LA ESTANCIA EN LA ESPAÑOLA

En 1527, al morir fray Luis de Figueroa, que había sido electo obispo de Santo Domingo, pero que no había alcanzado a ejercer sus funciones, el Consejo de Indias, conociendo la actuación de Fuenleal en Sevilla y Granada, decidió presentarlo para el obispado de Santo Domingo y La Concepción, en la Isla Española.4 Antes de partir ya para el Nuevo Mundo como obispo recibió además el nombramiento de presidente de la Audiencia de Santo Domingo, la más antigua en el continente americano. El 7 de octubre de 1528, saliendo de Sanlúcar de Barrameda, se dirigió primero a Puerto Rico, donde permaneció algunos días, para trasladarse en definitiva a su sede episcopal. A principios de 1529 lo encontramos ya en ésta donde actuará decisivamente como presidente de la audiencia.

Muchos eran los encargos, verdaderamente urgentes, que por real comisión debía de atender en la Isla Española. Se referían éstos principalmente al buen tratamiento de los indios, al problema de las encomiendas y de la esclavitud, así como a la pacificación de varios grupos de nativos que, enfrentándose a injusticias, sé mantenían en abierta rebelión. Tal era el caso, entre otros, del célebre cacique Enriquillo que, ya por largo tiempo, había tenido en jaque al gobierno español en la provincia que llamaban de Bauruco, lejos de la ciudad de Santo Domingo. Desde otro punto de vista, numerosos eran también los problemas en lo tocante a la administración pública y a la aplicación de justicia entre los vecinos españoles. La ciudad de La Concepción estaba en peligro de despoblarse. Hacía falta además establecer escuelas, fomentar adecuadamente la explotación de la tierra y organizar sistemas de defensa contra posibles acometidas provenientes del exterior.

Por varias cartas que escribió Fuenleal al emperador sabemos cómo, desde un principio, atendió éste a tan gran número de asuntos que sólo tenían en común igual apremio. El cronista don Antonio de Herrera que, basándose en documentos a su alcance, pudo emitir un juicio sobre la administración de don Sebastián en Santo Domingo, nos dice en resumen que

entendió luego en ejecutar las órdenes que llevaba para el buen gobierno de la Audiencia y de los pueblos, compuso muchas diferencias, acabó muchos pleitos, instituyó un estudio para los naturales [...] Mostró en muchas cosas ser útil consejero y muy constante, hombre prudente y de buen celo y de experiencia, del tiempo que había servido en la Chancillería de Granada, con muchas buenas provisiones que hizo. En sustancia, dio orden a la justicia; cesaron las competencias entre los oidores y oficiales reales; cada uno estaba en los límites de su oficio y en todo hubo quietud.5

Y precisamente a propósito del asunto ya mencionado de la rebelión del cacique Enriquillo, tuvo ocasión Fuenleal de iniciar su amistad con fray Bartolomé de Las Casas que, por ese tiempo se encontraba en La Española. A él encomendó, como detalladamente lo refiere en su Historia de las Indias el propio Las Casas, se dirigiera al jefe indio en misión de paz. Y a fray Antonio de Remesal acudimos ahora para valorar el resultado de esta gestión:

Dio palabra de esto [el cacique] al padre, hizo juramento, entregó prendas o rehenes con tal que el presidente [de la Audiencia], en nombre del Rey, le diese a él y a los suyos seguro de la vida y perdón general, y a él se la volviesen sus indios y hacienda y le dejasen vivir en paz. Volvióse con este despacho, que era bonísimo, el padre fray Bartolomé de las Casas a la ciudad de Santo Domingo, refiriéndole al presidente, a la Audiencia y a todo el pueblo, y fue tan bien recibido de todos, como la cosa que más deseaban, y el presidente y los oidores dieran aún mucho más de lo que el cacique pedía, según estaban de ganosos de acabar con aquel embarazo tan afrentoso para los españoles...6

Don Sebastián, que con tan buen acuerdo se abocó así a pacificar esta rebelión, había ido adquiriendo, desde los primeros meses de su llegada a tierras americanas, gran estimación por los indígenas. Buena prueba de ello, y confirmación de su humanismo, la tenemos en el hecho mencionado por Herrera de que pronto se interesó por crear escuelas y estudios para los mismos naturales.

