ORDEN DE LA ENTRADA DE LOS "YANKEES" EN PUEBLA

El domingo l6 de mayo de 1847
HOMBRES
CAÑONES
Un piquete de caballería
Cuatro cañones ligeros
El general Worth con un cuerpo de infantería con música
Dos cañones
Otro cuerpo de infantería con música
Dos obuses
Un mortero
Dos cañones de a 24
Un cuerpo de infantería con música
Otro id. id.
Tres carros con gente
Dos cañones
Un cuerpo de infantería con su general
Otro id.
Doscientos carros
Infantería custodiándolos


1 320

560



640
350


480
440

400

4

2

2
1
2



2
TOTAL
4290
y cañones 13


El general Worth apareció desde muy temprano a la cabeza de su columna frente a la garita de Amozoc.

El vecindario no manifestó alteración ninguna. Toda la ciudad, excepto las tiendas de ropa que permanecieron cerradas, ofrecía su aspecto ordinario, y nadie habría dicho que se estaba esperando un ejército enemigo.

A las diez y media de la mañana una partida como de cien hombres de caballería se desprendió de la división y entró por las calles del Alguacil Mayor, San Cristóbal, etc. hasta la plaza, de donde se retiró por la carrera de Santo Domingo al cuartel de San José: la curiosidad de conocer a los yankees se sobrepuso a la momentánea alarma muy natural, y la plebe obstruyó todas las bocacalles, y aun casi todos los balcones se abrieron y llenaron de curiosos. Yo mismo cedí a la curiosidad, y quebrantando un propósito de reclusión, salí a conocer a nuestros futuros señores.

¿Cuál sería, pues, mi desengaño, y del mundo entero, cuando en vez de los Centauros que esperábamos, vi adelantarse una centena de hombres de facha patibularia uniformados con pobreza y mal gusto; muchos de ellos en camisa, armados con sable, carabina y pistolas de clase común, y sus caballos, si bien corpulentos, lerdos y desgarbados como todos los de su raza, mal montados, y por todo jaez un albardón, y una brida sin paramentos ni especie alguna de adornos? Por lo que hace a la gente, sólo diré que por diez buenas tallas, se podían señalar hombres enclenques, raquíticos y hasta lisiados; añadido a esto el manifiesto y asqueroso desaseo de estos hombres. Nada de esto es exagerado.

Con una hora de intervalo entró el grueso de la división, diré a usted algo de su aspecto general; los pormenores numéricos los encontrará usted en la nota adjunta. Cuantas relaciones nos hablan hecho de tallas hercúleas y formas elegantes y atléticas, han sido exageración de la malicia o del miedo. Hay de todo entre esta gente, pero a primera vista se echa de ver que la mayor parte del ejército está compuesto de emigrados irlandeses, extenuados por el hambre. El uniforme de todos los cuerpos consiste en una chaqueta y pantalón de paño burdo azul claro, y sin más adornos que los distintivos militares. Todos, aun los dragones, traen cachuchas de paño, chatas, bien que muchos las han sustituido con sombreros de petate del país, y aun alguno vimos entrar con tompeates en la cabeza.

Si no estuviera de prisa, enviaría a usted el croquis de un oficial de línea que se presentó en un desmesurado frisón con un chupiturco del más caprichoso corte, y sombrero de petate viejísimo, recortado como sombrero de tres picos. En suma, las menudencias que forman el aspecto general del ejército son cuanto el mal gusto y la economía pueden producir de ridículo, sórdido y asqueroso. En una palabra, exceptúe usted los caballos de tiro que son muy buenos, y lo general de las fachas que también merecen recomendación por otro aspecto, y aseguro sin exageración, que nada traen estos hombres que no hayamos visto mil veces.

Aun el crecido número de sus carros no crea usted que es indicio de un equipo por lo menos voluminoso. Los carros vienen casi vacíos, y yo entiendo qué su principal objeto es el transporte cómodo de la tropa. ¿Cómo pues, han derrotado sin cesar a nuestro ejército que les hace ventajas, a mi ver reales y positivas? Todos se han hecho esta pregunta, y sólo han hallado un modo de responderlas... sus jefes en especial, los coroneles de los cuerpos son viejos encanecidos, y sus canas son bastante explicación... Esto nos hace confiar todavía en nuestros soldados, y nos da para lo venidero algunas esperanzas que hoy más que nunca necesitamos; porque a nosotros sobre todo, poetas o con aspiraciones de tales, a nosotros que no sabemos separar las ideas de progreso en la civilización de cierta cordialidad, a manera de cierta cortesanía, y aun de cierto refinamiento en el lujo, estos hombres agrestes y groseros que sacrifican en todas sus cosas la elegancia a la economía, no pueden parecernos los Mesías de nuestra civilización.

Tal es la idea que nos da un escritor poblano del ejercito que está en marcha para México, y que hasta cierto punto nos inspira confianza de vencerlo.

