EXCESOS DEL GENERAL TAYLOR EN LO INTERIOR

PARECE que había una emulación sobre quién de los generales, Taylor y Scott, se portaba con mayor crueldad en los países que ocupaban.

En El Republicano del 14 de abril, número 104, se refiere: "Que la mayor parte de la ciudad de Monterrey ha sido quemada, desde la esquina de la quinta del general Arista hasta la plaza del mesón: del lado del norte, hasta los puentes, sin quedar más que un cuadro de casas por los cuatro rumbos: tiraron la torre de la catedral y fundieron todas sus campanas. El convento de San Francisco lo han destruido completamente, y allí tienen toda la caballada".

Han quemado todos los pueblos desde Marín hasta cerca de Mier, sin dejar más que ruinas, y lo mismo han hecho desde la Estancia hasta Serralvo. No han dejado rancho que no hayan destruido, quemaron desde Reynosa todos los ranchos hasta Matamoros, y ha dicho el jefe de estos vándalos, que al acercarse allí Urrea, prenderá fuego a toda la población.

Todo esto lo han hecho en venganza de los muchos perjuicios que han sufrido de este bravo jefe que con sus triunfos les ha quitado el valor de dos millones de pesos, en carros, mulas y efectos que ha repartido entre sus tropas. Taylor ha publicado por bando que Urrea, Canales y tropas que les siguen son piratas, y no da cuartel a ninguno. Esta crueldad aumentará a Taylor sus enemigos, pues también aumentará la fuerza, las gentes han huido de sus hogares y vagan por los montes. Taylor ha dicho también que si no pagan la multa de tres millones que ha impuesto, mandará a los voluntarios, para que asolen y saqueen los pueblos, haciendas y rancherías de dichos estados. He aquí a los filósofos y filántropos angloamericanos que dizque buscan la paz, y que nos anuncian muchas felicidades, que se prometen los menguados mexicanos.

Concluido el ataque de Veracruz el general Scott ocupó la hacienda de Manga de Clavo a donde fue a vivir según se asegura, tomando de ella cuantas reses necesitaba para sí y su ejército. Si ha habido algo de compadrazgo con el dueño de esta finca, como es muy probable, habrá tenido gran satisfacción en que allí se haya regalado, y estoy seguro de que no lo habrá hecho de balde. Sabida la noticia de Veracruz, Santa Anna, dejando la presidencia en manos del general don Pedro María Anaya, en quien había recaído la elección del Congreso, pues la vicepresidencia había sido suprimida, marchó sin detenerse a recorrer la línea de México, fortificar el punto que creyese más conveniente para poder detener a los invasores, y se fijó en Cerro Gordo distante seis leguas de Jalapa, camino para Veracruz.

Yo le dije a Santa Anna que en la instrucción de Revillagigedo a su sucesor Branciforte le recomendó eficazmente para un caso como el presente el punto de Corral Falso. Mas él dijo, es mucho mejor Cerro Gordo, y como que soy originario de Veracruz, lo tengo muy revisto. El caso es que me dé tiempo el enemigo para fortificarlo, pues por allí no pasan ni las ratas: efectivamente, cuando se habían concluido las principales fortificaciones, se presentaron los yankees en número de diez mil hombres, y camparon en Plan del Río, poco distante de Cerro Gordo.

Por una fatalidad se descuido de fortificar una eminencia que se halla enfrente de la del telégrafo, o Cerro Gordo, llamada la Atalaya, que tomada por los enemigos les serviría de punto de apoyo, para atacar con mejor éxito al telégrafo.

El día 17 de abril a la una del día los americanos avanzaron sobre el telégrafo, sin cuidarse de las fortificaciones avanzadas que estaban sobre nuestra derecha sobre el camino carretero. Santa Anna mandó algunos batallones que les saliesen al encuentro, y en la falda del cerro se trabó un reñido combate, logrando los nuestros rechazarlos con bastante pérdida.

El día 18 a las siete de la mañana, cuando menos lo esperaban nuestros soldados del telégrafo, fueron sorprendidos por los enemigos; los que habiendo talado por la noche un bosque que cubría uno de nuestros flancos, y apoyados por una batería colocada en la Atalaya, acometieron de improviso a los nuestros, que apenas pudieron oponer una débil resistencia, y huyeron desbandados por todas partes. El general Canalizo, que mandaba la caballería, por no verse cortado tuvo que retirarse precipitadamente. Al tiempo que los americanos atacaban el telégrafo, una columna acometió vigorosamente las fortificaciones avanzadas, situadas en, el camino viejo, de donde fueron rechazados, con considerable pérdida; pero a pesar de esta ventaja, era imposible que se pudieran sostener, habiéndose hecho dueños los enemigos del telégrafo, y por consiguiente del camino: en consecuencia, se vieron obligados a rendirse, lo que se verificó a las once de la mañana.

