Tauromaquia o arte de torear
Pepe Hilo

 

En que se trata el toreo a pie


Capítulo Primero

TODA SUERTE EN EL TOREO TIENE SUS
REGLAS FIJAS QUE JAMÁS FALTAN

Este capítulo ocupa sin duda el primer lugar en esta obra; y para su perfecta inteligencia, es necesario que se hable de cada suerte en particular, con respecto a la calidad del toro con quien ha de ejecutarse; y es del modo siguiente.

Suerte de frente o a la verónica


Ésta es la que se hace de cara al toro, situándose el diestro en la rectitud de su terreno. Es la más lucida y segura que se ejecuta; y sus reglas son a proporción de los toros. El franco, boyante, sencillo o claro, que todo es uno, se debe dejar venir por su terreno, y cuando llegue a jurisdicción cargarle la suerte y sacarla, y hasta este acto, parará el diestro los pies, para lograr echarle cuantas suertes quiera, procurando siempre que quede la res derecha y no atravesada.

Si estos toros tienen muchas piernas, deberá el diestro situarse a bastante distancia para citarlo a la suerte, porque siempre pueden rematarla; pero si carecen de ellas se han de citar sobre corto, de forma que rematen y hagan suerte; y si no, sucede muy de continuo que se quedan por falta de piernas antes de llegar al engaño o en el centro y entonces puede peligrar el diestro.

Toro que se ciñe


Cuando el toro se ciñe, se llamará de frente de este modo. Tomará el diestro la rectitud de su terreno, ya lejos o ya cerca, conforme a las piernas que le advierta al toro; y luego que le parta le empezará a cargar, y tender la suerte: con cuyo quiebro el toro se va desviando del terreno del diestro, y cuando llega a jurisdicción ocupa el de afuera, y puede dársele un remate seguro. Pero tendrá especial cuidado el diestro en no sacar, ni tirar de la capa hasta que el toro esté bien humillado en el centro de la suerte; de forma que al tirar los brazos sea en el instante mismo en que el toro acaba de humillar para tirar la cabezada; que es lo que vulgarmente llaman hartar los toros de capa.

Toro que gana terreno



Estos toros, que ganan en la suerte el terreno que ocupa el diestro en mucha o poca cantidad, son difíciles de llamar, pero no obstante tiene su suerte segura. Se reduce a que el diestro, luego que se sitúe con la capa (guardando la distinción de si tiene o no piernas, para acercarse o alejarse como queda dicho) y vea que el toro parte, haga el quiebro, que para el que se ciñe queda prevenido, pero si se ve que no cede, y se le cuela, mejora prontamente de terreno, dándole lugar a ello; y si no, le dará al toro las tablas, echándose él a la plaza: que es lo que se llama cambiar los terrenos.

Toro de sentido



De éstos hay dos clases: una, de aquellos que atienden a todo objeto, sin contraerse especialmente al que los cita y llama, pero que en las suertes son claros. Y otra, de los que no obedecen al engaño: y aunque acaso lo tomen rematan siempre en el bulto, tengan o no piernas: o ya se les esté sobre corto o largo. Para llamar los primeros se procurará que no vea más objeto que el diestro; y de esta forma se evita el peligro de que partan con desproporción. Y los segundos, deberán llamarse bajo las reglas que el toro que gana terreno; pero haciéndoles siempre el cambio, porque nunca dan lugar a la mejora del sitio.

Estos toros son los más difíciles de llamar, y los que han dado más cogidas, porque sus remates tiran desde luego al bulto, y lo cogen en embroque sobre corto; y cuando esto suceda procure el diestro cubrir la cabeza y ojos del toro con el engaño, y salirse con pies por donde pueda, que es la única defensa que hay en semejante peligro.


