COMERCIANTES

-En efecto —dije—, una vez que los agiotistas son como me los has pintado, su conducta es contra mi doctrina, y yo jamás podré avenirme con aquélla. Seré comerciante.

—Puede ser —me contestó el alma de uno de ellos, que había sido hombre de bien en vida—, que respecto de los comerciantes te suceda lo que respecto de los agiotistas, y te hayas formado una idea poco exacta de los nuestros. Tú has estado en Inglaterra y en Francia, en donde hay comercio nacional; aquí no existe, todo es extranjero. Los que lo son, por descontado que tienen más interés en su país que en el nuestro; lo que les importa es sacar plata; y adelante o no adelante la nación su industria, nada les interesa; y aun si se examina la cosa con imparcialidad, encontraremos que tienen interés en que no progrese. Mientras menos recursos tengan los mexicanos para remediar sus necesidades con los arbitrios que les proporciona su suelo, más necesitan del extranjero y éstos tienen más artículos de consumo.

Los comerciantes nacionales son regatones de los extranjeros, y así están amalgamados en intereses. De aquí es que la codicia, el egoísmo, que son los vicios comunes de los comerciantes, los poseen los de nuestro país, tanto nacionales como extranjeros, en grado heroico. Luego que cualquiera de ellos abre su cajón o su almacén, jura por el caduceo de Mercurio, que es su dios tutelar, meter por alto cuantos efectos pueda; y esto, no pienses que con remordimiento de su conciencia, porque tiene una moral particular en este punto. Los verás oír misa, rezar el rosario, y aun ser hermanos de la santa escuela; y sin embargo no se les hace escrúpulo cohechar al guarda, suplantar guías y facturas, y otras travesurillas de ingenio, propias de la vara de medir. Con razón la antigüedad les dio por deidad protectora al susodicho Mercurio, porque no podía ser dios de los ladrones sino un gran ladronazo.

Pero eso sí, todos, lo mismo que los agiotistas, brotan honradez, probidad, buena fe; y lo que es más, patriotismo por todos los poros de sus cuerpos. Sin embargo, a pesar de estas relevantes virtudes, si el pobre gobierno lleno de apuros establece una contribución, por pequeña que sea, ahí te quiero ver; entonces entra perfectamente el:

Flectere si nequaquam superos movebo.*

Si no hay remedio en el cielo, lo buscarán en el infierno. Se hacen representaciones al congreso y al gobierno, con doscientas o trescientas firmas de comerciantes cabezones contra la tal contribución: se procura cohechar a los ministros, a los diputados, a los senadores, y a cuantos pueden influir en su favor. Si todo esto no basta, ponen la espuela a algún revoltoso que salta a la arena, y son capaces de destronar al sursum corda, porque no se aumente un octavo de alcabala a un tercio de platillas.

* Virgilio: Eneida.