8. DISPOSICIONES SOBRE LOS RECORTES DE PELO Y DE UÑAS

Aun cuando el pelo y las uñas hayan sido cortados con felicidad, queda el gran obstáculo de disponer de lo cortado, pues sus propietarios creen que están expuestos a sufrir cualquier daño que pueda recaer sobre los recortes. La idea de que un hombre puede ser embrujado por intermedio de los mechones de su pelo, los recortes de uñas u otras porciones separadas de su cuerpo es casi universal y atestiguada por ejemplos demasiado familiares y demasiado amplios, demasiado tediosos en su uniformidad para analizarlos aquí en toda su extensión. La idea general en la que la superstición descansa es la conexión simpatética que se supone persiste entre una persona y cualquier cosa que alguna vez fue parte de su cuerpo o estuvo de algún modo estrechamente unida a él. Unos pocos ejemplos serán suficientes: pertenecen a la rama de la magia simpatética que puede denominarse contaminante o contagiosa. El temor a la hechicería, se nos dice, formaba en otros tiempos una de las más relevantes características de los isleños de las Marquesas. El hechicero recogía un poco de pelo, esputos u otros desechos corporales del hombre a quien deseaba dañar, lo envolvía en una hoja de vegetal y colocaba el paquete en un saco de hilos o fibras tejidas y atadas de un modo inextricable. Enterraba el conjunto con ritos especiales y desde entonces la víctima se extenuaba día a día o tenía una enfermedad consuntiva con la cual duraba solamente veinte días. Su vida podía salvarse, sin embargo, descubriendo y desenterrando el pelo, salivazo o lo que fuera, pues tan pronto como se hiciera esto cesaba el maleficio. Un hechicero maorí, obstinado en embrujar a alguno, procuraba obtener un rizo de pelo de su víctima, recortes de sus uñas, algún salivazo o un retazo de su vestido y habiéndolo conseguido, fuera lo que fuera, canturreaba ciertos hechizos e imprecaciones con voz de falsete y lo enterraba. A medida que iba pudriéndose, se supone que la persona iba debilitándose hasta morir. Cuando un negro australiano desea desembarazarse de su mujer, le corta un mechón de pelo mientras duerme, lo ata a su lanzador de dardos y va con ello a la tribu cercana, donde se lo entrega a un amigo que clava el lanzador todas las noches junto a la hoguera del campamento; cuando por fin se cae, es un signo de que ella ha muerto. El mecanismo por el que obra el encantamiento se lo explicó al doctor Howitt un negro de la tribu Wirajuri: "Usted ve —le dijo— que cuando un doctor negro coge algún objeto perteneciente a un hombre y lo tuesta y canta sobre él, el fuego se apodera del olor del hombre y eso le mata al pobre hombre". Los huzules, de los montes Cárpatos, imaginan que si un ratón coge un bucle de pelo de persona y hace su nido con él, la persona sufrirá dolores de cabeza y hasta se volverá idiota. Similarmente, en Alemania, es una idea general que si los pájaros encuentran cabello de persona y construyen sus nidos con ellos, la persona sufrirá dolores de cabeza; a veces se cree que tendrá una erupción en la cabeza. La misma superstición prevalece o por lo menos prevalecía en la región de Sussex occidental, al sur de Inglaterra.

También se piensa que los recortes o el cabello arrancado con el peine pueden alterar el buen tiempo, produciendo lluvia y granizo, truenos y relámpagos. Hemos visto que en Nueva Zelanda se pronunciaba un conjuro para evitar, cuando se hacía el corte de pelo, los truenos y relámpagos. En el Tirol, noreste de Italia, se cree que las brujas usan el pelo cortado o el enredado en el peine para hacer que granice y haya tormentas. Los indios thlinkit atribuyen las tormentas al acto temerario de una joven que se haya peinado al aire libre. Creemos que los romanos tenían creencias similares, puesto que era una máxima entre ellos que navegando nadie se cortaría el pelo o las uñas, excepto en tormenta, 8 es decir, cuando el daño ya estaba hecho. En la serranía de Escocia se dice que ninguna mujer debe peinarse de noche si tiene un hermano en el mar. En el Oeste africano, cuando el Maní de Chitombé o Jumba moría, se agolpaba la gente sobre el cadáver y se arrancaban el cabello, los dientes y las uñas, que guardaban como talismanes de lluvia, en la creencia de que si no lo hacían así no llovería. El Makoko de los anzikos rogó a los misioneros que le dieran la mitad de sus barbas como talismanes para hacer llover.