Toro revoltoso



Es aquel, que aunque franco, y que se va con el engaño por el terreno de afuera precipitadamente, al darles remate vuelven sobre él, sosteniéndose con firmeza sobre las piernas. Para llamarlos se observarán las reglas, que para los toros boyantes quedan prescriptas, y además la de levantar mucho más el engaño, para que tales toros rematen fuera, y den de esta forma más lugar para recibirlos después. Esta clase de toros es la más frecuente, son los que más divierten y llenan el gusto de los espectadores, y la satisfacción de los que los sortean con conocimiento; pero para los que no lo tienen son los más expuestos, y particularmente en el principio, que con más facilidad se vuelven sobre las piernas.

Toro abanto o temeroso




Se llama aquel que ya parta de lejos o cerca, antes de entrar en la jurisdicción del engaño se vacía, y escupe fuera. También suele pasarse al terreno contrario, y aún entrarse por el que ocupa el diestro. Y así para evitar estas contingencias, que nacen del miedo que lleva la res, se le deberá siempre llamar, y sortear por las reglas, y suertes, que al toro que gana terreno; y de esta forma, si entra ganando el suyo al diestro, fácilmente se mejora y si se le cuela adentro le da las tablas, y se echa él a la plaza. Estos toros temerosos suelen también partir con prontitud; pero así que llegan a jurisdicción se quedan cirniéndose en el engaño, y si el diestro tira de él, o se mueve del terreno, con facilidad le dan una cogida; y para evitarla procurará aquel no mover los pies, y los citará hacia el terreno de afuera, y si así le parten los llevará bien metidos en el engaño con bastante quiebro de cuerpo, hasta darles el remate fuera. También se torean de otro modo, y es que el diestro recoja, y reúna al cuerpo todo el engaño, y se vaya derecho al toro, parando los pies hasta que en la partida que le haga lleguen a jurisdicción, y entonces tirará de pronto la capa, obligando al toro a que la tome, lo que ejecutará siempre por no quedarle otro arbitrio; y con esto se consiguen dos cosas: una, que el toro no varíe en los terrenos, y otra, que se desengañe, y después siga partiendo con proporción.

 

Toro bravucón

 


Se llama así aquel que salió manso, y después embiste alguna cosa, o el que desde luego parte poco. Estos toros se burlan con facilidad; pero para sortearlos será muy bueno prevenirles siempre el terreno de afuera; lo uno, porque estando ya en el engaño suelen rebrincarse, y si el diestro ocupa todavía su terreno, podrá darle una cogida; y lo otro, porque muchas veces se quedan en el centro sin hacer suerte: bien que en este último caso será más oportuno que el diestro forme nueva suerte adelantando el terreno.

 

Suerte de recorte

 


Llámase así la que hace el diestro cuando cita al toro a distancia proporcionada, y saliendo en frente de su cabeza, forma con él una especie de semicírculo, a cuyo remate se reúne con el toro en un mismo centro, donde le da un quiebro de cuerpo, saliendo cada cual con distinto viaje. Esta suerte se hace de dos modos, o con el cuerpo solo, o con una capa terciada por debajo del brazo; o recibiendo al toro con la misma capa suelta por detrás, al tiempo del quiebro, haciéndole una gallada. Ambos recortes son muy lucidos: y aunque el primero es difícil de repetirse, no así el segundo, por el mayor desvío que se la da al toro del bulto con el galleo. Pero en su repetición tendrá cuidado el diestro en no atravesarse con el toro, procurando ocuparle su terreno recto para recibirlo en la gallada; y de lo contrario como que el toro llega atravesado ha de rematar sobre el mismo terreno que debe ocupar el diestro al hacer la suerte, precisamente lo ha de coger en el embroque sobre corto, si no se escapa por pies, que es el único remedio que hay.

Esta clase de suerte, ya sea de cuerpo o galleo, se ejecutará sólo con las reses sencillas, y boyantes aunque tengan muchas piernas, pero se omitirá para con las que se ciñen, ganan terreno, y rematan en el bulto. Y con las revoltosas sólo la ejecutarán los que sean muy ligeros en los centros; porque como ellas tienen tanto celo por el engaño, y se sostienen de firme sobre las piernas, no dan lugar a que se mejore el diestro, y sólo con su agilidad natural puede sostener los galleos.

