El arte de la microhistoria* |
DESLINDEAunque acepté
con gusto la invitación de ponencia sobre teoría y método
de la microhistoria, me acerco a ustedes con temor. Mi práctica
microhistórica es breve y no he tenido tiempo de suplir las escasas
horas de vuelo con muchas lecturas. Me atemoriza enfrentarme a un auditorio
donde hay sabios que han consagrado lo más de su vida a la investigación
de su "tierra". No sé cómo se atreve a decir
algo quien sólo se dedicó un año a historiar su
pueblo, que desde hace veinticinco años vive en la capital metido
en cosas ajenas a la problemática provinciana. Está
fuera del alcance del ponente expedir conceptos y preceptos de buena
ley sobre una materia con la que no está familiarizado y sobre
la cual sería tiempo perdido el dar consejos generales, porque
cree con Leuilliot y Ariès que "los principios de la historia
local son autónomos y aun opuestos a los de la historia general".
"La historia particular es muy distinta de la historia total y
colectiva."1 La teoría histórica común apenas afecta la conducta
del microhistoriador, pues, como dice Braudel, "no existe una
historia, un oficio de historiador, sino oficios, historias, una suma
de curiosidades, de puntos de vista, de posibilidades".2
El punto de vista, el tema y los recursos de la microhistoria difieren
del enfoque, la materia y el instrumental de las historias que tratan
del mundo, de una nación o de un individuo. Nadie ha puesto
en duda la distinción entre la meta y el método microhistóricos
y el fin y los medios de la macrohistoria y la biografía. Como
es sabido, aparte de los tratados generales acerca del saber y el
hacer históricos, existen estudios sobre el conocimiento y
la hechura de historias universales, historias patrias y biografías. En punto a microhistoria hay poco escrito.
Aunque la especie es tan antigua como las otras dos, no cuenta aún
con los teóricos y metodólogos que ya tienen la historia
general y la biografía. El hecho puede explicarse por el desdén
académico con que fue mirada durante siglos y siglos. Hoy que
la gran historia, siguiendo el ejemplo de las ciencias humanas sistemáticas,
tiende cada vez más a la abstracción, y que la biografía
corre hacia el chisme puro, la microhistoria ocupa un sitio decoroso
en la república de la historia y ya nada justifica el que no
sea objeto de un tratado de teoría y práctica que debiera
hacerse por lo disímbolo de la materia, con colaboración
internacional. Los trabajos de ouch, Finberg, Goubert, Stone, Powell,
Hoskins, Pugh, Leuilliot y otros son apuntes para la obra grande, pero
todavía no la gran guía de la investigación microhistórica.3 La escasez de estudios acerca del asunto que nos reúne en
este Primer Encuentro de Historiadores de Provincia es sin duda un
obstáculo para llegar a conclusiones en firme, pero es también
un estímulo para la reflexión, Lo que se nos ocurra
en este debate puede contribuir a la guía esperada. No vamos
a recorrer un camino hecho, y por lo mismo, es posible ayudar a construirlo. Como principio de cuentas, todavía cabe ser padrino de la
criatura. La he venido llamando microhistoria, pero ni este nombre
ni otros con los que se la designa son universalmente aceptados. En
Francia, Inglaterra y los Estados Unidos la llaman historia local.
Es de suponer que han convenido en este nombre, no porque sea llano,
fácil y aun sabroso, sino por tratarse de un conocimiento entretenido
la mayoría de las veces en la vida humana municipal o provincial,
por oposición a la general o nacional. Con todo, la denominación
se presta a equívocos y dice poco de la característica
mayor de la especie. Una historia del Vaticano puede ser llamada local
por el estrecho ámbito de que se trata, pero la gran mayoría
de las historias vaticanas difieren, por el modo de ser, de las llamadas
historias locales. Un estudio acerca de los grupos de matehualenses
dispersos en varios puntos de México y los Estados Unidos no
se constriñe a un espacio municipal o provincial, y, pese a
eso, puede ser una historia de las llamadas locales. Y es que aquí
lo importante no es el tamaño de la sede donde se desarrolla
sino la pequeñez y cohesión del grupo que se estudia,
lo minúsculo de las cosas que se cuentan acerca de él
y la miopía con que se las enfoca. El título de petite histoire, acuñado por los
franceses, podría ser un buen nombre, si por eso no se entendiera
un género de muy mala reputación. Los lectores saben que la petite histoire
que circula en el mercado refiere vidas intimas, crímenes y
ejercicios de alcoba de personajes célebres. Lo que ha llevado
el rótulo de petite histoire y se ha traducido al español
como historia menuda, no se parece a nuestra disciplina; es más
bien un subproducto de la biografía hecho para divertir a un
público frívolo. Ciertamente hay microhistorias que por afán
exhaustivo recogen multitud de hechos insignificantes, y que por este
vicio o flaqueza han merecido el apelativo de historias anecdóticas,
pero la mayoría de las microhistorias no caen en la minucia
sin cola y, sobre todo, no son un simple catálogo de pormenores
sueltos, sin liga. Un repertorio de anécdotas puede, en un
caso dado, servir de fuente a un microhistoriador pero nunca se confundirá
con un buen libro de microhistoria.4 Según Bauer,5 en
los países de lengua alemana se usan más o menos indistintamente
los términos de historia regional, historia urbana y aun el de
geografía histórica para denominar a la especie aquí
llamada microhistoria. El primer término tiene las mismas desventajas
que el de historia local y algunas otras. El segundo
toma la parte por él todo. Aun cuando cualquier historia urbana
fuese microhistoria, muchas de las microhistorias no son historias urbanas.
Por otra parte, algunas historias de ciudades, especialmente cuando
tratan del origen histórico-jurídico o de la proyección
nacional o internacional de la ciudad, no están tratadas microhistóricamente.
La inadecuación del tercer rótulo, el de geografía
histórica, salta a la vista y no merece discutirse. Nietzsche distinguió tres tipos de historia:
la monumental, la crítica y la anticuaria o arqueológica.
A esta última la definió como la que con "fidelidad
y amor vuelve sus miradas al solar natal" y gusta de lo pequeño,
restringido, antiguo, arqueológico.6
¿Acaso no es a esto a lo que le buscamos nombre? Entonces ¿por
qué no designarla con los calificativos de Nietzsche? La
denominación de historia anticuaria no sería injusta si
la palabra anticuario en español no fuera despectiva o no nos
remitiera al que colecciona antiguallas y negocia con ellas. Por otros
motivos, tampoco nos sirven los membretes de historia arqueológica
y arqueología. Esos nombres ya le corresponden por derecho de
primer ocupante a la ciencia que tiene por objeto las formas tangibles
y visibles que conservan la huella de una actividad humana. Después de haber examinado las ventajas y los
inconvenientes de media docena de nombres, me decidí por el uso
de microhistoria en el subtítulo y en el prólogo de Pueblo
en vilo.7 A don Daniel Cosío
Villegas la palabra le pareció pedante.8
Fernand Braudel la usa para designar la "narración de acontecimientos
que se inscriben en el tiempo corto".9
Es un término que recuerda los de microsociología y microeconomía,
y que, por lo mismo, no es tan inoportuno ni tan pedante. Pese al valor
que le dé Braudel, es un vocablo inédito o casi, todavía
sin significación concreta reconocida, y si no bello, sí
eficaz para designar una historia generalmente tachonada de minucias,
devota de lo vetusto y de la patria chica, y que comprende dentro de
sus dominios a dos oficios tan viejos como lo son la historia urbana
y la pueblerina. No hay que echar en saco roto, sin embargo, la objeción
de algunos colegas asistentes al Congreso de Historia del Noreste de
México, reunido en Monterrey a la salida del verano de 1971.
Allí se dijo que el término microhistoria huele a desdeñoso.
Si es así, menos se puede recomendar el membrete de minihistoria
que además de eso sería híbrido. Quizá sea
más incontrovertible aunque menos precisa la denominación
de historia concreta para un oficio ocupado en un mundo de relaciones
personales inmediatas. ¿Y por qué no darle a la criatura un
nombre que nadie ha usado? A primera vista lo insólito cae mal.
La idea de llamarle historia patria a la del ancho, poderoso, varonil
y racional mundo del padre quizá fue mal recibida en los comienzos.
Patria y patriota ya son palabras de uso común. Matria y matriota
podrían serlo. Matria, en contraposición a patria, designaría
el mundo pequeño, débil, femenino, sentimental de la madre;
es decir, la familia, el terruño, la llamada hasta ahora patria
chica. Si nos atrevemos a romper con la tradición lingüística,
el término de historia matria le viene como anillo al dedo a
la mentada microhistoria. El vocablo de historia matria puede resolver
el problema de la denominación. También, en plan de aventura, podríamos adoptar el
nombre de historia yin. ¿Quién no sabe que en el taoísmo
el aliento yin es el femenino, conservador, telúrico, suave,
oscuro y doloroso? Historia matria, historia yin, metrohistoria, microhistoria,
historia parroquial, pero no una palabrota como microhistoriografia.
