Cómo oyeron decir
de la venida de los españoles
y cómo mandó hacer gente
de guerra el
cazonci y cómo
fue tomado don Pedro, que la iba
a hacer a
Taximaroa

[f 44v] Pues, vinieron las nuevas al cazonci cómo los españoles habían llegado a Taximaroa, y cada día le venían mensajeros que venían doscientos españoles. Y era por la fiesta de Cabera Consquaro¹ —a diez y siete de julio, cuando llueve mucho en esta tierra— y venía por capitán un caballero llamado Cristóbal de Olí. Sabiendo su venida el cazonci, como venía de guerra, temió que le habían de matar a él y a toda su gente y juntó los viejos y los señores y díjoles:

—¿Qué haremos?

Y estaban allí estos señores: Timas que le llamaba tío el cazonci, que tenía mucho mando y no era su tío; y otro llamado Ecango otro Quezequapare y Tashauaco, por otro nombre llamado Uizizilzi, y Cuiniarangari, don Pedro, que eran hermanos él y Tashauaco, y otros señores. Y díjoles:

—¿Qué haremos? Decid cada uno vuestro parecer. ¿De quién habemos de tomar consejo? ¿De otros?

Dijeron ellos:

—¡Determínalo tú, señor, que eres rey, ¿qué habemos de decir nosotros? ¡Tú solo lo has de determinar!

Díjoles el cazonci:

—Vayan correos por toda la provincia y lléguese aquí toda la gente de guerra y muramos, que ya son muertos todos los mexicanos y ahora vienen a nosotros. ¿Para qué son los chichimecas y toda la gente de la provincia? ¡Que no hay falta de gente! Aquí están los matalzingas y otomíes y uetama y cuytlatecas y escomaecha y chichimecas, que todos éstos acrecientan las flechas a nuestro dios Curicaueri, ¿para qué están ahí sino para esto? ¡Aparéjese a sufrir el cacique, señor de todos los pueblos que se apartare de mí y se rebelare!

Y fueron los correos por toda la provincia, y señores y sacerdotes, a hacer gente. Y llamó el cazonci a don Pedro, que su padre había sido sacerdote, y díjole:

—Ven acá que yo te tengo por hermano. ¿En quién tengo de tener confianza, que ya son muertos los viejos mis parientes? Ya van camino, ya irán lejos e iremos tras ellos. ¡Muramos todos de presto y llevemos nuestros estrados de la gente común! Ve a hacer gente de guerra a Taximaroa y a otros pueblos.

Respondióle don Pedro:

—Señor, así será, como dices. No quebrantaremos nada de lo que mandas, pues que lo has mandado. No quebraremos nada de tus palabras. Yo iré, señor.

Y partióse don Pedro, que es ahora gobernador, con otro principal llamado Muzundira y en día y medio llegó a Taximaroa desde la ciudad, que son diez y ocho leguas. Y juntóse toda la gente de Ucareo y Acambaro y Araro y Tuzantlan, y estaban todos en el monte con [f.45] sus arcos y flechas. Y topó don Pedro en el camino un principal llamado Quezequapare, que venía de Taximaroa donde estaban los españoles, todo espantado, y saludóle y díjole:

—Señor, seas bienvenido.

Y no le respondió aquel principal. Después díjole:

—Pues, ¿qué hay? Díjole don Pedro:

—Envíame el cazonci a hacer gente, y otros principales han ido por toda la provincia a hacer gente de guerra y envióme a estos pueblos: a Taximaroa y a Ucareo y a Tacambaro [sic] y a Araro y a Tuzantlan. A esto vengo.

Díjole aquel principal:

—Ve, si quisieres, yo no quiero hablar nada. Ya son muertos todos los de Taximaroa.

Y despidiéronse. Y llegó a Taximaroa don Pedro y no halló gente en el pueblo, que todos se habían huido. Y fue preso de los españoles y mexicanos, por la tarde. Y luego por la mañana lo llevaron delante el capitán Cristóbal de Olí e hizo llamar un nauatlato o intérprete de la lengua de Michoacán. Y vino el intérprete llamado Xanaqua, que era de los suyos y había sido cautivado de los de México y sabía la lengua mexicana y la suya de Michoacán y venía por intérprete de los españoles. Y preguntóle Cristóbal de Oíl:

—¿De dónde vienes?

Díjole don Pedro:

—El cazonci me envía.

Díjole Cristóbal de Olí:

—¿Qué te dijo?