 

Suerte de frente por detrás

 


Esta suerte es aquella que hace el diestro situándose de espaldas en la rectitud del terreno que ocupa el toro, teniendo la capa puesta por detrás al modo que de frente; y luego que aquél le parte le carga la suerte, dando el remate con una vuelta de espaldas, y formando un medio círculo con los pies: con lo que deja al toro proporcionado para segunda suerte. Soy el inventor de ella, y la he ejecutado siempre con fortuna; bien es verdad que sólo la he hecho a las reses boyantes cuando tienen piernas, para rematarla bien; y en otras circunstancias, no aconsejo a ninguno que la ejecute.

 

Suerte a la navarra

 


Ésta se hace situándose el diestro en la rectitud del terreno que ocupa el toro: y luego que embiste le va tendiendo la suerte, y cuando ya entra en jurisdicción, y está bien humillado, le arranca la capa por bajo, y con ella da una vuelta sobre los pies, volviendo a quedar de cara con el toro. Esta suerte deberá ejecutarse sólo con los toros boyantes, y cuando todavía tengan piernas; pues en otras circunstancias es muy peligrosa.

 

Suerte a lo chatre

 


Ésta es también de frente, y se hace con los brazos cruzados, que es en lo que consiste la diferencia. Sus reglas son las mismas que he propuesto para aquélla, pero advierto que ésta no se haga sino a toros boyantes y claros: lo uno, porque como los brazos están cruzados no se puede ni tender las suertes, ni dar los remates fuera: y lo otro, porque no habiendo libertad en los brazos es imposible despedir los toros que se ciñen, ganan terreno y rematan en el bulto.

 

Suerte de banderillas

 

Ésta es una de las suertes de más mérito que se hacen a los toros, y mayormente en el día que se ponen a pares. Sus reglas guardan proporción con la clase que hay de ellos. El claro y sencillo se banderilleará a cuarteo, situándose el diestro delante del toro a corta o larga distancia, ya esté parado, o venga levantado; y citándole a que le embista, luego que le arranca, sale formando con él un cuarteo a manera del de los recortes, con la distinción que cuando llega al centro de los quiebros, y el toro humilla, se cuadra con él, y le mete los brazos, para ponerle las banderillas en el cerviguillo hasta los rubios.

Las banderillas a media vuelta se ponen de dos modos: o situándose el diestro tras del toro, o saliendo algo largo por detrás. Del primer modo, lo ha de citar, y luego que se vuelva (que es siempre humillado para tirar la cabezada por lo cerca que ve el bulto) se cuadra con él, y le mete los brazos. Y del segundo, luego que sale con pies cuando llega al centro lo cita, y al acudir el toro (que es por el mismo orden que queda dicho) hace igual diligencia para ponerle las banderillas. Esta suerte a media vuelta es más fácil que la del cuarteo; pero con todo en el primer modo hay este peligro. Cita el diestro al toro por detrás a la mano derecha, y él acude a la izquierda con prontitud; entonces como que están sobre corto, y casi en el centro, recibe precisamente el diestro un embroque de cara, y en esta cogida indispensable no tiene otro remedio que dejarse caer de espaldas, y meter las banderillas al toro por el hocico o cara para que rebrinque por encima de él. Y para evitar este embroque tan peligroso, aconsejo al que haga semejante suerte que luego que se sitúe por detrás en el terreno del toro, y lo cite para la vuelta, no salga en manera alguna hasta que no observe por qué lado se vuelven. Cuando el toro es de los de sentido, que rematan en el bulto, es difícil banderillearlo, ya sea a cuarteo, o a media vuelta: lo uno, porque estos toros cuando arrancan cortan el terreno, de forma que no dejan pasar al diestro; y lo otro, porque aunque lleguen en suerte al centro de los quiebros se tapan sin humillar, quedándose sobre las manos, y sin tomar salida. Y también sucede con ellos que luego que los citan, y parten antes de llegar al centro se quedan sostenidos sobre las mismas manos, observando el viaje del diestro.

