Cómo volvieron los nauatlatos
que habían ido a México
y las nuevas que trujeron
y cómo murió luego Zuangua
de las viruelas y sarampión

[f. 42] Pues vinieron los que habían enviado a México y fueron delante el cazonci y mostráronle otro presente que le enviaba Montezuma, de mantas ricas y mástiles y espejos. Y saludáronle y díjoles:

—Seáis bienvenidos, ya os he tornado a ver. Muchos tiempos ha que los viejos, nuestros antepasados, fueron otra vez a México. Pues decid, ¿cómo os ha ido?

Respondieron los mensajeros:

—Señor, llegamos a México y entramos de noche y lleváronos en una canoa, y estábamos ya desatinados que no sabíamos por dónde íbamos, y saliónos a recibir Montezuma. Y mostrámosle el presente que le enviabas.

Díjoles el cazonci:

—Pues, ¿qué os dijo a la despedida?

Dijeron ellos:

—Señor, después que le dijimos lo que nos mandaste, que fuésemos con sus mensajeros y que habías enviado tu gente a cuatro partes, que veníamos nosotros delante mientras venía la gente de la guerra, dijímosle que veníamos a ver qué gente es ésta que es venida, por certificarse mejor. Díjonos: Seáis bienvenidos, descansad, mirad aquella sierra, detrás de ella están estas gentes que han venido, en Taxcala.

Y lleváronos en unas canoas y tomamos puerto en Tezcuco y subimos encima un monte y desde allí nos mostraron un campo largo y llano donde estaban y dijéronos:

—Vosotros, los de Michoacán, por allí vendréis y nosotros iremos por otra parte y así los mataremos a todos, ¿por qué no los mataremos? Porque oímos de vosotros los de Michoacán que sois grandes flecheros, tenemos confianza en vuestros arcos y flechas. Mirad que ya los habéis visto, llevad estas nuevas a vuestro señor y decidle que le rogamos mucho que no quiebre nuestras palabras, que crea esto que le decimos: Que tenemos de nuestros dioses que nos han dicho que nunca se ha de destruir México ni nos han de quemar las casas. Dos reinos son nombrados, México y Michoacán. Mirad que hay mucho trabajo.

Dijímosles:

—Pues tornemos a México.

Y tornamos y saliéronos a recibir los señores y despedímonos de Montezuma y díjonos:

—Tornaos a Michoacán que ya vinisteis y habéis visto la tierra, no nos volvamos atrás de la guerra que les queremos dar, haga esto que le rogamos vuestro señor. ¿Qué ha de ser de nosotros si no venís?, ¿habemos, por ventura, de ser esclavos?, ¿cómo, han de llegar allá a Michoacán? Aquí muramos todos, primero nosotros y vosotros, y no vayan a vuestra tierra. Esto es lo que le diréis a vuestro señor: Vengan que aquí hay [f. 42v] mucha comida para que tenga fuerza la gente para la guerra, no tengas lástima de la gente, muramos presto y tengamos nuestro estrado de la gente que morirá, si no saliéremos con la nuestra, si los cobardes y para poco de nuestros dioses no nos favorecieren, que mucho tiempo ha que le habían dicho a nuestro dios que ninguno le destruiría su reino y no habemos oído más reinos de éste y Michoacán. Pues tornaos.

Y así nos partimos y salieron con nosotros a despedirnos. Éstas son las nuevas que te traemos.

Díjoles el cazonci Zuangua:

—Bien seáis venidos, ya yo os [he] tomado a ver. Mucho ha que fueron otra vez los viejos, nuestros antepasados a México, no sé por qué fueron, mas ahora gran cosa es por la que fuisteis. Y lo que vinieron a decir las mexicanos cosa trabajosa es. Seáis bienvenidos. ¿A qué habemos de ir a México? ¡Muera cada uno de nosotros por su parte! No sabemos lo que dirán después de nosotros y quizá nos venderán a esas gentes que vienen y nos harán matar. ¡Haya aquí otra conquista por sí, vengan todos a nosotros con sus capitanías! Mátenlos a los mexicanos que muchos días ha que viven mal, que no traen leña para los cues, mas oímos que con solos los cantares honran a sus dioses, ¿qué aprovecha los cantares solos?, ¿cómo, los dioses los han de favorecer con solos los cantares? Pues aquí trabajemos más, ¿cómo, no suelen mudar el propósito los dioses? Esforcémonos un poco más en traer leña para los cues, quizá nos perdonarán. ¡Cómo se han ensañado los dioses del cielo! ¿Cómo habían de venir sin propósito? Algún dios los envió y por eso vienen. Pues conozca la gente sus pecados, represéntenseles a la memoria, aunque me echen a mí la culpa de los pecados, a mí que soy el rey. No quieren recibir la gente común mis palabras, que les digo que traigan leña para los cues. Pierden mis palabras y quiebran la cuenta de la gente de guerra, ¿cómo no se ha de ensañar nuestro dios Curicaueri, y la diosa Xaratanga? ¿cómo, no tiene hijos Curicaueri? ¿y Xaratanga no ha parido ninguno? Teniendo hijos, ¿cómo no se han de quejar a la madre Cuerauaperi? Yo amonestaré a la gente que se esfuerce un poco más porque no nos perdonarán si habemos faltado en algo.

Respondieron los señores:

—Bien has dicho, señor, esto mismo diremos a la gente, lo que tú mandas.

Y fueron- [f. 43]se a sus casas y no supo más. Y vino luego una pestilencia de viruelas y cámaras de sangre por toda la provincia y murieron todos los obispos de los cues y todos los señores y el cazonci viejo Zuangua murió de las viruelas. Y quedaron sus hijos Tangaxoan, por otro nombre Zinzicha, que era el mayor, Tirimarasco, Hazinche, Cuyni.

Vinieron, pues, otra vez otros diez mexicanos a pedir socorro y llegaron a la sazón que toda la gente lloraba por la muerte del cazonci viejo e hicieron saber a Zinzicha, hijo mayor del cazonci muerto, la venida de aquellos mexicanos. Dijo:

—Llevadlos a las casas del pobre de mi padre.

Lleváronlos y dijéronles:

—Seáis bienvenidos. No está aquí el cazonci, que es ido a holgarse.

Envió el hijo del cazonci a llamar los señores y dijo:

—¿Qué haremos a esto que vienen los mexicanos? No sabemos qué es el mensaje que traen, vayan tras mi padre a decirlo allá a donde va, al infierno. Decídselo que se aparejen; que se paren fuertes, que esta costumbre hay.

E hiciéronlo saber a los mexicanos y dijeron:

—Baste que lo ha mandado el señor, ciertamente que habemos de ir. Nosotros tenemos la culpa. ¡Ea, presto mándelo, no hay donde nos vamos, nosotros mismos nos venimos a la muerte!

Y compusiéronlos como solían componer los cautivos y sacrificáronlos en el cu de Curicaueri y de Xaratanga, diciendo que iban con su mensaje al cazonci muerto. Decían que les trajeron armas de las que tomaron a los españoles y ofreciéronlas en sus cues a sus dioses.