El arte de la microhistoria* | 
			
 
        DESLINDEAunque acepté 
          con gusto la invitación de ponencia sobre teoría y método 
          de la microhistoria, me acerco a ustedes con temor. Mi práctica 
          microhistórica es breve y no he tenido tiempo de suplir las escasas 
          horas de vuelo con muchas lecturas. Me atemoriza enfrentarme a un auditorio 
          donde hay sabios que han consagrado lo más de su vida a la investigación 
          de su "tierra". No sé cómo se atreve a decir 
          algo quien sólo se dedicó un año a historiar su 
          pueblo, que desde hace veinticinco años vive en la capital metido 
          en cosas ajenas a la problemática provinciana. Está 
          fuera del alcance del ponente expedir conceptos y preceptos de buena 
          ley sobre una materia con la que no está familiarizado y sobre 
          la cual sería tiempo perdido el dar consejos generales, porque 
          cree con Leuilliot y Ariès que "los principios de la historia 
          local son autónomos y aun opuestos a los de la historia general". 
          "La historia particular es muy distinta de la historia total y 
          colectiva."1 La teoría histórica común apenas afecta la conducta 
            del microhistoriador, pues, como dice Braudel, "no existe una 
            historia, un oficio de historiador, sino oficios, historias, una suma 
            de curiosidades, de puntos de vista, de posibilidades".2 
            El punto de vista, el tema y los recursos de la microhistoria difieren 
            del enfoque, la materia y el instrumental de las historias que tratan 
            del mundo, de una nación o de un individuo. Nadie ha puesto 
            en duda la distinción entre la meta y el método microhistóricos 
            y el fin y los medios de la macrohistoria y la biografía. Como 
            es sabido, aparte de los tratados generales acerca del saber y el 
            hacer históricos, existen estudios sobre el conocimiento y 
            la hechura de historias universales, historias patrias y biografías. En punto a microhistoria hay poco escrito. 
          Aunque la especie es tan antigua como las otras dos, no cuenta aún 
          con los teóricos y metodólogos que ya tienen la historia 
          general y la biografía. El hecho puede explicarse por el desdén 
          académico con que fue mirada durante siglos y siglos. Hoy que 
          la gran historia, siguiendo el ejemplo de las ciencias humanas sistemáticas, 
          tiende cada vez más a la abstracción, y que la biografía 
          corre hacia el chisme puro, la microhistoria ocupa un sitio decoroso 
          en la república de la historia y ya nada justifica el que no 
          sea objeto de un tratado de teoría y práctica que debiera 
          hacerse por lo disímbolo de la materia, con colaboración 
          internacional. Los trabajos de ouch, Finberg, Goubert, Stone, Powell, 
          Hoskins, Pugh, Leuilliot y otros son apuntes para la obra grande, pero 
          todavía no la gran guía de la investigación microhistórica.3 La escasez de estudios acerca del asunto que nos reúne en 
            este Primer Encuentro de Historiadores de Provincia es sin duda un 
            obstáculo para llegar a conclusiones en firme, pero es también 
            un estímulo para la reflexión, Lo que se nos ocurra 
            en este debate puede contribuir a la guía esperada. No vamos 
            a recorrer un camino hecho, y por lo mismo, es posible ayudar a construirlo. Como principio de cuentas, todavía cabe ser padrino de la 
            criatura. La he venido llamando microhistoria, pero ni este nombre 
            ni otros con los que se la designa son universalmente aceptados. En 
            Francia, Inglaterra y los Estados Unidos la llaman historia local. 
            Es de suponer que han convenido en este nombre, no porque sea llano, 
            fácil y aun sabroso, sino por tratarse de un conocimiento entretenido 
            la mayoría de las veces en la vida humana municipal o provincial, 
            por oposición a la general o nacional. Con todo, la denominación 
            se presta a equívocos y dice poco de la característica 
            mayor de la especie. Una historia del Vaticano puede ser llamada local 
            por el estrecho ámbito de que se trata, pero la gran mayoría 
            de las historias vaticanas difieren, por el modo de ser, de las llamadas 
            historias locales. Un estudio acerca de los grupos de matehualenses 
            dispersos en varios puntos de México y los Estados Unidos no 
            se constriñe a un espacio municipal o provincial, y, pese a 
            eso, puede ser una historia de las llamadas locales. Y es que aquí 
            lo importante no es el tamaño de la sede donde se desarrolla 
            sino la pequeñez y cohesión del grupo que se estudia, 
            lo minúsculo de las cosas que se cuentan acerca de él 
            y la miopía con que se las enfoca. El título de petite histoire, acuñado por los 
            franceses, podría ser un buen nombre, si por eso no se entendiera 
            un género de muy mala reputación. Los lectores saben que la petite histoire 
            que circula en el mercado refiere vidas intimas, crímenes y 
            ejercicios de alcoba de personajes célebres. Lo que ha llevado 
            el rótulo de petite histoire y se ha traducido al español 
            como historia menuda, no se parece a nuestra disciplina; es más 
            bien un subproducto de la biografía hecho para divertir a un 
            público frívolo. Ciertamente hay microhistorias que por afán 
            exhaustivo recogen multitud de hechos insignificantes, y que por este 
            vicio o flaqueza han merecido el apelativo de historias anecdóticas, 
            pero la mayoría de las microhistorias no caen en la minucia 
            sin cola y, sobre todo, no son un simple catálogo de pormenores 
            sueltos, sin liga. Un repertorio de anécdotas puede, en un 
            caso dado, servir de fuente a un microhistoriador pero nunca se confundirá 
            con un buen libro de microhistoria.4 Según Bauer,5 en 
          los países de lengua alemana se usan más o menos indistintamente 
          los términos de historia regional, historia urbana y aun el de 
          geografía histórica para denominar a la especie aquí 
          llamada microhistoria. El primer término tiene las mismas desventajas 
          que el de historia local y algunas otras. El segundo 
          toma la parte por él todo. Aun cuando cualquier historia urbana 
          fuese microhistoria, muchas de las microhistorias no son historias urbanas. 
          Por otra parte, algunas historias de ciudades, especialmente cuando 
          tratan del origen histórico-jurídico o de la proyección 
          nacional o internacional de la ciudad, no están tratadas microhistóricamente. 
          La inadecuación del tercer rótulo, el de geografía 
          histórica, salta a la vista y no merece discutirse. Nietzsche distinguió tres tipos de historia: 
          la monumental, la crítica y la anticuaria o arqueológica. 
          A esta última la definió como la que con "fidelidad 
          y amor vuelve sus miradas al solar natal" y gusta de lo pequeño, 
          restringido, antiguo, arqueológico.6 
          ¿Acaso no es a esto a lo que le buscamos nombre? Entonces ¿por 
          qué no designarla con los calificativos de Nietzsche? La 
          denominación de historia anticuaria no sería injusta si 
          la palabra anticuario en español no fuera despectiva o no nos 
          remitiera al que colecciona antiguallas y negocia con ellas. Por otros 
          motivos, tampoco nos sirven los membretes de historia arqueológica 
          y arqueología. Esos nombres ya le corresponden por derecho de 
          primer ocupante a la ciencia que tiene por objeto las formas tangibles 
          y visibles que conservan la huella de una actividad humana. Después de haber examinado las ventajas y los 
          inconvenientes de media docena de nombres, me decidí por el uso 
          de microhistoria en el subtítulo y en el prólogo de Pueblo 
          en vilo.7 A don Daniel Cosío 
          Villegas la palabra le pareció pedante.8 
          Fernand Braudel la usa para designar la "narración de acontecimientos 
          que se inscriben en el tiempo corto".9 
          Es un término que recuerda los de microsociología y microeconomía, 
          y que, por lo mismo, no es tan inoportuno ni tan pedante. Pese al valor 
          que le dé Braudel, es un vocablo inédito o casi, todavía 
          sin significación concreta reconocida, y si no bello, sí 
          eficaz para designar una historia generalmente tachonada de minucias, 
          devota de lo vetusto y de la patria chica, y que comprende dentro de 
          sus dominios a dos oficios tan viejos como lo son la historia urbana 
          y la pueblerina. No hay que echar en saco roto, sin embargo, la objeción 
          de algunos colegas asistentes al Congreso de Historia del Noreste de 
          México, reunido en Monterrey a la salida del verano de 1971. 
          Allí se dijo que el término microhistoria huele a desdeñoso. 
          Si es así, menos se puede recomendar el membrete de minihistoria 
          que además de eso sería híbrido. Quizá sea 
          más incontrovertible aunque menos precisa la denominación 
          de historia concreta para un oficio ocupado en un mundo de relaciones 
          personales inmediatas. ¿Y por qué no darle a la criatura un 
          nombre que nadie ha usado? A primera vista lo insólito cae mal. 
          La idea de llamarle historia patria a la del ancho, poderoso, varonil 
          y racional mundo del padre quizá fue mal recibida en los comienzos. 
          Patria y patriota ya son palabras de uso común. Matria y matriota 
          podrían serlo. Matria, en contraposición a patria, designaría 
          el mundo pequeño, débil, femenino, sentimental de la madre; 
          es decir, la familia, el terruño, la llamada hasta ahora patria 
          chica. Si nos atrevemos a romper con la tradición lingüística, 
          el término de historia matria le viene como anillo al dedo a 
          la mentada microhistoria. El vocablo de historia matria puede resolver 
          el problema de la denominación. También, en plan de aventura, podríamos adoptar el 
            nombre de historia yin. ¿Quién no sabe que en el taoísmo 
            el aliento yin es el femenino, conservador, telúrico, suave, 
            oscuro y doloroso? Historia matria, historia yin, metrohistoria, microhistoria, 
            historia parroquial, pero no una palabrota como microhistoriografia. 