El toro que se ciñe, y gana terreno cuando todavía tiene piernas puede muy bien banderillearse de cuarteo, saliendo a él el diestro con la delantera de dos o tres cuerpos de perfil, o más, que gradúe precisos para poder pasar: y luego que llegue a meter los brazos en la humillación ponga o no las banderillas, sin pararse un punto se desviará del centro; y es la razón por que el cuarteo que se les da a semejantes toros, por lo regular es imperfecto; porque como vienen ceñidos, o ganando terreno, padecen muy poco en el centro de los quiebros: y así están más aptos y prontos para seguir desde luego al torero. Y cuando dichos toros van con el viaje a sus querencias de ningún modo se citarán a cuarteo, pues por más cuerpos de perfil que se tomen no han de dejar pasar al diestro. Y por último, la suerte de banderillas a media vuelta sea de cualquiera de los dos modos propuestos es muy fácil para con estos toros.

Los celosos son a propósito para las banderillas de cuarteo; pero luego que el diestro meta los brazos con ellas, procurará salir con pies; porque aunque no corte, ni pise en el terreno, y haga por consiguiente buena suerte, padeciendo en ella un quiebro total, como que son celosos por el objeto que se les acerca, luego que se enmiendan salen buscando el bulto con todas sus piernas: y si el diestro se ha parado, o tardado en salir, pueden alcanzarlo y cogerlo.

 

Suerte de muleta

 


La muleta se hace tomando un palo ligero de dos cuartas y media de largo, que tenga un gancho romo en uno de sus extremos, y en el se mete un capotillo por medio de la junta del cuello, y las dos orillas se juntan en el otro extremo del palo, y dándole algunas vueltas en él queda formada la muleta, que toma el diestro por dicho extremo con la mano izquierda. Para la suerte la pone al lado del cuerpo, y siempre cuadrada: y situado en el terreno del toro lo invita a partir, y lo recibe en dicha muleta al modo de la suerte de capa al pase regular.

El de pecho es el que se hace estando en la suerte derecha, que es con la que se da la estocada; y como que aquí el brazo que la hace, lejos de alargarse del cuerpo, como en el pase regular, cada vez se va acortando más, es necesario que se reciba al toro bien en el engaño, y que pase humillado con él por el terreno del diestro, quien no rematará nunca la suerte hasta que el toro engendre la cabezada; y al punto dará uno o más pasos de espaldas, para ocupar el centro que aquél deja.

Son muy pocos los que ejecutan bien esta clase de suerte, y yo siempre la he tenido por fácil y segura, y mayormente si se hace enseguida del pase regular. Y el recibir desde luego al toro al pase del pecho, es a la verdad una suerte de mucho mérito por lo que tiene de peligrosa, pero como el diestro lo deje llegar bien y pare los pies, está tan seguro como con la capa.

La suerte de muleta es muy fácil, y lucida con los toros boyantes, con los celosos y aún con los que se ciñen, haciéndoles el quiebro que con la capa; pero muy expuesta con los que ganan terreno, y rematan en el bulto; pues como la muleta está sólo en una mano, y se desvía tanto del cuerpo, se cuelan estos toros, y cuando no arrollan en la suerte al diestro lo embrocan por la espalda, y es necesario que salga con pies para librarse. Y para evitar semejante peligro cuando el diestro se ponga a citar al toro al pase regular, deberá otro torero ponerse al lado de la plaza con un capotillo, y cuando parta se lo echará a la cabeza, para que poniendo la atención en ambos engaños se evite la colada.

Y aunque también al pase de pecho haya peligro con estos toros, no es sin duda tanto. Muchos creerán que esto no sea cierto, pues ven que en el pase regular se usa la muleta con más agilidad, se despega más del cuerpo, y éste está más dispuesto para huir: y en el pase de pecho sucede todo lo contrario, pero deberán advertir que las mejores proporciones del pase regular hacen que el diestro se desuna de la muleta, y como el toro busca el bulto, y lo advierta dentro, corta el terreno para acudir a él; y de esto resulta el colarse tanto; pero en el pase de pecho como el diestro reúne cada vez más la muleta con su cuerpo, ve el toro un único y solo objeto en el que solamente pone su conato, y con poco quiebro que se haga, y dos o tres pasos que se den al remate de las suertes, puede hacerse felizmente. No digo por esto que sea siempre segura, pero sí afirmo que lo es más que la del pase regular.

