Que los yucatanenses naturalmente conocían que
hacían mal, y porque creían que por el mal y pecado les
venían muertes, enfermedades y tormentos, tenían por costumbre
confesarse cuando ya estaban en ellos. De esta manera, cuando por enfermedad
u otra cosa estaban en peligro de muerte, confesaban sus pecados y si
se descuidaban traíanselos sus parientes más cercanos
o amigos a la memoria, y así decían públicamente
sus pecados: al sacerdote si estaba allí, y si no, a los padres
y madres, las mujeres a los maridos y los maridos a las mujeres.
Los pecados de que comúnmente se acusaban eran el hurto, homicidio,
de la carne y falso testimonio y con esto se creían salvos; y
muchas veces, si escapaban [a la muerte], había revueltas entre
el marido y la mujer por las desgracias que les habían sucedido
y con las o los que las habían causado.
Ellos confesaban sus flaquezas salvo las que con sus esclavas, los que
las tenían, habían cometido, porque decían que
era lícito usar de sus cosas como querían. Los pecados
de intención no confesaban aunque teníanlos por malos
y en sus consejos y predicaciones aconsejan evitarlos. Que las abstinencias
que comúnmente hacían eran de sal y pimienta en los guisados,
lo cual les era grave; absteníanse de sus mujeres para la celebración
de todas sus fiestas.
No se casaban hasta un año después de viudos por no conocer
hombre o mujer en aquel tiempo; y a los que esto no guardaban tenían
por poco templados y [creían] que por eso les vendría
algún mal.
En algunos ayunos de sus fiestas no comían carne ni conocían
mujeres; recibían los oficios de las fiestas siempre con ayunos
y lo mismo los oficios de la república; y algunos [ayunos] eran
tan largos que duraban tres años y era gran pecado quebrantarlos.
Que eran tan dados a sus idolátricas oraciones, que en tiempo
de necesidad hasta las mujeres, muchachos y mozas entendían en
esto de quemar incienso y suplicar a Dios les librase del mal y reprimiese
al demonio que ello les causaba.
Y que aun los caminantes llevaban en sus caminos incienso y un platillo
en que quemarlo, y así, por la noche, do quiera que llegaban,
erigían tres piedras pequeñas y ponían en ellas
sendos pocos del incienso y poníanles delante otras tres piedras
llanas en las cuales echaban el incienso, rogando al dios que llaman
Ekchuah los volviese con bien a sus casas; y esto lo hacían
cada noche hasta ser vueltos a sus casas donde no faltaba quien por
ellos hiciese otro tanto y aun más.
Que tenían gran muchedumbre de ídolos y templos suntuosos
a su manera y aun sin los templos comunes, tenían los señores
sacerdotes y gente principal oratorios e ídolos en casa para
sus oraciones y ofrendas particulares. Y que tenían a Cuzmil
y el pozo de Chichenizá en tanta veneración
como nosotros las romerías a Jerusalén y Roma y así
los iban a visitar y ofrecer dones, principalmente a Cuzmil como
nosotros a los lugares santos, y cuando no iban, enviaban siempre sus
ofrendas. Y los que iban tenían también la costumbre de
entrar en los templos de relictos cuando pasaban por ellos a orar y
quemar copal.
Tantos ídolos tenían que aun no les bastaban los de sus
dioses; pero no había animales ni sabandijas a los que no les
hiciesen estatua, y todas las hacían a la semejanza de sus dioses
y diosas. Tenían algunos pocos ídolos de piedra y otros
de madera y de bultos pequeños, pero no tantos como de barro.
Los ídolos de madera eran tenidos en tanto, que se heredaban
como lo principal de la herencia. Ídolos de metal no tenían
porque no hay metal ahí. Bien sabían ellos que los ídolos
eran obras suyas y muertas y sin deidad; mas los tenían en reverencia
por lo que representaban y porque los habían hecho con muchas
ceremonias, especialmente los de palo.
Los más idólatras eran los sacerdotes, chilanes,
hechiceros y médicos, chaces y nacones. El oficio
de los sacerdotes era tratar y enseñar sus ciencias y declarar
las necesidades y sus remedios, predicar y echar las fiestas, hacer
sacrificios y administrar sus sacramentos. El oficio de los chilanes
era dar al pueblo las respuestas de los demonios y eran tenidos en tanto
que acontecía llevarlos en hombros. Los hechiceros y médicos
curaban con sangrías hechas en la parte donde dolía al
enfermo y echaban suertes para adivinar en sus oficios y otras cosas.
Los chaces eran cuatro hombres ancianos elegidos siempre de nuevo
para ayudar al sacerdote a hacer bien y cumplidamente las fiestas.
Nacones eran dos oficios: el uno perpetuo y poco honroso porque
era el que abría los pechos a las personas que sacrificaban;
el otro era una elección hecha de un capitán para la guerra
y otras fiestas, que duraba tres años. Éste era de mucha
honra.
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