Cómo echaban sus juicios,
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[f. 41] Dijo el cazonci a los señores: Verdad es que han venido gentes de otras partes y no vienen con cautela los mexicanos, ¿qué haremos? Gran trabajo es éste. ¿Cuándo empezó a ser México? Muchos tiempos ha que está fundada México y es reino y éste de Michoacán: Estos dos reinos eran nombrados y en estos dos reinos miraban los dioses desde el cielo y el sol. Nunca habemos oído cosa semejante de nuestros antepasados. ¿Si algo supieran no nos lo hicieran saber Tariacuri e Hirepani y Tangaxoan que fueron señores, que habían de venir otras gentes? ¿De dónde podían venir, sino del cielo, los que vienen? Que el cielo se junta con el mar y de allí debían de salir. Pues aquellos venados que dicen que traen, ¿qué cosa es? Dijéronle los nauatlatos: Señor, aquellos venados deben ser, según lo que sabemos nosotros por una historia, y es que el dios llamado Cupanzueri jugó con otro dios a la pelota; llamado Achuri Hirepe, y ganóle y sacrificóle en un pueblo llamado Xacona y dejó su mujer preñada de Sirata Tapezi, su hijo, y nació y tomáronle a criar en un pueblo, como que se lo habían hallado. Y después de mancebo fuese a tirar aves con un arco y topó con una iuana y díjole: "No me fleches y diréte una cosa: el padre que tienes ahora no es tu padre, porque tu padre fue a la casa del dios llamado Achu Hirepe, a conquistar, y allí le sacrificaron". Como oyó aquello, fuese allá para probarse con el que había muerto a su padre. Y vencióle y sacrificó al que había muerto a su padre y cavó donde estaba enterrado y sacóle y echóselo a cuestas y veníase con él. En el camino estaban en un herbazal una manada de codornices, y levantáronse todas en vuelo. Y dejó allí su padre por tirar a las codornices, y tornóse venado el padre y tenía crines en la cerviz, como dicen que tienen esos que traen esas gentes, y su cola larga. Y fuese hacia la mano derecha. Quizá son los que vienen a estas tierras. Dijo el cazonci: ¿De quién sabríamos la verdad? Y díjoles: También dicen que aconteció en Coyoacán esto que contaba una vieja pobre que vendía agua: Encontró en la sabana los dioses llamados Tiripemencha, hermanos de nuestro [f. 41v] Curicaueri; y díjole uno: ¿Dónde vas, abuela? que así decían a las viejas. Respondió la vieja: Señor, voy a Coyoacán. Díjole aquel dios: ¿Cómo, no nos conoces? Dijo la vieja: Señores, no os conozco. Dijeron ellos: Nosotros somos los dioses llamados Tiripemencha; ve al señor llamado Ticatame que está en Coyoacán, el que oye en Coyoacán las tortugas y atabales y huesos de caimanes [y le dirás:] No son sabios los señores de Coyoacán ni se acuerdan de traer leña para los cues, ya no tienen cabezas consigo, que a todos los han de conquistar, que se han enojado los dioses engendradores. Cuéntaselo así a Ticatame, que de aquí a poco tiempo nos levantaremos de aquí de Coyoacán, donde ahora estamos, y nos iremos a Michoacán y estaremos allí algunos años y nos tornaremos a levantar y nos iremos a nuestra primer morada llamada Uayameo donde está ahora Santa Fe edificada. Esto nomás te decimos. Esto es lo que supo aquella vieja y decían que había de haber agüeros: que los cerezos, aun hasta los chiquitos, habían de tener fruto, y los magueyes pequeños habían de echar mástiles. Y las niñas que se habían de empreñar antes que perdiesen la niñez. Esto es lo que decían los viejos y ya se cumple. En esto tomaremos señales, ¿cómo no hubo de esto memoria en los tiempos pasados ni lo dijeron unos a otros los viejos, cómo habían de venir estas gentes? Esperemos a ver, vengan a ver cómo seremos tomados. Esforcémonos aún otro poco para traer leña para los cues. Acabó Zuanagua su plática y habían muchos pareceres entre ellos, contando sus fábulas según lo que sentía cada uno y estaban todos con miedo de los españoles. |