EL LEGADO DEL MÉXICO ANTIGUO

El hombre de Anáhuac a su modo gustó de lo bueno y lo recto, las flores y los cantos, pero, quizás más aún que el heleno, con obsesión vivió el misterio del acabamiento de los soles y los mundos, de los rostros y los corazones. Quien nos volvió asequible la sabiduría de los griegos allegó también para nosotros los jades del pensamiento náhuatl:

Vano empeño, ya tomas tu enflorado atabal,
esparces, riegas flores:
¡se marchitan!
Nosotros también cantos nuevos
elevamos aquí,
también las nuevas flores
están en nuestras manos:
¡Deléitese con ellos el grupo de nuestros amigos,
disípese con ellas la tristeza de nuestro corazón!
Nadie se deje dominar de la tristeza
nadie ponga su pensamiento en la Tierra:
¡Aquí están nuestras flores y nuestros bellos cantos!
¡Deléitese con ellos el grupo de nuestros amigos,
disípese con ellas la tristeza de nuestro corazón!
Prestada tenemos tan sólo la Tierra, oh amigos,
hemos de dejar los bellos cantos,
hemos de dejar las bellas flores.
Por ello me entristezco en mi canto al Sol.
Hemos de dejar los bellos cantos,
hemos de dejar las bellas flores.5


Alegría de los amigos, sacrificios a los dioses, simbolismo a la manera tolteca; pero también tristeza, aflicción desgarradora, porque como el griego sabe que su destino será el Hades, también entrevé el náhuatl que, sin flores y cantos, tendrá que marchar al Mictlan, la región de los muertos, el país de los descarnados. Muchas horas de su fecunda existencia consagró Garibay al rescate de la poesía náhuatl, las crónicas, los huehuehtlahtollí, testimonios de la "antigua palabra" y asimismo, en forma directa, a las obras extraordinarias de quienes fueron precursores suyos en el acercamiento al alma de Anáhuac. Me refiero a varones tan eximios como fray Bernardino de Sahagún, fray Andrés de Olmos y fray Diego Durán. De ellos, y de las creaciones del hombre indígena, rescatadas en su propia lengua y puestas luego en vigorosa expresión castellana, aprendió Garibay a valorar la riqueza del legado de los antepasados indígenas. Por eso, tantos afanes dedicó a su magna labor de rescate.

Fecundos ciertamente fueron los años que laboró en la Universidad Nacional. Como privilegio extraordinario tendré siempre el de haber participado con él en las tareas del Seminario de Cultura Náhuatl, en el Instituto de Investigaciones Históricas. Por una parte prosiguió allí en su empeño de trasmitir sus conocimientos a cuantos se acercaban a él. Por otra, sacó a luz buen número de publicaciones de singular importancia. Mencionaré los dos volúmenes que dedicó a ofrecer la paleografía y versión castellana de textos de los informantes de Sáhagún, con notas y comentarios: Veinte himnos sacros de los nahuas (1958) y Vida económica de Tenochtitlan, pochtecáyotl, arte de traficar (1961). Opus magnum fue emprender la presentación, con criterio a la vez filológico y humanista, de buena parte de la poesía náhuatl de la tradición prehispánica.

Tal empresa la llevó a cabo a partir de 1963. Su propósito era disponer la edición completa de cuantos textos pudo allegar con muestras de la poesía de los antiguos mexicanos. En 1964 vio publicado un primer volumen con el texto íntegro, paleografía y versión al castellano, de la obra que se conoce como Romances de los señores de la Nueva España, manuscrito de Juan Bautista Pomar. Muy poco después, en 1965, sumó al anterior otro volumen que incluía la primera parte del texto náhuatl con traducción castellana de Cantares Mexicanos, manuscrito de la Biblioteca Nacional de México. De aparición póstuma fue el tercer volumen de su Poesía náhuatl, con otro conjunto de poemas relacionados con las representaciones dramáticas en las fiestas. Dicho volumen, con textos también de Cantares Mexicanos, manuscrito de la Biblioteca Nacional de México, vio la luz en 1968. Sólo la muerte pudo impedir al maestro Garibay la realización íntegra de sus deseos, o sea el rescate completo de la poesía náhuatl.

No siendo propósito de esta recordación ofrecer el largo elenco de su bibliografía, me limito a mencionar sólo su permanente interés y sus siempre valiosas contribuciones en los siete primeros volúmenes de Estudios de cultura náhuatl, publicación en la que también tuve la fortuna de laborar a su lado. El último de sus trabajos en dicha serie fue el comentario y la edición del Códice carolino, con importantes adiciones a la primera edición del Vocabulario... de fray Alonso de Molina, la de 1555.

5 Ángel María Garibay, Historia de la literatura náhuatl, Porrúa, México, 1953, t. I, pp. 184-185.