La imaginación oriental ha creado tan numerosas
obras de géneros diferentes, ha producido una increíble
cantidad de cuentos y de apólogos. Esos poemas, en prosa o en
verso, han llegado hasta nosotros gracias a las traducciones de Wilkins
y William Jones, las cuales aparecieron a fines del siglo XVIII.
La colección más extendida en la India, y la más
notable de todas las colecciones de fábulas y apólogos
indos, es ciertamente el Hitopadeza, cuyo presunto autor era un sabio
teólogo llamado Narayana, que vivió en época difícil
de precisar.
El Hitopadeza no es más que una selección de los mejores
apólogos contenidos en otra colección mucho más
vasta , el Panchatantra, que data del siglo V de la era cristiana.
La invención del apólogo es de tiempos muy remotos. Pero
hay que buscar su origen en Oriente.
En efecto, es natural que en el país donde se supone a los animales,
y aun a las plantas, un alma semejante a la del hombre, también
se les atribuyan las ideas, las pasiones y el lenguaje de la especie
humana.
Entre los indos, el apólogo es un tratado completo de moral y
política. La ficción principal comprende otra, que se
interrumpe y no vuelve a aparecer hasta que una tercera se termina,
la cual implica en sí misma una cuarta, que a veces comprende
otras varias, que se enlazan unas a otras. Este método no es
una especialidad de la literatura inda; es un sistema que se vuelve
a encontrar aplicado en la escultura; se ve frecuentemente, en efecto,
un Siva de piedra que en una mano tiene un loto que soporta un pequeño
Vichnú, mientras que en la otra lleva otro emblema u otro dios,
que por sí solo es un símbolo.
Esta extraña disposición no sólo preside a una
serie de fábulas, sino que también se emplea en diferentes
fases de un mismo apólogo: un hombre tiene a sus órdenes
a un demonio, el cual le concede la satisfacción de tres aspiraciones.
El hombre formula un primer deseo cuya realización implica la
de un segundo deseo contrario, cuyo efecto se conjura a su vez con el
tercero. De modo que, después de satisfacer sus tres pretensiones,
el hombre se encuentra en la misma situación que antes.
La Fontaine, en el prefacio de uno de sus libros de fábulas,
escribe: "Sólo diré por gratitud que debo una parte
de mis fábulas a Bidpai, sabio indo; las gentes del país
lo creen muy antiguo, y tan original como Esopo, si no es el mismo Esopo
bajo el nombre del sabio Lokman".
Bidpai, brahmán y filósofo, compuso sus fábulas
para la instrucción del hijo de un príncipe indo, en cuya
corte vivía.
Su obra fue traducida en lengua persa; después pasó a
poder de los árabes; muy pronto, dicho libro se hizo célebre
en todo el Oriente. En Turquía, estas fábulas se hicieron
populares gracias a la traducción de un médico llamado
Alí-Chélebi: el emperador Solimán, amigo de Francisco
I, mandó copiar para el rey de Francia el libro de Alí-Chélebi;
desde esa época fueron conocidas en Oriente las fábulas
de Bidpai y de Lokman. Pero es absolutamente cierto que el fabulista
Esopo tomó no poco de los apólogos de Bidpai, del Hitopadeza
y del Panchatantra.
Damos a continuación algunas fábulas y apólogos
escogidos del Hitopadeza.
|