DE LOS PROGRESOS EN LA FE, Y EJERCICIOS CRISTIANOS,
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Arrancada la maleza que ahogaba esta sementera, y no la dejaba crecer, y quitados los escándalos que daban los forajidos, y rebeldes contra Dios, fueron maravillosos los progresos desta nueva cristiandad, que crecía, y se aumentaba cada día con nuevos bautismos de párvulos, y adultos, que lo venían a pedir, ya sin el temor que antes tenían, ocasionado de los hechiceros: y fue tal el multiplico de cristianos este solo año de mil y seiscientos y treinta y cuatro, en solas estas naciones últimas de Sinaloa, en que entra este partido de que voy hablando, que llegaron los bautizados párvulos a dos mil y setecientos y cuarenta; y los adultos a ochocientos y sesenta, y casados in facie ecclesiae novecientos y noventa pares: con que ya iba de todo punto cayendo el abuso de tener muchas mujeres, que no es la menor batalla en que se combate, ni la menor victoria que se consigue en estas empresas. Y aunque en otros muchos años llegó, y pasó de ese número el de los bautizados, quise notar aquí éste, que en tiempo de borrascas fue tan copioso, para que se eche de ver, que en medio dellas es abundante la cosecha. Los indios cimarrones que habían quedado por los montes, espantados con el castigo que se ejecutó en los que fueron ahorcados, los fue reduciendo al pueblo cristiano el padre Oliñano, con cariño y blandura; y éstos con los demás del partido se acabaron de bautizar, y todos entraban con grande fervor en la Iglesia. Un abuso, o superstición de las que suele el demonio, tenía introducida entre estas naciones por medio de sus hechiceros. Éstos les persuadían, que anduviesen por los montes cuatro noches a la luz de la luna, y al fin dellas se les aparecía el demonio, y les daba una piedrezuela, con la cual les daba a entender que les infundía poder para sanar enfermos, y enhechizar a los que quisiesen. Predicaron los padres contra este abuso y engaño, y se desterró, de suerte que se corren ya de haber caído en él, como de los demás bárbaros que tenían. Bautizada toda esta gente, comenzó el padre a perfeccionar su cristiandad, dando asiento a todos los ministerios que ella pide, de uso de sacramentos, celebridad de fiestas, pascuas, ejercicios de semana santa, penitencias della, y comuniones de los más aprovechados, devoción del santo rosario de la Virgen, y todo les asentó muy bien. Y si hubiera de escribir aquí casos particulares, que en la conversión desta gente sucedieron, de enfermos chicos, y grandes, que acabados de bautizar se fueron al cielo, y otros en que se echa de ver la gracia de la predestinación, fuera repetir lo que de otras conversiones se ha dicho. Porque en todas ellas no cesa de manifestar la divina bondad, las misericordias que ab eterno tenía determinado hacer a estas pobres gentes. Pero porque no quede sepultada del todo la parte que a esta misión le cupo, se escribirán aquí algunos casos de edificación que pasaron, en particular con la devoción dulce para todos los cristianos, del rosario de la santísima Virgen Madre de Dios; leche con que se crían los hijos de la Iglesia, y de que necesitan los que son niños tiernos en la fe, con los cuales, como más pequeñitos, no hay duda, que tiene particular cariño esta Señora para defenderlos de la serpiente infernal. Un muchacho, de edad de diez y seis años, hallándose en un monte perdido, sin acertar a salir de él, olvidado de que era cristiano, y como nacido y criado en su niñez entre endemoniados hechiceros, llamó al demonio, para que le guiara, y sacara de aquel peligro: apareciósele luego, y aunque en figura humana, pero horrible, y que bastaba para espantarlo. No fue así, sino que se paró el engañado indio a oírlo, y lo primero que el demonio le dijo fue le diese su alma, si quería que le ayudase. Ofreciósela el desatinado mozo, y el demonio le sacó del monte, y por tiempo de dos meses se le aparecía muchas veces, y le acompañaba, y daba cosas de comida; pero siempre arrojándoselas, y sin acercarse a él. Descubrióle finalmente un día lo que le detenía