MINISTROS

-Si eso no más solicitas —me dijo una alma enjuta, que sin duda lo había sido de algún ministro—, bien puedes quedarte con nosotras, sin tocar a cuerpo humano alguno hasta la consumación de los siglos. —¿Pues qué, tan difícil es ser buen ministro en este país? —le pregunté. —No, no es tan difícil serlo; la dificultad consiste en que dure un ministro siendo bueno. Entre nosotros no hay anomalías. La estrategia, el patriotismo y la política hacen un terno que no parecen sino hijos de una propia madre. Casi es un milagro que se sostenga por largo tiempo un ministro recto y justo. Son muchas las personas con quienes tiene que contemporizar, los genios que tiene que estudiar, y los avances que debe reprimir.

No le basta adquirir ascendiente sobre el jefe de la república, es indispensable que lo adquiera sobre el partido que influye en el gobierno. Ese partido es casi imposible que falte, porque o el eclesiástico, o el militar, o el sansculote, o el liberal moderado, o el federalista, o el centralista, o el comerciante, etc., han de tener, no sólo simpatías, sino interés directo en el gobierno y han de influir en sus determinaciones. Para que se remediara este mal, sería necesario que todos esos partidos se fundieran en uno, que diese por resultado la amalgamación de todos sus hombres de bien respectivos; pues no hay partido, por infeliz que sea, que no tenga algunos. Pero esto es pedir peras al olmo.

Aquí tienes, que si el presidente de la república es inclinado al despotismo, es necesario repetirle frecuentemente:

    Che assoluto dispótico governo
    È buono per l'estate é per l'inverno.*

Si se inclina al sansculotismo, es preciso decirle lo propio en otros términos. El mayor atentado que imagine, se ha de aprobar; mas con este principio: salus populi suprema lex esto. Si es afecto a los extranjeros, se han de sacrificar a sus pretensiones los derechos y bienestar de los nacionales. Si le agrada la muchedumbre de tropas, se han de sacar soldados hasta de los hormigueros, como si fueran mirmidones, etcétera.

Pero ¿juzgáis acaso que con esto habéis asegurado vuestra permanencia? Nada menos que eso. Es preciso contemporizar con el partido dominante. Si el ministro de guerra no concede todas las bandas, grados y empleos que solicitan los militares que hicieron la revolución, abajo ministro. Si el de hacienda niega la entrada a los agiotistas influyentes, o no paga sus sueldos a ciertas personas, abajo ministro. Si el de relaciones no se doblega a las solicitudes del extranjero, abajo ministro. Si el de justicia no toma providencias eficaces en ciertos negocios, para que su resolución sea favorable a ciertos personajes o a sus ahijados, abajo ministro.

Todavía no es esto lo peor, sino que ya en la escala de las revoluciones es costumbre que comience por pronunciarse contra el ministerio; sea porque éste firma los decretos, sea porque se teme que se desvirtúe la revolución, atacando de frente al presidente de la república, o sea porque se quiere que entren al ministerio personas adictas al partido revolucionario, el primer pronunciamiento es contra los pobres ministros; y ahí tienes a muchos que tal vez sin merecerlo sufren los primeros ataques.

¿Te parece que ya he concluido? Pues falta lo mejor. ¡Infeliz del ministro que con justicia o sin ella tiene por enemigo al congreso! Y ¿qué no cuesta tenerlo por amigo? Cada diputado quiere que a su Departamento se conceda tal o tal cosa, y pronto, y bien. Que se confieran los empleos en ellos a las personas que designa, que se renueven a las que le desagradan, etc., etc.; y el ministro que no tenga mucha prudencia y tino para librarse de estos compromisos, tendrá cada lunes y martes una acusación, y se verá obligado a andar buscando votos que lo absuelvan en el gran jurado. ¿Quieres todavía ser ministro?

* Casti: Gli animali parlanti.