Tampoco es necesario para seguir adelante dar con el nombre justo.
Sin él se ha ejercido la especie durante dos mil años. HISTORIAComo la mayoría de las especies del género histórico,
la que nos ocupa nació en Grecia. En Alfonso Reyes se lee que
en la época alejandrina hubo "un tipo intermedio, el de
los anticuarios", que a veces recopiló tradiciones locales
y otras investigó la literatura "para esclarecer la historia
o su escenario geográfico. Tales fueron, en el siglo Después de las invasiones de los bárbaros,
en la época carolingia, hubo anales de monasterios y obispados,
escritos colectivamente por monjes, y no del todo distantes de la
microhistoria. Destruido el imperio de Carlomagno, Europa vivió
un periodo de predominio de la vida local y monástica, levemente
contrapesado por el ideal ecuménico del cristianismo. En la
Europa dispersa de los siglos Desde 1200, en Italia, Alemania e Inglaterra,
muchas ciudades crecieron rápidamente en población,
energía y entusiasmo, y generaron frailes y jurisconsultos
autores de historias urbanas. Desde la revolución burguesa
de Lombardía en el siglo El Renacimiento es el siglo de oro
de la historia urbana. El iniciador fue Leonardo Bruni, el Aretino (1369-1444),
autor de las Historiarum Florentinarum que desecha fábulas,
leyendas, milagros y otros prodigios; emprende una explicación
por causas naturales, y por apego a la retórica clásica,
repudia el tema económico, acoge con entusiasmo hechos efímeros
y batallas y mantiene la forma de anales. Al cabo de una generación,
según Fueter, "todo Estado italiano produjo una historia
en el nuevo estilo" de Bruni, "promovida por iniciativa gubernamental".
Muchos de los imitadores de Bruni "fueron literatos errantes que
acabaron por ser simples voceros de quienes les pagaban".15
Sabellicus escribió Rerum Venetarum ab urbe condita; Bembo,
Rerum Venetarum Historiae; Corio, una historia milanesa, y Platina,
Historia Urbis Mantuae. La influencia del humanismo italiano
se extendió a Suiza, como lo atestiguan la Crónica
de Berna, de Anshelm, la Crónica de la abadía de
Sankt-Gallen, de Vadianus, y Les Chroniques de Genève,
de Bonivard; y a la región alemana, según se ve en las
historias de Sajonia, Vandalia y Dania, de Krantz, en los anales de
Baviera, de Aventinus, y en la Chronographia de Ausburgo y la
Crónica de Nuremberg, de Mesterlin. Los dos dioses mayores
del Renacimiento hicieron microhistoria; Guicciardini, la Storia
Fiorentine, y Maquiavelo, Istoroe fiorentine, que renuncia
al orden de los anales y acude a explicaciones naturalistas. Por su
parte, Maquiavelo genera discípulos (Nerli, Segni, Nardi, Varchi)
que cultivan la historia de Florencia, y como su maestro, aunque con
menos maestría, imitan a Suetonio y Tito Livio, reducen al mínimo
los temas eclesiásticos, se centran en la vida política,
usan una información abundante y someten los documentos al tribunal
de la crítica, a un tribunal todavía no muy exigente. Mientras florecía en Europa
la microhistoria de sello humanístico, en Mesoamérica
se daba algo parecido en moldes diferentes, en dramas y epopeyas orales
apoyados en pictografías. "Nuestros indígenas escribe
Jiménez Moreno carecían del concepto de historia
general y en lápidas o en códices consignaban sucesos
relativos a su comunidad, rebasando este estrecho marco sólo
cuando se trataba de conquistas efectuadas en lugares más o menos
distantes, o cuando se aludía a lejanos puntos de donde procedían.
La historia precolombina es, pues, casi siempre, microhistoria",16
de la que conocemos sus versiones poshispánicas. A fines del Renacimiento, en el siglo de la erudición, se
hacen buenas historias de Bretaña y Languedoc junto a historias
rurales plagadas de listas de nobles, castillos, feudos, abadías
e iglesias, o historias urbanas que exhiben cartas, privilegios, poderosos
y benefactores. Ambas mucho más pobres que
las renacentistas aunque con mayor sentimiento regional. Ninguna,
fuera de pocos casos, benedictina o erudita al modo de Mabillon. Tampoco el siglo de las luces hizo microhistoria de
primer orden. Los ilustrados creyeron que el único asunto digno
de estudio era la historia mundial.17 Pero,
a pesar del desprecio con que fueron vistas, datan de entonces historias
locales tan vastas y célebres como las Memorias históricas
sobre la marina, el comercio y las artes de la antigua ciudad de Barcelona,
de don Antonio Capmany y de Montpalau; una documentada narración
de Nueva Inglaterra, con la que el clérigo Prince inaugura la
historia local en los Estados Unidos, y varias historias de ciudades
hispanoamericanas. Aunque vivió en el siglo En la era del positivismo, la microhistoria, la menos
distinguida de las especies historiográficas, tuvo muchos cultivadores
(magistrados, notarios, sacerdotes, rentistas, maestros y miembros de
la nobleza menor) que, agrupados en sociedades sabias, hicieron alguna
vez obra en equipo como The Victorian History of the Counties of
England; llevaron su curiosidad al medio geográfico y a los
aconteceres económicos y sociales; aplicaron procedimientos estrictamente
científicos al establecer los hechos, y descuidaron las operaciones
arquitectónica y estilística llegada la ocasión
de trasmitirlos. Seria imposible incluir aquí la nómina
de los eruditos regionalistas de la segunda mitad del siglo En el presente siglo, la producción
continúa en alza. La mayoría sigue moldes añejos
de índole positivista o romántica. Lo novedoso se produce
en unos diez o doce países; los más sonados: Estados Unidos,
Inglaterra y Francia. El nuevo estilo norteamericano "se emparenta
con las ideas de Turner, pues la palabra ''frontera' le dio significado
a la historia de cada pueblo, consejo, territorio y estado".20
De Turner para acá han proliferado en Estados Unidos asociaciones
promotoras de historia matria, centros universitarios de investigación
local, ayudas pecuniarias de fundaciones, encuentros, mesas redondas
y revistas especializadas en microhistoria y ciencias conexas. Desde
1888 se publica el Journal of American Folk-Lore. En 1940, la
North Carolina Historical Commission estructura la American Association
for State and Local History. En 1941, la asociación lanzó
al mercado la American Heritage, revista trimestral. Las actividades
de los numerosos microhistoriadores USA no se pueden despachar de un
plumazo. Baste aludir, antes de hacer el vuelo trasatlántico,
al grupo de Nueva Inglaterra, pastoreado por el profesor de Harvard
Bernard Bailyn y metido en los temas de organización familiar,
conflictos entre oligarquía y democracia y desarrollo económico.
En esto último, los de Nueva Inglaterra se emparentan con la
escuela de Leicester, lo más lucido de la microhistoria inglesa.
En la primera mitad del siglo, las universidades británicas veían
como al pardear a los "local historians". Incluso
los distinguidos J. R. Green, F. W. Maitland y A. L. Rowse cultivaron
la planta a escondidas. El auge reciente comenzó después
de la Segunda Guerra. En 1947 se fundó el Department of English
Local History at University College, de Leicester. Los primeros directores
del flamante departamento fueron Hoskins y Finberg. Desde 1952 se publica
periódicamente The Local Historian.21
Según Goubert, en Francia, donde suenan los nombres de Meyer,
Boutruche, Poitrineau, Deyon y Baehrel, en la Francia posbélica,
ha crecido y fructificado una microhistoria preocupada por la masa del
pueblo, los gobernados y los fieles, una investigación microinteresada
en todos los humildes y todos los aspectos de la vida, y muy interesada
en los aspectos demográficos.22 EL MICROHISTORIADOREn el periodo que comienza alrededor de 1945 el número de cultivadores de la historia matria ha aumentado sensiblemente. Explicar ese aumento no es tarea fácil. Decir que se debe a la revolución regionalista de nuestros días no basta. Seguramente muchos se han inscrito en el arte para aportar elementos a la venganza de las regiones contra sus metrópolis. Otros habrán entrado para evadirse del infierno de las urbes y aspirar las delicias del mundo preindustrial y preurbano. No debe descartarse la posibilidad del despistado que haya caído en la microhistoria por razones tan poco nobles como las de ganar dinero, poder y fama, pero la gran mayoría se habrá metido por simple nostalgia y amor a la familia y al terruño. Los más de los microhistoriadores del momento presente son originarios del villorrio, la villa o la ciudad objeto de sus estudios. La actitud romántica sigue siendo el motor principal de la microhistoria.23 Muchos de los microhistoriadores actuales reciben su pan de los institutos
de alta cultura, son full time de centros universitarios; no
padecen penurias económicas; disponen, si no de todo, sí
de bastante tiempo para la investigación; pero no son representativos
del gremio. La estrechez económica sigue predominando entre
los colegas. Sin duda hay ricos ociosos que la practican como hobby.
