Aunque en el capítulo pasado quedan escritas muchas costumbres
y leyes cristianas por pruebas de cuán buen asiento hizo en estos
pueblos nuestra santa religión; en éste se acabará
de escribir lo que falta para cumplimiento del estado en que hoy queda.
Uno de los ministerios y ejercicios cristianos que generalmente asienta
bien en estas naciones, como tan digno de memoria en los redimidos con
la sangre de Cristo, es el de su sagrada pasión, y en celebrarla
la semana santa. Acuden, y se juntan a los divinos oficios, en que se
ha esmerado y esmera esta gente, acudiendo con grande asistencia y devoción,
haciendo procesiones y disciplinas de sangre, los que estaban muy ajenos
de penitencias por sus culpas: porque ni las conocían, ni temían.
Pero ya las conocen, y se aplican a hacer penitencias por ellas, y más
en el tiempo santo de cuaresma, en que son sus disciplinas y procesiones
de sangre, con grande quietud y silencio, yendo el padre en ellas con
un crucifijo en la mano, y predicándoles en su lengua de la pasión
que padeció el Hijo de Dios por ellos, y por los pecados del
mundo. Cosa que se les imprime notablemente, y les queda memoria deste
tiempo para todo el año.
Asentadas estas costumbres, recibieron muy bien el trabajar en edificar
iglesias decentes para celebrar sus fiestas: y así se aplicaron
con mucho gusto a hacerlas, dedicarlas y adornarlas como las demás
naciones cristianas. No se hartan de mirarlas cuando las ven ya levantadas
en sus pueblos; es singular el gusto que en esto tienen, y esa vista
los detiene en sus pueblos para no desampararlos, ni acordarse más
de sus rancherías antiguas, ni de sus bohíos en sus sementeras.
Tienen dispuestas sus casas en el pueblo, con orden; de suerte que parece
hacen escolta, y están en guarda de la que es casa de Dios; y
con ese título la nombran. Quedan hoy éstos, que antes
eran desiertos, y habitaciones de fieras, poblados de tabernáculos
más dignos de veneración, que el que en el desierto acompañaban
los hijos de Israel, y pueblo de Dios, cuando caminaba a la tierra de
promisión. Aquí se cae este punto, y no se puede dudar
que es digno de reparo y alegría: y la causa en los españoles,
que a veces llegan a estas tierras remotas y apartadas, el ver por tantos
pueblos destas misiones tanto número de iglesias de Cristo, entre
montes, entre selvas y en desiertos antiguamente despoblados. Y pues
vamos ya acabando con las conversiones de gentes en la provincia de
Sinaloa convertidas, añado que hasta hoy están edificadas
en ella por lo menos unos cincuenta templos vistosos, aseados y adornados
con el lucimiento de ornamentos y riqueza que es posible en tierra tan
remota. Y lo más agradable a Dios en ellas es la frecuencia grande
con que concurren los pueblos a ellas y adoran a su verdadero Dios los
que antes no le conocían; y en que se han esmerado éstos
de que al presente escribo. A que se añade la música eclesiástica
de cantores, e instrumentos músicos, que también se ha
introducido, y entabló en estos pueblos.
Y para que se vean algunas señales de lo que agradan a nuestro
Señor las diligencias que ponen sus ministros en levantar estas
iglesias, aunque pobres, y no edificios de piedras y columnas preciosas,
no quiero pasar en silencio un caso de edificación que le pasó
a un padre de los que se emplearon en estas últimas misiones,
al tiempo que cuidaba de edificar una iglesia, dedicada a la purísima
concepción de la Virgen. Había un principal carpintero
trabajado y labrado las maderas para ella, con toda la curiosidad que
le fue posible, y antes de acabarla, cayó gravemente enfermo,
de suerte que lo puso en el extremo de la vida. Avisaron al padre para
que le administrase el santo óleo. Llevólo, y con grande
sentimiento de ver que perdía la Iglesia un oficial tan bueno,
que la perfeccionase: suplicaba al Señor el cuidadoso padre por
salud del hijo, que le parecía muy importante en tal ocasión,
para obra tan santa. Díjole al enfermo: "Cierto, hijo, que
no te he de dar los óleos, porque si te mueres, no hay quien
acabe la iglesia de la Virgen. Pues le has servido, pídele te
dé salud, para que acabes lo que falta". Oyó la súplica
la Madre de Misericordia; dio salud al enfermo desahuciado., que se
levantó y prosiguió en la iglesia, que se hizo y dedicó
en honra de esa Señora, atribuyéndose esta salud de enfermo
tan al cabo, al favor de la que es Madre de necesitados: y como a tal
todos estos nuevos cristianos le tienen grande devoción. Y para
concluir con los pueblos de que aquí escribo, y pasar a otra
nación de las convertidas, digo que el estado en que hoy queda
es de mucha paz, y procediendo con grandes ejemplos de cristiandad,
y gobernada en lo político con mucho gusto por sus caciques,
escogiéndose para él sus más ejemplares cristianos.
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