En la sociedad primitiva los nombres de los simples
particulares, vivos o muertos, son objeto de mucho cuidado, no debe
sorprendernos que se hayan tomado las mayores precauciones para resguardar
de perjuicios los sagrados nombres reales y sacerdotales. Así,
el nombre del rey de Dahomey se mantiene secreto siempre, temiendo que
su conocimiento pudiera habilitar a algún malvado para dañarle.
Los apelativos con que los diferentes reyes de Dahomey han sido conocidos
de los europeos no eran sus verdaderos nombres, sino meros títulos
o lo que los indígenas denominan "nombres fuertes".
Creemos que los nativos piensan que ningún peligro puede provenir
de estos títulos cuando son conocidos, puesto que no están
conectados vitalmente con sus poseedores, como lo están los nombres
de nacimiento. En el reino de Galla de Ghera, el nombre "de pila"
del soberano no puede pronunciarlo ningún súbdito bajo
pena de muerte y las palabras comunes que lo recuerden son cambiadas
por otras. Entre los bahimas del África Central, cuando muere
un rey su nombre queda eliminado del lenguaje y si su nombre era el
de algún animal, también tiene que buscarse en seguida
uno nuevo. Por ejemplo, es frecuente llamar al rey un león; por
esto, a la muerte del rey llamado León, se tiene que inventar
un nombre genérico nuevo para los leones. En Siam era muy difícil
descubrir el nombre verdadero del rey, puesto que se mantenía
en secreto por miedo a las brujerías, y cualquiera que lo dijese
era encerrado en un calabozo. Solamente se podían referir al
rey empleando ciertos títulos altisonantes, tales como el augusto,
el perfecto, el supremo, el gran emperador, el descendiente de los ángeles
y otros por el estilo. En Birmania se consideraba muy grave impiedad
mencionar el nombre del soberano reinante; a los súbditos birmanos,
aun cuando estuviesen lejos de su país, era imposible inducirles
a hacerlo. Después de su ascenso al trono, el rey era solamente
conocido por sus títulos regios.
Entre los zulúes nadie mencionará el nombre del jefe de
su tribu o los nombres de los progenitores del jefe que él pueda
recordar; ni pronunciará palabras de nombres comunes que coincidan
o recuerden de algún modo por su sonido los nombres tabú.
En la tribu de los dwandwes hubo un jefe llamado Langa, que significa
"el sol"; por esto el nombre del astro fue cambiado de langa
a gala, y así quedó hace más de cien años.
También, en la tribu Xumayo, la palabra que significa "pastores"
fue cambiada de alusa o ayusa a kagesa, porque
u-Mayusi era el nombre del jefe. Además de estos tabúes
obedecidos por cada tribu separadamente, todas las tribus zulúes
se unían tabuando el nombre del monarca que reinase en toda la
nación. Por ejemplo, cuando Panda fue rey de Zululandia, la palabra
para una raíz de árbol que se dice impando, fue
cambiada en nxabo. También la palabra
para "mentira o calumnia" fue alterada de amacebo a
amakwata, pues amacebo contiene una sílaba del
nombre del famoso rey Cetchwayo.2 Estas
sustituciones, sin embargo, no son tan extremadas para los hombres como
para las mujeres, que omiten todo sonido que ni remotamente resuene
como algún otro que haya en un nombre tabuado. En el kral del
rey es difícil verdaderamente entender el lenguaje de las mujeres
reales, porque tratan de este modo no sólo a los nombres del
rey y sus progenitores, sino también a los de los antepasados
de sus hermanos por varias generaciones. Si a estos tabúes tribales
y nacionales añadimos los que resultan del parentesco por casamiento,
que ya han sido descritos, podemos fácilmente entender lo que
sucede en cada tribu de Zululandia a causa de las palabras peculiares
de cada una y del considerable vocabulario que las mujeres tienen para
ellas. Además, los miembros de una familia pueden inhibirse de
usar palabras empleadas por otra familia. Las mujeres de un kral, por
ejemplo, pueden llamar a la hiena por su nombre común ordinario;
las del kral próximo usar la palabra sustituta y, para un tercer
kral, la sustitutiva puede ser igual, teniendo que inventarse otro término
para ocupar su lugar. Por esto, el lenguaje zulú presenta hoy
casi la apariencia de ser doble; en verdad que multitud de cosas poseen
tres o cuatro sinónimos que por la mezcla de las tribus son conocidos
en toda Zululandia.
Una costumbre similar prevalece por todas partes de la isla de Madagascar
y su resultado, como entre los zulúes, ha sido producir dialectos
distintos en el habla de las tribus. No hay nombres de familia en Madagascar
(apellidos) y casi todos los personales están sacados del lenguaje
de la vida diaria y significan algún objeto común, acción,
cualidad, etc., como un ave, animal, árbol, planta, colores y
demás. Por esto, hay que inventar para el objeto un nombre común
remplazando con el nuevo el que fue desechado. Es fácil concebir
la confusión e incertidumbre en un lenguaje cuando es hablado
entre muchas tribus locales y pequeñas, gobernada cada cual por
un reyezuelo o jefecillo con su nombre propio consagrado. Aún
hay tribus y gente que se someten a esta tiranía de las palabras,
como sus padres hicieron desde tiempo inmemorial. Los inconvenientes
de esta costumbre se señalan especialmente en la costa occidental
de la isla, donde, teniendo en cuenta el gran número de jefaturas
independientes, los nombres de cosas, lugares y ríos han sufrido
tantos cambios que sobreviene la confusión frecuentemente, por
cuanto una vez que palabras comunes han sido desplazadas por los jefes,
los indígenas no admiten conocer su antiguo sentido.
