En primer lugar podemos observar que la temible santidad de
los reyes conduce, naturalmente, a la prohibición "de contacto"
con sus sagradas personas. Así, era ilegal tocar con las manos
la persona de un rey espartano. Nadie podía tocar el cuerpo del
rey o de la reina de Tahití. Está prohibido bajo pena
de muerte tocar la persona del rey de Siam. Nadie podía tocar,
en modo alguno, al rey de Camboya sin su mandato expreso; en julio de
1874 cayó el rey de su carruaje y quedó sin sentido tirado
en el suelo, sin que nadie de su séquito se atreviera a tocarle
hasta que un europeo que llegó al lugar del accidente recogió
al monarca, llevándolo a su palacio. Antes, nadie podía
tocar al rey de Corea, y si él se dignaba tocar a su súbdito,
el sitio tocado se trocaba en sagrado y la persona así honrada
llevaba una marca visible (generalmente un cordón de seda roja)
toda su vida. El hierro, sobre todo, no podía tocar con el cuerpo
del rey. En el año 1800, el rey Tieng-tsong-tai-oang murió
de un tumor en la espalda y nadie soñó tan siquiera usar
el bisturí que probablemente habría salvado su vida. Se
cuenta que un rey sufría terriblemente de un flemón en
la boca hasta que llamó a un bufón cuyas payasadas hicieron
reír al rey tan desaforadamente que el absceso reventó.
Los sacerdotes sabinos y romanos no podían afeitarse con cuchilla
de hierro, teniendo que ser tijeras o cuchillas de bronce y siempre
que llevaban un cincel de hierro para esculpir en piedra alguna inscripción
en el bosque sagrado de los hermanos Arvales, sacerdotes de Roma, se
ofrecía un sacrificio expiatorio de un cordero y un cerdo, sacrificio
que volvía a repetirse cuando sacaban del bosque el cincel. Como
regla general, las cosas de hierro no podían entrar en los santuarios
griegos. Los sacrificios ofrecidos en la isla de Creta a Menedemus se
hacían sin usar hierro, pues la leyenda de él es que había
muerto en la guerra troyana por un arma de hierro. El arconte de Platea
no podía tocar hierro, pero una vez al año, en la conmemoración
anual de los caídos en la batalla de Platea, se le permitía
llevar una espada con que sacrificar al toro. Hoy, un sacerdote hotentote
nunca usa navaja de hierro, sino que emplea una laja cortante de cuarzo
para sacrificar un animal o circuncidar a un mancebo. Entre los ovambos
del sudoeste africano, requiere la costumbre que los mancebos sean circuncidados
con un pedernal cortante; si no lo hay, la operación se ejecutará
con hierro, pero debe ser enterrado el hierro después. Entre
los indios moquis de Arizona, los cuchillos de piedra, hachas, destrales
u otros más no se usan actualmente, pero siguen usándose
en las ceremonias religiosas. Después que los indios pieles rojas
pawnis dejaron de usar puntas de flecha pétreas para los fines
ordinarios, todavía las emplean en las matanzas sacrificiales
de búfalos, ciervos y víctimas humanas. Entre los judíos
no se usó ninguna herramienta de hierro en la construcción
del templo de Salomón, ni en hacer altares. El antiguo puente
de madera de Roma (Pons Sublicius), considerado sacro, estaba
hecho y tenía que ser reparado sin el uso de
hierro ni bronce. Estaba expresamente ordenado por ley que el templo
de Júpiter Liber1 en Furfo fuese
reparado con instrumentos de hierro. El salón del consejo en
Cyzicus estaba construido de madera sin un solo clavo de hierro, con
las vigas acondicionadas de modo que pudieran ser remplazadas.
Esta oposición supersticiosa al hierro quizá data de los
tiempos primitivos en la historia de la sociedad, cuando el hierro era
todavía una novedad y, como tal, mirada por la mayoría
con recelo y disgusto, pues todas las cosas nuevas excitan el temor
y la aversión del salvaje. "Es una curiosa superstición
dice un explorador de Borneo ésta de los dasuns que
atribuyen todo lo que les acontece, bueno o malo, afortunado o desgraciado,
a cualquier cosa nueva que llegue al país. Por ejemplo, mi estancia
en Kindram ha ocasionado que el clima sea muy caluroso de poco tiempo
acá." Las intensísimas lluvias no acostumbradas en
las islas de Nicobar, que cayeron en el invierno de 1886 a 1887, cuando
los ingenieros ingleses desembarcaron en ellas, las imputaron los nativos
alarmados a la rabia de los espíritus contra los teodolitos,
niveles y demás instrumentos que instalaron en muchos lugares
frecuentados por ellos; algunos nativos propusieron, para ablandar la
cólera de los espíritus, sacrificarles un cerdo. En el
siglo XVII, una sucesión de malas estaciones provocó una
revuelta entre los campesinos estonios, que achacaban el origen del
mal a un molino de agua que servía de obstáculo a la corriente.