Si los recortes de uñas y pelo quedan en conexión simpatética con la persona de cuyo cuerpo han sido separados, claro está que pueden usarse como rehenes o prendas de su buena conducta por quien los retenga en su poder, pues dados los principios de la magia contaminante, con sólo que dañe al pelo o las uñas, herirá simultáneamente a su propietario original. Por esto, los nandi, cuando hacían prisioneros, les afeitaban la cabeza y guardaban los mechones como una garantía de que no intentarían escapar, y cuando el prisionero era rescatado, le devolvían a su pueblo con sus recortes de pelo.

Para resguardar los recortes de pelo y de uñas de perjuicios y de usos peligrosos a los que pueden ser sometidos por los hechiceros, es necesario depositarlos en un lugar seguro. Los recortes de pelo de un jefe maorí se reunían con mucho cuidado y los colocaban en un cementerio cercano. Los tahitianos enterraban en sus templos los recortes del pelo. Un viajero moderno observó en las calles de Sokú montones de piedras grandes contra las paredes e insertados entre sus hendiduras manojos de cabello humano. Preguntando qué significaba aquello, le dijeron que cuando algún nativo se cortaba el pelo reunía con cuidado los recortes y los depositaba en uno de aquellos montones, todos los cuales estaban consagrados al fetiche y por ende eran inviolables. Estos montones de piedras sagradas, llegó a saber después, eran una precaución elemental contra las brujerías, pues si el hombre no era cuidadoso disponiendo así de su pelo, podría éste caer en las manos de sus enemigos, que por medio del mismo estarían en condiciones de hechizarlo con conjuros y conseguir su destrucción. Cuando, con gran ceremonia, se corta el moño de un niño siamés, colocan los recortes en una cestita de hoja de plátano que depositan en el río o canal más próximo para que se lo lleve flotando la corriente; según se aleja flotando, todo lo que es malo o dañino al niño se aleja con el pelo. Los mechones grandes del moño se guardan hasta que el niño haga una peregrinación a la huella santa del pie de Buda en la colina sagrada de Prabat. Allí son presentados los mechones a los sacerdotes que se cree hacen brochas con las que limpian la santa huella; pero, en realidad, es demasiado el pelo ofrecido todos los años para que los sacerdotes puedan usarlo así, de manera que los sacerdotes queman tranquilamente esas superfluidades en cuanto los peregrinos vuelven las espaldas. Los recortes de pelo y uñas del Flamen Dialis se enterraban bajo un árbol de buena suerte. Los bucles cortados de las vírgenes vestales se colgaban de las ramas de un viejo almez.

Con frecuencia los susodichos restos son ocultados en algún lugar secreto, que no es necesariamente un templo, cementerio o árbol como en los casos anteriormente mencionados. Así , en Suabia,9 le recomiendan a uno que oculte las barreduras de su pelo en algún sitio que ni el sol ni la luna puedan iluminar, por ejemplo, bajo tierra o bajo una piedra. En Danzig, lo meten en un saco bajo la piedra del umbral. En Ugi, una de las islas Salomón, entierran su pelo por temor a que caiga en poder de algún enemigo que podría hacer brujerías con él y provocar enfermedades o calamidades. El mismo miedo es general en Melanesia y creemos que ha conducido a una práctica organizada de ocultamiento del cabello y uñas cortadas. La misma costumbre prevalece en muchas tribus de África del Sur por miedo a que los brujos consigan esos restos de partes separadas y hagan malas obras con ellos. Los cafres llevan más allá todavía este miedo a dejar cualquier porción de ello y que caiga en manos de sus enemigos, por lo que no sólo entierran el cabello y las uñas en un sitio secreto, sino que, cuando uno de ellos limpia la cabeza a otro,"retiene los parásitos que captura y se los devuelve a la persona a que pertenecían, suponiendo, según su teoría, que como 'ellos' se alimentan de la sangre del hombre de quien fueron cogidos si fueran muertos por otra persona la sangre de su vecino podría estar en posesión ajena, poniendo así en sus manos el poder de una influencia sobrehumana".

