PERIODISTAS

Sálgome de la Iglesia —dije—; pero, ¿a dónde, a dónde iré a dar?... Anda con dos mil de a caballo —exclamé—: hasta que encontré con un vestido que me viniera de molde. ¿No podré ser, almas amigas mías, muy útil a vuestros paisanos en el noble ejercicio de periodista?

Escribiré los verdaderos principios de la política, de la economía; manifestaré las bases de una buena constitución para esta república; apoyaré la justicia de los litigantes que la tengan; enseñaré la sana jurisprudencia, tomada de las fuentes de ella que son el derecho natural y de gentes; declamaré contra los malos comentadores de las leyes, contra los malos abogados y los malos médicos; haré descubrimientos en la química, mineralogía y botánica, haciendo experimentos con los minerales y las plantas de esta república, o publicaré los que se hagan en otras partes; simplificaré los medicamentos; promoveré la formación de un comercio nacional; sostendré la industria del país; atacaré fuertemente a los usureros y agiotistas; finalmente, combatiré al ultramontanismo y promoveré la restitución de la disciplina de la Iglesia a su antiguo esplendor; atacaré el vicio, tributaré alabanzas a la virtud, y caiga quien cayere.

—¿Acabaste? —me dijo el alma de un pobre impresor. —Sí— respondí—, he concluido. —Pues te falta que añadir lo mejor —continuo—. Verás tu imprenta hecha pedazos a sablazos, palos y pedradas: irás entre cuatro soldados y un cabo a hospedarte en los calabozos de la Acordada, y por fin de fiesta, te mandarán a echar un paseo por cuatro o seis años a los de Acapulco o California. Tú piensas sin duda que estás en un país en que la libertad de imprenta es respetada y protegida, como uno de los principales derechos de ciudadano. Aquí van las cosas de otro modo.

Es necesario persignarse y encomendarse a Dios de todo corazón para escribir un editorial o publicar una noticia. Los periodistas juiciosos e imparciales tienen que andar buscando rodeos y circunloquios para indicar una verdad, que en otras naciones estaría dicha en dos palabras. Es necesario pesar y repesar cada una de éstas en las balanzas de la prudencia. ¡Si tal expresión parecerá alarmante! La cambiaremos en estotra; pero, puede calificarse de irrespetuosa: vaya esta; puede interpretarse por una sátira contra tal personaje, corporación o partido: mudémosla en esta; pueden calificarla de impía. Vaya, vaya, no tienes idea de la tortura en que se pone a cada número del periódico el entendimiento del miserable editor a quien toca cubrir el día.

Pensó, meditó, sudó, se comió las uñas, y creyó que había salido felizmente del paso, cuando ahí tienes que viene un amigo el día siguiente y le dice muy reservadamente: el gobierno ha leído con mucho disgusto el editorial de ayer: los militares están chillando, los comerciantes han brincado y saltado de cólera. Cuidado, cuidado, es preciso irse con mucho tiento, no vayan a plantar a usted una desterrada cuando menos lo piense, o quitarle su empleo o a encajarle en las costillas una buena paliza. En vano el editor apela al testimonio de su conciencia. Lo mejor sería, responde el amigo, que usted se quitara de escribir, porque de lo contrario se expone a llevar un codillo. Ésta es la suerte de los periodistas y demás escritores públicos; exceptuando siempre a los que están por el orden, es decir, a los ministeriales y a los que son órganos del partido dominante. Éstos sí tienen facultad para impugnar, contradecir, desmentir, atacar, insultar y hacer otras cosas peores a los demás periodistas y escritores: éstos sientan principios en política magistralmente, aunque sean unos horrendos disparates: en una palabra, éstos son gallos que pelean con dos navajas, cuando aquellos pobres pollancones tiran con los pies encogidos. Otros periodistas y escritores hay que no temen a rey ni a roque, sólo tratan de hacer dinero, y como por desgracia nuestra los papeles más desvergonzados y calumniadores son los que más salida tienen, echan el pecho al agua y escriben cuanto les viene a la boca; impugnan a los demás periódicos sean ministeriales, de oposición o imparciales: su alimento es la polémica política, porque sacándolos de las frasecitas de novela, de las desvergüenzas y de cuestiones las más veces de nombre, ya no saben palabra en otra materia. Así que en mi concepto se puede aplicar a todos los escritores y periodistas políticos, entrando los del Siglo XIX, lo que según Casti* le dijo el perro al puerco: que después de haberse metido a político, se echó a dormir a la larga.

    Sdrajati porco mio, sdrajati e dormi.
    E ¡oh! se tanti politici tuoi pari
    Fosser su questo punto á te conformi,
    E, in vece di trattar pubblici affari,
    Dormisser, come tu, sonno profundo,
    ¡Oh! ¡quanto piu sarai tranquilo il mondo!

En efecto, harían un gran servicio al público muchos periodistas y escritores políticos, si se echaran a dormir a pierna suelta, como unos marranos, y se quitaran de aquel oficio. Más de cuatro revoluciones se ahorrarían a la república si esos señores no se metieran a formar la opinión, cuando ellos no la tienen fija en nada, y acaso están prontos a cambiarla y aun a contrariar la que ayer sostenían, si así conviene a sus intereses personales. Pero, ¿qué hemos de hacer, si nuestra mala educación, nuestras costumbres de colonos, que todavía no acabamos de desarraigar, y nuestra falta de moralidad y decencia pública, no nos permiten ser mejores, a lo menos por ahora? No hay más sino paciencia y barajar, como decía Lanzarote.

* Casti: Gli animali parlanti.