Cómo alzaron otro rey
y vinieron tres españoles
a Michoacán y cómo
los recibieron

[f. 43v] Pues entraron en consulta los viejos que habían quedado de las enfermedades, sobre alzar otro señor y dijéronle a Zinzicha:

—Señor, sé rey, ¿cómo ha de quedar esta casa desierta y anublada? Mira que daremos pena a nuestro dios Curicaueri. Algunos días haz traer leña para los cues.

Respondió Zinzicha:

—No digáis esto, viejos. Sean mis hermanos menores y yo seré como padre de ellos; o séalo el señor de Coyoacán llamado Paquingata.

Dijéronle:

—¿Qué dices, señor? ¡Ser tienes señor! ¿Quieres que te quiten el señorío tus hermanos menores? ¡Tú eres el mayor!

—Dijo el cazonci, después de importunado:

—Sea como decís, viejos, yo os quiero obedecer. Quizá no lo haré bien, ruegoos que no me hagáis mal, mas mansamente apartadme del señorío. Mirad que no habemos de estar callando, oíd lo que dicen de la gente que viene que no sabemos qué gente es, quizá no serán muchos días los que tengo de tener este cargo.

Y así quedó por señor. Y sus hermanos, mandólos matar el cazonci nuevo por inducimiento de un principal llamado Timas, que decía al cazonci que se echaban con sus mujeres y que le querían quitar el señorío. Y quedó solo sin tener hermanos y después lloraba que habían muerto sus hermanos y echaba la culpa aquel principal llamado Timas.

Y vino nueva que había venido un español y que había llegado a Taximaroa en un caballo blanco, y era la fiesta de Purecoraqua —a veinte y tres de febrero— y estuvo dos días en Taximaroa y tornóse a México.

Desde a poco vinieron tres españoles con sus caballos y llegaron a la ciudad de Michoacán, donde estaba el cazonci. Y recibiólos muy bien y diéronles de comer y envió el cazonci toda su gente, entiznados, a caza, muy gran número de gente, por poner miedo a los españoles y con muchos arcos y flechas y tomaron muchos venados y presentáronles cinco venados a los españoles y ellos le dieron al cazonci plumajes verdes y a los señores.

Y el cazonci hizo componer los españoles, como componían ellos sus dioses: con unas guirnaldas de oro y pusiéronles rodelas de oro al cuello y a cada uno le pusieron su ofrenda de vino delante, en unas tazas grandes, y ofrendas de pan de bledos y frutas. Decía el cazonci:

—Estos son dioses del cielo.

Y dióles el cazonci mantas y cada uno dio una rodela de oro. Y dijeron los españoles al cazonci que querían rescatar con los mercaderes, que traían plumajes y otras cosas de México, y díjoles el cazonci que fuesen y por otra parte mandó que ningún mercader ni otro señor comprase aquellos plumajes y compráronlos todos los sacristanes y guardas de los dioses, con las mantas que tenían los dioses diputadas para [f. 44] comprar sus atavíos. Y compraron todo lo que los españoles les traían. Y dieron al cazonci diez puercos y un perro y dijéronle que aquel perro sería para guardar su mujer. Y liaron sus cargas. Dioles el cazonci mantas y jicales y cotaras de cuero y tornáronse a México. Y como viese el cazonci aquellos puercos, dijo:

—¿Qué cosa son éstos?, ¿son ratones que trae esta gente?

Y tomólo por agüero y mandólos matar y al perro. Y arrastráronlos y echáronlos por los herbazales. Y los españoles, antes que se fuesen, llevaron dos indias consigo, que le pidieron al cazonci de sus parientas, y por el camino juntábanse con ellas y llamaban los indios que iban con ellos a los españoles, tarascue, que quiere decir en su lengua yernos. Y de allí ellos después empezáronles a poner este nombre a los indios y en lugar de llamarlos tarascue, llamáronlos tarascos, el cual nombre tienen ahora y las mujeres tarascas. Y córrense mucho de estos nombres, dicen que de allí les vino, de aquellas mujeres primeras que llevaron los españoles a México, cuando nuevamente vinieron a esta provincia.

Tornaron a entrar en su consulta el cazonci con sus viejos y señores y díjoles:

—¿Qué haremos? Ya parece que viene esta gente.

Dijeron sus viejos:

—Señor, ya vienen, ¿habémonos de deshacer?, ¿dónde habemos de ir? Ya habemos sino [sic] vistos y hallados!

Díjoles el cazonci:

—Sea así, viejos, como lo quieren los dioses. Bien lo supo mi padre y aunque el pobre fuera vivo, ¿qué había de decir el pobre?

Dijéronle los viejos:

—Así es señor, como dices, ¿qué habíamos de hacer cuando vinieran las nuevas que vienen? ¡Veremos a ver qué dicen! ¡Esfuérzate, señor, si vinieren otra vez!

Vinieron, pues, otros cuatro españoles. Y estuvieron dos días en la ciudad y pidieron veinte principales al cazonci y mucha gente y dióselos. Y partiéronse con la gente a Colima y llegaron a un pueblo llamado Haczquaran, y quedáronse allí y enviaron los principales y gente delante para que viniesen de paz los señores de Colima, donde quedaban los españoles. Y sacrificáronlos allá a todos que no volvió ninguno, y los españoles desconfiados de su venida y de esperar los mensajeros, se volvieron a la ciudad de Michoacán y estuvieron dos días y tornáronse a México.