Este capítulo ocupa sin duda el
primer lugar en esta obra; y para su perfecta inteligencia, es necesario
que se hable de cada suerte en particular, con respecto a la calidad
del toro con quien ha de ejecutarse; y es del modo siguiente.
Suerte de frente o a la verónica |
Ésta es la que se hace de cara al toro, situándose
el diestro en la rectitud de su terreno. Es la más lucida y
segura que se ejecuta; y sus reglas son a proporción de los
toros. El franco, boyante, sencillo o claro, que todo es uno, se debe
dejar venir por su terreno, y cuando llegue a jurisdicción
cargarle la suerte y sacarla, y hasta este acto, parará el
diestro los pies, para lograr echarle cuantas suertes quiera, procurando
siempre que quede la res derecha y no atravesada.
Si estos toros tienen muchas piernas, deberá el diestro situarse
a bastante distancia para citarlo a la suerte, porque siempre pueden
rematarla; pero si carecen de ellas se han de citar sobre corto, de
forma que rematen y hagan suerte; y si no, sucede muy de continuo
que se quedan por falta de piernas antes de llegar al engaño
o en el centro y entonces puede peligrar el diestro.
Cuando el toro se ciñe, se llamará de frente de este
modo. Tomará el diestro la rectitud de su terreno, ya lejos
o ya cerca, conforme a las piernas que le advierta al toro; y luego
que le parta le empezará a cargar, y tender la suerte: con
cuyo quiebro el toro se va desviando del terreno del diestro, y cuando
llega a jurisdicción ocupa el de afuera, y puede dársele
un remate seguro. Pero tendrá especial cuidado el diestro en
no sacar, ni tirar de la capa hasta que el toro esté bien humillado
en el centro de la suerte; de forma que al tirar los brazos sea en
el instante mismo en que el toro acaba de humillar para tirar la cabezada;
que es lo que vulgarmente llaman hartar los toros de capa.
Estos toros, que ganan en la suerte el terreno que ocupa el diestro
en mucha o poca cantidad, son difíciles de llamar, pero no
obstante tiene su suerte segura. Se reduce a que el diestro, luego
que se sitúe con la capa (guardando la distinción de
si tiene o no piernas, para acercarse o alejarse como queda dicho)
y vea que el toro parte, haga el quiebro, que para el que se ciñe
queda prevenido, pero si se ve que no cede, y se le cuela, mejora
prontamente de terreno, dándole lugar a ello; y si no, le dará
al toro las tablas, echándose él a la plaza: que es
lo que se llama cambiar los terrenos.
De éstos hay dos clases: una, de aquellos que atienden a todo
objeto, sin contraerse especialmente al que los cita y llama, pero
que en las suertes son claros. Y otra, de los que no obedecen al engaño:
y aunque acaso lo tomen rematan siempre en el bulto, tengan o no piernas:
o ya se les esté sobre corto o largo. Para llamar los primeros
se procurará que no vea más objeto que el diestro; y
de esta forma se evita el peligro de que partan con desproporción.
Y los segundos, deberán llamarse bajo las reglas que el toro
que gana terreno; pero haciéndoles siempre el cambio, porque
nunca dan lugar a la mejora del sitio.
Estos toros son los más difíciles de llamar, y los que
han dado más cogidas, porque sus remates tiran desde luego
al bulto, y lo cogen en embroque sobre corto; y cuando esto suceda
procure el diestro cubrir la cabeza y ojos del toro con el engaño,
y salirse con pies por donde pueda, que es la única defensa
que hay en semejante peligro.
Es aquel, que aunque franco, y que se va con el engaño por
el terreno de afuera precipitadamente, al darles remate vuelven
sobre él, sosteniéndose con firmeza sobre las piernas.
Para llamarlos se observarán las reglas, que para los toros
boyantes quedan prescriptas, y además la de levantar mucho
más el engaño, para que tales toros rematen fuera,
y den de esta forma más lugar para recibirlos después.
Esta clase de toros es la más frecuente, son los que más
divierten y llenan el gusto de los espectadores, y la satisfacción
de los que los sortean con conocimiento; pero para los que no lo
tienen son los más expuestos, y particularmente en el principio,
que con más facilidad se vuelven sobre las piernas.
