ENTRA EL PADRE PEDRO MÉNDEZ A DAR PRINCIPIO
A LA DOCTRINA Y CRISTIANDAD DE SISIBOTARIS
Y BATUCAS, Y DE SUS PARTICULARES COSTUMBRES

Mucho pudiera decir aquí del apostólico y antiguo misionero padre Pedro Méndez, a quien por buena dicha le cupo la suerte desta misión; y a la misión la buena dicha de tal ministro. Pero remito esto al capítulo donde escribiré de la vida santa, y prolongada en gloriosos empleos, deste evangélico misionero, que habiendo trabajado más de treinta años en estas misiones, y siendo ya de setenta de edad, con tan fervorosos alientos, tomó a su cargo la de los sisibotaris, para fundar su cristiandad, como si de nuevo comenzara en su dichoso empleo. Y daré principio a escribir della por una carta que el dicho padre escribió, en que por una parte manifiesta el gozo y consuelo con que Dios remuneraba sus trabajos, y por otra (conforme al uso de nuestra Compañía) dio cuenta a los superiores, de la primera entrada a su misión. Rabia al principio del recibimiento que le hicieron en pueblos cristianos, de indios que antes había doctrinado, y engendrado en Cristo, y yo quise trasladar a la letra, por ser muestra del amor y estima que cobran estas gentes a los que les comunicaron la luz de nuestra santa fe, y dieron la primera leche del Evangelio; y dice así el año de mil y seiscientos y veinte y ocho.

"Salí de la villa y llegué a Ocoroni, mi primer partido: una legua del pueblo, lo hallé todo lleno de arcos, con todos los topiles y fiscales, con trompetas y chirimías, danzas y máscaras, que salían hasta el pueblo, donde estaba todo el golpe de hombres y mujeres, con su cruz y ciriales. Entré en la iglesia con toda la música, y fiesta; y habiéndome dado la bienvenida, y yo a ellos el agradecimiento de las demostraciones de amor con que me habían recibido, nos regalaron aquel día con lo que pudieron. De allí pasamos a Tegueco, mi segundo partido, y ahora del padre Otón, tanto mejorado, cuanto hallé delante de nuestro Señor aquella grande congregación de gente, que junto a la iglesia me esperaba toda de rodillas, con su cruz bien aderezada, cantando al uso y tono mexicano; y por lo alto de la iglesia las trompetas, chirimías y atabales; que todo me consoló el alma: en especial un predicadorcito que estaba en lo más alto sobre una tabla, deshaciéndose en predicar mil alegrías. De aquí partimos para Baciroa, que es en medio de Tegueco y Mayo, adonde pretende el general fundar una estancia, para comodidad de los pasajeros, donde estaba esperándome con mucha gente de mis antiguos mayos, congregada en un cerrillo con todos sus soldados. De allí partí para Mayo, que dista catorce leguas, y en todo el camino era de ver las cuadrillas, así de hombres, como de mujeres, que salían a recibirme, trayendo algunos presentes de su pobreza, aderezándonos enramadas, y levantando cruces, acompanándome con tanto afecto, que no había apartar los ojos de mí, diciéndome muchas palabras de alegría. Cuando yo daba prisa a mis compañeros, para alargar el paso, por huir de un grande aguacero que venía, corriendo ellos nunca se apartaron de mí en espacio de tres leguas, que duró el camino: y si no fuera por ellos, se padeciera mucho. Llegamos a Mayo, donde estaban los padres en su junta, de quienes recibí muy grande caridad, y ellos se consolaron mucho conmigo."

