JUECES Y MAGISTRADOS

-En verdad —me dijo el alma macilenta de un magistrado— que bajo cierto aspecto te convendría ese empleo, porque aquí los que siguen la carrera de la judicatura tienen que meterse precisamente a pitagóricos, aunque sean más carnívoros que un inglés, y aún más antropófagos que un caníbal. El juez o el magistrado debe hacer profesión de un riguroso ayuno perpetuo, que consiste en abstinentia a carnibus, et unica comestio. Esta comida única no puede ser sino de verdolagas, quelites o frijoles, muchas veces cocidos en agua y sal, porque no hay con qué comprar manteca para freírlos. Así que, por esa parte se te caerá la sopita en la miel; mas en cuanto a administrar justicia, puede ser que se te caiga en la hiel.

Apenas hay ladronazo o facineroso que no tenga protectores de alto coturno. Si se trata de contrabandistas, sobran padrinos; y si el contrabandista es extranjero, no bien se comienza a hablar la primera palabra en el juicio verbal, cuando ya está en el ministerio de relaciones la nota diplomática del respectivo cónsul, quejándose del juez, del administrador de la aduana, de los guardas, de los denunciantes, y de cuantos han tenido parte en la aprehensión, y la han de tener en la prueba y la sentencia. Si se trata de negocios civiles, agobia con empeños al pobre juez, el litigante que pelea injustamente, de suerte que cada asunto grave que se trata en un juzgado o tribunal, es un atolladero de compromisos, de que muchas veces no puede salir con bien el juez o el magistrado.

Lo peor es que su rectitud es infructuosa; porque luego que cobra fama de incorruptible, lo recusan todos los litigantes cavilosos, y queda reducido a juzgar en chismes de barrio, sobre que la casera le dijo la mala palabra a la vecina, o que le ha de hacer bueno delante de su marido lo que le gritó en público, etcétera. Así que, amiga mía, si quieres ser un juez tan justificado como Minos o Radamanto, ve a ser juez en el infierno poético, porque en la República Mexicana no has de hacer baza.