Los más son pobres que distraen a sus quehaceres habituales
partículas de tiempo para darse el gusto de investigar. Aumentan
los que a cambio de una remuneración proveniente de una persona
o de una institución oficial o semioficial bailan al son que
les toquen. La infraestructura económica de los miles de microhistoriadores
que actualmente pululan en el mundo no es uniforme, es casi siempre
movediza y muchas veces enajenante. La condición social del microhistoriador es, como la de cualquier
intelectual, de dependencia. No pertenece ni por origen ni por estado
al nivel de la espuma. Antes muchos provenían de las altas
esferas del poder y el dinero; hoy abundan los oriundos de la clase
media y aun los de origen proletario. En el conjunto de la sociedad
se les localiza junto a los intelectuales, en el rincón de
los rechazados. En el seno de la república de las letras todavía
no ocupan los pisos de arriba, aunque ya, en el gremio de los historiadores,
empiezan a dejar de ser los patitos feos. Día a día
ganan casta social, pero aún están muy lejos de volver
a la altura alcanzada en el Renacimiento, y más todavía
a tener el status que se merecen como memorialistas de las
comunidades. Hasta hace poco cada quien se rascaba con sus propias uñas,
se caracterizaba por su aislamiento, por su ausencia de comunicación
con los otros historiadores, por vivir arrinconado. Ahora las barreras
de la soledad empiezan a deshacerse. Todavía la mayoría
no se relaciona con sus colegas, no pertenece a ninguna asociación
o secta académica, aunque son cada día más los
inscritos en comunidades de especialistas que se frecuentan periódicamente,
que discuten métodos e intercambian experiencias. Hay cada
vez más asociaciones nacionales de historiadores locales, pero
no existe todavía, que yo sepa, una agrupación internacional. Por supuesto que los microhistoriadores requieren menos
del intercambio intelectual que otros especialistas, pero quizá
el motivo mayor del aislamiento sea, aparte del de la dispersión
geográfica y de intereses, el de la desigualdad de cultura. A
la mies de la microhistoria siguen concurriendo operarios provenientes
de todos los campos del saber y la ignorancia: maestros y alumnos, médicos,
abogados, sacerdotes, poetas, políticos, burócratas de
todos los niveles, fotógrafos, artesanos y meros memoristas sin
oficio. Aquí acuden letrados e iletrados de toda laya que difícilmente
pueden convivir y menos entenderse. Es deseable mantener la diversidad cultural de los
operarios. Es muy fructífera la participación de sacerdotes,
médicos y maestros en la tarea de revivir el pasado del terruño.
Conviene que los disímbolos obreros lo sean de tiempo parcial.
Ni los recursos de los lugares pequeños son suficientes para
sostener un cronista sólo dedicado a serlo, ni ayuda a la confección
de una crónica local el aislarse de los quehaceres comunales
y volverse rata de biblioteca. La microhistoria gana con la concurrencia
de individuos de distinta formación y de diferentes posibilidades,
pero pierde cuando no hay un denominador común entre los operarios
que no sólo sea la pura afición a la microhistoria. El microhistoriador requiere un mínimo de
dotes y bienes culturales. Por lo pronto, necesita de una buena dosis
de esprit de finesse como el macrohistoriador. Debe ser un
hombre de ciencia, pero no al modo burdo del geómetra. También
es hombre al agua si no tiene a su alcance archivos y bibliotecas.
Y está fuera de toda posibilidad de competir en el mercado
intelectual si no posee un buen arte del oficio. En Bauer se lee:
"La historia regional cae en descrédito por el diletantismo
con que frecuentemente se cultiva".24 Si en el uso de la técnica de investigación y otros
aspectos del oficio hay una mayor torpeza en el micro que en el macrohistoriador,
en el terreno de la vocación se cambian los papeles. Aquél
no sólo es aficionado por falta de oficio sino también
por sobra de afición y simpatía por su tema. Otra diferencia
se da en el nivel del talante. Mientras los historiadores metropolitanos
de alcance nacional o mundial viven como azogados, en stress, nerviosos,
compulsivos, ávidos de asistir a congresos y reuniones y ansiosos
de reconocimiento, los provincianos pasan la vida sin desasosiegos,
viven sin el veneno de la fatiga y sin los acosos de la ambición
sin límites. Una ventaja más del mini
con respecto al maxi es la de que aquél escribe habitualmente
de lo que conoce por experiencia propia; de lo que conoce y ama; tiene
alma de anciano y muy frecuentemente lo es. De hecho no podría
ejercer la historia matria antes de llegar a la edad madura. Al historiador
matrio, según el dicho de Nietzsche, "le conviene una ocupación
de viejos, mirar atrás, pasar revista, hacer un balance, buscar
consuelo en los acaeceres de otras épocas, evocar recuerdos".25
En plan de encasillar al microhistoriador en un casillero psicológico,
habría que ponerlo en el grupo de los sentimentales Los microhistoriadores se hermanan entre sí por el carácter
que no por la ética profesional. En cuanto a conductas e ideales,
son distinguibles tres tipos: el primero procede como la hormiga;
el segundo, como la araña, y el último, como la abeja.
El microhistoriador hormiga lleva y trae papeles; extrae, según
el dicho de don Arturo Arnáiz y Freg, noticias de la tumba
de los archivos para trasladarlas, reunidas en forma de libro, a la
tumba de las bibliotecas; ejerce de acuerdo con una ética positivista
cuyos principios son: 1) el buen historiador no es de ningún
país y de ningún tiempo; 2) procede a su trabajo
sin ideas previas ni prejuicios; 3) se come sus amores y sus
odios; 4) no es callejero, gusta de lo oscuro y arrinconado,
es rata de gabinete, archivo y biblioteca; 5) no se cuida de
componer y escribir bien, le basta con cortar, pagar y expedir mamotretos
de tijeras y engrudo. El buen microhistoriador positivista es de hecho
un compilador disfrazado, un acarreador de materiales, una hormiga
laboriosa. La soberbia del microhistoriador-araña contrasta con la humildad
del microhistoriador-hormiga. Se declara a voz en cuello hijo orgulloso
de su matria y de su época; no le importa ser hombre de prejuicios;
no oculta sus simpatías y diferencias; le da rienda suelta
a la emotividad y a la loca de la casa. Le concede más importancia
a la imaginación que a la investigación y a la expresión
del propio modo de ser que a la comunicación de conocimientos.
Las obras del sabio-araña no son ni más ni menos que
telarañas emitidas de sí mismo que no trasmitidas de
algo, cosas sutiles o insignificantes que no tejidos fuertes y duraderos.
