Conté en los capítulos de atrás
de la manera que salía el Señor a visitar el reino, para
ver y entender las cosas que en él pasaban; y agora quiero dar
a entender al lector cómo salían para la guerra y la orden
que en ello se tenía. Y es que, como estos indios son todos morenos
y alharaquientos y que en tanto se parecen los unos a otros, como hoy
día vemos los que con ellos tratamos, para quitar inconvenientes
y que los unos a los otros se entendiesen, porque si no era cuando algunos
orejones andaban visitando las provincias nunca en ninguna dejaron de
hablar en lengua natural, puesto que por la ley que lo ordenaban eran
obligados a saber la lengua del Cuzco, y en los reales era lo mesmo,
y lo que es en todas partes; pues está claro que si el Emperador
tiene un campo en Italia y hay españoles, tudescos, borgoñones,
flamencos e italianos, que cada nación hablará en su lengua
y por esto se usaba en todo este reino, lo primero, de las señales
en las cabezas diferentes las unas de otras; porque si eran Yuncas,
1 andaban arrebozados
como gitanos; y si eran Collas, tenían unos bonetes como hechura
de morteros, hechos de lana; y si Canas, tenían otros bonetes
mayores y muy anchos; los Cañares traían unas coronas
de palo delgado como aro de cedazo; los Guancas unos ramales que les
caían por debajo de la barba y los cabellos entrenchados; los
Canchis2 unas vendas
anchas coloradas o negras por encima de la frente; por manera que así
éstos, como todos los demás, eran conocidos por éstas
que tenían por insinia,3
que era tan buena y clara que aunque hubiera juntos quinientos mill
hombres claramente se conoscieran los unos a los otros. Y hoy día,
donde vemos junta de gente, luego decimos éstos son de tal parte
y éstos de tal parte; que por esto, como digo, eran unos de otros
conocidos.
Y los reyes, para que en la guerra, siendo muchos, no se embarazasen
y desordenasen, tenían esta orden: que en la gran plaza de la
ciudad del Cuzco estaba la piedra de la guerra, que era grande, de la
forma y hechura de un pan de azúcar, bien engastonada y llena
de oro; y salía el rey con sus consejeros y privados a donde
mandaba llamar a los principales y caciques de las provincias, de los
cuales los que entre sus indios eran más valientes para señalar
por mandones y capitanes, sabido, se hacia el nombramiento; que era
que un indio tenía cargo de diez y otro de cincuenta y otro de
ciento y otro de quinientos e otro de mill e otro de cinco mill y otro
de diez mill; y éstos que tenían estos cargos era cada
uno de los indios de su patria y todos obedecían al capitán
general del rey. Por manera que, siendo menester enviar diez mill hombres
[a] algún combate o guerra, no era menester más de abrir
la boca y mandarlo, y si cinco mill, por el consiguiente; y lo mesmo
para descubrir el campo y para escuchas y rondas, a los que tenían
menos gente. Y cada capitanía llevaba su bandera y unos eran
honderos y otros lanceros y otros peleaban con macanas y otros con ayllo
y dardos y algunos con porras.
Salido el Señor del Cuzco había grandísima orden,
aunque fuesen con él trescientos mill hombres; iban con concierto
por sus jornadas de tambo a tambo, a donde hallaban proveimiento para
todos, sin que nada faltase, e muy cumplido, e muchas armas y alpargates
y toldos para la gente de guerra y mugeres e indios para servilos y
llevarles sus cargas de tambo a tambo, a donde había el mesmo
proveimiento y abasto de mantenimiento; y el Señor se alojaba
y la guarda estaba junto a él y la demás gente se aposentaba
en la redonda en los muchos aposentos que había; y siempre iban
haciendo bailes y borracheras, alegrándose los unos a los otros.
Los naturales de las comarcas por donde pasaban no habían de
ausentarse ni dejar de proveer lo acostumbrado y servir con sus personas
a los que iban a [la] guerra, so pena de que eran castigados en mucho;
y los soldados y capitanes, ni los hijos de los mismos Incas, eran osados
a les hacer ningún mal tratamiento ni robo ni insulto, ni forzaban
a muger ninguna, ni les tomaban una sola mazorca de maíz; y si
salían deste mandamiento y ley de los Incas luego les daban pena
de muerte y si alguno había hurtado, lo azotaban harto más
que en España, e muchas veces le daban pena de muerte. Y haciéndolo
ansí en todo había razón y orden y los naturales
no osaban dejar de servir y proveer a la gente de guerra bastantemente
y los soldados tampoco querían robarlos ni hacelles mal, temiendo
el castigo. Y si había algunos motines o conjuraciones o levantamientos,
los principales y más movedores llevaban al Cuzco a buen recaudo,
donde los metían en una cárcel que estaba llena de fieras,
como culebras, víboras, tigres, osos y otras sabandijas malas;
si alguno negaba, decían que aquellas serpientes no le harían
mal, y si mentía, que le matarían; y este desvarío
tenían y guardaban por cierto. Y en aquella espantosa cárcel
tenían siempre, por delitos que hecho habían, mucha gente,
los cuales miraban de tiempo a tiempo; y si su suerte tal había
sido que no le hobiesen mordido [a] algunos de ellos, sacábanlos
mostrando grande lástima y dejábanlos volver a sus tierras.
Y tenían en esta cárcel carceleros los que bastaban para
la guarda della y para que tubiesen cuidado de dar de comer a los que
se prendían y aún a las malas sabandijas que allí
tenían. Y cierto, yo me reí bien de gana cuando en el
Cuzco oí que solía haber esta cárcel y, aunque
me dijeron el nombre, no me acuerdo y por eso no lo pongo.
1 Ingas.
2 Chanchas.
3 Encima.
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