Se llama aquel que ya parta de lejos o cerca, antes de entrar en la
jurisdicción del engaño se vacía, y escupe fuera.
También suele pasarse al terreno contrario, y aún entrarse
por el que ocupa el diestro. Y así para evitar estas contingencias,
que nacen del miedo que lleva la res, se le deberá siempre
llamar, y sortear por las reglas, y suertes, que al toro que gana
terreno; y de esta forma, si entra ganando el suyo al diestro, fácilmente
se mejora y si se le cuela adentro le da las tablas, y se echa él
a la plaza. Estos toros temerosos suelen también partir con
prontitud; pero así que llegan a jurisdicción se quedan
cirniéndose en el engaño, y si el diestro tira de él,
o se mueve del terreno, con facilidad le dan una cogida; y para evitarla
procurará aquel no mover los pies, y los citará hacia
el terreno de afuera, y si así le parten los llevará
bien metidos en el engaño con bastante quiebro de cuerpo, hasta
darles el remate fuera. También se torean de otro modo, y es
que el diestro recoja, y reúna al cuerpo todo el engaño,
y se vaya derecho al toro, parando los pies hasta que en la partida
que le haga lleguen a jurisdicción, y entonces tirará
de pronto la capa, obligando al toro a que la tome, lo que ejecutará
siempre por no quedarle otro arbitrio; y con esto se consiguen dos
cosas: una, que el toro no varíe en los terrenos, y otra, que
se desengañe, y después siga partiendo con proporción.
Se llama así aquel que salió manso, y después
embiste alguna cosa, o el que desde luego parte poco. Estos toros
se burlan con facilidad; pero para sortearlos será muy bueno
prevenirles siempre el terreno de afuera; lo uno, porque estando ya
en el engaño suelen rebrincarse, y si el diestro ocupa todavía
su terreno, podrá darle una cogida; y lo otro, porque muchas
veces se quedan en el centro sin hacer suerte: bien que en este último
caso será más oportuno que el diestro forme nueva suerte
adelantando el terreno.
Llámase así la que hace el diestro cuando cita al toro
a distancia proporcionada, y saliendo en frente de su cabeza, forma
con él una especie de semicírculo, a cuyo remate se
reúne con el toro en un mismo centro, donde le da un quiebro
de cuerpo, saliendo cada cual con distinto viaje. Esta suerte se hace
de dos modos, o con el cuerpo solo, o con una capa terciada por debajo
del brazo; o recibiendo al toro con la misma capa suelta por detrás,
al tiempo del quiebro, haciéndole una gallada. Ambos recortes
son muy lucidos: y aunque el primero es difícil de repetirse,
no así el segundo, por el mayor desvío que se la da
al toro del bulto con el galleo. Pero en su repetición tendrá
cuidado el diestro en no atravesarse con el toro, procurando ocuparle
su terreno recto para recibirlo en la gallada; y de lo contrario como
que el toro llega atravesado ha de rematar sobre el mismo terreno
que debe ocupar el diestro al hacer la suerte, precisamente lo ha
de coger en el embroque sobre corto, si no se escapa por pies, que
es el único remedio que hay.
Esta clase de suerte, ya sea de cuerpo o galleo, se ejecutará
sólo con las reses sencillas, y boyantes aunque tengan muchas
piernas, pero se omitirá para con las que se ciñen,
ganan terreno, y rematan en el bulto. Y con las revoltosas sólo
la ejecutarán los que sean muy ligeros en los centros; porque
como ellas tienen tanto celo por el engaño, y se sostienen
de firme sobre las piernas, no dan lugar a que se mejore el diestro,
y sólo con su agilidad natural puede sostener los galleos.