            Tampoco es necesario para seguir adelante dar con el nombre justo. 
            Sin él se ha ejercido la especie durante dos mil años. HISTORIAComo la mayoría de las especies del género histórico, 
            la que nos ocupa nació en Grecia. En Alfonso Reyes se lee que 
            en la época alejandrina hubo "un tipo intermedio, el de 
            los anticuarios", que a veces recopiló tradiciones locales 
            y otras investigó la literatura "para esclarecer la historia 
            o su escenario geográfico. Tales fueron, en el siglo  Después de las invasiones de los bárbaros, 
            en la época carolingia, hubo anales de monasterios y obispados, 
            escritos colectivamente por monjes, y no del todo distantes de la 
            microhistoria. Destruido el imperio de Carlomagno, Europa vivió 
            un periodo de predominio de la vida local y monástica, levemente 
            contrapesado por el ideal ecuménico del cristianismo. En la 
            Europa dispersa de los siglos  Desde 1200, en Italia, Alemania e Inglaterra, 
            muchas ciudades crecieron rápidamente en población, 
            energía y entusiasmo, y generaron frailes y jurisconsultos 
            autores de historias urbanas. Desde la revolución burguesa 
            de Lombardía en el siglo  El Renacimiento es el siglo de oro 
          de la historia urbana. El iniciador fue Leonardo Bruni, el Aretino (1369-1444), 
          autor de las Historiarum Florentinarum que desecha fábulas, 
          leyendas, milagros y otros prodigios; emprende una explicación 
          por causas naturales, y por apego a la retórica clásica, 
          repudia el tema económico, acoge con entusiasmo hechos efímeros 
          y batallas y mantiene la forma de anales. Al cabo de una generación, 
          según Fueter, "todo Estado italiano produjo una historia 
          en el nuevo estilo" de Bruni, "promovida por iniciativa gubernamental". 
          Muchos de los imitadores de Bruni "fueron literatos errantes que 
          acabaron por ser simples voceros de quienes les pagaban".15 
          Sabellicus escribió Rerum Venetarum ab urbe condita; Bembo, 
          Rerum Venetarum Historiae; Corio, una historia milanesa, y Platina, 
          Historia Urbis Mantuae. La influencia del humanismo italiano 
          se extendió a Suiza, como lo atestiguan la Crónica 
          de Berna, de Anshelm, la Crónica de la abadía de 
          Sankt-Gallen, de Vadianus, y Les Chroniques de Genève, 
          de Bonivard; y a la región alemana, según se ve en las 
          historias de Sajonia, Vandalia y Dania, de Krantz, en los anales de 
          Baviera, de Aventinus, y en la Chronographia de Ausburgo y la 
          Crónica de Nuremberg, de Mesterlin. Los dos dioses mayores 
          del Renacimiento hicieron microhistoria; Guicciardini, la Storia 
          Fiorentine, y Maquiavelo, Istoroe fiorentine, que renuncia 
          al orden de los anales y acude a explicaciones naturalistas. Por su 
          parte, Maquiavelo genera discípulos (Nerli, Segni, Nardi, Varchi) 
          que cultivan la historia de Florencia, y como su maestro, aunque con 
          menos maestría, imitan a Suetonio y Tito Livio, reducen al mínimo 
          los temas eclesiásticos, se centran en la vida política, 
          usan una información abundante y someten los documentos al tribunal 
          de la crítica, a un tribunal todavía no muy exigente. Mientras florecía en Europa 
          la microhistoria de sello humanístico, en Mesoamérica 
          se daba algo parecido en moldes diferentes, en dramas y epopeyas orales 
          apoyados en pictografías. "Nuestros indígenas escribe 
          Jiménez Moreno carecían del concepto de historia 
          general y en lápidas o en códices consignaban sucesos 
          relativos a su comunidad, rebasando este estrecho marco sólo 
          cuando se trataba de conquistas efectuadas en lugares más o menos 
          distantes, o cuando se aludía a lejanos puntos de donde procedían. 
          La historia precolombina es, pues, casi siempre, microhistoria",16 
          de la que conocemos sus versiones poshispánicas. A fines del Renacimiento, en el siglo de la erudición, se 
            hacen buenas historias de Bretaña y Languedoc junto a historias 
            rurales plagadas de listas de nobles, castillos, feudos, abadías 
            e iglesias, o historias urbanas que exhiben cartas, privilegios, poderosos 
            y benefactores. Ambas mucho más pobres que 
            las renacentistas aunque con mayor sentimiento regional. Ninguna, 
            fuera de pocos casos, benedictina o erudita al modo de Mabillon. Tampoco el siglo de las luces hizo microhistoria de 
          primer orden. Los ilustrados creyeron que el único asunto digno 
          de estudio era la historia mundial.17 Pero, 
          a pesar del desprecio con que fueron vistas, datan de entonces historias 
          locales tan vastas y célebres como las Memorias históricas 
          sobre la marina, el comercio y las artes de la antigua ciudad de Barcelona, 
          de don Antonio Capmany y de Montpalau; una documentada narración 
          de Nueva Inglaterra, con la que el clérigo Prince inaugura la 
          historia local en los Estados Unidos, y varias historias de ciudades 
          hispanoamericanas. Aunque vivió en el siglo  En la era del positivismo, la microhistoria, la menos 
          distinguida de las especies historiográficas, tuvo muchos cultivadores 
          (magistrados, notarios, sacerdotes, rentistas, maestros y miembros de 
          la nobleza menor) que, agrupados en sociedades sabias, hicieron alguna 
          vez obra en equipo como The Victorian History of the Counties of 
          England; llevaron su curiosidad al medio geográfico y a los 
          aconteceres económicos y sociales; aplicaron procedimientos estrictamente 
          científicos al establecer los hechos, y descuidaron las operaciones 
          arquitectónica y estilística llegada la ocasión 
          de trasmitirlos. Seria imposible incluir aquí la nómina 
          de los eruditos regionalistas de la segunda mitad del siglo  En el presente siglo, la producción 
          continúa en alza. La mayoría sigue moldes añejos 
          de índole positivista o romántica. Lo novedoso se produce 
          en unos diez o doce países; los más sonados: Estados Unidos, 
          Inglaterra y Francia. El nuevo estilo norteamericano "se emparenta 
          con las ideas de Turner, pues la palabra ''frontera' le dio significado 
          a la historia de cada pueblo, consejo, territorio y estado".20 
          De Turner para acá han proliferado en Estados Unidos asociaciones 
          promotoras de historia matria, centros universitarios de investigación 
          local, ayudas pecuniarias de fundaciones, encuentros, mesas redondas 
          y revistas especializadas en microhistoria y ciencias conexas. Desde 
          1888 se publica el Journal of American Folk-Lore. En 1940, la 
          North Carolina Historical Commission estructura la American Association 
          for State and Local History. En 1941, la asociación lanzó 
          al mercado la American Heritage, revista trimestral. Las actividades 
          de los numerosos microhistoriadores USA no se pueden despachar de un 
          plumazo. Baste aludir, antes de hacer el vuelo trasatlántico, 
          al grupo de Nueva Inglaterra, pastoreado por el profesor de Harvard 
          Bernard Bailyn y metido en los temas de organización familiar, 
          conflictos entre oligarquía y democracia y desarrollo económico. 
          En esto último, los de Nueva Inglaterra se emparentan con la 
          escuela de Leicester, lo más lucido de la microhistoria inglesa. 
          En la primera mitad del siglo, las universidades británicas veían 
          como al pardear a los "local historians". Incluso 
          los distinguidos J. R. Green, F. W. Maitland y A. L. Rowse cultivaron 
          la planta a escondidas. El auge reciente comenzó después 
          de la Segunda Guerra. En 1947 se fundó el Department of English 
          Local History at University College, de Leicester. Los primeros directores 
          del flamante departamento fueron Hoskins y Finberg. Desde 1952 se publica 
          periódicamente The Local Historian.21 
          Según Goubert, en Francia, donde suenan los nombres de Meyer, 
          Boutruche, Poitrineau, Deyon y Baehrel, en la Francia posbélica, 
          ha crecido y fructificado una microhistoria preocupada por la masa del 
          pueblo, los gobernados y los fieles, una investigación microinteresada 
          en todos los humildes y todos los aspectos de la vida, y muy interesada 
          en los aspectos demográficos.22 EL MICROHISTORIADOREn el periodo que comienza alrededor de 1945 el número de cultivadores de la historia matria ha aumentado sensiblemente. Explicar ese aumento no es tarea fácil. Decir que se debe a la revolución regionalista de nuestros días no basta. Seguramente muchos se han inscrito en el arte para aportar elementos a la venganza de las regiones contra sus metrópolis. Otros habrán entrado para evadirse del infierno de las urbes y aspirar las delicias del mundo preindustrial y preurbano. No debe descartarse la posibilidad del despistado que haya caído en la microhistoria por razones tan poco nobles como las de ganar dinero, poder y fama, pero la gran mayoría se habrá metido por simple nostalgia y amor a la familia y al terruño. Los más de los microhistoriadores del momento presente son originarios del villorrio, la villa o la ciudad objeto de sus estudios. La actitud romántica sigue siendo el motor principal de la microhistoria.23 Muchos de los microhistoriadores actuales reciben su pan de los institutos 
            de alta cultura, son full time de centros universitarios; no 
            padecen penurias económicas; disponen, si no de todo, sí 
            de bastante tiempo para la investigación; pero no son representativos 
            del gremio. La estrechez económica sigue predominando entre 
            los colegas. Sin duda hay ricos ociosos que la practican como hobby. 
