2. NOMBRES TABÚ DE REYES Y OTRAS PERSONAS SAGRADAS

En la sociedad primitiva los nombres de los simples particulares, vivos o muertos, son objeto de mucho cuidado, no debe sorprendernos que se hayan tomado las mayores precauciones para resguardar de perjuicios los sagrados nombres reales y sacerdotales. Así, el nombre del rey de Dahomey se mantiene secreto siempre, temiendo que su conocimiento pudiera habilitar a algún malvado para dañarle. Los apelativos con que los diferentes reyes de Dahomey han sido conocidos de los europeos no eran sus verdaderos nombres, sino meros títulos o lo que los indígenas denominan "nombres fuertes". Creemos que los nativos piensan que ningún peligro puede provenir de estos títulos cuando son conocidos, puesto que no están conectados vitalmente con sus poseedores, como lo están los nombres de nacimiento. En el reino de Galla de Ghera, el nombre "de pila" del soberano no puede pronunciarlo ningún súbdito bajo pena de muerte y las palabras comunes que lo recuerden son cambiadas por otras. Entre los bahimas del África Central, cuando muere un rey su nombre queda eliminado del lenguaje y si su nombre era el de algún animal, también tiene que buscarse en seguida uno nuevo. Por ejemplo, es frecuente llamar al rey un león; por esto, a la muerte del rey llamado León, se tiene que inventar un nombre genérico nuevo para los leones. En Siam era muy difícil descubrir el nombre verdadero del rey, puesto que se mantenía en secreto por miedo a las brujerías, y cualquiera que lo dijese era encerrado en un calabozo. Solamente se podían referir al rey empleando ciertos títulos altisonantes, tales como el augusto, el perfecto, el supremo, el gran emperador, el descendiente de los ángeles y otros por el estilo. En Birmania se consideraba muy grave impiedad mencionar el nombre del soberano reinante; a los súbditos birmanos, aun cuando estuviesen lejos de su país, era imposible inducirles a hacerlo. Después de su ascenso al trono, el rey era solamente conocido por sus títulos regios.

Entre los zulúes nadie mencionará el nombre del jefe de su tribu o los nombres de los progenitores del jefe que él pueda recordar; ni pronunciará palabras de nombres comunes que coincidan o recuerden de algún modo por su sonido los nombres tabú. En la tribu de los dwandwes hubo un jefe llamado Langa, que significa "el sol"; por esto el nombre del astro fue cambiado de langa a gala, y así quedó hace más de cien años. También, en la tribu Xumayo, la palabra que significa "pastores" fue cambiada de alusa o ayusa a kagesa, porque u-Mayusi era el nombre del jefe. Además de estos tabúes obedecidos por cada tribu separadamente, todas las tribus zulúes se unían tabuando el nombre del monarca que reinase en toda la nación. Por ejemplo, cuando Panda fue rey de Zululandia, la palabra para una raíz de árbol que se dice impando, fue cambiada en nxabo. También la palabra para "mentira o calumnia" fue alterada de amacebo a amakwata, pues amacebo contiene una sílaba del nombre del famoso rey Cetchwayo.2 Estas sustituciones, sin embargo, no son tan extremadas para los hombres como para las mujeres, que omiten todo sonido que ni remotamente resuene como algún otro que haya en un nombre tabuado. En el kral del rey es difícil verdaderamente entender el lenguaje de las mujeres reales, porque tratan de este modo no sólo a los nombres del rey y sus progenitores, sino también a los de los antepasados de sus hermanos por varias generaciones. Si a estos tabúes tribales y nacionales añadimos los que resultan del parentesco por casamiento, que ya han sido descritos, podemos fácilmente entender lo que sucede en cada tribu de Zululandia a causa de las palabras peculiares de cada una y del considerable vocabulario que las mujeres tienen para ellas. Además, los miembros de una familia pueden inhibirse de usar palabras empleadas por otra familia. Las mujeres de un kral, por ejemplo, pueden llamar a la hiena por su nombre común ordinario; las del kral próximo usar la palabra sustituta y, para un tercer kral, la sustitutiva puede ser igual, teniendo que inventarse otro término para ocupar su lugar. Por esto, el lenguaje zulú presenta hoy casi la apariencia de ser doble; en verdad que multitud de cosas poseen tres o cuatro sinónimos que por la mezcla de las tribus son conocidos en toda Zululandia.