Suerte de frente por detrás |
Esta suerte es aquella que hace el diestro situándose de espaldas
en la rectitud del terreno que ocupa el toro, teniendo la capa puesta
por detrás al modo que de frente; y luego que aquél
le parte le carga la suerte, dando el remate con una vuelta de espaldas,
y formando un medio círculo con los pies: con lo que deja al
toro proporcionado para segunda suerte. Soy el inventor de ella, y
la he ejecutado siempre con fortuna; bien es verdad que sólo
la he hecho a las reses boyantes cuando tienen piernas, para rematarla
bien; y en otras circunstancias, no aconsejo a ninguno que la ejecute.
Ésta se hace situándose el diestro en la rectitud del
terreno que ocupa el toro: y luego que embiste le va tendiendo la
suerte, y cuando ya entra en jurisdicción, y está bien
humillado, le arranca la capa por bajo, y con ella da una vuelta sobre
los pies, volviendo a quedar de cara con el toro. Esta suerte deberá
ejecutarse sólo con los toros boyantes, y cuando todavía
tengan piernas; pues en otras circunstancias es muy peligrosa.
Ésta es también de frente, y se hace con los brazos
cruzados, que es en lo que consiste la diferencia. Sus reglas son
las mismas que he propuesto para aquélla, pero advierto que
ésta no se haga sino a toros boyantes y claros: lo uno, porque
como los brazos están cruzados no se puede ni tender las suertes,
ni dar los remates fuera: y lo otro, porque no habiendo libertad en
los brazos es imposible despedir los toros que se ciñen, ganan
terreno y rematan en el bulto.
Ésta es una de las suertes de más mérito que
se hacen a los toros, y mayormente en el día que se ponen a
pares. Sus reglas guardan proporción con la clase que hay de
ellos. El claro y sencillo se banderilleará a cuarteo, situándose
el diestro delante del toro a corta o larga distancia, ya esté
parado, o venga levantado; y citándole a que le embista, luego
que le arranca, sale formando con él un cuarteo a manera del
de los recortes, con la distinción que cuando llega al centro
de los quiebros, y el toro humilla, se cuadra con él, y le
mete los brazos, para ponerle las banderillas en el cerviguillo hasta
los rubios.
Las banderillas a media vuelta se ponen de dos modos: o situándose
el diestro tras del toro, o saliendo algo largo por detrás.
Del primer modo, lo ha de citar, y luego que se vuelva (que es siempre
humillado para tirar la cabezada por lo cerca que ve el bulto) se
cuadra con él, y le mete los brazos. Y del segundo, luego que
sale con pies cuando llega al centro lo cita, y al acudir el toro
(que es por el mismo orden que queda dicho) hace igual diligencia
para ponerle las banderillas. Esta suerte a media vuelta es más
fácil que la del cuarteo; pero con todo en el primer modo hay
este peligro. Cita el diestro al toro por detrás a la mano
derecha, y él acude a la izquierda con prontitud; entonces
como que están sobre corto, y casi en el centro, recibe precisamente
el diestro un embroque de cara, y en esta cogida indispensable no
tiene otro remedio que dejarse caer de espaldas, y meter las banderillas
al toro por el hocico o cara para que rebrinque por encima de él.
Y para evitar este embroque tan peligroso, aconsejo al que haga semejante
suerte que luego que se sitúe por detrás en el terreno
del toro, y lo cite para la vuelta, no salga en manera alguna hasta
que no observe por qué lado se vuelven. Cuando el toro es de
los de sentido, que rematan en el bulto, es difícil banderillearlo,
ya sea a cuarteo, o a media vuelta: lo uno, porque estos toros cuando
arrancan cortan el terreno, de forma que no dejan pasar al diestro;
y lo otro, porque aunque lleguen en suerte al centro de los quiebros
se tapan sin humillar, quedándose sobre las manos, y sin tomar
salida. Y también sucede con ellos que luego que los citan,
y parten antes de llegar al centro se quedan sostenidos sobre las
mismas manos, observando el viaje del diestro.
