Ordoño, sobrino del Cid, socorre a sus primas
Al cielo piden justicia
de los condes de Carrión
ambas las hijas del Cid,
doña Elvira y doña Sol.
A sendos robles atadas
dan gritos que es compasión,
y no las responde nadie,
sino el eco de su voz.
A los lamentos que hacen,
por allí pasó un pastor,
por donde no puso el pie
cosa humana, si ahora no;
danle voces que se acerque,
y él no osaba de pavor:
¡Pastor, por Dios te rogamos
que hayas de nós compasión!
¡Así tus ganados vayan
siempre de bien en mejor,
tus tiernos hijuelos veas
criados en bendición,
que desates nuestras manos,
pues que las tuyas no son,
como las que nos ataron,
de malicia y traición!
Estando en estas palabras,
el buen Ordoño llegó,
en hábito de romero,
según el Cid le ordenó.
Prestamente las desata,
disimulando el dolor;
ellas que lo conocieron,
juntas lo abrazan las dos;
a la una dio su manto
y a la otra su ropón.
Llorando les dice: ¡Primas,
secretos del cielo son!
No tuvo la culpa el Cid,
que el rey fue quien os casó;
mas buen padre tenéis, primas,
que vuelva por vueso honor.
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