Díjole don Pedro:

—Llamóme y díjome: ve a recibir los dioses (que así llamaban entonces los españoles) a ver si es verdad que vienen, quizá es mentira, quizá no llegaron sino hasta el río y se tomaron por el tiempo que hace de aguas. Velo a ver y házmelo saber y si son venidos que se vengan de largo hasta la ciudad. Esto es lo que me dijo.

Díjole Cristóbal de Olí:

—Mientes en esto que has dicho, no es así mas queréisnos matar. Ya os habéis juntado todos para darnos guerra. Vengan presto si nos han de matar o quizá yo los mataré a ellos con mi gente. —Que traía mucha gente de México.

Díjole don Pedro:

—No es así, ¿por qué no te lo dijera yo?

Díjole Cristóbal de Olí:

—Bien está, si es así como dices tórnate a la ciudad y venga el cazonci con algún presente y sálgame a recibir en un lugar llamado Quangaceo, que está cerca de Matalzingo. Y traiga mantas de las ricas, de las que se llaman casangari y curice y zizupu y echere atacata y otras mantas delgadas, y gallinas y huevos; y pescado de lo que se llama: cuerepu y acumarani y urapeti y thiru; y patos. Tráigalo todo aquel dicho lugar, no deje de cumplirlo y no quebre mis palabras.

Díjole don Pedro:

—Bien está, yo se lo quiero ir a decir.

Y ahorcaron dos indios de México porque habían quemado unas cercas de leña que tenían en los cues de [f 45v] Taximaroa. Y díjole Cristóbal de Olí:

—Di al cazonci que no haya miedo, que no le haremos mal.

Y fuéronse a oír misa los españoles y estaba allí don Pedro, y como vio al sacerdote con el cáliz y que decía las palabras, decía entre sí:

—Esta gente todos deben ser médicos, como nuestros médicos, que miran en el agua lo que ha de ser y allí saben que les queremos dar guerra.

Y empezó a temer. Acabada la misa hizo llamar Cristóbal de Olí cinco mexicanos y cinco otomíes y díjoles que fuesen con don Pedro a Michoacán y dijo aquel intérprete que traían los españoles llamado Xanaqua a don Pedro, a la partida:

—Ve, señor, en buena hora y di al cazonci que no dé guerra que son muy liberales los españoles y no hacen mal y que haga llevar el oro que tiene, huyendo, y plata y mantas y maíz que, ¿cómo se lo ha de quitar a los españoles después que lo vean? Que de esta manera hicieron allá en México, que lo escondieron todo.

Díjole don Pedro:

—Basta lo que has dicho, muy liberalmente lo dices en lo que me has dicho. Yo lo diré así al cazon [sic].

Y partióse con aquellos mexicanos y otomíes y llegaron con él hasta un lugar llamado Uzumao, obra de tres leguas antes de Matlazingo, y díjoles:

—Quedaos aquí y yo me iré delante.

Y hacíalo porque no viesen la gente de guerra. Y vínose adelante, de prisa, y halló ocho mil hombres de guerra en un pueblo llamado Yndeparapeo. Y venía un capitán con ellos llamado Xamando y díjoles don Pedro:

—Dividíos e íos de aquí que no vienen enojados los españoles mas vienen alegres, que el cazonci ha de venir a recibirlos a Quangaceo, que así me lo dijeron que se lo dijese y a esto vengo. Íos a vuestras casas.

Y despidióse de aquella gente y vino más adelante a un lugar llamado Hetuquaro, unos cues que están en el camino viejo de México, y halló también allí otros ocho mil hombres en una celada y díjoles:

—Levantaos, dividíos, que yo vengo.

Díjole el capitán:

—¿Por qué nos habemos de ir?, ¿qué es lo que quieren los españoles?, ¿qué dicen?

Díjole don Pedro:

—No vienen enojados, mas alegres, y el cazonci ha de salir a recibirlos a un lugar llamado Quangaceo.

Y díjole el capitán:

—Pues, ¿por qué nos metió miedo a todos Quezequapare, que vino delante y dijo que habían muerto todos los de Taximaroa?

Díjole don Pedro:

—No lo sé, no me quiso hablar cuando lo topé. Y el capitán que estaba con aquella gente se llamaba Tasbauaco, por otro nombre Huizizilzi, hermano mayor de este don Pedro y díjole:

—Aguija, hermano, que damos mucha pena al cazonci, que no está esperando sino las nuevas que tú le trujeres. Yo en amaneciendo me voy a la ciudad con la gente.

¹Puede referirse a Charo, que era población matlacinca, cfr. Basalenque, fray Diego de, Historia de la provincia de San Nicolás Tolentino de Michoacán.