            Los más son pobres que distraen a sus quehaceres habituales 
            partículas de tiempo para darse el gusto de investigar. Aumentan 
            los que a cambio de una remuneración proveniente de una persona 
            o de una institución oficial o semioficial bailan al son que 
            les toquen. La infraestructura económica de los miles de microhistoriadores 
            que actualmente pululan en el mundo no es uniforme, es casi siempre 
            movediza y muchas veces enajenante. La condición social del microhistoriador es, como la de cualquier 
            intelectual, de dependencia. No pertenece ni por origen ni por estado 
            al nivel de la espuma. Antes muchos provenían de las altas 
            esferas del poder y el dinero; hoy abundan los oriundos de la clase 
            media y aun los de origen proletario. En el conjunto de la sociedad 
            se les localiza junto a los intelectuales, en el rincón de 
            los rechazados. En el seno de la república de las letras todavía 
            no ocupan los pisos de arriba, aunque ya, en el gremio de los historiadores, 
            empiezan a dejar de ser los patitos feos. Día a día 
            ganan casta social, pero aún están muy lejos de volver 
            a la altura alcanzada en el Renacimiento, y más todavía 
            a tener el status que se merecen como memorialistas de las 
            comunidades. Hasta hace poco cada quien se rascaba con sus propias uñas, 
            se caracterizaba por su aislamiento, por su ausencia de comunicación 
            con los otros historiadores, por vivir arrinconado. Ahora las barreras 
            de la soledad empiezan a deshacerse. Todavía la mayoría 
            no se relaciona con sus colegas, no pertenece a ninguna asociación 
            o secta académica, aunque son cada día más los 
            inscritos en comunidades de especialistas que se frecuentan periódicamente, 
            que discuten métodos e intercambian experiencias. Hay cada 
            vez más asociaciones nacionales de historiadores locales, pero 
            no existe todavía, que yo sepa, una agrupación internacional. Por supuesto que los microhistoriadores requieren menos 
          del intercambio intelectual que otros especialistas, pero quizá 
          el motivo mayor del aislamiento sea, aparte del de la dispersión 
          geográfica y de intereses, el de la desigualdad de cultura. A 
          la mies de la microhistoria siguen concurriendo operarios provenientes 
          de todos los campos del saber y la ignorancia: maestros y alumnos, médicos, 
          abogados, sacerdotes, poetas, políticos, burócratas de 
          todos los niveles, fotógrafos, artesanos y meros memoristas sin 
          oficio. Aquí acuden letrados e iletrados de toda laya que difícilmente 
          pueden convivir y menos entenderse. Es deseable mantener la diversidad cultural de los 
          operarios. Es muy fructífera la participación de sacerdotes, 
          médicos y maestros en la tarea de revivir el pasado del terruño. 
          Conviene que los disímbolos obreros lo sean de tiempo parcial. 
          Ni los recursos de los lugares pequeños son suficientes para 
          sostener un cronista sólo dedicado a serlo, ni ayuda a la confección 
          de una crónica local el aislarse de los quehaceres comunales 
          y volverse rata de biblioteca. La microhistoria gana con la concurrencia 
          de individuos de distinta formación y de diferentes posibilidades, 
          pero pierde cuando no hay un denominador común entre los operarios 
          que no sólo sea la pura afición a la microhistoria. El microhistoriador requiere un mínimo de 
            dotes y bienes culturales. Por lo pronto, necesita de una buena dosis 
            de esprit de finesse como el macrohistoriador. Debe ser un 
            hombre de ciencia, pero no al modo burdo del geómetra. También 
            es hombre al agua si no tiene a su alcance archivos y bibliotecas. 
            Y está fuera de toda posibilidad de competir en el mercado 
            intelectual si no posee un buen arte del oficio. En Bauer se lee: 
            "La historia regional cae en descrédito por el diletantismo 
            con que frecuentemente se cultiva".24 Si en el uso de la técnica de investigación y otros 
            aspectos del oficio hay una mayor torpeza en el micro que en el macrohistoriador, 
            en el terreno de la vocación se cambian los papeles. Aquél 
            no sólo es aficionado por falta de oficio sino también 
            por sobra de afición y simpatía por su tema. Otra diferencia 
            se da en el nivel del talante. Mientras los historiadores metropolitanos 
            de alcance nacional o mundial viven como azogados, en stress, nerviosos, 
            compulsivos, ávidos de asistir a congresos y reuniones y ansiosos 
            de reconocimiento, los provincianos pasan la vida sin desasosiegos, 
            viven sin el veneno de la fatiga y sin los acosos de la ambición 
            sin límites. Una ventaja más del mini 
          con respecto al maxi es la de que aquél escribe habitualmente 
          de lo que conoce por experiencia propia; de lo que conoce y ama; tiene 
          alma de anciano y muy frecuentemente lo es. De hecho no podría 
          ejercer la historia matria antes de llegar a la edad madura. Al historiador 
          matrio, según el dicho de Nietzsche, "le conviene una ocupación 
          de viejos, mirar atrás, pasar revista, hacer un balance, buscar 
          consuelo en los acaeceres de otras épocas, evocar recuerdos".25 
          En plan de encasillar al microhistoriador en un casillero psicológico, 
          habría que ponerlo en el grupo de los sentimentales  Los microhistoriadores se hermanan entre sí por el carácter 
            que no por la ética profesional. En cuanto a conductas e ideales, 
            son distinguibles tres tipos: el primero procede como la hormiga; 
            el segundo, como la araña, y el último, como la abeja. 
            El microhistoriador hormiga lleva y trae papeles; extrae, según 
            el dicho de don Arturo Arnáiz y Freg, noticias de la tumba 
            de los archivos para trasladarlas, reunidas en forma de libro, a la 
            tumba de las bibliotecas; ejerce de acuerdo con una ética positivista 
            cuyos principios son: 1) el buen historiador no es de ningún 
            país y de ningún tiempo; 2) procede a su trabajo 
            sin ideas previas ni prejuicios; 3) se come sus amores y sus 
            odios; 4) no es callejero, gusta de lo oscuro y arrinconado, 
            es rata de gabinete, archivo y biblioteca; 5) no se cuida de 
            componer y escribir bien, le basta con cortar, pagar y expedir mamotretos 
            de tijeras y engrudo. El buen microhistoriador positivista es de hecho 
            un compilador disfrazado, un acarreador de materiales, una hormiga 
            laboriosa. La soberbia del microhistoriador-araña contrasta con la humildad 
            del microhistoriador-hormiga. Se declara a voz en cuello hijo orgulloso 
            de su matria y de su época; no le importa ser hombre de prejuicios; 
            no oculta sus simpatías y diferencias; le da rienda suelta 
            a la emotividad y a la loca de la casa. Le concede más importancia 
            a la imaginación que a la investigación y a la expresión 
            del propio modo de ser que a la comunicación de conocimientos. 
            Las obras del sabio-araña no son ni más ni menos que 
            telarañas emitidas de sí mismo que no trasmitidas de 
            algo, cosas sutiles o insignificantes que no tejidos fuertes y duraderos. 