 

Suerte de muerte

 

Llegamos ya a la suerte de más mérito y más lucida, a la más difícil, y a la que llena más cumplidamente el gusto y la satisfacción de los espectadores.

Sus reglas son muchas y guardan proporción con las clases que hay de toros. Consiste esta suerte en situarse el diestro en la derecha, y metido en el centro del toro con la muleta en la mano izquierda, más o menos recogida, pero siempre baja, y la espada en la otra, cuadrado el cuerpo, y con el brazo reservado para meter a su tiempo la estocada; cita así al toro y, luego que se parte, llega a jurisdicción y humilla, al mismo tiempo que hace en el centro el quiebro de muleta mete la espada al toro, y consigue por este orden dar la estocada dentro, y quedarse fuera al tiempo de la cabezada.

El toro sencillo y claro se mata con mucha facilidad; tenga o no piernas, las cuales no se les quitarán nunca para la muerte, y si se hace, perderá mucho mérito la estocada aunque sea una sola y dada con ley.

Al toro que se ciñe, se le citará con la muleta, y hará la suerte que queda prevenida en su lugar; y para llamarlo a la muerte no se acortará mucho el engaño, y luego que llegue a jurisdicción, y humilde, se le dará la estocada en el tiempo y forma que al toro boyante; pues aunque el que se ciñe es de más cuidado, siendo como es ésta una cualidad propia para la muerte, no debe haber diferencia; y más cuando éste no embroca, que es donde sólo está el peligro. Y así se ve de ordinario que aunque al pase regular se cuelan estos toros, van después a la muerte con la mejor proporción.

Los que ganan terreno y rematan en el bulto, son los más arriesgados para la muerte. A éstos se les debe quitar las piernas cuanto sea posible, y sin pasarlos a la muleta salirles al encuentro para matarlos, de forma que al meter la espada esté el diestro fuera del centro que lleve el toro.

Suelen éstos también usar del ardid de taparse sin humillar a la muerte, y tirando derrotes sobre alto desarman al torero. Éste es el lance más apurado que sucede con los toros, y donde el diestro teme por instantes una cogida, y mayormente si conservan piernas. Si no se les puede salir al encuentro, no hay otro remedio que tentarlos en buenas suertes y siempre con el cuidado de acercarles el engaño y vaciar el cuerpo del centro; y si no quieren de ninguna forma humillar, por último y único refugio elegirá el diestro el irse a estos toros citándolos a la muerte; y de pronto les tirará la muleta al hocico (con cuyo espanto siempre humillan) yéndose al mismo tiempo a volapié sobre ellos, y dándoles las estocadas como mejor se pueda. Y aunque sea casi a media vuelta siempre tiene mérito, pues éste se fija principalmente en sortear y matar al toro del modo que sea posible.

 

Suerte de la estocada de volapié

 

Ésta fue inventada por el famosísimo torero de nuestros días Joaquín Rodríguez, Castillares. Consiste en que el diestro se sitúa a la muerte con el toro, ocupando cumplidamente su terreno, y luego que al cite con la muleta humilla, y se descubre, corre hacia él, poniéndosela en el centro, y dejándose caer sobre el toro mete la espada y sale con pies.

Esta suerte es lucidísima, y con ella se dan las mejores estocadas; y se hace a toda clase de toros como humillen, y se descubran algún poco. Pero no es siempre ocasión de ejecutarla, sino sólo cuando los toros están sin piernas y tardos en embestir.