El general americano se dedicó inmediatamente a cuidar de que se enterrasen los muertos, y de que se recogiesen los heridos, y a los tres días tomó posesión de Jalapa, en donde permaneció algún tiempo.

Ésta es la idea que generalmente se tiene de este lamentable suceso; pero, al mismo tiempo, cuantos la miran como exacta e incuestionable, convienen en que quedaron sin batirse cuatro cuerpos de infantería y toda la caballería compuesta de dos mil quinientos hombres... mas aquí entra una sencilla reflexión y es... Si todas esas fuerzas no entraron en acción, ¿cómo es que se perdió toda la infantería y artillería, y que la caballería echó a correr, y que Santa Anna no salvó más que a una muy pequeña parte de sus ayudantes? Es claro que, sean cuales fueren las causas de esta derrota, nunca jamás dejará de haber tenido la culpa Santa Anna. Siguióse a esto el abandono de la fuerte garganta de la Olla y del castillo de Perote que mandaba el general Gaona, y en cuya fortaleza tomó el enemigo más de cuarenta cañones, sus municiones y útiles, y también porción de armas y maestranza que debía haber allí, repitiéndose nuevamente el ignominioso pasaje de Tampico que llenó de escándalo a la nación, y a cuyo cargo no ha respondido Santa Anna, y sólo se ha limitado a increpar con palabras duras a los que se lo han hecho al modo que el que mal pleito tiene que a boruca lo mete. En brevísimos días se presentó Scott en Jalapa habiéndole pedido garantías aquel ayuntamiento por lo que se detuvo allí reponiéndose, y Santa Anna marchó a la Villa de Córdoba donde encontró la fuerza que mandaba el general don Antonio León, y que había venido de Oaxaca para situarse en el principio en el punto del Chiquihuite, y proporcionó a Santa Anna cuanto pudo para comenzar a organizar un cuerpo que no merecía otro nombre que el de cuadro de ejército, pues no pasó de cuatro mil hombres y cinco cañones, y en lo que trabajó asiduamente Santa Anna, y después pasó por el camino de Puebla para dar el espectáculo ridículo de querer batir con su caballería una sección del general Scott en la llanura de Amozoc. Santa Anna, en los momentos que estuvo en Puebla, procuró aprovecharlo tomando de por requisición algunos buenos caballos y dinero. Él asegura que la gente popular quería detenerlo para que defendiese la ciudad, a lo que no quiso acceder porque no encontró disposiciones para la empresa, ya porque venía con poca fuerza y ya porque la derrota de Cerro Gordo había sido escandalosísima, y ya finalmente, porque a un general victorioso todos lo siguen, así como a un derrotado todos lo abandonan, y del árbol caído todos hacen leña.

Se notó mucho en estos momentos que Scott se hubiese demorado mucho tiempo en Tepeyahualco, San Juan de los Llanos, Nopajucan y otras poblaciones y haciendas, dizque para hacerse de víveres y continuar su marcha a Puebla; no faltándole los que conducían sus carros. Sabido es por un principio elemental de la guerra, que un general victorioso debe continuar sin detenerse un momento sobre el vencido, principalmente cuando éste, aunque haya quedado con muy poca fuerza, puede asilarse en un punto tal que fácilmente se rehaga de su pérdida, y en breve de vencido se convierta en vencedor, y éste era puntualmente el caso en que se hallaba con Santa Anna, y por lo que no faltaron en México personas que le aplicaran el dicho de César a Pompeyo en la batalla de Dirachio: no sabe vencer Pompeyo. Presumieron que para obrar de ese modo, habría una combinación secreta, con Santa Anna, que el tiempo descubriría y que efectivamente los tiempos posteriores lo han puesto en claro. Santa Anna era el hombre único en quien neciamente había confiado toda la nación, y la mayor fiera siempre se da por vencida cuando se le toma la cabeza.

Tiempo es ya de que como un episodio de esta historia sigamos los pasos del general Scott hasta su entrada en Puebla, y refiramos el modo con que allí fue recibido, porque esta circunstancia ha engendrado un odio tal entre mexicanos y poblanos que me parece indeleble.

En El Republicano del 15 de mayo se lee, datada en Nopalucan y firmada por el mayor general Worth, la siguiente exposición:

Nopalucan, mayo 12 de 1847.— Al Exmo. gobernador y municipalidad de Puebla.—
Señores, el infrascripto avisa que, obedeciendo las órdenes de su superior el mayor general en jefe del ejército de la unión, que en la mañana del 15 del que rige con la fuerza de su mando tomará posesión militarmente de la ciudad de Puebla, si no hace aquella resistencia, desea antes de hallarse a sus inmediaciones, conferenciar con los funcionarios civiles, con objeto de concertar con ellos, y tomar las medidas convenientes y mejores para la seguridad de las personas e intereses, así como las propiedades de los vecinos. la santa religión que profesan, así como todas sus formas y observaciones, serán respetadas y sostendrán las autoridades civiles para el mantenimiento de las administraciones de las leyes. El infrascripto tiene el honor etc.— El mayor general Worth.