Una costumbre similar prevalece por todas partes de la isla de Madagascar y su resultado, como entre los zulúes, ha sido producir dialectos distintos en el habla de las tribus. No hay nombres de familia en Madagascar (apellidos) y casi todos los personales están sacados del lenguaje de la vida diaria y significan algún objeto común, acción, cualidad, etc., como un ave, animal, árbol, planta, colores y demás. Por esto, hay que inventar para el objeto un nombre común remplazando con el nuevo el que fue desechado. Es fácil concebir la confusión e incertidumbre en un lenguaje cuando es hablado entre muchas tribus locales y pequeñas, gobernada cada cual por un reyezuelo o jefecillo con su nombre propio consagrado. Aún hay tribus y gente que se someten a esta tiranía de las palabras, como sus padres hicieron desde tiempo inmemorial. Los inconvenientes de esta costumbre se señalan especialmente en la costa occidental de la isla, donde, teniendo en cuenta el gran número de jefaturas independientes, los nombres de cosas, lugares y ríos han sufrido tantos cambios que sobreviene la confusión frecuentemente, por cuanto una vez que palabras comunes han sido desplazadas por los jefes, los indígenas no admiten conocer su antiguo sentido.

No son sólo los nombres propios de los reyes y jefes vivos los tabú en Madagascar; también están desplazados los nombres de los muertos, por lo menos en algunas partes de la isla. Entre los sakalavos, cuando muere un rey, los nobles y el pueblo, reunidos en consejo alrededor del cadáver, escogen solemnemente un nombre nuevo para el extinto monarca y con él será conocido en lo futuro. Adoptado el nuevo nombre, se trueca en sagrado el antiguo, por el que fue conocido el rey en vida, y nadie osará pronunciarlo so pena de muerte. Además, también se consagran las palabras del lenguaje corriente que tienen alguna semejanza con el nombre prohibido, y deben ser remplazadas. A las personas que pronuncien esas palabras proscritas se les juzga no solo como groseras y brutales, sino hasta como felonas; han cometido un crimen capital. Sin embargo, estos cambios de vocabulario están limitados al distrito donde reinó el difunto rey; en los lugares vecinos las palabras antiguas continúan empleándose en su viejo sentido.

La santidad atribuida a las personas de los jefes de la Polinesia se extiende naturalmente también a sus nombres, que en opinión del primitivo son difíciles de separar de las personas que los llevan. Por esto, en Polinesia encontramos la misma prohibición sistemática de pronunciar nombres de jefes o de palabras comunes que se parezcan a ellos, como acabamos de encontrar en Zululanda y Madagascar. Así, en Nueva Zelanda, el nombre de un jefe es tenido tan en sagrado que cuando acontece ser también una palabra común, no puede usarse en el lenguaje y hay que encontrar otra palabra para remplazarla. Por ejemplo, un jefe de la parte meridional del Cabo Este llevó el nombre de Maripi, que significa "cuchillo"; se introdujo una nueva palabra (nekra) para cuchillo y la anterior se abandonó. En otra parte, la palabra "agua" (wal) hubo de ser cambiada, pues dio la casualidad de que era el nombre del jefe y podía ser profanada aplicándola indistintamente al vulgar líquido y a su sagrada persona. Este tabú produce naturalmente una abundante cosecha de sinónimos en el lenguaje maorí y los viajeros recién llegados al país se embrollan muchas veces al encontrar que las mismas cosas se llamaban de muchos y distintos nombres que en las tribus vecinas. Cuando un rey sube al trono de Tahiti, se cambia la pronunciación de todas las palabras corrientes que se asemejen a su nombre propio. En tiempos antiguos, si algún hombre fuera temerario o irreflexivo como para desconsiderar esta costumbre y usar las palabras prohibidas, a él y a toda su familia se les habría condenado a muerte. Mas los cambios así introducidos sólo eran temporales; a la muerte del rey las nuevas palabras caían en desuso y revivían las primitivas.

En la Grecia antigua los nombres de los sacerdotes y otros grandes personajes que tenían intervención en la ejecución de los misterios eleusinos no se pronunciaban mientras vivían. Pronunciarlos era una infracción de la ley. El Pedante, personaje de Luciano, nos dice cómo se encontró con estos augustos personajes arrastrando ante el tribunal policiaco a un impúdico que se había atrevido a nombrarlos cuando él bien sabía que desde su consagración era ilícito hacerlo, porque ellos habían llegado a ser anónimos, perdiendo sus anteriores nombres y adquiriendo nuevos y sagrados títulos. De dos inscripciones encontradas en Eleusis aparece que los nombres de los sacerdotes se confiaban a las profundidades del mar; es probable que se grabaran en tablillas de bronce o plomo que después arrojaban a las aguas profundas del golfo de Salamina. La intención era indudablemente mantener los nombres en un profundo secreto. ¿Qué podía hacerse mejor y más seguro que hundirlos en el mar? ¿Qué vista humana podría columbrarlos vacilantes en la indecisa profundidad verdosa del agua? Es difícil de encontrar una ilustración más clara de la confusión entre lo corpóreo y lo incorpóreo, entre el hombre y el nombre, que en esta práctica de la civilizada Grecia.


2 Cetewayo, Cetywayo, Ketchwayo, etc., murió el año de 1884 guerreando contra los ingleses que, hasta 1887, sostuvieron luchas titánicas contra los bravos zulúes. El príncipe imperial Eugenio Napoleón murió en 1879 guerreando contra ellos.