AGIOTISTAS

-No lo estoy —respondí—, y pues no encuentro camino por donde ser útil directamente al público, lo seré aunque sea indirectamente. He oído decir que hay unos ciudadanos que se llaman agiotistas, los cuales emplean sus caudales en prestar a los pobres, y son el único recurso que éstos tienen muchas veces para comer, juntamente con sus familias. ¿Parece a ustedes bien que me entre en un cuerpo de agiotista?

—En tal caso —me dijo el alma de un empleado—, sería bueno que esperases a ver si resucita Nerón y te metieras en su cuerpo. —¿Tan mal concepto tienes de los agiotistas? —le repliqué. —Operibus credite —me contestó—. Estos misericordiosísimos señores, es verdad que dan de comer a un individuo un día pero a cambio de dejarlo sin comer veinte. ¿Qué tal? —Explícate— le dije. —Poco tiene eso que explicar —me respondió—. Comprar en seis o siete, y aun en menos, lo que vale ciento. El necesitado efectivamente se alimenta un día y alimenta a su familia; pero es a costa de vender una alhaja, o un recibo que vale cien pesos, en cinco o seis. Tú sin duda has conocido en Europa otra clase de agiotistas, muy diversa de los que se usan en esta república.

Allá se forman por medio de compañías, especulaciones de comercio, y cuando algún socio o algún acreedor de la negociación quiere vender su acción o su crédito, lo verifica, y el precio de aquellos sube y baja, según están solubles los fondos o las esperanzas de progresar en la especulación son más o menos fundadas. Entre nosotros no hay nada de eso. El agio casi tiene por objeto exclusivo hacer préstamos al gobierno cuando se halla apurado por dinero. De aquí es que entre nosotros todo agiotista es usurero, aunque no todo usurero es agiotista. La razón es clara, pues todos los que prestan dinero al gobierno, sacan la principal utilidad, de que el préstamo se haga en dinero y papel, para ser pagados en dinero: con este motivo, mientras más barato compran el papel, más ganancia logran.

Por ejemplo, prestan $200 000 mitad en dinero, mitad en papel: si los cien mil pesos en papel les cuestan sólo ocho mil, van a utilizar en los 200 000, 92 000, aunque no recibieran premio ninguno. ¿Ves ya con toda claridad cómo los agiotistas son usureros? Mas en el día se confunden estos dos nombres, que en la realidad convienen en lo que es pelar al prójimo, aunque varían en el modo. Hay usureros que compran recibos, no a fin de hacer préstamos directamente al gobierno, sino porque tienen valimiento para que se les paguen en aduanas marítimas, en la tesorería, comisaría u otras oficinas. Los hay que sólo comercian en alhajas, prestando sobre ellas con un real en cada peso por mes, y el usurero que sólo presta con medio, es digno de que lo saquen en procesión por las calles más públicas.

De estos préstamos resulta que se quedan con alhajas valiosas y con fincas pingües en una friolera; porque prestan una cantidad corta, por alhaja o finca que vale diez tantos más. Si el que empeña paga fielmente las usuras cada mes, bueno para el usurero, porque mensualmente recibe una cantidad muy considerable; si no paga con puntualidad, mejor para el usurero, porque va capitalizando los réditos, y dentro de tres o cuatro años se hizo por $20 000 de una finca que valía $100 000. Éstos son esos señores agiotistas: éste es el modo con que dan de comer a los pobres. Eso sí, siempre haciendo protestas de hombres de bien, de generosos, de francos: siempre el gobierno les paga mal, porque los desatiende en los pagos, cuando le han hecho tales y tales servicios importantísimos, todos de la naturaleza de los referidos. Ellos son puntualmente los ingratos. ¿Cómo con unos capitales rateros de $15 000 o $20 000 se habían de hacer $300 000 o $400 000 en dos o tres años, sino sacrificando al gobierno y a los particulares?

Pero los oirás quejarse amargamente contra el gobierno, respecto de los préstamos y contratos: el que lo celebra se lamenta de que pierde, o cuando menos de que nada va a utilizar, porque nunca ha hecho el gobierno un contrato más ventajoso: los que fueron pospuestos a éste, por el contrario, dicen que el ministro de hacienda no entiende palabra de economía política; que el contrato o préstamo que ha celebrado es muy ruinoso al erario; que estos despilfarros han de acabar con la nación; que ellos le proponían otros ventajosísimos en que iban a perder mucho dinero, no más por servir al gobierno y ser útiles a la república, porque son filantrópicos, hombres de probidad, de carácter, que jamás andan con raterías, y que solamente emplean su dinero en socorrer al necesitado; pero

Haec ubilocuntus foenerator Alphius;

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Omnem relegit Idibus pecuniam
Quaent calendis ponere.*

Después de aquel sermón y aquellas protestas, cobra lo que le deben y lo vuelve a colocar al cuatro o cinco por ciento mensual, o compra escrituras o recibos al seis o al siete: ¡viva el agiotista filantrópico! No, ciertamente no; el cuerpo de un usurero no es digna habitación para el alma de Pitágoras, que en sus Versos dorados, que nos ha conservado su discípulo Lysis, nos dejó escrito: "Sí puedes hacer bien, debes hacerlo: la posibilidad en este caso es vecina de la necesidad".

* Horacio: Epod. 2.