La primera introducción en Polonia de los arados de vertedera
fue seguida por una serie de malas cosechas y los labradores atribuyeron
la escasez a los arados de hierro, que abandonaron por los de madera.
Actualmente, los primitivos dabuwis de la isla de Java, que viven principalmente
de la labranza, no usan útiles de hierro para el cultivo de sus
campos.
La repugnancia general a la innovación, que siempre se hace sentir
más fuertemente en la esfera religiosa, es suficiente por sí
misma como razón de la supersticiosa aversión al hierro
mantenida por los sacerdotes y reyes atribuyéndola a los dioses;
posible es que esta aversión se haya intensificado en algunas
comarcas por algún accidente casual, como la serie de malas cosechas
y estaciones que hicieron caer en descrédito a los arados de
hierro en Polonia. Mas esta malquerencia que los dioses y sus ministros
guardan al hierro tiene otro aspecto; su antipatía al metal provee
a los hombres de un arma que pueden volver contra los espíritus
cuando llegue la ocasión. Como la repugnancia de éstos
hacia el hierro se supone mayor aún, los espíritus no
se acercarán a las personas protegidas por el aborrecido metal,
por lo cual el hierro puede ser lógicamente empleado como talismán
para alejar espíritus y otras peligrosas sombras".
En realidad, así se usa con frecuencia.2
En las serranías de Escocia, la gran salvaguardia contra la raza
de los elfos o rilfos es el hierro y mejor aún el acero; el metal
en cualquier forma, una espada, cuchillo, escopeta o lo que sea, es
todopoderoso para este propósito. Siempre que se entre en una
casa de duendes, clávese en la puerta un trozo de acero, tal
como una navaja, una aguja o un anzuelo; así los duendes no podrán
cerrar la puerta hasta que uno no se marche. Así, también,
cuando se mate a tiros a un ciervo y se le vaya a traer a casa de noche,
asegúrese clavando una navaja en la pieza cazada, a fin de impedir
que los duendes añadan su propio peso al cadáver. Los
clavos en la cabecera de la cama defienden de los duendes a las mujeres
parturientas y a sus criaturas, mas para asegurarse mejor del todo,
se debe poner una plancha bajo la cama y la hoz en la ventana. Si un
toro se cae desde una roca y se mata, se le mete un clavo, preservando
así su carne de los duendes. La música interpretada por
un birimbao mantiene alejados del cazador a los duendes femeninos, a
causa de la lengüeta de acero del instrumento. En Marruecos se
considera al hierro como una gran protección contra los demonios
y por eso es corriente dejar un cuchillo o daga bajo la almohada de
la persona enferma. Los cingaleses creen que están siempre rodeados
de malos espíritus acechantes para hacer algún daño.
Un indígena de allí no se arriesgará a trasladar
de un sitio a otro suculencias tales como bizcochos o carne asada sin
ponerles un clavo de hierro para prevenir que algún demonio tome
posesión de las viandas y enferme al que las coma. Ninguna persona
enferma, sea hombre o mujer, se aventurará fuera de casa sin
un puñado de llaves o una navaja en su mano, pues sin tal talismán
tendría miedo de que algún demonio se aprovechase de su
débil estado para deslizarse dentro de su cuerpo. Y si un hombre
tiene alguna úlcera grande en el cuerpo, coloca un pedazo de
hierro sobre ella como protección contra los demonios. En la
Costa de los Esclavos, cuando una madre observa que su hijo ya gradualmente
debilitándose, deduce que un demonio ha entrado en su cuerpecito
y, en vida de esto, toma sus medidas; para atraer al demonio fuera del
cuerpo del niño, le hace una ofrenda de comida y mientras el
demonio está tragándola, ata anillos de hierro y campanillas
a los tobillos de su criatura y cuelga cadenillas de hierro alrededor
de su cuello. El retintín de los hierros y el tintineo de las
campanillas se supone que impiden que el diablo, cuando ha concluido
su comilona, pueda volver al cuerpo del pequeño paciente. Por
ello se puede ver en esta parte de África a muchos niños
abrumados con ornamentos de hierro.
1 Hace falta que sea
el dios máximo, el Liber, para poder romper la tradición
con una novedad que, por ser desconocida antes, debe ser mala.
2 En España,
es, muy eficiente "tocar hierro", contra la magia de las palabras
y para evitar la mala "sombra", la mala suerte, etc.
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