            El ideal arácnido produce intérpretes brillantes que 
            no historiadores de verdad. El tercer tipo imita la conducta de la abeja que recoge, digiere 
            y toma miel de los jugos de multitud de flores. El que aspira a comportarse 
            como abeja no teme amar al pasado y al terruño; procura ser 
            consciente de sus ideas previas, simpatías y antipatías 
            y está dispuesto a cambiarlas si los resultados de la investigación 
            se lo piden. No está casado con sus prejuicios como el hombre-araña, 
            ni con los útiles como el hombre-hormiga. Alternativamente 
            pelea y simpatiza con sus instrumentos de trabajo; es critico riguroso 
            y hermenéutico compasivo. Busca ser hombre de ciencia a la 
            hora de establecer los hechos, y se convierte en artista en el momento 
            de trasmitirlos. Los tres (hormigas, arañas y abejas) nacen de impulsos parecidos. Un hombre que ve a su terruño como se ve a sí mismo, un buen día es asaltado por la curiosidad, dizque por haberse topado con una ruina, ora por haber dado oídos al cuento de algún viejo, ya por alguna lectura. De la curiosidad salta a las cuestiones vagas: ¿Qué fue aquello? ¿Cómo se pasó de aquello a esto? Desde aquí el naciente microhistoriador se embarca hacía el pasado pero no sin antes hacer los preparativos del viaje: limitar la meta, hacerse hipótesis y otras cosas por el estilo. LO MICROHISTÓRICOCada disciplina del saber recorta del conjunto de la 
          realidad un dominio o campo propio para esclarecerlo a su manera. Sólo 
          en términos generales puede decirse que el dominio de la microhistoria 
          es el pasado humano, recuperable, irreversible, influyente o trascendente 
          o típico. Dentro del enorme universo del pasado historiable es 
          posible aislar la parcela que le corresponde a la microhistoria; es 
          decir, el espacio, el tiempo, la gente y las acciones que le preocupan. El espacio es la patria chica o matria, definida diferentemente 
          según los mirajes de los definidores. Para Miguel de Unamuno 
          es "la que podemos abarcar de una mirada como se puede abarcar 
          Bilbao desde muchas alturas".27 Con 
          todo, algunas patrias chicas no se pueden abarcar de una ojeada. Los 
          hombres que se sienten entre sí oriundos de la misma matriz pueden 
          estar dispersos en una extensión terrestre inabarcable a simple 
          vista. Por lo mismo, otra definición de terruño, aparentemente 
          más vaga, es más justa. Matria es la realidad por la que 
          algunos hombres hacen lo que deberían hacer por la patria: arriesgarse, 
          padecer y derramar sangre. La patria chica es la realización 
          de la grande, es la unidad tribal culturalmente autónoma y económicamente 
          autosuficiente, es el pueblo entendido como conjunto de familias ligadas 
          al suelo, es la ciudad menuda en la que todavía los vecinos se 
          reconocen entre sí, es el barrio de la urbe con gente agrupada 
          alrededor de una parroquia o espiritualmente unida de alguna manera, 
          es la colonia de inmigrados a la gran ciudad, es la nación minúscula 
          como Andorra, San Marino o Naurú, es el gremio, el monasterio 
          y la hacienda, es el pequeño mundo de relaciones personales y 
          sin intermediario. El tiempo y los tiempos de la microhistoria también tienen 
            su peculiaridad. Un estudioso de la nación o del mundo pocas 
            veces se interesa por el origen, la vida total y el término 
            de una nación; acota generalmente un trozo del principio, del 
            medio o del fin. Un microhistoriador rara vez deja de partir de los 
            tiempos más remotos, recorrerlo todo, y pararse en el presente 
            de su pequeño mundo. El asunto de la microhistoria suele ser 
            de espacio angosto y de tiempo largo, y de ritmo muy lento. De otra 
            manera: los tempos microhistóricos son el larguísimo 
            y pachorrudo de la geografía y el nada violento de la costumbre. Aunque a veces derrama su atención en menudencias, la microhistoria, 
            por lo general, sólo se ocupa de acciones humanas importantes 
            por influyentes, por trascendentes y sobre todo por típicas; 
            separa los episodios significativos de los insignificantes; selecciona 
            los acontecimientos que levantaron ámpula en su época, 
            o los que siendo lodos, acabaron en polvos, o los representativos 
            de la vida diaria, los botones de muestra. Lo normal, sin embargo, 
            es que la historia de índole monumental recoja los sucesos 
            influyentes; la de índole crítica, los sucesos trascendentes, 
            y la anticuaria los sucesos típicos. La primera persigue al 
            grito de Dolores, la batalla de Waterloo, la derrota de la Armada 
            Invencible; la segunda anda detrás de lo que retoma: crisis 
            agrícolas, curvas de precios, formas artísticas que 
            se hacen, se deshacen y vuelven a hacerse; lo más o menos repetitivo 
            o no del todo irrepetible. A la microhistoria le interesa, más 
            que lo que influye o renace, lo que es en cada momento, la tradición 
            o hábito de la familia, lo que resiste al deterioro temporal, 
            lo modesto y pueblerino. A pesar de que la microhistoria no se detiene en los 
          sucesos que levantan polvareda, su asunto suele ser más comprensivo 
          de la vida humana que el de la macrohistoria. Según Bauer es 
          característico de esta especie historiográfica el proyectar 
          "sobre una región estrictamente delimitada el entrecruzamiento 
          de los puntos de vista geográfico, económico, histórico-constitucional 
          y administrativo con los de la técnica, el arte, los usos y costumbres, 
          los hechos populares y las modalidades lingüísticas". 
          Y en general es vox populi que una de las justificaciones de 
          la microhistoria reside en que abarca la vida integralmente, pues recobra 
          a nivel local la familia, los grupos, el lenguaje, la literatura, el 
          arte, la ciencia, la religión, el bienestar y el malestar, el 
          derecho, el poder, el folklore; esto es, todos los aspectos de la vida 
          humana y aun algunos de la vida natural. Las macrohistorias pueden prescindir 
          en mayor o menor grado del ambiente físico. Una crónica 
          local, no. Helbok escribía en 1924: "El lugar recibe su 
          vida inmediatamente del suelo; la nación sólo medianamente, 
          de segunda mano. La nación o Estado se asienta sobre la aristocracia, 
          la Iglesia, las ciudades... La historia local debiera serlo de aquella 
          simbiosis prodigiosa entre tierra y pueblo, que conduce a cada localidad 
          a resultados distintos". 28 En la 
          microhistoria pocas veces se olvida la introducción geográfica: 
          relieve, clima, suelo, recursos hidráulicos, vestidura vegetal 
          y fauna. Tampoco se prescinde de las calamidades públicas (sismos, 
          inundaciones, sequías, endemias y epidemias) y de las transformaciones 
          impuestas por los lugareños al paisaje. La historia universal y las historias nacionales están 
          pobladas de gente "importante": estadistas y mítiles 
          famosos por sus matanzas, explotadores ilustres o intelectuales soberbios 
          y cobardes. Los actores de la vida menuda rara vez merecen los apelativos 
          de sabios, héroes, santos y apóstoles. Los innovadores 
          locales siempre van a la zaga: descubren un pedernal para producir lumbre 
          cuando ya se han descubierto los fósforos. Los héroes 
          de la patria chica rara vez superan el nivel de bravucones y pocas veces 
          acaban en mártires. Cuando están a punto de ser ejecutados 
          con la debida solemnidad, se mueren de gripe. Los santos también 
          suelen ser de risa. En los éxtasis no falta quien les clave una 
          aguja y los haga despertar y proferir blasfemias. Los benefactores son 
          difuntos que han dejado una modesta fortuna para ponerle piso de mosaico 
          al templo. Los hombres de la microhistoria son cabezas de ratón 
          y ciudadanos-número de la macro que en la micro se convierten 
          en ciudadanos-nombre. Muchas veces en la historia grande se habla del 
          rebaño, pero como rebaño; se enfocan los reflectores sobre 
          el mazacote de la burguesía, sobre la masa del proletariado, 
          que no sobre los burgueses y los humildes llamados fulanito y zutanito. La microhistoria no ha eliminado el tema guerrero. 
            La vida militar el tema de antes de toda historia ha sufrido 
            injustamente el descrédito de la historia-batalla. "Pero 
            la historia militar como dice Jean Meyer es mucho más 
            que los combates. Por un lado es un aspecto del fenómeno social 
            de la violencia, y por otro, el campo de acción de esos grupos 
            sociales que son los ejércitos."29 
            Además "cada región tiene una guerra muy propia" 
            que le corresponde esclarecer al microhistoriador. La vieja historia 
            de generales y bandoleros, cañones y fusiles, batallas y combates 
            no amerita ser jubilada simplemente por ser vieja. La vida económica el 
          asunto del día y la cuestión social concomitante 
          son los temas de mayor interés para las tres escuelas de la vanguardia 
          microhistórica actual. La razón es clara: los sucesos 
          económicos suelen ser los más cotidianos. En las zagas 
          locales menudean las noticias sobre maneras de trabajar libres, asalariadas 
          y serviles, sobre formas forzadas de perder el tiempo en viajes obligados 
          y trámites oficinescos, sobre estructuras agrarias y modos de 
          apropiación de la tierra, sistemas de cultivo, avances agrícolas, 
          quehaceres artesanales, costumbres de compra y venta, paso del autoconsumo 
          a la economía de mercado e incorporación de los grupos 
          cultural y económicamente marginales al mundo moderno. En fin, 
          la economía y la sociedad con enfoque más cualitativo 
          que cuantitativo.30 Aunque todo mundo dedica 
          la mayor parte de su tiempo al descanso y la diversión, la macrohistoria 
          se empeña casi siempre en ver únicamente los aspectos 
          penosos del ser humano. Sólo la microhistoria, 
          y no siempre, toma como asunto el ocio y la fiesta: formas de liberación, 
          astucias eróticas, intercambio de mujeres, modos de proliferación 
          de la vida, vida infantil, juegos de niños, fiestas caseras, 
          nacimientos, bautizos, primeras comuniones, santos, bodas, días 
          de campo, camping, caza, fiestas cívicas, festividades 
          religiosas, turismo, deporte, juegos de salón, costura, artes 
          populares, corridos, canciones, leyendas, ruidos, músicas, danzas, 
          todos los momentos de descanso y expansión y producción 
          artística, espectáculos, pasatiempos, regocijos, solaces, 
          distracciones, devaneos, desahogos, jolgorios, juergas, jaleos, festines, 
          saraos, mitotes, circo, charreada, gira política, discursos, 
          desfiles, títeres, castillos, toritos de fuego, lunadas, serenatas 
          y velorios. Foster, en su libro sobre Tzintzuntzán,31 
          habla de la importancia que tiene en la vida comunal la llamada "visión 
          del mundo" u "orientación cognoscitiva" y cree 
          que es un tema imprescindible de cualquier estudio sobre la vida social 
          menuda. Esa cosmovisión engloba un conjunto mayor o menor de 
          creencias religiosas que el microhistoriador no puede ignorar. Y como 
          el dogma religioso se traduce en prácticas litúrgicas 
          y morales, también se ocupa de ellas. Las demás historias 
          han ido siendo cada vez menos sagradas y más profanas; la matria 
          sigue concediéndole un sitio distinguido a las creencias, las 
          ideas, las devociones y los sentimientos religiosos. Existen y han existido algunas 
          minicomunidades sin relaciones exteriores, replegadas sobre sí 
          mismas. En las zonas cerriles, lo normal eran los poblados sin comunicación 
          con otros poblados. Pero nunca la incomunicación ha sido lo común 
          entre ciudades medianas y chicas y entre simples congregaciones minúsculas 
          de las zonas lisas y archipobladas. Sólo excepcionalmente el 
          microhistoriador no se enfrentará al tema de los contactos que 
          se establecen en un pueblo con otros pueblos, "o en una región 
          con otras regiones: contactos de mercado, contactos por peregrinaciones, 
          por leva, por emigración definitiva o simplemente estacional". 
