la noche del 24, y los hospitales están llenos de heridos, la mayor parte de la guardia nacional, entre ellos se cuentan a José María Cárdena, Francisco Hernández, Manuel Mayol, muchachos todos hijos de familias notables, los dos últimos gravemente.2

La desolación y el terror se habían apoderado de las familias que no han podido salir; mas no de la tropa de la guardia nacional que estaba muy entusiasmada, particularmente la última, que cantaba canciones mexicanas, españolas y francesas, al retumbo de la artillería y resplandor de las llamas, victoreando a la libertad e independencia, cada vez que el general Morales se presentaba en los puntos para visitarlos. Ese general lloraba algunas veces de ternura, al presenciar el valor indomable de tanto joven imberbe que deseaba antes la muerte que la ignominia.

Entre tanto el coronel don Manuel Robles se hacía acreedor a los mayores elogios, porque con mucha serenidad, a la cabeza de cien zapadores y cien bomberos, recorría a caballo todos los puntos dirigiendo los trabajos, ya para reparar las fortificaciones, ya para apagar los incendios, exponiendo su vida por todas partes con tanto valor, que se le victoreaba por la juventud, y entregándose a la fatiga con tan inusitado ardor, que tuvo que acostarse varias veces en la arena para tomar descanso.

Es probable que ya se haya dado el asalto, e indudable que el enemigo triunfe por su inmenso poder y número.

En El Republicano de hoy, de donde se han tomado estas noticias, se da por supuesto la rendición de Veracruz y Ulúa, a discreción, porque habiéndose enfermado de fiebre el general Morales, entregó el mando al general Landero, que hizo la rendición teniendo víveres y tropa a su disposición.

2 Aquí viene bien que los charlatanes periodistas de los Estados Unidos, elogiando a sus generales Taylor y Scott, les apliquen (como lo han hecho) las palabras arrogantes de César... Vine, vi, y vencí... Éstos pasan allí por escritores y sabios y agudos panegiristas.