México y los Estados Unidos

I

SI ES verdad que las relaciones entre México y los Estados Unidos son —o debieran ser— la piedra angular de la política internacional mexicana, no encierran ellas menor importancia para quienes modelan entre nosotros los espíritus y la opinión pública.

Partiendo de esta base, nada sería más natural ni más satisfactorio que ver a nuestra Secretaría de Relaciones entregada a procurar, constante, decorosa e inteligentemente, el acercamiento entre ambos países, y a nuestros maestros, a nuestros publicistas, a nuestros hombres de Estado, colaborando gracias a un sentido semejante.

Los hechos, sin embargo, anuncian otra cosa, quizás porque nada presente mayores escabrosidades de concepción y realización, en materia de doctrinas nacionales, que una actitud ilustrada y útil acerca de este punto. ¿Se discierne, acaso, en nuestros actos oficiales respecto de la gran república del Norte ningún propósito coordinador, como no sea el mero esfuerzo de ir sorteando los escollos sin comprometer al país ni herir las susceptibilidades del pueblo? En cuanto a nuestros hombres públicos, nuestros escritores (en su gran mayoría), nuestros maestros, o bien se mantienen en una reserva temerosa, o bien van al fondo de impulsos irracionales para arrancar de allí gestos tan absurdos como aquello de que "con cincuenta mil hombres yo llego a Washington".

Recientemente, algunos órganos de la prensa mexicana, penetrados del enorme interés que entraña para México el hábil aprovechamiento de nuestra vecindad con los Estados Unidos, han iniciado a ese propósito una campaña más o menos orientadora. Nada queremos adelantar sobre el fruto inmediato de tales esfuerzos, salvo la observación de que éstos, las más de las veces, han sido mal entendidos por el gran público y peor explotados por otros periódicos en su ansia de engolfarse en contiendas de carácter comercial.

Nuestro programa, reconstructor y nacionalista, incluye el deseo vehemente de proyectar, con designios mexicanos, luz sobre el valor absoluto de los Estados Unidos y su civilización, y sobre el único camino que México puede seguir para transformar en benéfico concurso material y espiritual el accidente geográfico que puso juntas a las dos naciones. En los comentarios relativos a este punto expresaremos nuestras ideas libremente, fijos sólo en el bien de México, según lo entendemos nosotros, y con la esperanza de que se nos comprenda, pues creemos necesaria, y aun históricamente aconsejable — lo primero por razones de orden político, económico y espiritual—, una inteligencia entre México y los Estados Unidos, ilustrada y generosa de ambas partes.

8 de mayo de l9l9