El ideal arácnido produce intérpretes brillantes que
no historiadores de verdad. El tercer tipo imita la conducta de la abeja que recoge, digiere
y toma miel de los jugos de multitud de flores. El que aspira a comportarse
como abeja no teme amar al pasado y al terruño; procura ser
consciente de sus ideas previas, simpatías y antipatías
y está dispuesto a cambiarlas si los resultados de la investigación
se lo piden. No está casado con sus prejuicios como el hombre-araña,
ni con los útiles como el hombre-hormiga. Alternativamente
pelea y simpatiza con sus instrumentos de trabajo; es critico riguroso
y hermenéutico compasivo. Busca ser hombre de ciencia a la
hora de establecer los hechos, y se convierte en artista en el momento
de trasmitirlos. Los tres (hormigas, arañas y abejas) nacen de impulsos parecidos. Un hombre que ve a su terruño como se ve a sí mismo, un buen día es asaltado por la curiosidad, dizque por haberse topado con una ruina, ora por haber dado oídos al cuento de algún viejo, ya por alguna lectura. De la curiosidad salta a las cuestiones vagas: ¿Qué fue aquello? ¿Cómo se pasó de aquello a esto? Desde aquí el naciente microhistoriador se embarca hacía el pasado pero no sin antes hacer los preparativos del viaje: limitar la meta, hacerse hipótesis y otras cosas por el estilo. LO MICROHISTÓRICOCada disciplina del saber recorta del conjunto de la
realidad un dominio o campo propio para esclarecerlo a su manera. Sólo
en términos generales puede decirse que el dominio de la microhistoria
es el pasado humano, recuperable, irreversible, influyente o trascendente
o típico. Dentro del enorme universo del pasado historiable es
posible aislar la parcela que le corresponde a la microhistoria; es
decir, el espacio, el tiempo, la gente y las acciones que le preocupan. El espacio es la patria chica o matria, definida diferentemente
según los mirajes de los definidores. Para Miguel de Unamuno
es "la que podemos abarcar de una mirada como se puede abarcar
Bilbao desde muchas alturas".27 Con
todo, algunas patrias chicas no se pueden abarcar de una ojeada. Los
hombres que se sienten entre sí oriundos de la misma matriz pueden
estar dispersos en una extensión terrestre inabarcable a simple
vista. Por lo mismo, otra definición de terruño, aparentemente
más vaga, es más justa. Matria es la realidad por la que
algunos hombres hacen lo que deberían hacer por la patria: arriesgarse,
padecer y derramar sangre. La patria chica es la realización
de la grande, es la unidad tribal culturalmente autónoma y económicamente
autosuficiente, es el pueblo entendido como conjunto de familias ligadas
al suelo, es la ciudad menuda en la que todavía los vecinos se
reconocen entre sí, es el barrio de la urbe con gente agrupada
alrededor de una parroquia o espiritualmente unida de alguna manera,
es la colonia de inmigrados a la gran ciudad, es la nación minúscula
como Andorra, San Marino o Naurú, es el gremio, el monasterio
y la hacienda, es el pequeño mundo de relaciones personales y
sin intermediario. El tiempo y los tiempos de la microhistoria también tienen
su peculiaridad. Un estudioso de la nación o del mundo pocas
veces se interesa por el origen, la vida total y el término
de una nación; acota generalmente un trozo del principio, del
medio o del fin. Un microhistoriador rara vez deja de partir de los
tiempos más remotos, recorrerlo todo, y pararse en el presente
de su pequeño mundo. El asunto de la microhistoria suele ser
de espacio angosto y de tiempo largo, y de ritmo muy lento. De otra
manera: los tempos microhistóricos son el larguísimo
y pachorrudo de la geografía y el nada violento de la costumbre. Aunque a veces derrama su atención en menudencias, la microhistoria,
por lo general, sólo se ocupa de acciones humanas importantes
por influyentes, por trascendentes y sobre todo por típicas;
separa los episodios significativos de los insignificantes; selecciona
los acontecimientos que levantaron ámpula en su época,
o los que siendo lodos, acabaron en polvos, o los representativos
de la vida diaria, los botones de muestra. Lo normal, sin embargo,
es que la historia de índole monumental recoja los sucesos
influyentes; la de índole crítica, los sucesos trascendentes,
y la anticuaria los sucesos típicos. La primera persigue al
grito de Dolores, la batalla de Waterloo, la derrota de la Armada
Invencible; la segunda anda detrás de lo que retoma: crisis
agrícolas, curvas de precios, formas artísticas que
se hacen, se deshacen y vuelven a hacerse; lo más o menos repetitivo
o no del todo irrepetible. A la microhistoria le interesa, más
que lo que influye o renace, lo que es en cada momento, la tradición
o hábito de la familia, lo que resiste al deterioro temporal,
lo modesto y pueblerino. A pesar de que la microhistoria no se detiene en los
sucesos que levantan polvareda, su asunto suele ser más comprensivo
de la vida humana que el de la macrohistoria. Según Bauer es
característico de esta especie historiográfica el proyectar
"sobre una región estrictamente delimitada el entrecruzamiento
de los puntos de vista geográfico, económico, histórico-constitucional
y administrativo con los de la técnica, el arte, los usos y costumbres,
los hechos populares y las modalidades lingüísticas".
Y en general es vox populi que una de las justificaciones de
la microhistoria reside en que abarca la vida integralmente, pues recobra
a nivel local la familia, los grupos, el lenguaje, la literatura, el
arte, la ciencia, la religión, el bienestar y el malestar, el
derecho, el poder, el folklore; esto es, todos los aspectos de la vida
humana y aun algunos de la vida natural. Las macrohistorias pueden prescindir
en mayor o menor grado del ambiente físico. Una crónica
local, no. Helbok escribía en 1924: "El lugar recibe su
vida inmediatamente del suelo; la nación sólo medianamente,
de segunda mano. La nación o Estado se asienta sobre la aristocracia,
la Iglesia, las ciudades... La historia local debiera serlo de aquella
simbiosis prodigiosa entre tierra y pueblo, que conduce a cada localidad
a resultados distintos". 28 En la
microhistoria pocas veces se olvida la introducción geográfica:
relieve, clima, suelo, recursos hidráulicos, vestidura vegetal
y fauna. Tampoco se prescinde de las calamidades públicas (sismos,
inundaciones, sequías, endemias y epidemias) y de las transformaciones
impuestas por los lugareños al paisaje. La historia universal y las historias nacionales están
pobladas de gente "importante": estadistas y mítiles
famosos por sus matanzas, explotadores ilustres o intelectuales soberbios
y cobardes. Los actores de la vida menuda rara vez merecen los apelativos
de sabios, héroes, santos y apóstoles. Los innovadores
locales siempre van a la zaga: descubren un pedernal para producir lumbre
cuando ya se han descubierto los fósforos. Los héroes
de la patria chica rara vez superan el nivel de bravucones y pocas veces
acaban en mártires. Cuando están a punto de ser ejecutados
con la debida solemnidad, se mueren de gripe. Los santos también
suelen ser de risa. En los éxtasis no falta quien les clave una
aguja y los haga despertar y proferir blasfemias. Los benefactores son
difuntos que han dejado una modesta fortuna para ponerle piso de mosaico
al templo. Los hombres de la microhistoria son cabezas de ratón
y ciudadanos-número de la macro que en la micro se convierten
en ciudadanos-nombre. Muchas veces en la historia grande se habla del
rebaño, pero como rebaño; se enfocan los reflectores sobre
el mazacote de la burguesía, sobre la masa del proletariado,
que no sobre los burgueses y los humildes llamados fulanito y zutanito. La microhistoria no ha eliminado el tema guerrero.
La vida militar el tema de antes de toda historia ha sufrido
injustamente el descrédito de la historia-batalla. "Pero
la historia militar como dice Jean Meyer es mucho más
que los combates. Por un lado es un aspecto del fenómeno social
de la violencia, y por otro, el campo de acción de esos grupos
sociales que son los ejércitos."29
Además "cada región tiene una guerra muy propia"
que le corresponde esclarecer al microhistoriador. La vieja historia
de generales y bandoleros, cañones y fusiles, batallas y combates
no amerita ser jubilada simplemente por ser vieja. La vida económica el
asunto del día y la cuestión social concomitante
son los temas de mayor interés para las tres escuelas de la vanguardia
microhistórica actual. La razón es clara: los sucesos
económicos suelen ser los más cotidianos. En las zagas
locales menudean las noticias sobre maneras de trabajar libres, asalariadas
y serviles, sobre formas forzadas de perder el tiempo en viajes obligados
y trámites oficinescos, sobre estructuras agrarias y modos de
apropiación de la tierra, sistemas de cultivo, avances agrícolas,
quehaceres artesanales, costumbres de compra y venta, paso del autoconsumo
a la economía de mercado e incorporación de los grupos
cultural y económicamente marginales al mundo moderno. En fin,
la economía y la sociedad con enfoque más cualitativo
que cuantitativo.30 Aunque todo mundo dedica
la mayor parte de su tiempo al descanso y la diversión, la macrohistoria
se empeña casi siempre en ver únicamente los aspectos
penosos del ser humano. Sólo la microhistoria,
y no siempre, toma como asunto el ocio y la fiesta: formas de liberación,
astucias eróticas, intercambio de mujeres, modos de proliferación
de la vida, vida infantil, juegos de niños, fiestas caseras,
nacimientos, bautizos, primeras comuniones, santos, bodas, días
de campo, camping, caza, fiestas cívicas, festividades
religiosas, turismo, deporte, juegos de salón, costura, artes
populares, corridos, canciones, leyendas, ruidos, músicas, danzas,
todos los momentos de descanso y expansión y producción
artística, espectáculos, pasatiempos, regocijos, solaces,
distracciones, devaneos, desahogos, jolgorios, juergas, jaleos, festines,
saraos, mitotes, circo, charreada, gira política, discursos,
desfiles, títeres, castillos, toritos de fuego, lunadas, serenatas
y velorios. Foster, en su libro sobre Tzintzuntzán,31
habla de la importancia que tiene en la vida comunal la llamada "visión
del mundo" u "orientación cognoscitiva" y cree
que es un tema imprescindible de cualquier estudio sobre la vida social
menuda. Esa cosmovisión engloba un conjunto mayor o menor de
creencias religiosas que el microhistoriador no puede ignorar. Y como
el dogma religioso se traduce en prácticas litúrgicas
y morales, también se ocupa de ellas. Las demás historias
han ido siendo cada vez menos sagradas y más profanas; la matria
sigue concediéndole un sitio distinguido a las creencias, las
ideas, las devociones y los sentimientos religiosos. Existen y han existido algunas
minicomunidades sin relaciones exteriores, replegadas sobre sí
mismas. En las zonas cerriles, lo normal eran los poblados sin comunicación
con otros poblados. Pero nunca la incomunicación ha sido lo común
entre ciudades medianas y chicas y entre simples congregaciones minúsculas
de las zonas lisas y archipobladas. Sólo excepcionalmente el
microhistoriador no se enfrentará al tema de los contactos que
se establecen en un pueblo con otros pueblos, "o en una región
con otras regiones: contactos de mercado, contactos por peregrinaciones,
por leva, por emigración definitiva o simplemente estacional".