El toro que se ciñe, y gana terreno cuando todavía tiene
piernas puede muy bien banderillearse de cuarteo, saliendo a él
el diestro con la delantera de dos o tres cuerpos de perfil, o más,
que gradúe precisos para poder pasar: y luego que llegue a
meter los brazos en la humillación ponga o no las banderillas,
sin pararse un punto se desviará del centro; y es la razón
por que el cuarteo que se les da a semejantes toros, por lo regular
es imperfecto; porque como vienen ceñidos, o ganando terreno,
padecen muy poco en el centro de los quiebros: y así están
más aptos y prontos para seguir desde luego al torero. Y cuando
dichos toros van con el viaje a sus querencias de ningún modo
se citarán a cuarteo, pues por más cuerpos de perfil
que se tomen no han de dejar pasar al diestro. Y por último,
la suerte de banderillas a media vuelta sea de cualquiera de los dos
modos propuestos es muy fácil para con estos toros.
Los celosos son a propósito para las banderillas de cuarteo;
pero luego que el diestro meta los brazos con ellas, procurará
salir con pies; porque aunque no corte, ni pise en el terreno, y haga
por consiguiente buena suerte, padeciendo en ella un quiebro total,
como que son celosos por el objeto que se les acerca, luego que se
enmiendan salen buscando el bulto con todas sus piernas: y si el diestro
se ha parado, o tardado en salir, pueden alcanzarlo y cogerlo.
La muleta se hace tomando un palo ligero de dos cuartas y media de
largo, que tenga un gancho romo en uno de sus extremos, y en el se
mete un capotillo por medio de la junta del cuello, y las dos orillas
se juntan en el otro extremo del palo, y dándole algunas vueltas
en él queda formada la muleta, que toma el diestro por dicho
extremo con la mano izquierda. Para la suerte la pone al lado del
cuerpo, y siempre cuadrada: y situado en el terreno del toro lo invita
a partir, y lo recibe en dicha muleta al modo de la suerte de capa
al pase regular.
El de pecho es el que se hace estando en la suerte derecha, que es
con la que se da la estocada; y como que aquí el brazo que
la hace, lejos de alargarse del cuerpo, como en el pase regular, cada
vez se va acortando más, es necesario que se reciba al toro
bien en el engaño, y que pase humillado con él por el
terreno del diestro, quien no rematará nunca la suerte hasta
que el toro engendre la cabezada; y al punto dará uno o más
pasos de espaldas, para ocupar el centro que aquél deja.
Son muy pocos los que ejecutan bien esta clase de suerte, y yo siempre
la he tenido por fácil y segura, y mayormente si se hace enseguida
del pase regular. Y el recibir desde luego al toro al pase del pecho,
es a la verdad una suerte de mucho mérito por lo que tiene
de peligrosa, pero como el diestro lo deje llegar bien y pare los
pies, está tan seguro como con la capa.
La suerte de muleta es muy fácil, y lucida con los toros boyantes,
con los celosos y aún con los que se ciñen, haciéndoles
el quiebro que con la capa; pero muy expuesta con los que ganan terreno,
y rematan en el bulto; pues como la muleta está sólo
en una mano, y se desvía tanto del cuerpo, se cuelan estos
toros, y cuando no arrollan en la suerte al diestro lo embrocan por
la espalda, y es necesario que salga con pies para librarse. Y para
evitar semejante peligro cuando el diestro se ponga a citar al toro
al pase regular, deberá otro torero ponerse al lado de la plaza
con un capotillo, y cuando parta se lo echará a la cabeza,
para que poniendo la atención en ambos engaños se evite
la colada.
Y aunque también al pase de pecho haya peligro con estos toros,
no es sin duda tanto. Muchos creerán que esto no sea cierto,
pues ven que en el pase regular se usa la muleta con más agilidad,
se despega más del cuerpo, y éste está más
dispuesto para huir: y en el pase de pecho sucede todo lo contrario,
pero deberán advertir que las mejores proporciones del pase
regular hacen que el diestro se desuna de la muleta, y como el toro
busca el bulto, y lo advierta dentro, corta el terreno para acudir
a él; y de esto resulta el colarse tanto; pero en el pase de
pecho como el diestro reúne cada vez más la muleta con
su cuerpo, ve el toro un único y solo objeto en el que solamente
pone su conato, y con poco quiebro que se haga, y dos o tres pasos
que se den al remate de las suertes, puede hacerse felizmente. No
digo por esto que sea siempre segura, pero sí afirmo que lo
es más que la del pase regular.