Entregado se encontraba a estas y otras ocupaciones, propias de su doble oficio de obispo y presidente de la audiencia, cuando, a mediados de 1530, recibió una carta de la reina doña Juana, fechada en Madrid, el 11 de abril de ese mismo año. En ella le daba a conocer que, ante el cúmulo de problemas que se habían suscitado en la Nueva España, principalmente por la ineficacia y maldad de los integrantes de la primera audiencia, se había decidido proveer con nuevo presidente y oidores y que

conocida vuestra persona, prudencia y bondad y el celo verdadero que habéis mostrado tener en el servicio de Nuestro Señor y nuestro y alguna experiencia que tenéis de las cosas y gentes de esas partes, como quiera que vuestra persona es tan necesaria y hace tan gran fruto en esa isla; pero visto cómo esta cosa es tan grande y que requiere brevedad la provisión della, y también que ya las cosas de allí están puestas en orden con vuestro trabajo y prudencia, hemos acordado que vos vais a reformar las cosas de esa provincia, y entre tanto que en ello entendéis, seáis nuestro presidente de aquella abdiencia y administréis la nuestra justicia con los oidores que de nuevo habemos mandado nombrar. Por ende, por servicio nuestro que lo tengáis por bien, y desde luego os aderecéis para que, en llegando los dichos oidores, que partirán muy brevemente, os podáis ir, y con ellos vos mandaré enviar las provisiones e instrucciones necesarias, sin esperar respuesta vuestra, por la confianza que tenemos que no rehusaréis ningún trabajo en cosa que sea servicio de su majestad...7

Y, como prueba de interés muy grande en este asunto, la propia reina doña Juana escribió al calce de esta carta, de su puño y letra, las siguientes palabras:

Obispo, por tener elegida vuestra persona para esto, por mi servicio, que no haya dilación en vuestra partida. De mi mano. De Madrid, a once de abril de mil e quinientos e treinta años.

Tan súbita orden, recibida por don Sebastián apenas algo más de un año después de que había empezado a actuar en Santo Domingo, hubo de perturbarlo considerablemente. Con libertad contestó luego a la reina explicándole las razones que le movían a no aceptar este nuevo encargo, entre otras cosas porque aún quedaban muchos asuntos por resolver en La Española y porque además se sentía quebrantado de salud.

Una nueva carta de doña Juana encontramos, fechada en Ocaña a 27 de abril de 1531, en la que ésta insiste y nuevamente ordena a Ramírez de Fuenleal que se traslade de inmediato a México, pues urge allí su presencia como cabeza de la audiencia. Para entonces habían llegado ya a Nueva España, directamente desde Sevilla, los otros cuatro oidores recientemente nombrados, ente ellos don Vasco de Quiroga. La carta citada de doña Juana decía textualmente:

Y porque como os tengo scripto, aquello es de la importancia que veis, y requiere que en su reformación se halle una persona como la vuestra, yo os encargo y mando que luego quésta recibáis os aderecéis y os partáis con la más diligencia que os sea posible a la Nueva España y entendáis en lo que por nuestras cartas e instrucciones vos está cometido con aquella diligencia e buen recabdo que de vos confío; y después que aquello esté puesto en orden, si vos toviéredes voluntad de venir a estos reinos a nos hacer relación de las cosas de esas partes, para que con vuestro parecer se provea lo que convenga en todo, escribiéndolo vos, holgaremos de vos dar licencia para ello...8

4 Véase Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones de ultramar, 2 serie, 24 vols., Madrid, 1885-1931, vol. 14, p.32.

5 Antonio de Herrera, Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme de el Mar Océano, década cuarta, libro V, capítulo VI.

6 Fray Antonio de Remesal, O. P., Historia general de las Indias Occidentales y particular de las provincias de Chiapa y Guatemala, edición y estudio preliminar de Carmelo Sáenz de Santa María, S.J., 2 vols. Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1964, vol. I, p. 189.

7 "Carta de la reina doña Juana al obispo de Santo Domingo, Madrid, a 11 de abril de 153O", Epistolario de Nueva España, 1505-1818, recopilado por Francisco del Paso y Troncoso, tomo II, México, Antigua Librería de Robredo, 1939, vol. II, pp. 1-2.

8 "Carta de la reina doña Juana al obispo de Santo Domingo, de Ocaña a 27 de abril de 1531", Epistolario de Nueva España, tomo II, pp. 26-27.