PIDE LA NACIÓN DEL VALLE DE SONORA DOCTRINA
Y PADRES QUE SE LA ENSEÑEN, Y ESCRÍBESE
EL PUESTO DESTA NACIÓN, SU BAUTISMO Y ASIENTO

Llegado habemos a la última nación reducida a nuestra santa fe, y agregada a la Iglesia santa de Cristo, y donde ha llegado la alegre nueva de su santo Evangelio en la provincia de Sinaloa. No obstante, que como atrás queda dicho, no es la última de las bárbaras gentes, que después se siguen: y a las cuales también se les va llegando la luz de la divina palabra.

El valle de Sonora, de que tuvieron noticias los primeros descubridores de la provincia de Sinaloa, y corrompiendo el vocablo, llamaban valle de Señora, cae a la banda del norte, apartado de la villa ciento y treinta leguas, y se trató de asentar su doctrina por los años de seiscientos y treinta y ocho. Este valle es muy fértil, de lindas tierras, que fertilizan las aguas de arroyos de que gozan: la gente que en él está poblada es del mismo natural que los sisibotaris, y de las mismas costumbres, vestidos como ellos, y más que otras naciones, sus casas más durables y compuestas. Estos sonoras pidieron con tan grande afecto la doctrina, y que algún padre los fuese a bautizar, y hacer cristianos, y con tanta voluntad de serlo, como la que más de las convertidas en la provincia: y Dios por varios medios, con su divina clemencia, atrajo a ésta en particular; con la suavidad y ataduras de su dulcísima caridad, que prometió por su profeta Oseas: In vinculis charitatis: porque aunque otras había rendido a golpes de vara, y de castigo, a ésta fue servida su divina bondad de rendirla con suavidad y dulzura. Cuando se reducían con sus casas los sonoras a poblaciones grandes y acomodadas, para formar tres pueblos en que se congregaron mil vecinos (queda otra gente algo más apartada, que finalmente les seguirá) ponían en ejecución esa mudanza, que de suyo es bien dificultosa, con tan grande alegría, y prisa, que se convidaban a jugar al palo, de que hablamos en el Primer Libro, por ir corriendo a hacer sus congregaciones, y apresurar al ministro que llegase a sus tierras, y gozar de su doctrina. Para ella fue señalado el padre Bartolomé Castaño, a quien ya ellos habían tratado con la vecindad de los sisibotaris, que doctrinaba, y poniéndose allí otro padre, y dando a esta nueva misión ministro, y lengua ya experimentado, cuales los piden estas nuevas cristiandades, dio principio con el bautismo de los párvulos, y bautizó dellos muchos centenares. Comenzaron luego las pláticas de la doctrina divina y leyes santas que habían de guardar. Y asentábales tan deveras esta enseñanza, y recibían las cosas de la fe con tanto gusto, que el padre no se hartaba de dar gracias al Señor, que con la suya, y sus particulares auxilios, disponía tan bien a esta gente. De donde se siguió que se hizo mucho en poco tiempo; y en un año quedó casi toda la gente mayor bautizada, en número de tres a cuatro mil personas. Y hallando tan aplicada a esta gente a ejercicios de cristiandad, para su perseverancia y fervor, se valió aquí el padre de un particular medio: repartió la gente en congregaciones, o decurias. unas de mujeres, otras de hombres, para que cuidase de cada una dellas; si era de mujeres, mujer; si era de varones, varón; y tuviesen cuenta de que ninguno faltase a ejercicios cristianos, y que estuviesen bien industriados en los misterios y doctrina de nuestra santa fe. Y las dichas decurias tenían sus lugares señalados en la iglesia, y servía de echarse de ver con facilidad su asistencia. Medios todos que inventa el celo santo destos ministros fieles. Cristo N. S. lo enseñó, cuando en el milagro del pan, que repartió a los cinco mil hombres en el desierto, mandando a sus sagrados apóstoles que les distribuyesen en modo de decurias. Facite illos discumbere quinquagenos. Y san Marcos dijo: Dircubuerunt in partes, que Dios es amigo del orden, y no gusta de canallas y confusiones, sino que haya orden, número y concierto. En otras naciones hacen ese mismo oficio los fiscales de iglesia, repartiéndose el cuidado del pueblo en tres, cuatro o más que tienen ese mismo oficio, según el número de sus vecinos. Aprovechó mucho la distribución de las decurias en nuestros sonoras. Acudían con gran cuidado a todas las obligaciones de cristianos, Apartábanse de costumbres gentílicas, que en todas estas naciones reinan, como viven en tinieblas, por más morigeradas y mansas que sean, y en particular el vicio tan repetido forzosamente en esta historia, de las borracheras, que a todas las manchaba. Ése desde sus principios de doctrina, dejaron los sonoras, que teniendo en su vecindad, y a su vista y comercio, otras muchas gentiles que se siguen: con todo, convidados con estos brindis y convites, nunca más comunicaron con ellos, sin dejarse vencer de tentación, y vicio tan arraigado.

Concluido con el bautismo de toda la gente, trató el padre de edificio material de sus iglesias: edificáronlas en sus tres pueblos muy vistosas: y dedicadas, se perfeccionó esta cristiandad, y puso en el estado que se dirá en el capítulo siguiente.