          32 Así es como el asunto de la historia 
          local sobrepasa algunas veces lo lugareño. El otro modo de salirse 
          del terruño es comparándolo con la tierra en que está 
          inscrito. "La historia local es una historia diferencial. Trata 
          de medir la distancia entre la evolución general y la evolución 
          particular de las localidades; la distancia y el ritmo."33 La microhistoria se interesa por el hombre en toda su redondez y por la cultura en todas sus facetas. El dominio del conjunto de las minis es amplísimo e inabarcable para cualquier investigador o equipo de investigadores. El dominio de cada minihistoria es reducido y, por lo mismo, comprensible para un solo hombre si sabe extraerle su verdad mediante el uso adecuado de un método científico. EL ANÁLISIS MICROHISTÓRICOEl descubrimiento del pasado sólo es posible 
          con procederes científicos. Y si hubiera otro modo de enterarnos 
          de la vida y la acción de los difuntos, ahora no lo pondríamos 
          en práctica porque vivimos en plena hegemonía de la ciencia. 
          En el viaje de ida hacia atrás, el microhistoriador que se estime 
          y uiera ser estimado en el mundo de hoy, debe ejecutar cuatro series 
          de operaciones con nombre enrevesado: problemática, heurística, 
          crítica y hermenéutica. Escogido por el investigador el pequeño mundo 
          que quiere esclarecer, se impone el deslinde y subdivisión del 
          tema y un plan de operaciones. En microhistoria el uso de un plan no 
          es tan urgente como en otras ciencias humanas, pero tampoco es prescindible. 
          En Marrou, se lee: "El conocimiento de un tema histórico 
          puede ser peligrosamente deformado o empobrecido por la mala orientación 
          con que se le aborde desde el principio".34 
          Aun en los supuestos de que el asunto elegido sea abarcable en su totalidad 
          por ser la costumbre de una aldea, o una villa, o un barrio, y de que 
          sea susceptible de estudio porque se den las suficientes condiciones 
          subjetivas y objetivas, se requieren una definición clara y precisa 
          de lo que se busca, un bosquejo de los temas mayores y menores a tratar 
          y un horario calendario del trabajo. La definición 
          incluye el señalamiento del espacio y la longitud temporal del 
          tema, la importancia del mismo, los métodos y técnicas 
          que se emplearán en su estudio y el público al que va 
          destinado. El esquema o bosquejo es un cuestionario o un preíndice 
          según adopte una forma interrogativa o expositiva. Se dice que 
          debe ser claro, realista, minucioso y flexible. Un manual de técnicas 
          de investigación, como el de Ario Garza Mercado, propone algunas 
          maneras de hacerlo.35 El investigador, con la red de su cuestionario preliminar, 
          reúne testimonios sobre el trozo del pasado que desea revivir. 
          "La historia se hace con testimonios lo mismo que el motor de explosión 
          funciona con carburantes."36 Su objeto 
          no está ante los ojos; se ve a través de la mirada ajena 
          y de las reliquias. De hecho, según Collingwood, "cualquier 
          cosa puede llegar a ser un documento o prueba para cualquier cuestión". 
          37 La microhistoria, por regla general, 
          no suele contar con tantas pruebas como la macrohistoria. Tratándose 
          de comunidades rústicas, son muy raros los testimonios directos 
          y las fuentes literarias. La micro, además de 
          documentos, emplea como testimonios marcas terrestres, aerofotos, construcciones 
          y ajuares, onomásticos, supervivencias y tradición oral. La vida del hombre produce desfiguros y cicatrices 
          en el suelo que la investigación utiliza como pruebas a falta 
          de otras más patentes. A veces descubre huellas geográficas 
          a simple vista y sobre la marcha; otras, acude al recurso de la foto 
          desde aviones. Mediante la interpretación de shadow-marks 
          o sombras, crop-marks o cortaduras y soil-marks o manchas 
          en las fotos aéreas tomadas desde alturas óptimas, se 
          reconstruyen algunos signos del pasado que a simple vista son inexistentes: 
          viejos caminos, pozos, cultivos, ruinas.38 En mayor o menor grado, se necesita subir al cielo 
          y bajar al subsuelo. En muchos casos la excavación se hace necesaria, 
          pero para hacerla provechosa se requiere la colaboración de un 
          especialista. Generalmente ningún microhistoriador es, por lo 
          difícil del oficio, un arqueólogo ompetente, y ejercer 
          la arqueología sin la necesaria competencia se considera pecado 
          gordo y aun irreparable. Aquí, muchas veces 
          el dilema es irresoluble porque no que dispone de la ayuda arqueológica 
          y uno no se puede desdoblar en arqueólogo. Y no es el único 
          caso en que el cronista local debe resignarse a no hacer una investigación 
          por su cuenta y riesgo. Casi siempre los actores o personajes abordados por 
          la microhistoria son iletrados y no generan escritos probatorios de 
          su vida y virtudes. A veces su pensamiento y su conducta sólo 
          son ecuperables por lo que se acuerda la gente y por la tradición 
          oral. El africanólogo Jan Vansina escribe: "Las tradiciones 
          orales son fuentes históricas cuyo carácter propio está 
          determinado por la forma que revisten: son orales o no escritas y tienen 
          la particularidad de que se cimentan de generación en generación".39 
          El microhistoriador, a fuerza de entrevistas, charlas con la gente del 
          común y cuestionarios, puede resolver problemas difíciles 
          y recibir noticias valiosas. Incluso los relatos de apariencia mítica 
          suelen contener verdades. Las técnicas de la encuesta ponen al 
          investigador en contacto con un mundo pleno de voces y ecos, poblado 
          de fórmulas didácticas y litúrgicas, listas de 
          toponímicos y onomásticos, comentarios explicativos y 
          ocasionales, relatos históricos de índole universal, local, 
          familiar, mítica, esotérica o producto puro de recuerdos 
          personales, y por último, que no al último, con la llamada 
          poesía popular o iletrada que recoge no sólo sucesos efímeros 
          cuando es narrativa, sino el pensamiento y los sentimientos de otras 
          épocas. Quizá únicamente a través de corridos 
          y otros poemas tan ingenuos y toscos como ellos sea posible penetrar 
          en el espíritu anterior de la gran masa del pueblo. Y sin embargo nada suple ni supera a las fuentes escritas, 
          a las precarias y humildes fuentes de la microhistoria. El macrohistoriador 
          rara vez acude a papeles tan escuetos como son los registros; para el 
          microhistoriador las listas de bautizos, matrimonios y entierros son 
          testimonios de primer orden, unque generalmente no muy antiguos. El 
          registro inglés remonta hasta las instrucciones eclesiásticas 
          de Thomas Cromwell en 1538. Las disposiciones de Villers-Cutterets (1539) 
          y Blois (1579) introducen en Francia el asentamiento de bautizados, 
          casados y difuntos. En Suecia se regulariza en 1686; en Europa central 
          no antes del siglo  Los censos son otra fuente de información para 
          el pasado inmediato, pero casi nunca para el remoto. Francia censó 
          por primera vez en 1697; Estados Unidos en 1789; Gran Bretaña 
          en 1801; Bélgica en 1846; Italia en 1861; Alemania en 1871; India 
          en 1881, y Rusia en 1897. México hizo diversos pininos desde 
          las "relaciones geográficas" de finales del  No se olvide que censos y demás 
          fuentes estadísticas no son tan útiles en el quehacer 
          microhistórico porque éste es cualitativo y no cuantitativo, 
          y porque las estadísticas no son muy dignas de fe a escala menuda. 
          Por ejemplo, en la historia de una villa "las cifras de natalidad 
          o de mortalidad tienen menos importancia que el examen de las causas 
          de la morbilidad, la subalimentación, la falta de higiene, los 
          padecimientos llamados profesionales, las fiebres intermitentes" 
          y otras.41 Además, en mucho casos, 
          las cifras son inexactas. Usted sabe que las de tantos menús 
          económicos sobre nuestra producción rural, basadas en 
          declaraciones temerosas de rancheros, están muy por debajo de 
          las verídicas. Los periódicos son un buen 
          arsenal de pruebas para la historia urbana y algunas veces sus noticias 
          sirven a la crónica pueblerina. Sin embargo, como el periodismo 
          es un fenómeno apenas bisecular no ayuda en la investigación 
          de lo antiguo. Las otras fuentes (leyes, actas e informes gubernamentales, 
          narraciones autobiográficas, biografías e historias, tratados 
          científicos y filosóficos, poesías, novelas y piezas 
          de teatro y muchas más manifestaciones escritas) suelen arrojar 
          bastante luz sobre la existencia urbana y poca sobre la rural.42 Tratándose de la vida campesina, la literatura 
          histórica es muy escasa. En cambio, no es insólito que 
          el historiador de ciudades se tope con precursores. Para el microhistoriador 
          es una gran ventaja contar con historias previas, aunque seguramente 
          los cronistas de antes no se plantearon las mismas preguntas que el 
          cronista actual. La selección de hechos es diferente en una obra 
          de entonces y en una de ahora. Con todo, las historias anteriores de 
          la ciudad suelen ser la fuente máxima de la microhistoriografía 
          urbana, aun en esta época de idolización del documento 
          inédito. Para la mayoría de los eruditos la heurística 
          se reduce al uso de bibliografías y catálogos de fuentes. 
          Para los microhistoriadores la tarea de recopilar fuentes es bien dura. 
          Las bibliografías y hemerografías aprovechables para la 
          tradición local escasean, y los catálogos de archivos 
          locales y rivados son una especie poco menos que inexistente. ¡Si 
          ni siquiera hay un archivo clasificado la mayoría de las veces! 
          Los macrohistoriadores cuentan con los buenos servicios de las llamadas 
          ciencias auxiliares (arqueología, numismática, sigilografía, 
          heráldica, epigrafía, paleografía, criptografía, 
          diplomática, cronología, geografía, onomástica 
          y no sé cuantas más) mientras la historia local, y especialmente 
          la pueblerina, se hace la mayoría de las veces sin apoyos externos. 