Hasta aquí he hablado de los toros y reses que guardan en las lidias las aprehensiones con que salieron, pero debo advertir que regularmente se ven en ellos varias transformaciones. Sale un toro valiente y sencillo, pero apenas siente el hierro empieza a taparse: llegan las banderillas, y se maneja como el que gana terreno, y con estas cualidades va a la muerte. Otros que en el principio fueron avantos, o porque cogen un caballo y se consienten, o porque se hacen dueños de un sitio adquieren tal sentido, y aprenden tanto en el corto tiempo de la lidia que o se ciñen, ganan terreno, o rematan en el bulto. Y también sucede que el toro que desde que salió partió ciñéndose, o ganando terreno se haga de las condiciones del boyante y claro con sólo una vara que se le ponga, por ser blando, y dolerse del castigo; y como éste lo reciben acercándose al bulto, temeroso de que no se lo repitan se desvía de él.

Dejo aquí explicadas las mejores suertes y sus reglas, y para su más perfecta inteligencia y ejecución se deberán tener presentes las advertencias que siguen.

 

Advertencia primera

 

Para llamar con más comodidad, lucimiento y seguridad se usará de capotes, que tengan algún peso y suficiente vuelo, pues con éste se despiden, y escupen fuera los toros que se ciñen y ganan terreno. Y en los días de viento, que impida el manejo de estos engaños no se llamará nunca a dichos toros, si no sólo los francos y boyantes; porque éstos como que llegan por el terreno de afuera con facilidad se despiden: y a los otros es necesario cargarles las suertes quebrándoselas al rematar: y esto es impracticable con el viento.

 

Advertencia segunda

 

Para que las suertes de frente sean limpias y lucidas se situará siempre el diestro en la rectitud del terreno del toro, parando bien los pies; y de esta forma, si es franco, a poco trabajo lo echa fuera; si se ciñe con más facilidad se hace el quiebro; y si gana terreno, o remata en el bulto, se le podían dar las tablas con menos riesgos; y todo ello es casi imposible hacerlo bien, y sin peligro, situándose el diestro algo fuera o atravesado.

 

Advertencia tercera

 

Como el arte de torear tiene por fundamentos principales el espíritu y conocimientos, aquellos aficionados y toreros sobresaldrán más, que tengan menos aprehensiones de miedo y conozcan mejor las suertes. Y es constante, que sin valor para ver llegar los toros, no hay ninguno que las ejecute bien. Y así se ve cada día que el torero bueno, por tomar aprehensiones de miedo, pierde el salto en las suertes que ejecutaba bien.

 

Advertencia cuarta

 

Otro constitutivo esencial del toreo es el ver llegar los toros. Consiste en el que llama de frente: verlos entrar a jurisdicción, pasar y rematar; en el que recorta o gallea: mirarles la colada en el centro del cuarteo, y la salida volviendo la cara de un lado a otro. En el que pone banderillas: observarles bien la humillación y quiebro, tanto al meterle los brazos, como cuando se reforman los toros, y le reconocen el viaje. En el que mata: verlos llegar a la espada cuando les da la estocada, y cuando sale.

Y los que huyen, o van a sacar, y trastear los toros, deberán siempre mirarlos; lo uno, para procurar salirse de la cabeza en los embroques sobre largo: y lo otro, para flamearle los engaños, y entretenerlos en la carrera, y no correr con desatino si acaso no lo sigue el toro. Esta cualidad de verlos llegar es tan precisa, que sin ella no se puede acertar suerte alguna; y con ella lleva el diestro la mayor seguridad, y tanto que en los embroques sobre corto se han libertado muchos haciendo un quiebro de cuerpo al tiempo de desarmar el toro, cuya defensa no hubieran usado si no los hubieran visto llegar.

 

Advertencia quinta

 

Si el toro que va a banderillearse es boyante y claro, aunque tenga muchas piernas, se les dejarán, pues no tienen peligro alguno. Pero en los cuarteos en que lleve su viaje a las querencias naturales, se le tomará la delantera que al toro que se ciñe; más a los que ganan terreno y rematan en el bulto se procurará no dejarles piernas, y ya sea con las banderillas, o ya con los capotillos se les llamará de continuo sin darles lugar a que se reparen.