No son sólo los nombres propios de los reyes y jefes vivos los
tabú en Madagascar; también están desplazados los
nombres de los muertos, por lo menos en algunas partes de la isla. Entre
los sakalavos, cuando muere un rey, los nobles y el pueblo, reunidos
en consejo alrededor del cadáver, escogen solemnemente un nombre
nuevo para el extinto monarca y con él será conocido en
lo futuro. Adoptado el nuevo nombre, se trueca en sagrado el antiguo,
por el que fue conocido el rey en vida, y nadie osará pronunciarlo
so pena de muerte. Además, también se consagran las palabras
del lenguaje corriente que tienen alguna semejanza con el nombre prohibido,
y deben ser remplazadas. A las personas que pronuncien esas palabras
proscritas se les juzga no solo como groseras y brutales, sino hasta
como felonas; han cometido un crimen capital. Sin embargo, estos cambios
de vocabulario están limitados al distrito donde reinó
el difunto rey; en los lugares vecinos las palabras antiguas continúan
empleándose en su viejo sentido.
La santidad atribuida a las personas de los jefes de la Polinesia se
extiende naturalmente también a sus nombres, que en opinión
del primitivo son difíciles de separar de las personas que los
llevan. Por esto, en Polinesia encontramos la misma prohibición
sistemática de pronunciar nombres de jefes o de palabras comunes
que se parezcan a ellos, como acabamos de encontrar en Zululanda y Madagascar.
Así, en Nueva Zelanda, el nombre de un jefe es tenido tan en
sagrado que cuando acontece ser también una palabra común,
no puede usarse en el lenguaje y hay que encontrar otra palabra para
remplazarla. Por ejemplo, un jefe de la parte meridional del Cabo Este
llevó el nombre de Maripi, que significa "cuchillo";
se introdujo una nueva palabra (nekra) para cuchillo y la anterior
se abandonó. En otra parte, la palabra "agua" (wal)
hubo de ser cambiada, pues dio la casualidad de que era el nombre del
jefe y podía ser profanada aplicándola indistintamente
al vulgar líquido y a su sagrada persona. Este tabú produce
naturalmente una abundante cosecha de sinónimos en el lenguaje
maorí y los viajeros recién llegados al país se
embrollan muchas veces al encontrar que las mismas cosas se llamaban
de muchos y distintos nombres que en las tribus vecinas. Cuando un rey
sube al trono de Tahiti, se cambia la pronunciación de todas
las palabras corrientes que se asemejen a su nombre propio. En tiempos
antiguos, si algún hombre fuera temerario o irreflexivo como
para desconsiderar esta costumbre y usar las palabras prohibidas, a
él y a toda su familia se les habría condenado a muerte.
Mas los cambios así introducidos sólo eran temporales;
a la muerte del rey las nuevas palabras caían en desuso y revivían
las primitivas.
En la Grecia antigua los nombres de los sacerdotes y otros grandes personajes
que tenían intervención en la ejecución de los
misterios eleusinos no se pronunciaban mientras vivían. Pronunciarlos
era una infracción de la ley. El Pedante, personaje de Luciano,
nos dice cómo se encontró con estos augustos personajes
arrastrando ante el tribunal policiaco a un impúdico que se había
atrevido a nombrarlos cuando él bien sabía que desde su
consagración era ilícito hacerlo, porque ellos habían
llegado a ser anónimos, perdiendo sus anteriores nombres y adquiriendo
nuevos y sagrados títulos. De dos inscripciones encontradas en
Eleusis aparece que los nombres de los sacerdotes se confiaban a las
profundidades del mar; es probable que se grabaran en tablillas de bronce
o plomo que después arrojaban a las aguas profundas del golfo
de Salamina. La intención era indudablemente mantener los nombres
en un profundo secreto. ¿Qué podía hacerse mejor
y más seguro que hundirlos en el mar? ¿Qué vista
humana podría columbrarlos vacilantes en la indecisa profundidad
verdosa del agua? Es difícil de encontrar una ilustración
más clara de la confusión entre lo corpóreo y lo
incorpóreo, entre el hombre y el nombre, que en esta práctica
de la civilizada Grecia.
2 Cetewayo,
Cetywayo, Ketchwayo, etc., murió el año de 1884 guerreando
contra los ingleses que, hasta 1887, sostuvieron luchas titánicas
contra los bravos zulúes. El príncipe imperial Eugenio
Napoleón murió en 1879 guerreando contra ellos.
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