          La operación de reunir materiales sigue siendo la etapa dura 
          donde se hunden muchísimos neófitos escasos de paciencia 
          y malicia. Y la heurística es apenas la segunda estación 
          del viacrucis. Si se quiere que respondan con verdad a las preguntas, las fuentes deben ser maltratadas, atormentadas, aporreadas, estrujadas, hechas chillar mediante las operaciones críticas. Para obtener material resistente en la reconstrucción del pasado se necesita hacer pasar las pruebas históricas por las pruebas que permiten establecer su integridad, autoría, fecha, lugar, sinceridad y competencia. Todavía más: los testimonios para la microhistoria, sin someterlos al tamiz de la crítica, ayudan muy poco o nada. Por lo que toca a la prueba verbal, escribe R. A. Hamilton: "La tradición oral jamás debe ser utilizada sola y sin soportes. Debe ser puesta en relación con las estructuras políticas y sociales de los pueblos que la conservan, comparada con las tradiciones de los pueblos vecinos y vinculada a las indicaciones cronológicas de las genealogías y de los ciclos graduados de los años, a las conexiones documentadas por escrito de los pueblos letrados, a los fenómenos naturales de fecha conocida, como hambres y eclipses, y con los hallazgos arqueológicos". 43 La tradición trasmitida de boca en boca sufre pérdidas y alteraciones y sólo da conocimientos válidos si se la trata críticamente. El microhistoriador rara vez puede confiarse; debería estar diciéndose con alguna frecuencia: "Supongo que las huellas, las reliquias y los documentos me engañan ora porque no son lo que aparentan, ora porque sus autores fueron engañados, ora porque quisieron engañarme, y por lo tanto, no debo prescindir del rigor crítico, del trato duro, de la malicia y el odio". Pero los golpes deben ser seguidos por las caricias y el apapache. 
            Aquí sí es útil la conducta de Burro de Oro, 
            un hacendado decimonónico del noroeste de Michoacán 
            que tras de propinarles puntapiés a sus peones les daba un 
            puñado de monedas por cada golpe. Una vez sacudidos, los testigos 
            requieren un trato amoroso, San Agustín decía: No se 
            puede conocer a nadie si no es por la amistad".44 
            En la etapa hermenéutica o de psicoanálisis de los documentos, 
            el estudioso debe salir de sí mismo para ir al encuentro del 
            otro. La determinación del sentido literal e ideal de las fuentes, 
            la comprensión de ideas y conductas debe hacerse con muchas 
            vivencias, larga reflexión, cultura variada y con el máximo 
            de simpatía. Quien es incapaz de sentir los 
            sentimientos ajenos y pensar los pensamientos de los otros nunca llegará 
            a hacer inteligibles las obras humanas sin la elaboración de 
            regularidades causales y, en definitiva, nunca llegará a la 
            comprensión más o menos cabal de ninguna verdad histórica. Las operaciones analíticas sólo pueden tener un fin: 
            la verdad. Recuérdese el aforismo del doctor Johnson: "El 
            valor de toda historia depende de su verdad. Una historia es la pintura, 
            o bien de un individuo, o de la naturaleza humana en conjunto. Si 
            ella es infiel, no es la pintura de nada".45 
            Los conocimientos alcanzados por los historiadores que proceden científicamente 
            son tan válidos, aunque no sean verificables, como los saberes 
            de físicos y biólogos. LA SÍNTESIS MICROHISTÓRICAEstablecidas las acciones, el microhistoriador emprende 
          el camino de vuelta; avanza de la confusión del análisis 
          al orden de la síntesis. En su viaje al pasado usó del 
          método científico; en su regreso al presente se servirá 
          de los recursos del arte. La microhistoria es ciencia en la etapa recolectora, 
          depuradora y comprensiva de las acciones del pasado humano, y es arte 
          en la etapa de la reconstrucción o resurrección de un 
          trozo de la humanidad que fue. Todas las operaciones exigidas por el 
          público consumidor al que confecciona un libro, un artículo 
          o una conferencia con noticias del pasado están teñidas 
          de emoción artística. Así la explicación, 
          la composición, la redacción y la edición. Strachey 
          solía decir: "Los hechos pasados, si son reunidos sin arte, 
          son meras compilaciones, y las compilaciones sin duda pueden ser útiles, 
          pero no son historia, así como la simple adición de mantequilla, 
          huevos, patatas y perejil no es una omelette".46 Para Nietzsche no es posible la auténtica 
          explicación porque el espíritu anticuario "no puede 
          percibir las generalidades, y lo poco que ve se le aparece demasiado 
          cerca y de una manera aislada". 49 
          Según Trevelyan ningún historiador está obligado 
          a entrar en explicaciones porque "en la historia nos interesan 
          los hechos particulares y no sólo las relaciones causales".50 
          Con todo, los autores de historias muy pocas veces renuncian al intento 
          de explicar ya por causas eficientes, ya por causas formales, las acciones 
          del pasado, aun del pasado concreto. La composición sí es 
          ineludible. No es necesario ajustarse a ninguno de los modelos arquitectónicos 
          que circulan por ahí. Lo importante es seguir el aforismo de 
          Gaos: "A la composición historiográfica parecen esenciales 
          las divisiones y subdivisiones de la materia histórica. Mas el 
          historiador ha de cuidarse de que los marcos en que encuadre su materia 
          no los imponga a ésta desde un antemano extrínseco a ella, 
          sino que sean los sugeridos por la articulación con que lo histórico 
          mismo se presenta".51 También 
          debe tomarse en serio a la hora de componer la costumbre de añadir 
          al cuerpo de la obra un par de aperitivos (el prólogo y la introducción), 
          unos tentempiés (notas de referencia y aclaratorias) y, no siempre, 
          un digestivo (epílogo o conclusiones). Dentro del cuerpo de la obra el orden 
          natural de distribución es el cronológico. Esto no quiere 
          decir que ha de caerse en el colmo del diario, los anales y las décadas, 
          pero sí evitar el rompimiento absoluto con el orden temporal 
          y descender al extremo del diccionario. El repartir temporalmente los 
          datos cae dentro del complicado arte de la periodización. Hay 
          que escoger una manera de periodizar. Como ustedes saben, las hay de 
          dos tipos: ideográfico y nomotético. Aquél se subdivide 
          en exocultural y endocultural, y éste en cíclico e isocrónico. 
          Parece más cercano a la realidad histórica el tipo ideográfico, 
          subtipo endocultural. La periodización basada en leyes es muy 
          discutible; con todo, actualmente se emplean a pasto las periodizaciones 
          apoyadas en el tipo nomotético, subtipo isocrónico. Así, 
          el sistema de dividir el tiempo por generaciones culturales (es decir, 
          de quince en quince años) y por ciclos económicos (es 
          decir, de once en once años o de treinta y tres en treinta y 
          tres, según se adopten ciclos cortos o largos).52 Supeditada a la cronológica, se hace la división 
          por temas. Aquí tampoco la libertad es absoluta. En los tiempos 
          que corren, se usa mucho la división en cuatro sectores: económico, 
          social, político, espiritual y de relaciones con el exterior. 
          A su vez, cada uno de estos sectores suele fraccionarse. La materia 
          que se va a exponer en cada periodo determinará si conviene comenzar 
          con el aspecto económico o algún otro de los tres restantes. 
          Lo ideal es que el orden de la obra se ajuste lo más posible 
          al orden de la realidad. La resurrección o reconstrucción 
          del pasado exige el apego a la forma como éste se dio. Exige 
          también el manejo eficaz del cemento: no pasar bruscamente de 
          un tema a otro ni tampoco borrar a tal grado las llenas divisorias que 
          no se sepa dónde concluye un asunto y da comienzo el siguiente. 
          También es contraindicado adelantar las conclusiones y poner 
          punto final sin antes despedirse. La historia concreta por la que lucha Eric Dardel "pertenece 
          a la narración como el cuento y la epopeya. Exponer la historia 
          concreta es siempre de algún modo contar historias".53 
          No hay por qué avergonzarse al confesarlo: la microhistoria y 
          la literatura son hermanas gemelas. El temor no se justifica: la microhistoria, 
          convertida en rama de la literatura, no está obligada a deshacerse 
          de ningún adarme de verdad, menos de la verdad entera. Todo es 
          según y cómo. No se trata de volver a la exposición 
          versificada, tan útil en los pueblos ágrafos. La prosa 
          es el medio de expresión de los pueblos con escritura. Tampoco 
          se trata de acudir a los medios expresivos de la novela y el drama. 
          La mejor manera de resucitar el pasado no la dan los estilos lírico, 
          épico, oratorio y dramático que tienen una función 
          sobresalientemente expresiva, ni el coloquial por su desaliño 
          y su momificación, ni el litúrgico por su rigidez extrema, 
          ni el científico que tiene una función solo comunicativa 
          y está tan momificado como el coloquial. A la microhistoria le 
          viene bien el lenguaje que admite la calificación de humanístico 
          que es como el del ensayo, no como el de las ciencias humanas. El modo humanístico tiene una 
          finalidad teórica como el literario o el científico. Su 
          principal misión es la de comunicar ideas, pero no la única, 
          como sucede con el lenguaje de la ciencia. En el humanístico 
          se da también la función de expresar sentimientos aunque 
          no en tan altas dosis como en el lenguaje literario. En la expresión 
          humanística la compostura gramatical se impone con más 
          vigor que en las letras, aunque no en forma tan absoluta como en las 
          ciencias. En éstas no se admiten ni la originalidad ni la intención 
          estética, mientras en las humanidades sí son válidos 
          ciertos retozos y algunos efectos literarios. Los estilos 
          coloquial, científico y litúrgico se pueden aprender con 
          la práctica. Se supone que el orador y el literato traen en la 
          sangre el don del estilo. El humanista parcialmente nace y parcialmente 
          se hace.54 El microhistoriador, en el 
          peor de los casos, puede llegar a expresarse con soltura. Una variante del hablar humanístico es el histórico. 
