INVESTIGAClÓN Y DOCENCIA |
|||
Probablemente hacia 1755, ya que se desconoce la fecha
exacta, Clavijero recibió las órdenes sacerdotales. A
partir de este momento iba a dedicarse por entero a actividades todas
ellas relacionadas con la investigación y la docencia. Primeramente
lo encontramos en el Colegio de San Gregorio, erigido desde tiempos
antiguos para la formación de jóvenes indígenas.
Cinco años pasó allí durante los cuales, además
de cumplir con sus obligaciones de maestro,
Fructuosa como fue en grado sumo su estancia en el Colegio de San
Gregorio, no estuvo sin embargo exenta de varios contratiempos, y
aun de lo que podría calificarse de manifiesta oposición
por parte de algunos de sus superiores. De ello nos habla precisamente
una carta de fecha 3 de abril de 1761, dirigida a Clavijero por el
padre Pedro Reales, entonces provisor de la Compañía
de Jesús en la provincia de Nueva España. Entre otras
cosas su superior le acusa de haber
Bien puede entreverse el sentido de esta reprensión. Las palabras antes citadas de Maneiro nos dan la clave. Escribió éste que, durante su permanencia en el Colegio de San Gregorio, Clavijero "devoraba libros" y examinaba con "ojos curiosísimos" los códices y papeles indígenas. Éstos eran sin duda los "otros cuidados y estudios que le embargaban "al decir del padre Reales. Condenar la "abstracción" de nuestro investigador, su apartamiento de los que vivían en el Colegio de San Gregorio, venía a ser tanto como decirle que no debía entregarse con tan grande pasión al asunto de los códices y antigüedades indígenas, de cuyo estudio poco debía esperar el padre superior. Como en el caso de otros religiosos, también hondamente interesados por inquirir acerca de las viejas culturas, y vale la pena traer a la memoria las persecuciones que hubo de sufrir fray Bernardino de Sahagún, también ahora Clavijero tenía que hacer frente a este tipo de contradicciones. Sin embargo, persuadido de la verdadera importancia de su trabajo, en modo alguno se dejó impresionar por esta primera forma de oposición. Mucho más grave sería, años más tarde, la forzada separación de sus preciados códices y de los materiales indispensables para su investigación, cuando por decreto real tuvo que salir expulsado de México en compañía de los otros jesuitas. Y aun entonces en su triste condición de exiliado en Italia, iba a encontrar la forma de reavivar su antiguo interés hasta hacer posible la creación histórica, una de las más profundas motivaciones de su existencia. Destierro anticipado hubo de sufrir cuando, probablemente como consecuencia de la reconvención del padre provisor, fue trasladado al Colegio de San Javier, en la ciudad de Puebla. Recordando este episodio, nos dice el primero de sus biógrafos que el más grande sentimiento que tuvo entonces Clavijero fue tener que dejar a un grupo de estudiantes jóvenes a quienes comunicaba sus ideas y entre los que se encontraban algunos que llegarían a destacar sobremanera, como fue el caso del célebre José Antonio de Alzate. Cerca de tres años permaneció en la Angelópolis
dedicado por igual a la formación de los estudiantes indígenas
del Colegio de San Javier y a la investigación y estudio de
materias literarias, históricas y filosóficas. Su facilidad
de palabra y la hondura de su pensamiento, de las que daba repetida
prueba en sus lecciones, sermones y discursos, fueron causa de que
sus superiores reconocieran al fin la conveniencia de dedicarlo a
tareas que, a su juicio, parecían de mayor importancia en el
campo de la cultura. En 1764 recibió la orden de trasladarse
a Valladolid de Michoacán para enseñar allí filosofía.
Acatándola desde luego, pero
Su intención era abrir las mentes de sus discípulos a nuevas formas de pensamiento en las que sobre todo se tomaran en cuenta los más recientes descubrimientos de las ciencias y del saber contemporáneos. Difícil de borrar fue la huella que alcanzó a dejar Clavijero en el Colegio de Valladolid. Años más tarde, ausente ya el maestro, otros estudiantes habrían de beneficiarse también con el renovado ambiente intelectual introducido allí por él. Éste fue el caso, para citar un ejemplo ilustre, de don Miguel Hidalgo y Costilla que ingresaría en ese mismo Colegio no mucho después de la partida de Clavijero.8 La extraordinaria labor desarrollada en Valladolid trajo por consecuencia que se le enviara a Guadalajara, adonde pasó a ocupar la cátedra del segundo año de filosofía. El impulso renovador de Clavijero dio allí sus mejores frutos. Si ya desde años antes había escrito en buena parte su Cursus philosophicus, por este tiempo redactó su Physica particularis, la única de sus obras sobre materias filosófico-científicas que actualmente se conserva. En ella, apartándose de estériles argumentos escolásticos, elaboró original síntesis con base en los resultados de las mejores investigaciones de la época. A las claras puede percibirse también cuál era su actitud por el solo título que dio a un diálogo que igualmente compuso. Sus interlocutores se llamaban Filaletes y Paleófilo, o sea "el amante de la verdad" y "el amante de lo anticuado". Y si este diálogo por desgracia se ha perdido, en su enunciado nos queda reiterada afirmación de la firme postura intelectual de quien se mantenía abierto a las ideas modernas, incluyendo en éstas su empeño por descubrir en las culturas indígenas posibles valores de significación universal.9 5 Ibid., pp. 140-141. 6 "Documentos para la biografía del historiador Clavijero", op. cit., p. 319. 7 Juan Luis Maneiro, op. cit., p. 145. 8 Véase lo que escribe a este respecto Juan Hernández Luna en Imágenes históricas de Hidalgo, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1954, p. 144. 9 En lo que toca a la obra de Clavijero como filósofo y maestro, consúltese especialmente, de Bernabé Navarro, La introducción de la filosofía moderna en México, Colegio de México, México, 1948, PP. 174-194 y passim. |