ANGLOAMERICANOS |
Como te dije antes, me estuve un año reponiendo del cansancio, y tuve suficiente tiempo para pensar en la habitación que debía elegir en lo venidero. Viendo que me había ido tan mal en las dos naciones más cultas de la Europa, se me quitaron las ganas de recorrerla toda, y me propuse pasar a América. Allí, decía yo, se ha comenzado a plantar la libertad: esos gobiernos se han de conformar mejor con mi genio y mi primera educación, que estas viejas monarquías, en las que no se encuentran más que apariencias de hombría de bien y una religión superficial. Acá, los hombres se suscriben a alguna creencia, no porque estén convencidos de su verdad, sino porque les es útil para sus miras temporales. Se ha hecho un punto de etiqueta y de moda el no parecer incrédulos, y de aquí es que por fuerza ha de pertenecer un individuo a una religión, si no quiere ser mal visto en la sociedad. Pues ya sabes que el mismo Locke, patriarca de tolerantismo, no quiere que la sociedad admita a los ateos,* porque respecto de ellos no tienen ninguna garantía los vínculos sociales. La libertad de muchos declina en libertinaje, y no faltan sostenedores del despotismo real, a que los arrastra la fuerza de la costumbre. En las repúblicas nuevas que no han visto más formas monárquicas que las de la opresión, como que todas han sido colonias, en que hábitos no pueden ser los de su genio y carácter particulares, sino de pura imitación, en que tienen casi a la vista las desastrosas escenas de la revolución de Francia, es muy de esperarse que la libertad esté bien dirigida y arreglada. Estas consideraciones me hicieron pasar el Atlántico y situarme en los Estados Unidos del Norte. Elegí esa nación antes que a la tuya porque creí que estuvierais padeciendo aquellas oscilaciones que son consiguientes a la variación, no sólo de un gobierno, sino de opiniones y costumbres. Quise dejar que el primero se consolidara, que las segundas se rectificaran, y las terceras se formaran originales, y que perdierais las de imitación. He aquí que me planté de patitas en el cerebro de un angloamericano. Jamás he llevado mayor chasco. Observé que el cerebro de mi huésped se iba endureciendo a proporción que crecía, hasta llegar a metalizarse completamente. Este fenómeno me sorprendió, y mucho más cuando vi que igual transformación había sufrido su corazón. Procuré indagar la causa de esto, y averigüé que todos los angloamericanos tienen el corazón y el cerebro de plata, porque a fuerza de no amar otra cosa que el dinero, ni de pensar en otra cosa que en el dinero, llegan a metalizarse sus cerebros y corazones. Y es una providencia de Dios que ellos no sepan esa metamorfosis, porque si la supieran, se matarían unos a otros y aun a sí mismos, por sacarse del pecho o de la cabeza un dollar. En efecto, no pudo menos que repugnarme infinito ese desenfrenado apetito de dinero. Este es el único dios que adoran, y al que sacrifican todos sus deberes. Allí no hay buena fe, no hay generosidad, no hay hospitalidad; el engaño, la intriga, la falsedad, todos los medios lícitos o ilícitos se ponen en movimiento para adquirir caudales. Nunca se indaga la procedencia de éstos, ni las cualidades de las personas. Únicamente se pregunta ¿cuánto vale Fulano? y la respuesta a esta pregunta es la que constituye el mérito o demérito de una persona. Si es acaudalada, aunque sea la de un asesino o ladrón que se haya levantado con los bienes ajenos en otros países, nada importa, es un hombre excelente; pero si es pobre, es un bribón despreciable, aunque posea las virtudes más relevantes, y mucho más si fuere negro, aun cuando sea rico; porque por una anomalía inconcebible y una contradicción monstruosa, en el país que debe reputarse por el emporio de la libertad y de la igualdad, es donde se halla más marcada la diferencia entre los negros y los blancos. Horroriza a cualquier hombre sensible, no sólo el trato que los primeros reciben de los segundos, sino el que haya leyes que lo autoricen. En ninguna parte es más infeliz la suerte de los negros que en los Estados Unidos del Norte. Tal es el carácter de los angloamericanos. Ellos son los contrabandistas natos del seno Mexicano, que es uno de los ramos de industria con que hacen bastante dinero. Mi huésped se apoderó de una goletita que estafó a unos pobres alemanes, que con toda su sinceridad y honradez andaban comerciando en ella: la cargó de efectos prohibidos y nos dirigimos a las costas de esta república: navegamos con viento en popa hasta avistarlas: los americanos conocen mejor vuestras costas que vosotros los contornos de vuestra hacienda. Esperamos la noche para anclar en una rada, y descargar en la playa: llegó la noche; pero con un fuerte norte y una horrorosa borrasca nuestra goleta fue encallada en un banco de arenas, las olas la hicieron mil pedazos, todos los que venían en el barco se ahogaron; yo dejé el cuerpo de mi huésped que se disputaban dos tiburones y por entre las olas me escapé a la atmosfera de tu república, abominando a los angloamericanos. * Carta sobre la tolerancia |