Hasta aquí el primer capítulo de la carta del religiosísimo padre Pedro Méndez, aún antes de llegar a su misión; y luego prosigue diciendo cómo le recibieron sus sisibotaris: "Llegué aquí [dice] a los quince de mayo, con unos indios ladinos que truje en mi compañía. Luego que los sisibotaris supieron de mi venida, comenzaron a disponer el recibimiento que a su modo y usanza habían de hacer. Pusieron leguas enteras de muchos arcos enramados, y en cada uno levantaron una cruz grande y hermosa: en los pueblos estaba la gente junta, y congregada, de rodillas con las cruces en las manos: hombres, mujeres y niños me recibían con extraordinarias muestras de gozo y alegría. Desta manera me fueron acompañando, y llenaron la iglesia, que ya tenían dispuesta; y certifico a V. R. que con ser yo una piedra, me enternecía, y hacía derramar muchas lágrimas el ver tanto afecto y devoción en una gente bárbara e infiel: y cuando entré la primera vez a los mayos, no hubo la mitad de las muestras de alegría que vi en esta gente. Prosigue esta devoción: Y es mucho mayor cuando se ven ya cristianos, que cada día irá creciendo más, y según voy viendo, no habrá en esta provincia nación que mejor y con mayor facilidad perciba las cosas de N. S. Fe, por los buenos naturales que en ellos voy descubriendo. No se hallan en esta nación idolatrías, y las hechicerías son muy pocas: son animosos en las guerras, pero gente muy apartada de las malicias de otras partes. Borracheras usaban como las otras naciones, pero con la gracia del Señor se han ya corregido tanto, que en seis meses que ha que estoy aquí, no he sentido ninguna. Porque al principio, llegado que fui, estando yo en un pueblo, sucedió en otro cinco leguas de él, que hubo una borrachera en que flecharon a una india, dejándola las heridas en peligro de perder la vida. Lo cual como llegase a mi noticia, fui al pueblo, y bauticé a la india; y fue el Señor servido que no muriese, pero hice con los indios gran demostración de sentimiento, y les di una muy grave reprensión estando todos de rodillas en la iglesia, afeándoles aquel vicio, y ponderando cuánto lo sentía Dios N. Señor. Tomáronlo tan bien, que nunca más ha habido rastro de él. Cuando entré en esta misión, ninguna cosa temí tanto como los bailes nocturnos que usaban estas gentes, de que se ocasionan tantas ofensas de Dios: pero esto se ha remediado, de manera que en ninguna nación donde he estado, he visto la quietud de que gozan estos pueblos. Tres son los que tengo ya juntos, y congregados con sus cruces e iglesias: el sitio es en dos valles muy fértiles de maíz, y otras legumbres: los arroyos de aguas dulces y saludables, con que riegan sus sementeras con notable artificio: y así nunca parece se experimentará entre estas gentes la hambre que suele en otras naciones. Son templadísimos en el comer, y su sustento principal es de un poco de harina de maíz, deshecha en agua, y quizás por esta templanza tienen tanta salud, que son muy pocos los enfermos que hay entre ellos. Algunos han pensado que esta gente es serrana, por estar cercada su tierra de cerros y montes muy apacibles: pero no lo es, porque sus pueblos y sementeras están en valles llanos y apacibles, y todos los naturales son muy quietos. En el traje y vestido son muy diferentes de las demás naciones de Hiaqui y Mayo, donde los varones, cuando mucho, se cubren con una manta, y las mujeres casi desnudas; en esta nación de sisibotaris es todo al revés. Porque los hombres se cubren lo necesario, con una manta pequeña pintada de la cintura a la rodilla, y cuando hace frío usan unas mantas grandes de algodón y pita: pero las mujeres andan cargadas de vestidos, y hacen tanto ruido al entrar en la iglesia, como si fueran españolas. Porque los faldellines de que usan llegan hasta el suelo, que son, o de pieles de venados, tan bruñidas y blandas como una seda, y con varias pinturas de colores, o de algodón o pita, que tienen en abundancia en estos pueblos: y para más honestidad se ponen un delantal de la cintura abajo, que en muchas suele ser negro, y parecen monjas con escapularios. Las doncellas en especial usan unos jubones muy labrados: y cuando hace frío se echan sobre todo esto unos como roquetes, que les sirve de abrigo, y así todas son honestísimas: y las que han tomado estado de casadas jamás hacen traición a sus maridos. Cuando se bautizan quedan tan devotos de la misa, que no la pierden ningún día, y la oyen de rodillas con toda reverencia y devoción, sin salir de la iglesia, hasta que habiéndome desnudado, y dado gracias, me piden la bendición, y hecha su reverencia se van. En lo que más he echado de ver la bondad y buena disposición desta gente es en que rancherías que tenían en algunos cerros de veinte y de treinta casas, abastecidas de comida, y haciendillas, o alhajas suyas, sin violencia, ni brazo de capitán, o soldados, las han echado por el suelo, y bajándose con sus familias y alhajas a vivir a los pueblos, y junto a la iglesia, edificando sus casas de terrados, con las maderas de las casas que deshicieron. En los seis meses que ha estoy aquí, han fabricado tres iglesias, que aunque no son las mayores, son las mejores y más lucidas que he tenido en los partidos donde he estado; trabajando en ellas con tanto ahínco, que muchas veces les mandaba yo descansar, y no querían dejar el trabajo, hasta acabar la tarea. Son sus casas de barro, y de terrado, a modo de las que se hacen de adobes, y mejores, porque aunque el barro es sin mezcla de paja, lo pisan y disponen de manera que queda duro como una piedra, y luego lo cubren con sus maderas fuertes y bien labradas. En una de las tres iglesias que he dicho, y era dedicada a nuestro glorioso apóstol san Francisco Javier, usó nuestro Señor una gran misericordia con el gobernador del pueblo, que es un muy buen indio recién bautizado; y fue que, bajando una grande viga, descuidándose de la soga los que la bajaban, cayó de repente sobre el gobernador, y quiso nuestro Señor que no le diese de lleno, viniendo derecha a él, sino al soslayo, haciéndole una herida en la cabeza, de donde le salió mucha sangre, y dejó molido el cuerpo. Estaba yo presente, y no podré significar el sentimiento que tuve del caso: pero fue nuestro Señor servido que no fuese de peligro la herida, y al tercero día le hallé otra vez trabajando en la iglesia con mucha alegría. Caso fue éste para turbar el demonio a gente tan nueva en la fe. Admírame ver en ellos la alegría con que se trasquilan, se quitan sus orejeras y todas las demás insignias de su gentilidad; y grandes y pequeños acuden a doctrina y catecismo con grande gusto, sin ser llamados, ni ser menester hacer diligencias para juntarlos a este santo ejercicio. Los que hasta ahora tengo bautizados son novecientas personas, y aunque todos quisieran, desean y piden con instancia ser bautizados, pero como soy solo y es menester ir despacio catequizándolos y enseñándoles la doctrina, no me ha sido posible ejecutarlo en todos". Hasta aquí el padre Pedro Méndez: a que yo sólo añadiré aquí desta nación lo que della (aun estando en su gentilidad) me escribió un padre, que entró a visitarla, y dice así en materia de su modestia y honestidad: "Entré [dice] a los de Sabaripa, o sisibotaris, el año de seiscientos y veinte y uno, cuando se les comenzaba a dar doctrina a estas otras gentes; y entre otras cosas que notamos buenas en ellos fue que con no haber visto jamás a padres que les enseñasen, en las danzas que hacían en señal de alegría, aunque hombres y mujeres danzaban juntos, no se tocaban las manos, sino asidos de las mantas los unos de los otros, no se hablaban, en que mostraban la honestidad y recato que guardaban, con sola la luz natural que notamos en éstas y otras naciones.