La mujer de cierto brahmán, teniendo precisión
de ir a comprar cebada al pueblo vecino, dejó a su hijito al
cuidado de su marido, y se fue.
En esta ocasión, el rey hizo llamar al brahmán para proceder
a un sacrificio.
Cuando recibió aquella invitación el brahmán, que
era pobre, se dijo: "Cuando se trata de realizar una buena acción
debe uno darse prisa, pues, de lo contrario, el tiempo se lleva el fruto
de la obra. Pero aquí no tengo a nadie que cuide del niño.
¿Qué voy a hacer?... Voy a confiárselo a esta mangosta,
a la que doy de comer hace mucho tiempo y a la que quiero como si fuera
hija mía". Así lo hizo y se fue al sacrificio.
La mangosta vio de pronto a una negra serpiente que se dirigía
a la cuna del niño. Se lanzó valientemente al reptil y
aplicándole sus puntiagudos dientes a la garganta lo mató.
Cuando vio regresar al brahmán, corrió a su encuentro,
con la boca y las patas ensangrentadas y se arrastró a sus pies.
El brahmán, viéndola en aquel estado, creyó que
había matado a su hijo y mató a la mangosta.
Entró rápidamente en su casa, y allí vio a su hijo
sano y salvo y a la serpiente muerta.
Comprendió entonces que la mangosta había salvado a su
hijo; y viendo que había castigado con la muerte al gracioso
animal que le había conservado lo que él tenía
de más querido en el mundo, cayó en profundo abatimiento.
Nunca debemos dejarnos llevar de la cólera antes de conocer la
verdad, porque la verdad, a veces, tiene engañosas apariencias.
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