 

Advertencia sexta

 

Las querencias naturales de los toros en la plaza son dos: una, la puerta por donde entran, y otra la corraleja de donde salen. Cuando van a rematar a ellas, son buenas las suertes de capa y muleta, pero malas y encontradas cuando arrancan desde dichas querencias. También toman otras, que llaman casuales, y son ya con otros toros que estén muertos en la plaza, ya con algún sitio particular de ella, y ya finalmente con las tablas. Y es de advertir que estas querencias particulares las prefieren a las naturales; y así para torearlos en ella aunque se eche el cuerpo a la plaza, se procurará siempre dejarles libres en los remates.

 

Advertencia séptima

 

Como que toda clase de suertes se hace por lo regular a los toros cuando embisten levantados o corriendo, es necesario que el diestro use de las reglas muy a tiempo para no peligrar. Y como por la violencia que regularmente interviene, es el acierto tan contingente, de aquí es que es raro el que sea diestro en toda clase de suertes; así se ve por experiencia que unos sobresalen en la capa, otros en recortes, en banderillas otros, y muy pocos en matar. Y es la razón también por que es difícil coger el tranquillo a toda clase de suertes, que penden de reglas tan diversas, y en que unas veces aprovecha la mayor agilidad, y otras es perjudicial, y también suele suceder que los que son diestros en alguna de ellas se atrasen, y pierdan el tanteo (que se llama perder el salto), lo que nace ya de haber llevado alguna cogida, o ya por tomar alguna aprehensión de miedo.

 

Advertencia octava

 

Todos los toros por lo común son claros y sencillos según su naturaleza; y quien principalmente los hace aprender a ceñirse, ganar terreno y rematar en el bulto es la continuación de lidiarlos, o el haberlos antes castigado, o el mismo castigo que sufren en el tiempo de la lidia.

 

Advertencia novena

 

Cuando el diestro está situado delante del toro, ya sea con la capa o muleta para la muerte, y reconoce que derrama la vista por dentro de su terreno, procurará observar al instante qué objeto sea el que le llame la atención, para hacerlo apartar siendo posible, y si no se valdrá de la suerte, pues es una señal segura, que donde el toro pone la vista allí parte, y en igual contraste, puede ser cogido el diestro aunque sea por un toro boyante y claro. Y como que este peligro se va corriendo de continuo en las plazas, ya por asomarse a los boquetes, y ya porque los espectadores hacen citas a los toros con engaños y la voz, ruego, y encargo a todos se abstengan de llamar así la atención de ellos; y les pido que antes por el contrario guarden un profundo silencio y quietud al menos cuando se tienen los toros en la suerte de la muerte.

 

Advertencia décima

 

Los toros secos y duros que por lo regular suelen serlo los celosos, los que se ciñen y aun los que ganan terreno, y rematan en el bulto, cuando salen corriendo tras de cualquier objeto, y más cuando están en todas sus piernas, rematan hasta lo posible sus carreras; y así los que salgan con ellos y huyan embrocados sobre largo, tomarán cumplidamente la guarida sin quedarse fuera; pero este cuidado no es preciso tenerlo con los toros que son abantos, o temerosos, pues rarísima vez rematan en la valla.

 

Advertencia undécima

 

Todas las suertes de plaza pueden hacerse también en el campo, donde se ejecutan más fácilmente, porque allí los toros como que no están encerrados, no tienen tanta codicia por los objetos, y embisten por lo regular con el sentido en la huida. Pero se procurará conocer sus mayores querencias, para no sortearlos contra ellas, porque sin duda han de quedarse sin rematar la suerte, y mayormente aquellos toros que antes fueron acosados, que llevan perdidas las piernas.

 

Advertencia duodécima

 

Y, últimamente, prevengo que las reses enmaromadas se llamen con el mayor cuidado, porque suelen no guardar proporción en el orden de embestir, ya porque van tirando y huyendo de la cuerda, y ya porque se la pisan. Y por estos motivos son muchos los que han sido cogidos, aun por reses sencillas y claras.

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