32 Así es como el asunto de la historia
local sobrepasa algunas veces lo lugareño. El otro modo de salirse
del terruño es comparándolo con la tierra en que está
inscrito. "La historia local es una historia diferencial. Trata
de medir la distancia entre la evolución general y la evolución
particular de las localidades; la distancia y el ritmo."33 La microhistoria se interesa por el hombre en toda su redondez y por la cultura en todas sus facetas. El dominio del conjunto de las minis es amplísimo e inabarcable para cualquier investigador o equipo de investigadores. El dominio de cada minihistoria es reducido y, por lo mismo, comprensible para un solo hombre si sabe extraerle su verdad mediante el uso adecuado de un método científico. EL ANÁLISIS MICROHISTÓRICOEl descubrimiento del pasado sólo es posible
con procederes científicos. Y si hubiera otro modo de enterarnos
de la vida y la acción de los difuntos, ahora no lo pondríamos
en práctica porque vivimos en plena hegemonía de la ciencia.
En el viaje de ida hacia atrás, el microhistoriador que se estime
y uiera ser estimado en el mundo de hoy, debe ejecutar cuatro series
de operaciones con nombre enrevesado: problemática, heurística,
crítica y hermenéutica. Escogido por el investigador el pequeño mundo
que quiere esclarecer, se impone el deslinde y subdivisión del
tema y un plan de operaciones. En microhistoria el uso de un plan no
es tan urgente como en otras ciencias humanas, pero tampoco es prescindible.
En Marrou, se lee: "El conocimiento de un tema histórico
puede ser peligrosamente deformado o empobrecido por la mala orientación
con que se le aborde desde el principio".34
Aun en los supuestos de que el asunto elegido sea abarcable en su totalidad
por ser la costumbre de una aldea, o una villa, o un barrio, y de que
sea susceptible de estudio porque se den las suficientes condiciones
subjetivas y objetivas, se requieren una definición clara y precisa
de lo que se busca, un bosquejo de los temas mayores y menores a tratar
y un horario calendario del trabajo. La definición
incluye el señalamiento del espacio y la longitud temporal del
tema, la importancia del mismo, los métodos y técnicas
que se emplearán en su estudio y el público al que va
destinado. El esquema o bosquejo es un cuestionario o un preíndice
según adopte una forma interrogativa o expositiva. Se dice que
debe ser claro, realista, minucioso y flexible. Un manual de técnicas
de investigación, como el de Ario Garza Mercado, propone algunas
maneras de hacerlo.35 El investigador, con la red de su cuestionario preliminar,
reúne testimonios sobre el trozo del pasado que desea revivir.
"La historia se hace con testimonios lo mismo que el motor de explosión
funciona con carburantes."36 Su objeto
no está ante los ojos; se ve a través de la mirada ajena
y de las reliquias. De hecho, según Collingwood, "cualquier
cosa puede llegar a ser un documento o prueba para cualquier cuestión".
37 La microhistoria, por regla general,
no suele contar con tantas pruebas como la macrohistoria. Tratándose
de comunidades rústicas, son muy raros los testimonios directos
y las fuentes literarias. La micro, además de
documentos, emplea como testimonios marcas terrestres, aerofotos, construcciones
y ajuares, onomásticos, supervivencias y tradición oral. La vida del hombre produce desfiguros y cicatrices
en el suelo que la investigación utiliza como pruebas a falta
de otras más patentes. A veces descubre huellas geográficas
a simple vista y sobre la marcha; otras, acude al recurso de la foto
desde aviones. Mediante la interpretación de shadow-marks
o sombras, crop-marks o cortaduras y soil-marks o manchas
en las fotos aéreas tomadas desde alturas óptimas, se
reconstruyen algunos signos del pasado que a simple vista son inexistentes:
viejos caminos, pozos, cultivos, ruinas.38 En mayor o menor grado, se necesita subir al cielo
y bajar al subsuelo. En muchos casos la excavación se hace necesaria,
pero para hacerla provechosa se requiere la colaboración de un
especialista. Generalmente ningún microhistoriador es, por lo
difícil del oficio, un arqueólogo ompetente, y ejercer
la arqueología sin la necesaria competencia se considera pecado
gordo y aun irreparable. Aquí, muchas veces
el dilema es irresoluble porque no que dispone de la ayuda arqueológica
y uno no se puede desdoblar en arqueólogo. Y no es el único
caso en que el cronista local debe resignarse a no hacer una investigación
por su cuenta y riesgo. Casi siempre los actores o personajes abordados por
la microhistoria son iletrados y no generan escritos probatorios de
su vida y virtudes. A veces su pensamiento y su conducta sólo
son ecuperables por lo que se acuerda la gente y por la tradición
oral. El africanólogo Jan Vansina escribe: "Las tradiciones
orales son fuentes históricas cuyo carácter propio está
determinado por la forma que revisten: son orales o no escritas y tienen
la particularidad de que se cimentan de generación en generación".39
El microhistoriador, a fuerza de entrevistas, charlas con la gente del
común y cuestionarios, puede resolver problemas difíciles
y recibir noticias valiosas. Incluso los relatos de apariencia mítica
suelen contener verdades. Las técnicas de la encuesta ponen al
investigador en contacto con un mundo pleno de voces y ecos, poblado
de fórmulas didácticas y litúrgicas, listas de
toponímicos y onomásticos, comentarios explicativos y
ocasionales, relatos históricos de índole universal, local,
familiar, mítica, esotérica o producto puro de recuerdos
personales, y por último, que no al último, con la llamada
poesía popular o iletrada que recoge no sólo sucesos efímeros
cuando es narrativa, sino el pensamiento y los sentimientos de otras
épocas. Quizá únicamente a través de corridos
y otros poemas tan ingenuos y toscos como ellos sea posible penetrar
en el espíritu anterior de la gran masa del pueblo. Y sin embargo nada suple ni supera a las fuentes escritas,
a las precarias y humildes fuentes de la microhistoria. El macrohistoriador
rara vez acude a papeles tan escuetos como son los registros; para el
microhistoriador las listas de bautizos, matrimonios y entierros son
testimonios de primer orden, unque generalmente no muy antiguos. El
registro inglés remonta hasta las instrucciones eclesiásticas
de Thomas Cromwell en 1538. Las disposiciones de Villers-Cutterets (1539)
y Blois (1579) introducen en Francia el asentamiento de bautizados,
casados y difuntos. En Suecia se regulariza en 1686; en Europa central
no antes del siglo Los censos son otra fuente de información para
el pasado inmediato, pero casi nunca para el remoto. Francia censó
por primera vez en 1697; Estados Unidos en 1789; Gran Bretaña
en 1801; Bélgica en 1846; Italia en 1861; Alemania en 1871; India
en 1881, y Rusia en 1897. México hizo diversos pininos desde
las "relaciones geográficas" de finales del No se olvide que censos y demás
fuentes estadísticas no son tan útiles en el quehacer
microhistórico porque éste es cualitativo y no cuantitativo,
y porque las estadísticas no son muy dignas de fe a escala menuda.
Por ejemplo, en la historia de una villa "las cifras de natalidad
o de mortalidad tienen menos importancia que el examen de las causas
de la morbilidad, la subalimentación, la falta de higiene, los
padecimientos llamados profesionales, las fiebres intermitentes"
y otras.41 Además, en mucho casos,
las cifras son inexactas. Usted sabe que las de tantos menús
económicos sobre nuestra producción rural, basadas en
declaraciones temerosas de rancheros, están muy por debajo de
las verídicas. Los periódicos son un buen
arsenal de pruebas para la historia urbana y algunas veces sus noticias
sirven a la crónica pueblerina. Sin embargo, como el periodismo
es un fenómeno apenas bisecular no ayuda en la investigación
de lo antiguo. Las otras fuentes (leyes, actas e informes gubernamentales,
narraciones autobiográficas, biografías e historias, tratados
científicos y filosóficos, poesías, novelas y piezas
de teatro y muchas más manifestaciones escritas) suelen arrojar
bastante luz sobre la existencia urbana y poca sobre la rural.42 Tratándose de la vida campesina, la literatura
histórica es muy escasa. En cambio, no es insólito que
el historiador de ciudades se tope con precursores. Para el microhistoriador
es una gran ventaja contar con historias previas, aunque seguramente
los cronistas de antes no se plantearon las mismas preguntas que el
cronista actual. La selección de hechos es diferente en una obra
de entonces y en una de ahora. Con todo, las historias anteriores de
la ciudad suelen ser la fuente máxima de la microhistoriografía
urbana, aun en esta época de idolización del documento
inédito. Para la mayoría de los eruditos la heurística
se reduce al uso de bibliografías y catálogos de fuentes.
Para los microhistoriadores la tarea de recopilar fuentes es bien dura.
Las bibliografías y hemerografías aprovechables para la
tradición local escasean, y los catálogos de archivos
locales y rivados son una especie poco menos que inexistente. ¡Si
ni siquiera hay un archivo clasificado la mayoría de las veces!
Los macrohistoriadores cuentan con los buenos servicios de las llamadas
ciencias auxiliares (arqueología, numismática, sigilografía,
heráldica, epigrafía, paleografía, criptografía,
diplomática, cronología, geografía, onomástica
y no sé cuantas más) mientras la historia local, y especialmente
la pueblerina, se hace la mayoría de las veces sin apoyos externos.