          Según Theodor Schieder "el lenguaje de la moderna historia 
          se ha configurado en un punto medio entre filosofía, creación 
          poética, ciencia jurídica y publicismo político".55 
          De la propaganda política, y del empaque de la oratoria, los 
          microhistoriadores de la vieja guardia suelen beber en demasía. 
          El estilo debe curarse del vicio de la solemnidad. Evoca mucho mejor 
          la vida pasada del común de la gente el habla sencilla que el 
          habla oratoria. Es preferible ser tenido por chabacano a tener el prestigio 
          de pomposo; es mejor también ser acusado de irreverente a convertirse 
          en botones. Los alfilerazos en las nalgas de gobernantes y obispos son 
          saludables. La prosa barnizada es encubridora. 
          Encubre nuestras deficiencias de información, pensamiento y emotividad. 
          Ciertamente el lenguaje emperifollado que confunde a los lúcidos, 
          deslumbra a los pendejos. A pesar de todo lo que se ha dicho contra 
          la manera enigmática de escribir, muchos "tienden a creer 
          con mejor voluntad las cosas oscuras", según la expresión 
          de Tácito. En cambio, según Nietzsche, "la desgracia 
          de los escritores penetrantes y claros es que se les toma por superficiales, 
          y por consiguiente, nadie muestra interés por ellos". Y 
          sin embargo, el mismo Nietzsche asegura: "El mejor autor será 
          aquel a quien le de vergüenza ser hombre de letras". Y Pascal 
          había dicho: "Cuando uno se encuentra con un estilo natural, 
          se queda asombrado y encantado, porque esperaba hallarse con un autor 
          y se encuentra con un hombre".56 
          En fin, escribir con naturalidad y sencillez, no obstante el trabajo 
          que cuesta y el poco mercado que tiene, conserva su valor de buen consejo. 
          Pero la fórmula más segura es la de que cada cual siga 
          su gusto sin salirse del precepto de no escribir de más. Tan importante como saber decir es 
          saber lanzar lo dicho al ancho mundo. En lo que mira a publicidad la 
          microhistoria está en la prehistoria. Lo común en nuestro 
          medio es que el autor publique sus libros por su cuenta o la de sus 
          amigos, en ediciones cortas, mal diseñadas y bien surtidas de 
          errores tipográficos. En los países sub o en desarrollo, la circulación 
          de trabajos de microhistoria anda tan mal como las ediciones. Conviene 
          recordar lo que dijo el padre Montejano y Aguíñaga en 
          Monterrey, en septiembre del 71: "Cuanto se escribe y publica en 
          el interior es obra inédita o seminédita que muchas veces 
          no llega siquiera a los especialistas".57 
          Los libros de los historiadores locales se quedan confinados al circulo 
          de los amigos, o se aburren en los escaparates de las librerías 
          de provincia, o se empolvan en los rincones oscuros de las bibliotecas. LOS CONSUMIDORES DE MICROHISTORIAEn los pueblos de poco vigor económico y cultural 
          la oferta de minihistorias no está a la altura de la demanda. 
          En los últimos años, la apetencia de nuestros productos 
          se ha ampliado muchísimo. Ya no puede haber torre de marfil. 
          Tanto la república de las letras como el pueblo raso están 
          exigiendo historias matrias. Dentro del circulo académico las 
          piden micro y macrohistoriadores, sociólogos y antropólogos, 
          economistas y científicos de la política, educadores y 
          educandos. Dentro del círculo popular la solicitan misoneístas 
          y revolucionarios, sedentes y andantes. Los más asiduos consumidores de microhistoria 
          son los que la hacen. Si se trata de un trabajo que se refiera a su 
          patria chica por nada dejarán de leerlo. Si es un estudio que 
          se ocupa de otro terruño les interesará cuando menos por 
          el método utilizado. En el interior del mundo académico, 
          el lectorio más asiduo de obras microhistóricas lo constituyen 
          todavía los colegas próximos, como es natural. Los macrohistoriadores son una 
          clientela reciente de la microhistoria. Como ésta, gracias al 
          mayor contacto con los hechos, está capacitada para destruir 
          o modificar muchos clichés de la gran historia, se la ve con 
          atención, ya no con desprecio. El patriarca Lucien Febvre dijo: 
          "Nunca he conocido, y aún no conozco, más que un 
          medio para comprender bien, para situar bien la historia grande. Este 
          medio consiste en poseer a fondo, en todo su desarrollo, la historia 
          de una región, de una provincia".58 
          Un descendiente espiritual del patriarca, el joven Claude Morin, escribe: 
          "La visión macroscópica mejorará gracias a 
          la ayuda que le prestarán las monografías locales o regionales".59 
          En otra latitud, Leonardo Griñán 
          Peralta dictamina: "La historia de Cuba sólo podrá 
          escribirse, con acierto siquiera relativo, cuando sean mejor conocidas 
          las historias de nuestras ciudades más antiguas".60 Las generalizaciones que hacen sociólogos y 
          antropólogos también necesitan del sustento de la microhistoria, 
          ya porque ésta mira a las acciones típicas, ya porque 
          permite las comparaciones de estilos de vida a un buen nivel. En Foster 
          se lee: "Lo que es verdad para Tzintzuntzán parece serlo 
          también para las comunidades campesinas de otras partes del mundo".61 
          Aunque la antropología, al contrario de la historia, se orienta 
          y se complace en la elaboración de teorías, todos los 
          antropólogos, "incluso los antropólogos estructuralistas 
          más extremados", requieren de los servicios del cronista 
          local según el autorizado decir de I. M. Lewis.62 
          Por supuesto que los antropólogos de la pelea pasada, los que 
          se disputan el campo bajo las opuestas banderas del evolucionismo y 
          el difusionismo, coinciden en su interés por la microhistoria. 
          Antropólogos y microhistoriadores concuerdan en el amor por el 
          conocimiento de lo local. En fin, el club de los antropólogos 
          sociales aporta una clientela segura y creciente a la producción 
          microhistórica. Los practicantes de la sociología 
          suelen ser más dados a la teoría y a las generalizaciones 
          que el antropólogo común y corriente. Con todo, la especie 
          microhistórica ya tiene una clientela sociológica que 
          promueve Henri Lefebvre con los dichos de que la sociología rural 
          no debe prescindir de las contribuciones de la microhistoria y de que 
          "todo trabajo de conjunto debe apoyarse en el mayor número 
          posible de monografías locales y regionales".63 También los economistas 
          se han dado cuenta de que "la economía regional necesita 
          mucho de la historia local", según dice Leuilliot.64 
          Algo semejante pasa con los demás científicos sociales. 
          Todos a una proclaman con Beutin. "La historia de una hacienda, 
          de un poblado, de una ciudad puede ser ejemplar para muchos casos semejantes 
          aunque todos no estén igualmente estructurados y 
          servir de tipo" o ilustración de amplios sectores de la 
          vida humana.65 Lord Acton y George M. Trevelyan insistieron en el valor educativo de la historia. Ésta "debe ser la base de la educación humanista", escribió Trevelyan.66 Y según los pedagogos de hoy en día, la microhistoria debe ser la base de esa base. Al esparcirse las ideas de Pestalozzi, Froebel y Dewey sobre la importancia pedagógica de los ejemplos concretos y de la actividad de los alumnos, la historia local se situó en un primer plano en la educación básica. En Inglaterra, desde 1905, se incluyó en la enseñanza primaria. Los miembros de la Historical Association consideraron entonces que la microhistoria en la escuela era un almacén de lo vivo y una ilustración fecunda del curso de la historia nacional".67 No sólo en la Gran Bretaña, también en otros países de fuste, se despierta la curiosidad histórica por medio de narraciones parroquiales porque, desde el punto de vista pedagógico, el interés sobre el pasado se vuelve más espontáneo cuando se refiere a los antecedentes de lo que se conoce, del grupo a que se pertenece. "Reconozcamos escribe Louis Verniers que el amor a la patria chica está hincado en el corazón humano con profundas raíces, múltiples y resistentes. En consecuencia, se impone al educador la necesidad de servirse de él como de una palanca en la enseñanza de la historia."68 En opinión de Halkin: "Es indispensable dotar a la enseñanza de la historia de una base que no sea artificial, una base que sea fácilmente inteligible, concreta al máximo". Esa base sólo puede proporcionaría nuestra mercancía. "La enseñanza de la historia empezará pues por una historia de la provincia, y se elevará progresivamente hasta la historia de la nación, y después a los problemas más generales de la historia universal."69 Hemos conquistado en el presente siglo un vasto círculo 
          de criaturas; es decir, toda la niñez esclavizada en las escuelas 
          primarias. Y no sólo eso. Estamos llegando también al 
          mundo de los adolescentes. En la educación media francesa, según 
          Reinhard, tras de esparcir entre los alumnos datos sueltos sobre la 
          vida propia, se pasa a un estudio completo de historia regional y a 
          ejercitarse en ella.70 A Lafont le parece 
          muy pertinente que, "al margen de cualquier conservadurismo, se 
          enseñen las culturas regionales... porque tal enseñanza 
          es la encargada de condensar una conciencia en génesis"71 
          De hecho, en varios países de la vanguardia, 
          la microhistoria se ha metido a la enseñanza media y de manera 
          activa. En Europa, es frecuente ver a maestros de la nueva onda que 
          promueven excavaciones, entrenan a sus alumnos en la búsqueda 
          de antiguallas, en el uso de archivos familiares y en la práctica 
          de la encuesta. Louis Verniers pregunta si en la escuela normal de 
          maestros "la enseñanza de la historia habrá de apoyarse 
          en el estudio de la localidad y la región", y responde con 
          un "sí". En la normal debe estudiarse "aunque 
          en menor medida que en la escuela primaria". En seguida agrega: 
          "La historia local y regional ofrece un campo de acción 
          muy propicio a la aplicación del método activo".72 * Ponencia presentada al Primer 
            Encuentro de Historiadores de Provincia, San Luis Potosí, 26 
            de julio de 1972.  1 Paul Leuilliot, "Défense 
            et illustration de 1'histoire locale", en Annales, Colin 
            (enero-febrero, 1967), p. 155; Phillippe Ariès, Le temps 
            de l' histoire, Mónaco, Éditions du Rocher, 1954, 
            p. 317. 2 Fernand Braudel, La historia y las 
            ciencias sociales, Madrid, Alianza Editorial, 1968, p. 107. 3 Robert Douch, "Local 
          History", en Martin Ballard (ed.), New Movements in tbe Study 
          and Teaching of History, Bloomington, University Press, 1970, pp. 