Sabemos, dice El Republicano, que le fue contestado que se dirigiese al general Santa Anna, y que respondió Worth que no lo haría.

Antes que él, el general Scott publicó desde Jalapa, en 11 de abril, la siguiente:

Proclama

¡Mexicanos! a la cabeza de un poderoso ejército cuya fuerza se duplicara bien pronto, y una parte del cual avanza ya sobre vuestra capital al mismo tiempo que otro ejército a las órdenes del mayor general Taylor esta en marcha del Saltillo con dirección a San Luis Potosí, creo de mi deber dirigiros la palabra.
¡Mexicanos! Los americanos no son vuestros enemigos por ahora, de aquellos que por su mal gobierno acarrearon un año hace esta guerra contranatural entre dos grandes? Repúblicas... somos amigos de los habitantes pacíficos del país que ocupamos... amigos de vuestra santa religión, de sus prelados y ministros. En nuestro mismo país se halla establecida la misma iglesia, y abundan allí los devotos católicos, siendo respetados por nuestro gobierno, nuestras leyes y nuestro pueblo.14
Desde un principio he hecho cuanto estaba en mi arbitrio para poner bajo la salvaguardia de la ley marcial y proteger contra los pocos hombres malos que hay en este ejército, a la iglesia de México, o a los habitantes inofensivos y sus propiedades.
Mis órdenes al efecto sabidas de todos, son terminantes y vigorosas. En virtud de ellas han sido ya castigados algunos americanos con multa impuesta a beneficio de los mexicanos, y con prisión, y ha sido ahorcado uno por rapto. ¿No es esto una prueba de buena fe y severa disciplina? Pues se darán otras siempre que se descubra que ha sido perjudicado algún mexicano.15
Por otra parte, los perjuicios que hicieren los individuos o partidas de México que no pertenezcan a las fuerzas públicas a los individuos, partidas sueltas, trenes de carros, tiros de caballos o mulas de carga o cualquiera persona o propiedad de este ejército en contravención a las leyes de la guerra, serán castigados con rigor, y si los culpables mismos no fueren entregados por las autoridades mexicanas, recaerá el escarmiento en ciudades, villas y vecindarios enteros.16
Permanezcan, pues, en sus casas, y entregados a sus pac�ficas ocupaciones los buenos mexicanos, y se les invita a introducir para su venta, caballos, mulas, ganado, maíz, cebada, trigo, harina para pan y vegetales. Se pagará al contado por todo aquello que tomare o comprare este ejército, y serán protegidos los vendedores.
Los americanos se encuentran bastante fuertes para dar estas seguridades, que si son discretamente aceptadas por los mexicanos, harán que esta guerra tenga un término feliz con honra y ventaja de ambas repúblicas. Entonces los americanos, habiendo convertido a los enemigos en amigos, se tendrán por fieles en despedirse de México y regresar a su país.— Winfield Scott.

Parece que para aumentar el terror que pudiera crusar en ánimos débiles y ruines, se ha insertado en el diario de hoy del gobierno y también se ha puesto una circunstanciada relación de los regimientos veteranos que se están levantando en los Estados unidos, diciendonos su fuerza, sus nombres y jefes que los han de mandar.

14 Tres años hace que hubo una gran pelotera de balas, por muchos días, en la ciudad de Filadelfia, país de la moralidad y quietud, por lo que se llenó de escándalo; allí campea la tolerancia de todos los cultos, pero son intolerantes con los católicos, porque el catolicismo y el tolerantismo no se llevan, sirva de gobierno. 

15 Ojalá que antes que se hubiese hecho esta ejecución hubiera precedido otra en Medellín de Veracruz, donde se remudaron diez soldados con una joven: murió en el acto, y no se castigó crimen tan horrendo, y quedó escandalizado Veracruz.

16 En Pekín, dice el autor de la ciencia del gobierno (el señor del Real), cuando se comete un homicidio en una casa o calle, todos los individuos de ella están obligados a responder de aquel delito que es personalísimo, y pagan justos por pecadores, téngase esto presente. Los mexicanos no quieren impunidad en los delitos sino suavidad en la ejecución de la penas. Las lindas mexicanas han destilado por sus bellos ojos muchas lágrimas, brotadas del fondo de sus corazones, al saber las circunstancias del castigo dado a unos soldados desertores; e inútilmente volaron a implorar clemencia por ellos.