La operación de reunir materiales sigue siendo la etapa dura
donde se hunden muchísimos neófitos escasos de paciencia
y malicia. Y la heurística es apenas la segunda estación
del viacrucis. Si se quiere que respondan con verdad a las preguntas, las fuentes deben ser maltratadas, atormentadas, aporreadas, estrujadas, hechas chillar mediante las operaciones críticas. Para obtener material resistente en la reconstrucción del pasado se necesita hacer pasar las pruebas históricas por las pruebas que permiten establecer su integridad, autoría, fecha, lugar, sinceridad y competencia. Todavía más: los testimonios para la microhistoria, sin someterlos al tamiz de la crítica, ayudan muy poco o nada. Por lo que toca a la prueba verbal, escribe R. A. Hamilton: "La tradición oral jamás debe ser utilizada sola y sin soportes. Debe ser puesta en relación con las estructuras políticas y sociales de los pueblos que la conservan, comparada con las tradiciones de los pueblos vecinos y vinculada a las indicaciones cronológicas de las genealogías y de los ciclos graduados de los años, a las conexiones documentadas por escrito de los pueblos letrados, a los fenómenos naturales de fecha conocida, como hambres y eclipses, y con los hallazgos arqueológicos". 43 La tradición trasmitida de boca en boca sufre pérdidas y alteraciones y sólo da conocimientos válidos si se la trata críticamente. El microhistoriador rara vez puede confiarse; debería estar diciéndose con alguna frecuencia: "Supongo que las huellas, las reliquias y los documentos me engañan ora porque no son lo que aparentan, ora porque sus autores fueron engañados, ora porque quisieron engañarme, y por lo tanto, no debo prescindir del rigor crítico, del trato duro, de la malicia y el odio". Pero los golpes deben ser seguidos por las caricias y el apapache.
Aquí sí es útil la conducta de Burro de Oro,
un hacendado decimonónico del noroeste de Michoacán
que tras de propinarles puntapiés a sus peones les daba un
puñado de monedas por cada golpe. Una vez sacudidos, los testigos
requieren un trato amoroso, San Agustín decía: No se
puede conocer a nadie si no es por la amistad".44
En la etapa hermenéutica o de psicoanálisis de los documentos,
el estudioso debe salir de sí mismo para ir al encuentro del
otro. La determinación del sentido literal e ideal de las fuentes,
la comprensión de ideas y conductas debe hacerse con muchas
vivencias, larga reflexión, cultura variada y con el máximo
de simpatía. Quien es incapaz de sentir los
sentimientos ajenos y pensar los pensamientos de los otros nunca llegará
a hacer inteligibles las obras humanas sin la elaboración de
regularidades causales y, en definitiva, nunca llegará a la
comprensión más o menos cabal de ninguna verdad histórica. Las operaciones analíticas sólo pueden tener un fin:
la verdad. Recuérdese el aforismo del doctor Johnson: "El
valor de toda historia depende de su verdad. Una historia es la pintura,
o bien de un individuo, o de la naturaleza humana en conjunto. Si
ella es infiel, no es la pintura de nada".45
Los conocimientos alcanzados por los historiadores que proceden científicamente
son tan válidos, aunque no sean verificables, como los saberes
de físicos y biólogos. LA SÍNTESIS MICROHISTÓRICAEstablecidas las acciones, el microhistoriador emprende
el camino de vuelta; avanza de la confusión del análisis
al orden de la síntesis. En su viaje al pasado usó del
método científico; en su regreso al presente se servirá
de los recursos del arte. La microhistoria es ciencia en la etapa recolectora,
depuradora y comprensiva de las acciones del pasado humano, y es arte
en la etapa de la reconstrucción o resurrección de un
trozo de la humanidad que fue. Todas las operaciones exigidas por el
público consumidor al que confecciona un libro, un artículo
o una conferencia con noticias del pasado están teñidas
de emoción artística. Así la explicación,
la composición, la redacción y la edición. Strachey
solía decir: "Los hechos pasados, si son reunidos sin arte,
son meras compilaciones, y las compilaciones sin duda pueden ser útiles,
pero no son historia, así como la simple adición de mantequilla,
huevos, patatas y perejil no es una omelette".46 Para Nietzsche no es posible la auténtica
explicación porque el espíritu anticuario "no puede
percibir las generalidades, y lo poco que ve se le aparece demasiado
cerca y de una manera aislada". 49
Según Trevelyan ningún historiador está obligado
a entrar en explicaciones porque "en la historia nos interesan
los hechos particulares y no sólo las relaciones causales".50
Con todo, los autores de historias muy pocas veces renuncian al intento
de explicar ya por causas eficientes, ya por causas formales, las acciones
del pasado, aun del pasado concreto. La composición sí es
ineludible. No es necesario ajustarse a ninguno de los modelos arquitectónicos
que circulan por ahí. Lo importante es seguir el aforismo de
Gaos: "A la composición historiográfica parecen esenciales
las divisiones y subdivisiones de la materia histórica. Mas el
historiador ha de cuidarse de que los marcos en que encuadre su materia
no los imponga a ésta desde un antemano extrínseco a ella,
sino que sean los sugeridos por la articulación con que lo histórico
mismo se presenta".51 También
debe tomarse en serio a la hora de componer la costumbre de añadir
al cuerpo de la obra un par de aperitivos (el prólogo y la introducción),
unos tentempiés (notas de referencia y aclaratorias) y, no siempre,
un digestivo (epílogo o conclusiones). Dentro del cuerpo de la obra el orden
natural de distribución es el cronológico. Esto no quiere
decir que ha de caerse en el colmo del diario, los anales y las décadas,
pero sí evitar el rompimiento absoluto con el orden temporal
y descender al extremo del diccionario. El repartir temporalmente los
datos cae dentro del complicado arte de la periodización. Hay
que escoger una manera de periodizar. Como ustedes saben, las hay de
dos tipos: ideográfico y nomotético. Aquél se subdivide
en exocultural y endocultural, y éste en cíclico e isocrónico.
Parece más cercano a la realidad histórica el tipo ideográfico,
subtipo endocultural. La periodización basada en leyes es muy
discutible; con todo, actualmente se emplean a pasto las periodizaciones
apoyadas en el tipo nomotético, subtipo isocrónico. Así,
el sistema de dividir el tiempo por generaciones culturales (es decir,
de quince en quince años) y por ciclos económicos (es
decir, de once en once años o de treinta y tres en treinta y
tres, según se adopten ciclos cortos o largos).52 Supeditada a la cronológica, se hace la división
por temas. Aquí tampoco la libertad es absoluta. En los tiempos
que corren, se usa mucho la división en cuatro sectores: económico,
social, político, espiritual y de relaciones con el exterior.
A su vez, cada uno de estos sectores suele fraccionarse. La materia
que se va a exponer en cada periodo determinará si conviene comenzar
con el aspecto económico o algún otro de los tres restantes.
Lo ideal es que el orden de la obra se ajuste lo más posible
al orden de la realidad. La resurrección o reconstrucción
del pasado exige el apego a la forma como éste se dio. Exige
también el manejo eficaz del cemento: no pasar bruscamente de
un tema a otro ni tampoco borrar a tal grado las llenas divisorias que
no se sepa dónde concluye un asunto y da comienzo el siguiente.
También es contraindicado adelantar las conclusiones y poner
punto final sin antes despedirse. La historia concreta por la que lucha Eric Dardel "pertenece
a la narración como el cuento y la epopeya. Exponer la historia
concreta es siempre de algún modo contar historias".53
No hay por qué avergonzarse al confesarlo: la microhistoria y
la literatura son hermanas gemelas. El temor no se justifica: la microhistoria,
convertida en rama de la literatura, no está obligada a deshacerse
de ningún adarme de verdad, menos de la verdad entera. Todo es
según y cómo. No se trata de volver a la exposición
versificada, tan útil en los pueblos ágrafos. La prosa
es el medio de expresión de los pueblos con escritura. Tampoco
se trata de acudir a los medios expresivos de la novela y el drama.
La mejor manera de resucitar el pasado no la dan los estilos lírico,
épico, oratorio y dramático que tienen una función
sobresalientemente expresiva, ni el coloquial por su desaliño
y su momificación, ni el litúrgico por su rigidez extrema,
ni el científico que tiene una función solo comunicativa
y está tan momificado como el coloquial. A la microhistoria le
viene bien el lenguaje que admite la calificación de humanístico
que es como el del ensayo, no como el de las ciencias humanas. El modo humanístico tiene una
finalidad teórica como el literario o el científico. Su
principal misión es la de comunicar ideas, pero no la única,
como sucede con el lenguaje de la ciencia. En el humanístico
se da también la función de expresar sentimientos aunque
no en tan altas dosis como en el lenguaje literario. En la expresión
humanística la compostura gramatical se impone con más
vigor que en las letras, aunque no en forma tan absoluta como en las
ciencias. En éstas no se admiten ni la originalidad ni la intención
estética, mientras en las humanidades sí son válidos
ciertos retozos y algunos efectos literarios. Los estilos
coloquial, científico y litúrgico se pueden aprender con
la práctica. Se supone que el orador y el literato traen en la
sangre el don del estilo. El humanista parcialmente nace y parcialmente
se hace.54 El microhistoriador, en el
peor de los casos, puede llegar a expresarse con soltura. Una variante del hablar humanístico es el histórico.