Luego que la división entró, formó la artillería e infantería al derredor de la plaza, y los carros quedaron tendidos desde la calle de Mercaderes hasta el puente de Nochebuena. Los soldados formaron pabellones con las armas, y la mayor parte se tendió a dormir con toda confianza, porque aparentemente venían muertos de cansancio. La guardia nuestra que había en palacio se puso sobre las armas, y el pueblo en mucho número iba y venía confundido con la tropa, y más de cinco o seis mil hombres tenían cercada en la plaza a la división molida, descuidada y sin armas. Así permanecieron hasta las tres de la tarde en que la tropa ocupó los cuarteles y conventos de Santo Domingo y San Luis, y los carros se acomodaron acá y allá como mejor pudieron. La tropa permaneció acuartelada toda la noche. Los generales Worth y Quitman ocuparon el palacio, cuya guardia fue relevada, y la oficialidad se esparció por las posadas, fondas y cafés. En la fonda bajo de mi casa se formó una reunión de ellos, cuyo espíritu filarmónico, excitado por el vino, me dio el más desconcertado concierto que he oído en mi vida. Ayer ocuparon los cerros de Loreto y Guadalupe; y hoy el convento de la Merced, y parece que hoy ha salido alguna tropa y artillería para el cerro de San Juan. La población entre tanto no ha desmentido su estoicismo. El pueblo no manifiesta respeto, pero tampoco mucho odio a los invasores. Si hay algunos que se exaltan al contemplar el cuadro que ofrece la ciudad, hay otros que como si nada vieran en él de extraordinario, ni hablan de la materia. No ha dejado de haber sus riñas, ni uno o dos yankees matados por los léperos de Analco, pero la mayoría del pueblo no les tiene ni inclinación ni aversión, y necesitan de algunas vejaciones para salir de su apatía. Por desgracia lo conocen los hermanos y se manejan no sólo con circunspección y mesura, sino que violentan su carácter hasta mostrarse afables y deferentes. Muchos de ellos oyen misa con la mayor devoción, todos se descubren cuando encuentran un clérigo, y muchos de ellos han arrojado limosna en la alcancía de los santos lugares. Hoy Worth visitó al obispo, y al devolverle éste la visita recibió de la guardia los mismos honores que hacen a su general. Con esta política han comenzado la conquista moral por la parte de la población que más inaccesible me parecía, quiero decir, las viejas. Todos los oficiales traen aprendida como de memoria la última proclama de Scott que ya usted habrá visto, y a todo cuanto pudiera dar ideas de fraternidad que las de dos Repúblicas, y dicen: "Que sólo vienen a salvar aquel principio democrático amagado con la monarquía extranjera por los gabinetes de Europa".

No dudo que aunque no sea más que por un principio de curiosidad agradará a mis lectores la lectura de este episodio. Voy a hablar ahora sobre el objeto a que se encamina, que es alejar toda idea de una odiosidad acerva que comienza a mentarse entre mexicanos y poblanos, y sepa Dios qué resultado tendrá al fin, demasiado funesto

¿De qué se acusa a los poblanos? Claro es que de haber allanado la entrada en su ciudad a sus enemigos. Mas yo pregunto ¿cómo se lograba este objeto? Sólo con un ejército, que no tenían ni podían tener; las milicias famosas que opusieron tan vigorosa resistencia contra Santa Anna, cuando se le destronó, ya no existen, la Puebla se hizo guerrera y aun muy temible en el año de 1810 hasta 1821, entre tanto el espíritu guerrero cambió en espíritu fabril, y ya nadie hablaba de guerras sino de talleres y máquinas; carecía de elementos para formar un ejército que pudiera resistir a la invasión enemiga; si teniéndolo y pudiendo oponer resistencia con él, se hubiese desentendido de auxiliar a aquella ciudad, el cargo sería justo y nada habría que responder: en el presente caso sólo con deseos no podía vencerse al enemigo, y yo estoy seguro de que todos los poblanos los tendrían, mirando entrar con la mayor petulancia del mundo a unos extranjeros que venían tratándolos como a unos hurang-hutanes: lo que sí he reprobado y reprobaré siempre es que Puebla haya sido un vivario de fieras encerrado dentro de sus muros; quiero decir, multitud de ladrones que de tiempos atrás han estado robando a las diligencias y aun dentro de la ciudad: que tomados presos, y a punto ya de fallar sus causas, por una clemencia mal entendida, han quedado tan impunes: que el Congreso de Puebla ha pedido por favor al general de la nación que se instale allí un tribunal de ladrones: aglomerados en la cárcel, han formado una falange de pícaros con quien se han convenido en darles libertad absoluta, con condición de que hostilicen de la manera más cruel a las guerrillas de nuestro ejército, sus corazones mal dispuestos y avezados con la iniquidad, ya sea por merecer lo que llaman buena gracia en el concepto de los jefes extranjeros, se han excedido hasta hacerse guerrilleros, cuicos, soplones, y diablos insufribles en la sociedad. Yo pregunto: ¿es ésta la nación poblana? ¿Y por esta odiosidad parcial se ha de turbar la paz de los pueblos amables y virtuosos? Ahí la pasión ha llegado a tal punto, que hasta el venerable obispo que con tanta prudencia se ha conducido ha sido denostado y tratado como lo pudieran hacer a un traidor. Como formado en la grande escuela del mundo, tuvo el talento necesario para conservarse en la línea que los cánones y leyes han trazado a los señores obispos en iguales circunstancias. Tratar en el mundo como si no se viviese en el mundo. Figúrome a este prelado en Roma contestando con aquella curia sobre que se nombrasen obispos en esta América, a cuya pretensión se opuso Fernando VII, y para contrariarla mandó al ministro D.P., labrador, creyendo que el verdadero modo de que los mexicanos volviesen a su antigua dominación era que se les negase los obispos que pretendían.

El señor Vázquez se mantuvo firme en su proyecto, y rehusó admitir el obispado in partibus con que se le brindaba. Permaneció en Puebla, y vio los estragos que rápidamente producía en su grey la inmoralidad; murió, pasando su cadáver por las mismas calles que se acababan de regar inútilmente con la sangre de sus poblanos, derramada en los ataques de los cerros inmediatos. ¡Mexicanos! Contemplad este asunto bajo este punto de vista, y yo estoy seguro de que alejaréis toda idea de odio. Confieso que ésta tiene su origen de la odiosidad de Tlaxcala; pero, ¿que serán indelebles cuando las generaciones se cruzan en la noche de los tiempos, y tal vez los huesos de hombres que fueron eternamente enemigos se hallan abrazados en una misma fosa?