Otras veces no se conservan los recortes superfluos para impedir que caigan en poder de un mago, sino que el propietario los guarda para tenerlos en la resurrección de su cuerpo, momento que algunas razas esperan con ilusión. Así, los incas del Perú "tenían cuidados extremados para conservar las recortaduras de sus uñas y los cabellos cortados o arrancados con el peine; los colocaban en hoyos o nichos en las paredes y si alguno caía, otro indio que lo viera lo recogía y ponía en su lugar otra vez. Muchas veces pregunté a diferentes indios, en diversas ocasiones, por qué hacían eso, con objeto de ver lo que decían, y ellos me contestaron siempre con las mismas palabras: 'Sepa usted que todas las personas nacidas volverán a vivir [ellos no tenían otra palabra que significase resurrección] y las almas saldrán de sus tumbas con todo lo que perteneció a sus cuerpos. Por esto nosotros, con objeto de no tener que buscar nuestro pelo y uñas en momentos que serán de mucha prisa y confusión, los colocamos en un lugar del que puedan recogerse más convenientemente y siempre que sea posible tenemos cuidado de escupir en ese sitio"'. De igual modo los turcos nunca tiraban las recortaduras de sus uñas, sino que las metían cuidadosamente en las grietas de las paredes o de las maderas, con la creencia de ser necesarias en la resurrección. Los armenios tampoco tiran a la basura sus superfluidades, incluso los dientes extraídos, sino que los ocultan en sitios que estiman santos, como una hendidura en la pared de la iglesia, en un pilar de la casa o en el hueco de un árbol; creen que todas esas cosas separadas de ellos mismos serán necesarias en la resurrección y el que no las ha guardado en sitio seguro y las ha tirado, tendrá que ir en su busca el gran día. En el pueblo de Drumconrath, Irlanda, había algunas viejas que averiguaron en las Escrituras que todos sus cabellos estaban enumerados por el Omnipotente y esperaban rendir cuenta de ellos en el Día del Juicio Final; con objeto de posibilitar esto, iban embutiendo los pelos caídos y cortados en las bardas de sus chozas.

Otros pueblos queman sus pelos inútiles para salvarlos de las manos de los hechiceros. Esto lo hacen los patagones y algunas de las tribus de Victoria, Australia. En los Vosgos Altos dicen que no se deben dejar tirados los restos de pelo y uñas, sino quemarlos para impedir que los hechiceros puedan usarlos en su contra, y por la misma razón hay mujeres italianas que queman los pelos sueltos o los arrojan a un lugar donde no sea probable que los vea nadie. El miedo casi universal a la brujería induce a los negros del oeste africano, a los makololos de África del Sur y a los tahitianos, a quemar o enterrar su cabello. En el Tirol hay mucha gente que quema su cabello por temor a que las brujas lo usen para producir tormentas; otras personas lo queman o entierran para evitar que los pájaros forren con ellos sus nidos, lo que podría ocasionar dolores a las cabezas de donde provienen esos cabellos.

Esta destrucción del pelo y las uñas implica una inconsecuencia ideológica absoluta; el objeto de la destrucción es evidentemente impedir que las partículas separadas del cuerpo sean usadas por los hechiceros. Mas la posibilidad de que las usen así depende de la supuesta conexión mágica entre esas partículas y el hombre de quien fueron separadas. Y si esta conexión simpatética existe todavía, ciertamente que esas partículas no pueden destruirse sin dañar al hombre.


8 Recordamos al lector el episodio del pelo y la tormenta del Satiricón de Petronio.

9 Antiguo ducado de la familia imperial alemana de los Hohenstaufen.