Según Theodor Schieder "el lenguaje de la moderna historia
se ha configurado en un punto medio entre filosofía, creación
poética, ciencia jurídica y publicismo político".55
De la propaganda política, y del empaque de la oratoria, los
microhistoriadores de la vieja guardia suelen beber en demasía.
El estilo debe curarse del vicio de la solemnidad. Evoca mucho mejor
la vida pasada del común de la gente el habla sencilla que el
habla oratoria. Es preferible ser tenido por chabacano a tener el prestigio
de pomposo; es mejor también ser acusado de irreverente a convertirse
en botones. Los alfilerazos en las nalgas de gobernantes y obispos son
saludables. La prosa barnizada es encubridora.
Encubre nuestras deficiencias de información, pensamiento y emotividad.
Ciertamente el lenguaje emperifollado que confunde a los lúcidos,
deslumbra a los pendejos. A pesar de todo lo que se ha dicho contra
la manera enigmática de escribir, muchos "tienden a creer
con mejor voluntad las cosas oscuras", según la expresión
de Tácito. En cambio, según Nietzsche, "la desgracia
de los escritores penetrantes y claros es que se les toma por superficiales,
y por consiguiente, nadie muestra interés por ellos". Y
sin embargo, el mismo Nietzsche asegura: "El mejor autor será
aquel a quien le de vergüenza ser hombre de letras". Y Pascal
había dicho: "Cuando uno se encuentra con un estilo natural,
se queda asombrado y encantado, porque esperaba hallarse con un autor
y se encuentra con un hombre".56
En fin, escribir con naturalidad y sencillez, no obstante el trabajo
que cuesta y el poco mercado que tiene, conserva su valor de buen consejo.
Pero la fórmula más segura es la de que cada cual siga
su gusto sin salirse del precepto de no escribir de más. Tan importante como saber decir es
saber lanzar lo dicho al ancho mundo. En lo que mira a publicidad la
microhistoria está en la prehistoria. Lo común en nuestro
medio es que el autor publique sus libros por su cuenta o la de sus
amigos, en ediciones cortas, mal diseñadas y bien surtidas de
errores tipográficos. En los países sub o en desarrollo, la circulación
de trabajos de microhistoria anda tan mal como las ediciones. Conviene
recordar lo que dijo el padre Montejano y Aguíñaga en
Monterrey, en septiembre del 71: "Cuanto se escribe y publica en
el interior es obra inédita o seminédita que muchas veces
no llega siquiera a los especialistas".57
Los libros de los historiadores locales se quedan confinados al circulo
de los amigos, o se aburren en los escaparates de las librerías
de provincia, o se empolvan en los rincones oscuros de las bibliotecas. LOS CONSUMIDORES DE MICROHISTORIAEn los pueblos de poco vigor económico y cultural
la oferta de minihistorias no está a la altura de la demanda.
En los últimos años, la apetencia de nuestros productos
se ha ampliado muchísimo. Ya no puede haber torre de marfil.
Tanto la república de las letras como el pueblo raso están
exigiendo historias matrias. Dentro del circulo académico las
piden micro y macrohistoriadores, sociólogos y antropólogos,
economistas y científicos de la política, educadores y
educandos. Dentro del círculo popular la solicitan misoneístas
y revolucionarios, sedentes y andantes. Los más asiduos consumidores de microhistoria
son los que la hacen. Si se trata de un trabajo que se refiera a su
patria chica por nada dejarán de leerlo. Si es un estudio que
se ocupa de otro terruño les interesará cuando menos por
el método utilizado. En el interior del mundo académico,
el lectorio más asiduo de obras microhistóricas lo constituyen
todavía los colegas próximos, como es natural. Los macrohistoriadores son una
clientela reciente de la microhistoria. Como ésta, gracias al
mayor contacto con los hechos, está capacitada para destruir
o modificar muchos clichés de la gran historia, se la ve con
atención, ya no con desprecio. El patriarca Lucien Febvre dijo:
"Nunca he conocido, y aún no conozco, más que un
medio para comprender bien, para situar bien la historia grande. Este
medio consiste en poseer a fondo, en todo su desarrollo, la historia
de una región, de una provincia".58
Un descendiente espiritual del patriarca, el joven Claude Morin, escribe:
"La visión macroscópica mejorará gracias a
la ayuda que le prestarán las monografías locales o regionales".59
En otra latitud, Leonardo Griñán
Peralta dictamina: "La historia de Cuba sólo podrá
escribirse, con acierto siquiera relativo, cuando sean mejor conocidas
las historias de nuestras ciudades más antiguas".60 Las generalizaciones que hacen sociólogos y
antropólogos también necesitan del sustento de la microhistoria,
ya porque ésta mira a las acciones típicas, ya porque
permite las comparaciones de estilos de vida a un buen nivel. En Foster
se lee: "Lo que es verdad para Tzintzuntzán parece serlo
también para las comunidades campesinas de otras partes del mundo".61
Aunque la antropología, al contrario de la historia, se orienta
y se complace en la elaboración de teorías, todos los
antropólogos, "incluso los antropólogos estructuralistas
más extremados", requieren de los servicios del cronista
local según el autorizado decir de I. M. Lewis.62
Por supuesto que los antropólogos de la pelea pasada, los que
se disputan el campo bajo las opuestas banderas del evolucionismo y
el difusionismo, coinciden en su interés por la microhistoria.
Antropólogos y microhistoriadores concuerdan en el amor por el
conocimiento de lo local. En fin, el club de los antropólogos
sociales aporta una clientela segura y creciente a la producción
microhistórica. Los practicantes de la sociología
suelen ser más dados a la teoría y a las generalizaciones
que el antropólogo común y corriente. Con todo, la especie
microhistórica ya tiene una clientela sociológica que
promueve Henri Lefebvre con los dichos de que la sociología rural
no debe prescindir de las contribuciones de la microhistoria y de que
"todo trabajo de conjunto debe apoyarse en el mayor número
posible de monografías locales y regionales".63 También los economistas
se han dado cuenta de que "la economía regional necesita
mucho de la historia local", según dice Leuilliot.64
Algo semejante pasa con los demás científicos sociales.
Todos a una proclaman con Beutin. "La historia de una hacienda,
de un poblado, de una ciudad puede ser ejemplar para muchos casos semejantes
aunque todos no estén igualmente estructurados y
servir de tipo" o ilustración de amplios sectores de la
vida humana.65 Lord Acton y George M. Trevelyan insistieron en el valor educativo de la historia. Ésta "debe ser la base de la educación humanista", escribió Trevelyan.66 Y según los pedagogos de hoy en día, la microhistoria debe ser la base de esa base. Al esparcirse las ideas de Pestalozzi, Froebel y Dewey sobre la importancia pedagógica de los ejemplos concretos y de la actividad de los alumnos, la historia local se situó en un primer plano en la educación básica. En Inglaterra, desde 1905, se incluyó en la enseñanza primaria. Los miembros de la Historical Association consideraron entonces que la microhistoria en la escuela era un almacén de lo vivo y una ilustración fecunda del curso de la historia nacional".67 No sólo en la Gran Bretaña, también en otros países de fuste, se despierta la curiosidad histórica por medio de narraciones parroquiales porque, desde el punto de vista pedagógico, el interés sobre el pasado se vuelve más espontáneo cuando se refiere a los antecedentes de lo que se conoce, del grupo a que se pertenece. "Reconozcamos escribe Louis Verniers que el amor a la patria chica está hincado en el corazón humano con profundas raíces, múltiples y resistentes. En consecuencia, se impone al educador la necesidad de servirse de él como de una palanca en la enseñanza de la historia."68 En opinión de Halkin: "Es indispensable dotar a la enseñanza de la historia de una base que no sea artificial, una base que sea fácilmente inteligible, concreta al máximo". Esa base sólo puede proporcionaría nuestra mercancía. "La enseñanza de la historia empezará pues por una historia de la provincia, y se elevará progresivamente hasta la historia de la nación, y después a los problemas más generales de la historia universal."69 Hemos conquistado en el presente siglo un vasto círculo
de criaturas; es decir, toda la niñez esclavizada en las escuelas
primarias. Y no sólo eso. Estamos llegando también al
mundo de los adolescentes. En la educación media francesa, según
Reinhard, tras de esparcir entre los alumnos datos sueltos sobre la
vida propia, se pasa a un estudio completo de historia regional y a
ejercitarse en ella.70 A Lafont le parece
muy pertinente que, "al margen de cualquier conservadurismo, se
enseñen las culturas regionales... porque tal enseñanza
es la encargada de condensar una conciencia en génesis"71
De hecho, en varios países de la vanguardia,
la microhistoria se ha metido a la enseñanza media y de manera
activa. En Europa, es frecuente ver a maestros de la nueva onda que
promueven excavaciones, entrenan a sus alumnos en la búsqueda
de antiguallas, en el uso de archivos familiares y en la práctica
de la encuesta. Louis Verniers pregunta si en la escuela normal de
maestros "la enseñanza de la historia habrá de apoyarse
en el estudio de la localidad y la región", y responde con
un "sí". En la normal debe estudiarse "aunque
en menor medida que en la escuela primaria". En seguida agrega:
"La historia local y regional ofrece un campo de acción
muy propicio a la aplicación del método activo".72 * Ponencia presentada al Primer
Encuentro de Historiadores de Provincia, San Luis Potosí, 26
de julio de 1972. 1 Paul Leuilliot, "Défense
et illustration de 1'histoire locale", en Annales, Colin
(enero-febrero, 1967), p. 155; Phillippe Ariès, Le temps
de l' histoire, Mónaco, Éditions du Rocher, 1954,
p. 317. 2 Fernand Braudel, La historia y las
ciencias sociales, Madrid, Alianza Editorial, 1968, p. 107. 3 Robert Douch, "Local
History", en Martin Ballard (ed.), New Movements in tbe Study
and Teaching of History, Bloomington, University Press, 1970, pp.
