3. EL PACTO

En tanto por las calles traen los pregoneros
dos rituales corderos para el voto divino
y, don del suelo, un odre de confortante vino.
Crátera y copas de oro toma el heraldo Ideo,
y acercándose luego a Príamo el anciano: 

—Ven, Laomedontíada —le dice—. Los troyanos
jefes, diestros jinetes, y los jefes aqueos
de bronce revestidos quieren que a la llanura
bajes y el juramento sanciones por tu mano.
Pues Menelao y Paris fían a la ventura
de sus lanzas el premio: la esposa y sus riquezas
serán de aquel que triunfe por su mayor braveza,
y cobrarán —jurada la armonía y la paz—,
los teucros, sus feraces campiñas, y los otros,
su terruño de Argos, criadora de potros,
y de Acaya y sus lindas mujeres el solaz. 

Se estremece el anciano y manda que sus fieles
acudan sin tardanza y enganchen los corceles.
Las riendas coge; al sólido carro sube Antenor;
los dos en raudo curso los caballos arrean,
y al campo desembocan por las Puertas Esceas. 

En pisando la tierra de seno provisor,
ambos se colocaron entre los contendientes.
El rey Agamemnón y Odiseo el prudente
se levantan al verlos. Y los nobles heraldos
agruparon las víctimas y mezclaron los caldos
en la profunda crátera, y el aguamanos dieron
a los reyes. La daga que llevaba prendida
al flanco de la espalda desenvainó el Atrida;
cortó por el testuz rizos de los corderos,
que a unos y otros jefes brindaron los voceros,
y las manos en alto, imploró de este modo: 

—¡Glorioso Padre Zeus que reinas en el Ida!
¡Sol que todo lo ves y que lo oyes todo!
¡Ríos, Tierra y profundos Jueces de los perjuros!
Atestiguad en uno la fe comprometida:
Si vence a Menelao Paris, quede seguro
en posesión de Helena y todas sus riquezas;
nosotros surcaremos el ponto en nuestras naves;
si Menelao triunfa de Paris, con presteza
a Helena y sus tesoros nos traigan los troyanos,
compensen a los dánaos de sus perjuicios graves
y sea justo ejemplo a todos los humanos.
Más si, en tal caso, Príamo y su generación
rehusaren el pago de la indemnización,
lucharé hasta cobrármela yo mismo por mi mano. 

Habiendo hablado así, degüella los corderos
que, palpitando aún, se abatieron sin vida
al robarles el bronce su aliento verdadero.
Todos llenan las copas en la crátera henchida,
y al tiempo que recitan promesas y oraciones,
a los dioses eternos brindan sus libaciones.
—¡Sumo y glorioso Zeus y demás Inmortales!
¡Que vea, quien quebrante nuestros pactos leales
a uno u otro bando —juraban los guerreros—,
sus sesos y los sesos de sus generaciones
volcados como el vino de nuestras libaciones, 
y esclavas sus esposas de amos extranjeros!
Mas sin honrar su voto los escucha el Cronión.
Y Príamo el Dardánida se deja oír entonces: 

—¡Oh troyanos y aqueos de las grebas de bronce!
Fuerza es que yo regrese a la ventosa Ilión.
¡Que no vean mis ojos (de pensarlo me aflijo)
al fiero Menelao combatir con mi hijo!
Zeus y demás dioses conocen ya la suerte,
y a quién tiene el destino reservada la muerte. 

Dijo, y a un dios igual, el añoso varón
recoge los exánimes restos de los corderos;
seguido de Antenor sube al carro ligero,
y sacude las riendas y arrea para Ilión. 
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