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TIGRE la sed, en llamas, me despierta; 
hambre mi corazón. Y el rostro 
de las cosas me observa; el medio rostro 
de lo que va naciendo: mi morada. 
El naciente en la noche, 
el rostro para el día de mi rostro. 

Rojo contra mis huesos, con el número 
de pasos ya contado. 
Privado ya de tiempo desde ahora. 

Se dice aquí, se afirma, aquí se habla, 
aquí se duerme en compañía; 
ni un paso más allá me pertenece. 

Y desato mi lengua, y mis orejas 
abro, y aclaro el quicial de mis ojos, 
y el nombre que ensayaron mis abuelos 
recuerdo, y recompongo 
mi linaje de voces más lejano. 

Nube de humo en mi cabeza, 
ánimas torturadas, divisoria 
culebra, hielo de la espada; 
lazo de mis palabras por la calle. 

Aquí te nombro hermano, como esposa 
te adorno aquí, como a mi madre 
y mi padre te llamo, te preservo 
como ciudad rendida en la abundancia. 

Sólo mientras vivimos merecemos, 
sólo mientras estamos, mientras somos, 
al menos, alguien que ha nacido. 

Y logramos, mirándonos, 
el portal de entrar juntos, y la puerta 
de la casa que hacemos perdurable. 
Y la llave. 

No hablaba todavía, y lo que pido 
estaba ya en tu mano. 

Toda mi gloria en esta llave tuya 
que lleva a tu presencia; todo 
mi deleite, ceñirte en lo que nombro; 
a tu fe convertido, y conciliado 
en lo que acaso es verdadero. 

Aquí tan solamente, y un instante. 
Ya sin poder cambiarse, ya tendida 
quedó mi raya, desde el alba 
en que vengo a ser hombre. 

Un instante no más para encontrarte. 

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