De la venida de los españoles
a esta provincia, según me
lo contó don Pedro, que es ahora
gobernador y se halló en todo.
Y cómo Montezuma, señor
de México, envió a pedir
socorro
al cazonci Zuangua, padre
del que murió ahora

[f. 39v] Envió Montezuma diez mensajeros de México y llegaron a Taximaroa, que venían con una embajada al cazonci llamado Zuangua, padre del que ahora murió, que era muy viejo. Y el señor de Taximaroa preguntóles qué querían. Dijeron ellos que venían al cazonci con una embajada, que los enviaba Montezuma, que habían de ir delante de él y que a él sólo se lo habían de decir. Y envió el señor de Taximaroa a hacerlo saber al cazonci, el cual mandó que no les hiciesen mal, mas que los dejasen venir de largo.

Y llegaron los mensajeros aquí a la ciudad de Michoacán y fueron delante del dicho señor Zuangua y diéronle un presente de turquesas y charchuys y plumajes verdes y diez rodelas que tenían unos cercos de oro, mantas ricas y mástiles, y espejos grandes. Y todos los señores e hijos del cazonci se disfrazaron y se pusieron unas mantas viejas por no ser conocidos, que habían oído decir que venían por ellos los mexicanos. Y asentáronse los mexicanos y el cazonci hizo llamar un intérprete de la lengua de México llamado Nuritan, que era su nauatlato intérprete, y díjole el cazonci:

—Oye, qué es lo que dicen estos mexicanos, a ver qué quieren, pues que han venido aquí.

Y el cazonci estaba compuesto y tenía una flecha en la mano, que estaba dando con ella en el suelo. Y los mexicanos dijeron:

—El señor de México llamado Montezuma nos envía y otros señores, y dijéronos: Id a nuestro hermano el cazonci, que no sé qué gente es una que ha venido aquí y nos tomaron de repente; habemos habido batalla con ellos y matamos de los que venían en unos venados caballeros doscientos y de los que no traían venados, otros doscientos. Y aquellos venados traen calzados cotaras de hierro y traen una cosa que suena como las nubes y da un gran tronido y todos los que topa mata, que no quedan ningunos y nos desbaratan. Y hanos muerto muchos de nosotros y vienen los de Tascala con ellos, como había días que teníamos rencor unos con otros, y los de Tezcuco. Y ya los hubiéramos muerto si no fuera por los que los ayudan, y tiénenos cercados, aislados en esta ciudad. ¿Cómo, no vendrían sus hijos ayudarnos? El que se llama Tirimarasco y otro Cuyni y otro Azinche, y traerían su gente y nos defenderían. Nosotros proveeremos de comida a toda la gente [f. 40] que aquella gente que ha venido está en Taxcala. Allí moriríamos todos.

Oída la embajada, Zuangua respondió:

—Bien está, bien seáis venidos, ya habéis hecho saber vuestra embajada a nuestros dioses Curicaueri y Xaratanga; yo no puedo por ahora enviar gente porque tengo necesidad de esos que habéis nombrado. Ellos no están aquí que están con gente en cuatro partes, conquistando. Descansad aquí algún día e irán éstos mis intérpretes con vosotros Nuritan y Piyo y otros dos. Ellos irán a ver esa gente que decís, entre tanto que viene toda la gente de las conquistas.

Y salieron fuera los mensajeros y pusiéronlos en un aposento y diéronles de comer e hizo darles mástiles y mantas y cotaras de cuero y guirnaldas de trébol. Y llamó el cazonci sus consejeros y díjoles:

—¿Qué haremos? Gran trabajo es éste de la embajada que me han traído. ¿Qué haremos? ¿Qué es lo que nos [ha] acontecido? Que el sol estos dos reinos solía mirar, el de México y éste. No habemos oído en otra parte que haya otra gente, aquí servíamos a los dioses. ¿A qué propósito tengo de enviar la gente a México? Porque de continuo andamos en guerras y nos acercamos unos a otros, los mexicanos y nosotros y tenemos rencores entre nosotros. Mirad que son muy astutos los mexicanos en hablar y son muy arteros a la verdad. Yo no tengo necesidad, según les dije, mirad no sea alguna cautela. Como no han podido conquistar algunos pueblos, quiérense vengar en nosotros y llevamos por traición a matar y nos quieren destruir. Vayan estos nauatlatos e intérpretes que les he dicho que irán, que no son muchachos para hacerlo como muchachos, y éstos sabrán lo que es.

Respondiéronle sus consejeros:

—Señor, mándalo tú, que eres rey y señor, ¿cómo te podremos contradecir? Y vayan éstos que dices.

Primero mandó traer muchas mantas ricas y jicales y cotaras de cuero y de las naguas y mantas de sus dioses, ensangrentadas, como las habían traído de México para sus dioses y de todo lo que había en Michoacán. Y diéronselo a los mensajeros que lo diesen a Montezuma. Y fueron con ellos los nauatlatos para ver si era verdad. Y envió el cazonci gente de guerra por otro camino y tomaron tres otomíes y preguntáronles:

—¿No sabéis algunas nuevas [f. 40v] de México?

Y dijeron los otomíes:

—Los mexicanos son conquistados, no sabemos quiénes son los que los conquistaron. Todo México está hediendo de cuerpos muertos y por eso van buscando ayudadores que los libren y defiendan. Esto sabemos cómo han enviado por los pueblos por ayuda.

Dijeron los de Michoacán:

—Así es la verdad, que han ido. Nosotros lo sabemos.

Dijeron los otomíes:

—¡Vamos, vamos a Michoacán, llevadnos allá porque nos den mantas que nos morimos de frío! Queremos ser subjetos al cazonci.

Y viniéronlo a hacer saber al cazonci; cómo habían cautivado aquellos tres otomíes y lo que decían y dijeron:

—Señor, así es la verdad que los mexicanos están destruidos y que hiede toda la ciudad con los cuerpos muertos y por eso van por los pueblos buscando socorro. Esto es lo que dijeron en Taximaroa, que allí se lo preguntó el cacique llamado Capacapecho.

Dijo el cazonci:

—Seáis bienvenidos, no sabemos cómo les sucederá a los pobres que enviamos a México, esperemos que vengan, sepamos la verdad.