          105-113; Robert Douch, A Handbook of Local History: Dorset, University 
          of Bristol, 1962; H. P. R. Finberg, "Local Historv", en H. 
          P. R. Finberg (ed.), Approaches to History, Toronto, University 
          of Toronto Press, 1962, pp. 111-125; H. P. R. Finberg, The local 
          Historian and his Theme, Leicester, University Press, 1952; Pierre 
          Goubert, "Local History", en Daelalus (Invierno, 1971), 
          pp. 113-127; W. C. Hoskins, Local History in England, Longmans, 
          1959; Paul Leullliot, "Défense et Illustration de l'histoire 
          locale", en Annales, París, Colin (enero-febrero, 
          1967), pp. 154-177; W. R. Powell, "Local History in Theory and 
          Practice", en Bulletin of the Institute of Historical Research 
          ( 4 Benedeto Croce, La 
            historia como hazaña de la libertad, México, Fondo 
            de Cultura Económica, 1942, pp. 131-140. 5 W. Bauer, Introducción al 
            estudio de la historia, 3a. ed., Barcelona, Bosch, 1957, pp, 164-169. 6 Friedrich Nietzsche, De la utilidad 
            y los inconvenientes de los estudios históricos para la vida, 
            Buenos Aires, Bajel, 1945, p. 25. 7 Luis González, Pueblo 
            en vilo. Microhistoria de San José de Gracia, México, 
            El Colegio de México, 1968; 2a. ed.: 1972. 8 Luis González, 
            La tierra donde estamos, México, Banco de Zamora, 1971. 
            vid. "Presentación" por Daniel Cosío Villegas. 9 Braudel, op. cit., p. 123. 10 Alfonso Reyes, Obras completas, 
            México, Fondo de Cultura Económica, 1955, vol.  11 Ángel de Gubernatis, 
            Historia de la historiografía universal, Buenos Aires, 
            Ediciones  12 J.W. 
            Thompson, History of Historical Writing, Nueva York, Macmillan, 
            1958, vol.  13 Thompson op. cit., pp. 
            284 y ss. 14 B. Sánchez Alonso, Historia 
            de la historiografía española, 2a.ed., Madrid, Consejo 
            Superior de Investigaciones Científicas, 1947, vol.  15 E. Fueter, Historia de la historiografía 
            moderna, Buenos Aires, Editorial Nova, 1953, pp. 30-35, 37 y ss. 16 Wigberto Jiménez 
            Moreno, "Historia de tema regional y parroquial, comentario", 
            en Investigaciones contemporáneas sobre historia de México, 
            México, El Colegio de México, 1971, página 265. 17 Fueter, op. cit., t.  18 Bauer, op. cit., p. 165. 19 Luis González, "Historia 
            regional y parroquial", en Investigaciones contemporáneas 
            sobre historia de México, pp. 249-253. 20 Homer C, Hockett, 
            The Critical Method in historical Research and Writting, NuevaYork, 
            MacMillan, 1960, p. 238. 21 Lawrence Stone, "English 
            and United States Local History", en Daedalus (invierno, 
            1971), pp. 129-131. 22 Pierre Goubert, "Local History", 
            en Daedalus (invierno,1971), p. 120. 23 Ludwig Beutin, Introducción 
            a la historia económica, Buenos Aires, Sur, 1966, p. 144. 24 Bauer, op cit., 
            p. 166. 25 Nietzche,op.cit., p. 61. 26 René Le Senne, Traité 
            de caractérologie, París,  27 Cf. Luis González, "Historia 
            perdida", en Diálogos (julio-agosto, 1970), núm. 
            34, p. 3. 28 Bauer, op. cit., 
            p. 166. 29 Meyer, "Historia de la vida 
            social", en Investigaciones contemporáneas sobre la 
            historia de México, p. 387. 30 Paul Leuilliot, "Défense 
            et illustration de l'histoire locale", en Annales (Año 
            22, enero-febrero, 1967), p. 157: "La historia local es cualitativa, 
            no cuantitativa... A escala local las cifras pierden su significación". 31 Georges Foster, Tzintzuntzán, 
            México, Fondo de Cultura Económica, 1972, p. 7. 32 Meyer, op.cit., 
            p. 375. 33 Leuilliot, op. cit., p. 
            161. 34 H.I. Marrou, El conocimiento histórico, 
            Barcelona, Labor, 1968, p. 50. 35 Ario Garza Mercado, Manual 
            de técnicas de investigación, México, El 
            Colegio de México, 1970, pp. 17-41. 36 Marrou, op. 
            cit., p. 54. 37 R.G.Collingwood, 
            La idea de la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 
            1952, p.301. 38 Ch. Samaran (ed.), L 'histoire 
            et sa méthode, Paris,  39 Jan Vansina, La tradición 
            oral, Barcelona, Labor, 1966, página 13. 40 Claude Morin, "Los 
            libros parroquiales", en Historia Mexicana, México, 
            El Colegio de México (enero-marzo, 1972), vol.  41 Leuilllot, op. cit., p. 159. 42 Ibid., p. 158. 43 Cf. Vansina, op. cit., 
            p. 19. 44 Marrou, op. 
            cit., p. 74. "et nemo nisi per amicitiam cognoscitur" 
            (San Agustín, Sobre ochenta y tres cuestiones diversas, 
            71, 5). 45 Cf. André Maurois, 
            Aspects de la biographie, Paris, Grasset, 1928, p. 28. 46 Ibid., p. 102. 47 Cf. Edward HaIlet Carr, 
            What is History?, Londres, MacMillan 1961, p. 68. 48 Ibid., 
            p. 69. 49 Nietzche, op. cit., p. 
            27. 50 George Macaulay Trevelyan, L 'histoire 
            et le lecteur, Bruselas L'office de Publicité, 1946. 51 José Gaos, "Notas sobre 
            la historiografía", en Historia Mexicana, México, 
            El Colegio de México (abril-junio, 1960), vol.  52 Vid. J. 
            H. J. van der Pot, "La división de l'histoire en périodes 
            en L'homme et l'histoire, París, Presses Universitaires 
            de France, 1952, pp. 47-49. 53 Eric Dardel, L'histoire, science 
            du concret, París, Presses Universitaires de France, 1946, 
            p. 99. 54 Vid. Alfonso Reyes, El deslinde, 
            México, El Colegio de México, 1944, pp. 172-238. 55 Theodor Schieder, La historia como ciencia, Buenos Aires, Sur, 1970, p. 124. 56 Cf. Ernesto 
            Sábato, Heterodoxia, Buenos Aires, Emecé, 1970, 
            pp.40 y 43. 57 Ponencia presentada en el Congreso 
            de Historia del Noreste, Monterrey, 17 de septiembre de 1971. 58 Lucien Febvre, Autour d'une 
            bibliotheque (Pages offertes a M. Charles Oursel), Dijon, 1942. 59 Morin, op. cit., p. 418. 60 Leonardo 
            Griñán Peralta, Ensayos y conferencias, Santiago 
            de Cuba, 1964, p. 3. 61 Foster, op. cit., p. 
            23. 62 Lewis, Historia y antropología, 
            Barcelona, Seix Barral, 1972, p. 19. 63 Henri Lefebvre, De lo rural 
            a lo urbano, Barcelona, Ediciones Península, 1971. p. 71. 64 Leuilliot, op. 
            cit., p. 156. 65 Beurin, op. cit., p. 
            143. 66 Trevelyan, op. cit., 
            p. 34: "El valor principal de la historia es educativo: sus efectos 
            se manifiestan en el espíritu del estudiante en historia y 
            sobre el espíritu del público". 67 Douch, op. cit., p. 
            105. 68 Louis Verniers, 
            Metodología de historia, Buenos Aires, Editorial Losada, 
            1968, p. 77. 69 Halkin, op.cit., p, 53. 70 Marcel Reinhard, L'enseignement 
            de l'histoire et ses problèmes, París, Presses Universitaires 
            de France, 1957, p.91. En la edad de la secundaria el muchacho no 
            sólo es consumidor de microhistoria, también esta capacitado 
            para producirla. 71 Robert Lafont, La revolución 
            regionalista, Barcelona, Ariel, 1971, p. 192. 72 Verniers, op.cit., 
            p.96 73 Bauer, op. cit., p. 164. 74 Nietzsche, op. cit., p. 28. 75 Ezequiel,   | 
    
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