ABOGADOS

Ya que no puedo administrar justicia —le respondí—, la defenderé contra la injusticia: me introduciré en el cuerpo de un jurisconsulto; y haré resonar en el foro mi voz contra las usurpaciones y el crimen. —Resonará efectivamente tu voz —me contestó el alma de un abogado—; pero la sentencia saldrá en tu contra si no cuentas con otras armas para defender la justicia que tenerla y saber demostrarla. —¿Pues qué —dije— se necesita de otra cosa para obtenerla? —¡Toma! —me respondió—, lo mejor te falta, que es saber ganar en lo particular a los jueces y magistrados. Señora mía, los clientes que tienen justicia, y están persuadidos de ella, gastan su dinero con economía, y no se valen de intrigas, porque realmente no las necesitan. Los clientes que están convencidos de la injusticia con que litigan son los que dicen a su abogado: Gaste usted, a talega abierta, no se pare usted en gastos.

De aquí es que como defender la injusticia es lo que da dinero, hay abogados que no se dedican a otra cosa que a cohechar escribanos y jueces para tenerlos a todos por amigos, y de ese modo hacer perdedizos los expedientes, suplantar hojas en ellos, quitar las que no les convienen, y formar escrituras falsas para obtener sentencias favorables, o por lo menos prolongar años enteros un juicio que estaba concluido en un par de meses: en una palabra, hostilizar al contrario hasta obligarlo a que por quitarse de ruidos, haga una transacción poco ventajosa para él, o muera sin ver el fin de su negocio.

Esto es en cuanto a los trámites o incidentes del curso de ellos: en cuanto a la sustancia, no es menos difícil sostener la justicia. Tenemos por desgracia una multitud espantosa de comentadores, que en vez de aclarar nuestra legislación, la han embrollado de manera que entre las leyes y sus comentarios se ha formado un laberinto, de que el talento más sutil no puede encontrar la salida ni con el hilo de Ariadna. Además, tenemos casi sin echarlo de ver una pésima costumbre en el foro, y es que muchas ocasiones hacemos más caso de las opiniones de los autores que de la letra de las leyes. Va un abogado instruido con una que terminantemente decide el negocio en su favor: se presenta en estrados; informa victoriosamente, y cuando cree que va a lograr el triunfo y que su contrario no tiene una sola palabra que objetar, oye con asombro que éste alega que es verdad que la ley parece a primera vista que habla del caso en cuestión; pero que no es así, porque Vela hace tales y tales excepciones, Castillo la entiende de este modo, Molina de aquel; en fin, el abogado que iba confiado en su ley como en un invencible Aquiles, ve que se le vuelve polvo y ceniza entre las manos, y tiene el dolor de perder el pleito, porque así lo quieren Vela, Castillo, Molina y los jueces, que han acatado mejor a las opiniones de estos autores, que a la letra de la ley.

¡Ojalá y cuando nuestro gobierno actual mandó que se fundaran las sentencias en ley, canon u opinión del autor, hubiera mandado que no se juzgase nunca por opiniones de autores, sino por leyes expresas! Es increíble lo que conduciría al buen despacho del foro, cerrar la puerta a los comentadores. Éstos han perjudicado a la legislación de dos maneras: la una, comentando e interpretando las leyes españolas por las romanas, procurando siempre arreglar aquéllas a éstas, aunque sean diametralmente opuestas; la otra, haciendo combinaciones de las españolas con ellas mismas, y prevalidos del principio jura juribus interpretamur, se han metido a casuistas forenses, ampliando o restringiendo las disposiciones más terminantes, según los casos que suponen y que las aplican. De aquí es que muchos abogados, y acaso la mayor parte de los de nombradía, se dedican al estudio de los comentadores, más bien que al de los códigos. Estos son nuestros abogados: ¿quieres entrar en la carrera?