105-113; Robert Douch, A Handbook of Local History: Dorset, University
of Bristol, 1962; H. P. R. Finberg, "Local Historv", en H.
P. R. Finberg (ed.), Approaches to History, Toronto, University
of Toronto Press, 1962, pp. 111-125; H. P. R. Finberg, The local
Historian and his Theme, Leicester, University Press, 1952; Pierre
Goubert, "Local History", en Daelalus (Invierno, 1971),
pp. 113-127; W. C. Hoskins, Local History in England, Longmans,
1959; Paul Leullliot, "Défense et Illustration de l'histoire
locale", en Annales, París, Colin (enero-febrero,
1967), pp. 154-177; W. R. Powell, "Local History in Theory and
Practice", en Bulletin of the Institute of Historical Research
( 4 Benedeto Croce, La
historia como hazaña de la libertad, México, Fondo
de Cultura Económica, 1942, pp. 131-140. 5 W. Bauer, Introducción al
estudio de la historia, 3a. ed., Barcelona, Bosch, 1957, pp, 164-169. 6 Friedrich Nietzsche, De la utilidad
y los inconvenientes de los estudios históricos para la vida,
Buenos Aires, Bajel, 1945, p. 25. 7 Luis González, Pueblo
en vilo. Microhistoria de San José de Gracia, México,
El Colegio de México, 1968; 2a. ed.: 1972. 8 Luis González,
La tierra donde estamos, México, Banco de Zamora, 1971.
vid. "Presentación" por Daniel Cosío Villegas. 9 Braudel, op. cit., p. 123. 10 Alfonso Reyes, Obras completas,
México, Fondo de Cultura Económica, 1955, vol. 11 Ángel de Gubernatis,
Historia de la historiografía universal, Buenos Aires,
Ediciones 12 J.W.
Thompson, History of Historical Writing, Nueva York, Macmillan,
1958, vol. 13 Thompson op. cit., pp.
284 y ss. 14 B. Sánchez Alonso, Historia
de la historiografía española, 2a.ed., Madrid, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, 1947, vol. 15 E. Fueter, Historia de la historiografía
moderna, Buenos Aires, Editorial Nova, 1953, pp. 30-35, 37 y ss. 16 Wigberto Jiménez
Moreno, "Historia de tema regional y parroquial, comentario",
en Investigaciones contemporáneas sobre historia de México,
México, El Colegio de México, 1971, página 265. 17 Fueter, op. cit., t. 18 Bauer, op. cit., p. 165. 19 Luis González, "Historia
regional y parroquial", en Investigaciones contemporáneas
sobre historia de México, pp. 249-253. 20 Homer C, Hockett,
The Critical Method in historical Research and Writting, NuevaYork,
MacMillan, 1960, p. 238. 21 Lawrence Stone, "English
and United States Local History", en Daedalus (invierno,
1971), pp. 129-131. 22 Pierre Goubert, "Local History",
en Daedalus (invierno,1971), p. 120. 23 Ludwig Beutin, Introducción
a la historia económica, Buenos Aires, Sur, 1966, p. 144. 24 Bauer, op cit.,
p. 166. 25 Nietzche,op.cit., p. 61. 26 René Le Senne, Traité
de caractérologie, París, 27 Cf. Luis González, "Historia
perdida", en Diálogos (julio-agosto, 1970), núm.
34, p. 3. 28 Bauer, op. cit.,
p. 166. 29 Meyer, "Historia de la vida
social", en Investigaciones contemporáneas sobre la
historia de México, p. 387. 30 Paul Leuilliot, "Défense
et illustration de l'histoire locale", en Annales (Año
22, enero-febrero, 1967), p. 157: "La historia local es cualitativa,
no cuantitativa... A escala local las cifras pierden su significación". 31 Georges Foster, Tzintzuntzán,
México, Fondo de Cultura Económica, 1972, p. 7. 32 Meyer, op.cit.,
p. 375. 33 Leuilliot, op. cit., p.
161. 34 H.I. Marrou, El conocimiento histórico,
Barcelona, Labor, 1968, p. 50. 35 Ario Garza Mercado, Manual
de técnicas de investigación, México, El
Colegio de México, 1970, pp. 17-41. 36 Marrou, op.
cit., p. 54. 37 R.G.Collingwood,
La idea de la historia, México, Fondo de Cultura Económica,
1952, p.301. 38 Ch. Samaran (ed.), L 'histoire
et sa méthode, Paris, 39 Jan Vansina, La tradición
oral, Barcelona, Labor, 1966, página 13. 40 Claude Morin, "Los
libros parroquiales", en Historia Mexicana, México,
El Colegio de México (enero-marzo, 1972), vol. 41 Leuilllot, op. cit., p. 159. 42 Ibid., p. 158. 43 Cf. Vansina, op. cit.,
p. 19. 44 Marrou, op.
cit., p. 74. "et nemo nisi per amicitiam cognoscitur"
(San Agustín, Sobre ochenta y tres cuestiones diversas,
71, 5). 45 Cf. André Maurois,
Aspects de la biographie, Paris, Grasset, 1928, p. 28. 46 Ibid., p. 102. 47 Cf. Edward HaIlet Carr,
What is History?, Londres, MacMillan 1961, p. 68. 48 Ibid.,
p. 69. 49 Nietzche, op. cit., p.
27. 50 George Macaulay Trevelyan, L 'histoire
et le lecteur, Bruselas L'office de Publicité, 1946. 51 José Gaos, "Notas sobre
la historiografía", en Historia Mexicana, México,
El Colegio de México (abril-junio, 1960), vol. 52 Vid. J.
H. J. van der Pot, "La división de l'histoire en périodes
en L'homme et l'histoire, París, Presses Universitaires
de France, 1952, pp. 47-49. 53 Eric Dardel, L'histoire, science
du concret, París, Presses Universitaires de France, 1946,
p. 99. 54 Vid. Alfonso Reyes, El deslinde,
México, El Colegio de México, 1944, pp. 172-238. 55 Theodor Schieder, La historia como ciencia, Buenos Aires, Sur, 1970, p. 124. 56 Cf. Ernesto
Sábato, Heterodoxia, Buenos Aires, Emecé, 1970,
pp.40 y 43. 57 Ponencia presentada en el Congreso
de Historia del Noreste, Monterrey, 17 de septiembre de 1971. 58 Lucien Febvre, Autour d'une
bibliotheque (Pages offertes a M. Charles Oursel), Dijon, 1942. 59 Morin, op. cit., p. 418. 60 Leonardo
Griñán Peralta, Ensayos y conferencias, Santiago
de Cuba, 1964, p. 3. 61 Foster, op. cit., p.
23. 62 Lewis, Historia y antropología,
Barcelona, Seix Barral, 1972, p. 19. 63 Henri Lefebvre, De lo rural
a lo urbano, Barcelona, Ediciones Península, 1971. p. 71. 64 Leuilliot, op.
cit., p. 156. 65 Beurin, op. cit., p.
143. 66 Trevelyan, op. cit.,
p. 34: "El valor principal de la historia es educativo: sus efectos
se manifiestan en el espíritu del estudiante en historia y
sobre el espíritu del público". 67 Douch, op. cit., p.
105. 68 Louis Verniers,
Metodología de historia, Buenos Aires, Editorial Losada,
1968, p. 77. 69 Halkin, op.cit., p, 53. 70 Marcel Reinhard, L'enseignement
de l'histoire et ses problèmes, París, Presses Universitaires
de France, 1957, p.91. En la edad de la secundaria el muchacho no
sólo es consumidor de microhistoria, también esta capacitado
para producirla. 71 Robert Lafont, La revolución
regionalista, Barcelona, Ariel, 1971, p. 192. 72 Verniers, op.cit.,
p.96 73 Bauer, op. cit., p. 164. 74 Nietzsche, op. cit., p. 28. 75 Ezequiel, |