y arredraba para no llegársele; y apartado de él le dijo.. "Si quieres que tengamos amistad estrecha, y te regale como hasta aquí lo he hecho, arroja de ti ese rosario que traes, que me da pena". El muchacho respondió: "Eso no haré yo, que lo quiero mucho, ni tengo otra cosa que tanto estime". A lo que le replicó el demonio: "Mira que ya eres mío", añadiendo amenazas, de que si no hacía lo que le pedía, le quitaría la vida. Aquí el muchacho, lleno de pavor y espanto, echó a huir, diciendo: "Pues hasta aquí no me has podido hacer mal por este rosario, ni ahora lo podrás hacer". Fue luego a buscar despavorido al padre, y llegó a él casi sin aliento, contando lo que le había pasado. El padre le exhortó a que hiciese una buena confesión, como la hizo, y quedó advertido para huir de los engaños del demonio, y con grande estima de la devoción del santo rosario, que le valió para salir de enredos endemoniados. No menos le valió el santo rosario al que sucedió el caso que se sigue. Púsose un indio en el campo una vez a rezar su rosario, apareciósele el mismo enemigo en figura de sierpe, y díjole, con silbos que le daba: "No hables así, deja esas palabras con que matan los padres". A la verdad, a esa sierpe le quebrantaba y atormentaba la cabeza el oír avemarías, como se lo tenía Dios amenazado desde el principio del mundo. Por otra parte, sentía ya el devoto indio que le decían (y sería su ángel): "Haz la señal de la cruz, y reza con ánimo esas palabras". Al punto desapareció el demonio confuso; y el indio quedó más confirmado en la devoción del santo rosario, en la cual están ya impuestos todos estos naturales chicos, y grandes, con grande afecto. Con éste y otros ejercicios cristianos se conocía claramente que iba huyendo el demonio destas gentes, de quien antes estaba tan apoderado. Pretendió ese astuto enemigo apartar de la Iglesia a otro indio, trayéndole, ya por un camino, ya por otro, fuera de juicio, y desatinado. Echándole de menos los suyos, salieron en su busca, y habiendo gastado algún tiempo en buscarlo, finalmente un domingo después de misa mayor, lo vinieron a hallar entre unas breñas, preguntado dónde había estado, respondió que no sabía, y que sólo había reparado que a la hora que se comienza a cantar la misa los domingos y fiestas, estando el demonio con él, había desaparecido: y volviendo en sí se acordó que en aquel punto debía de cantar la misa el padre. Lleváronle a su presencia, exhortóle a que hiciese una buena confesión: hízola y púsose una cruz al cuello, con que nunca más le apareció esa fiera. Sazonados ya, y dispuestos con estos ejercicios cristianos los pueblos, introdujo el padre el que es más perfecto y santo, de la sagrada comunión. Ésta hizo muy buen asiento, y produjo sazonados frutos en estas nuevas plantas, porque para llegarse a recibir este divino sacramento, algunos hacían confesiones generales, estando ya más capaces de las partes y frutos deste santo sacramento. Formada ya en lo espiritual esta cristiandad, se aplicó su cuidadoso ministro a edificar iglesias y templos sagrados, para que en lo material y espiritual quedase perfecta esta cristiandad: que como el hombre consta de alma y cuerpo; así con lo interior de su alma, como con lo exterior corporal, debe reverenciar a su Creador. Aplicáronse los pueblos con muy buena voluntad a esta obra, edificaron sus iglesias con gusto y alegría, dedicáronse con la solemnidad acostumbrada en otras naciones. Demás de eso hicieron casa para su ministro: que a los principios de la conversión destas gentes tienen los padres que ofrecer a Dios no pocas incomodidades en esta parte. Señaláronsele por el capitán a esta nación, sus gobernadores y alcaldes; y en lo político y espiritual goza al presente de una mudanza y serenidad que sólo puede obrar el divino poder y fuerza de su palabra. Y en este feliz estado dejaremos estos cuatro pueblos, que tan combatidos estuvieron con los alzamientos y alborotos pasados, y pasaremos a tratar de otros que también sacaron de poder del demonio los celosos misioneros que Dios ha dado a la provincia de Sinaloa. |