NACIDOS en capilla, desahuciados,
de voluntades últimas transidos;
empujados, salidos turbiamente
de la matriz en convulsiones.
Y dijo la partera: "Es hombrecito
y está vivo, pues grita".
Era evidente. Y he gritado
hasta que el grito desvistió las lágrimas,
y el llanto las palabras,
y las palabras desterraron
el llanto, y se juntaron las palabras
para cantar, y establecido el canto
se fundó la ciudad, como al principio.
Y conquisto mi tiempo ciudadano
de sentenciado, que no sabe
nada que aquel siguiente día
en que serán barridas las guirnaldas
del lugar de la fiesta.
Hago mi casa temporal a impulso
de esta ola de fondo, irrevocable;
marejada del ánima en comercio,
borrachera de abstemio; transitivo
amar de complemento anónimo,
enriquecido en popular subasta.
Yo te doy si me das; si me hace falta
lo que te sobra, y te completa
lo que tengo en exceso.
Y cambiamos el guante por la mano,
y el pie por el camino, y el saludo
y el pan a la medida; y el espejo,
filialmente materno, con la hermana
incestuosa que amamos, la que viene
de otro país, habida de otros padres,
matrimonial soltera prometida.
En el mayor cantar, el de la espada
al que está de rodillas dice: "Amigo,
también tú has de morir. ¿Por qué te quejas?"
Y en mi tierra, "nadie muere la víspera",
pensamos, y además: "nadie la tiene
comprada".
Mientras llega,
algún quehacer me busco y te dedico. |