DIPUTADOS

-No —respondí—, de ninguna suerte; pero sí seré diputado. He aquí que escudado con mi inviolabilidad, podré hablar la verdad en cualquiera asunto, y promover la felicidad de este país, a quien tengo un amor sincero, y por el que me anima un deseo vivo de su prosperidad.

—¿Qué es lo que pretendes? —me contestó una alma que sin duda había animado el cuerpo de algún diputado, pues aun conservaba una energía y entusiasmo para hablar, que no parecía sino que peroraba en la tribuna—. ¿No sabes —añadió—, que un diputado, en el acto de pisar el pavimento del salón de las sesiones, es un Alcide al bivio?

—Ignoro —le dije— lo que quieres darme a entender con esta expresión. —¿No te acuerdas —respondió— de que Metastasio en una de sus óperas nos pone a Alcides joven entre dos caminos, el uno de los placeres sembrado de rosas, el otro sembrado de espinas; aquel del vicio; éste de la virtud; en el primero nos brinda toda suerte de delicias, en el otro nos aterra toda suerte de penalidades? Pues ésta es la posición de un diputado. Del salón del congreso salen dos caminos: el uno muy corto que sólo tiene unas cuantas varas y termina en el gabinete del gobierno; el otro largo, larguísimo, pues se extiende y ramifica por toda la república.

El primero está sembrado, no de flores, que ésas abundan en las chinampas de la Viga y Jamaica, sino de otras cosas de más sustancia. Ese camino, aunque tan corto, está lleno de mayordomías de monjas, asesorías de comandancias generales o tribunales especiales, de administraciones, contadurías y tesorerías de aduanas marítimas; de oficialías de los ministerios; de jefaturas de hacienda, de prefecturas, de comandancias generales, de capitanías, coronelatos, bandas, etc., etc. Allí no tienes más que hacer sino tomar lo que mejor te acomode, véngate ajustado al cuerpo o no te venga. Pero sobre todo, lo que hay más especial es una cornucopia derramando pesos nuevecitos, nuevecitos, de los que cada mes te echa en el bolsillo tu sueldo íntegro, amén de otros percancillos.

—La pintura que me has hecho de ese camino y la ironía con que has hablado —le dije— me están anunciando que sin duda tiene alguna nulidad de gran tamaño.

—No —me contestó—; es una friolerilla. No tienes otra cosa que hacer, sino secundar toda iniciativa del gobierno, aunque sea en contra del interés general, y del bienestar de la nación: estar pronto y preparado para conceder facultades extraordinarias, aunque sean para echar a pique a la república; abrirle de par en par las arcas nacionales, para que las gaste en lo que quiera; si éstas no bastan, imponer contribuciones, aprobar préstamos y contratos a roso y velloso; si el gobierno pide facultades para levantar veinte mil soldados, añadir un piquillo corto de otros treinta mil, aunque para pagarlos sea necesario gravar a la nación más de lo que sufran los caudales de los ciudadanos: en fin, absolver a todo ministro, aunque sea más bribón que Pillo Madera. ¿No es verdad que esto no pasa de unas bagatelas?

—En efecto —le contesté siguiendo la ironía—, no pueden darse cosas más insignificantes ni más bien recompensadas. —Pues todavía falta —me dijo— la parte honorífica del premio, porque sólo te he manifestado la física. Aquélla consiste en que el diputado que obra de la manera indicada es tenido por hombre de bien, amigo del orden, timorato, religioso, prudente y, sobre todo, gran patriota. Los aristócratas no tienen embarazo en igualarlo a ellos, aunque pertenezca a la hez del pueblo; encompadra con grandes personajes; y en una palabra, es el totus homo del gobierno, el director del congreso, y el consejero nato del ministerio. ¿Qué tal?

—Magnífica cosa —respondí—; pero quisiera que me hablaras algo del otro camino. —Ese —me contestó aquella bendita alma— no merece ni nombrarse entre la gente decente. Está sembrado de cárceles o penales como Acapulco o Perote confinaciones, destierros; y en lugar de hospederías y cornucopias, sólo encuentras la horrorosa cueva de la necesidad, y abrojos que en vez de dar dinero, sacan la sangre de las venas. Los que andan por ese camino son sansculotes, jansenistas, irreligiosos, impíos, enemigos del orden, anarquistas, demagogos: aun cuando pertenezcan a la más alta aristocracia, los repudia ésta, los desconoce y se avergüenza de que uno de sus individuos ande por un camino tan infame, en que se enseñan y sostienen los principios de la libertad individual, los de la imprenta; en que no se permite que los funcionarios traspasen los límites de las facultades que les han impuesto las leyes; en que se procura hacer efectiva la responsabilidad a los que las quebrantan, y otras necedades semejantes.

—Todo sufriría yo de buena gana —respondí—, con tal de que triunfaran esas que llamas necedades. —No tengas esa esperanza —repuso—, porque aun con el mismo pueblo, con los propios por quienes te sacrificas, te desacreditarán los que van por el otro camino. A fuerza de gritar que eres anarquista, revoltoso y libertino, se lo harán creer a todo el mundo. Ellos nunca se dan su verdadero nombre de serviles, sino el de liberales moderados, porque para poder engañar a los hombres es necesario que el vicio se disfrace con el ropaje de la virtud. En las cosas indiferentes y que en nada afectan a su plan de operaciones, los verás ponerse de parte del pueblo con exaltación, y aun atacar de cuando en cuando al ministerio con la mayor vehemencia. Con esta conducta alucinan a la multitud, persuadiéndola de que ellos son los verdaderos liberales que miran por su bien, y que los otros son sus enemigos, que con sus ilimitadas pretensiones, impiden los progresos de la libertad nacional y de la felicidad común.

De este modo hacen infructuosos los sacrificios de los que realmente son patriotas y no hipócritas, y que caminan por la senda de los trabajos. Además, como ésta es tan larga y se ramifica por todas partes, porque el buen patriota dirige su vista a toda la extensión de la república y no a un solo punto de ella; como los malos son siempre más en número que los buenos, procuran desacreditar a éstos en todos los Departamentos, de suerte que si no lo consiguen en unos, lo logran en otros; y así el pobre diputado patriota, apenas será conocido y apreciado entre un corto círculo de individuos que lo conozcan personalmente.

El resultado es que cuando los que van por el camino ancho se colman mutuamente de elogios, se dan fama unos a otros, disfrutan toda suerte de comodidades, jamás divisan siquiera la cara de la necesidad, y entre el ruido de los banquetes y una atmósfera cargada de los gases del champaña, cantan alegremente:

  • Alma incaute, che solcate
  • Della vita il mare infido,
  • Questo il porto, questo il nido,
  • Questo il regno é del piacer.* 

Los míseros diputados que marchan cabizbajos, muertos de hambre y cubiertos de oprobio por la senda angosta, en un tono fúnebre como en el que se cantan las lamentaciones de Jeremías en la Semana Santa, entonan entre suspiros:

  • Alme belle, fuggite prudenti
  • Quel piacer, che produce tormenti:
  • Alme belle, soffrite constanti
  • Queit tormenti, onde nasce il piacer.

He aquí todo su consuelo en vida; y su premio, el que después de su muerte, alguno de sus pocos amigos haga su biografía, y la inserte en los periódicos con rayas negras al margen: "Aquí paz, y después gloria".

—Amén —respondí—: ya me has quitado las ganas de ser diputado. Mas si no puedo serviros como político, os serviré siquiera aplicando rectamente las leyes, y administrando justicia con imparcialidad. No hay remedio, voy a meterme en el cuerpo de un juez o de un magistrado.

* Metastasio: Alcide al bivio.