Llegamos ya a la suerte de más mérito y más
lucida, a la más difícil, y a la que llena más
cumplidamente el gusto y la satisfacción de los espectadores.
Sus reglas son muchas y guardan proporción con las clases que
hay de toros. Consiste esta suerte en situarse el diestro en la derecha,
y metido en el centro del toro con la muleta en la mano izquierda,
más o menos recogida, pero siempre baja, y la espada en la
otra, cuadrado el cuerpo, y con el brazo reservado para meter a su
tiempo la estocada; cita así al toro y, luego que se parte,
llega a jurisdicción y humilla, al mismo tiempo que hace en
el centro el quiebro de muleta mete la espada al toro, y consigue
por este orden dar la estocada dentro, y quedarse fuera al tiempo
de la cabezada.
El toro sencillo y claro se mata con mucha facilidad; tenga o no piernas,
las cuales no se les quitarán nunca para la muerte, y si se
hace, perderá mucho mérito la estocada aunque sea una
sola y dada con ley.
Al toro que se ciñe, se le citará con la muleta, y hará
la suerte que queda prevenida en su lugar; y para llamarlo a la muerte
no se acortará mucho el engaño, y luego que llegue a
jurisdicción, y humilde, se le dará la estocada en el
tiempo y forma que al toro boyante; pues aunque el que se ciñe
es de más cuidado, siendo como es ésta una cualidad
propia para la muerte, no debe haber diferencia; y más cuando
éste no embroca, que es donde sólo está el peligro.
Y así se ve de ordinario que aunque al pase regular se cuelan
estos toros, van después a la muerte con la mejor proporción.
Los que ganan terreno y rematan en el bulto, son los más arriesgados
para la muerte. A éstos se les debe quitar las piernas cuanto
sea posible, y sin pasarlos a la muleta salirles al encuentro para
matarlos, de forma que al meter la espada esté el diestro fuera
del centro que lleve el toro.
Suelen éstos también usar del ardid de taparse sin humillar
a la muerte, y tirando derrotes sobre alto desarman al torero. Éste
es el lance más apurado que sucede con los toros, y donde el
diestro teme por instantes una cogida, y mayormente si conservan piernas.
Si no se les puede salir al encuentro, no hay otro remedio que tentarlos
en buenas suertes y siempre con el cuidado de acercarles el engaño
y vaciar el cuerpo del centro; y si no quieren de ninguna forma humillar,
por último y único refugio elegirá el diestro
el irse a estos toros citándolos a la muerte; y de pronto les
tirará la muleta al hocico (con cuyo espanto siempre humillan)
yéndose al mismo tiempo a volapié sobre ellos, y dándoles
las estocadas como mejor se pueda. Y aunque sea casi a media vuelta
siempre tiene mérito, pues éste se fija principalmente
en sortear y matar al toro del modo que sea posible.
Suerte de la estocada de volapié |
Ésta fue inventada por el famosísimo torero de nuestros
días Joaquín Rodríguez, Castillares. Consiste
en que el diestro se sitúa a la muerte con el toro, ocupando
cumplidamente su terreno, y luego que al cite con la muleta humilla,
y se descubre, corre hacia él, poniéndosela en el centro,
y dejándose caer sobre el toro mete la espada y sale con pies.
Esta suerte es lucidísima, y con ella se dan las mejores estocadas;
y se hace a toda clase de toros como humillen, y se descubran algún
poco. Pero no es siempre ocasión de ejecutarla, sino sólo
cuando los toros están sin piernas y tardos en embestir.
Hasta aquí he hablado de los toros y reses que guardan en las
lidias las aprehensiones con que salieron, pero debo advertir que
regularmente se ven en ellos varias transformaciones. Sale un toro
valiente y sencillo, pero apenas siente el hierro empieza a taparse:
llegan las banderillas, y se maneja como el que gana terreno, y con
estas cualidades va a la muerte. Otros que en el principio fueron
avantos, o porque cogen un caballo y se consienten, o porque se hacen
dueños de un sitio adquieren tal sentido, y aprenden tanto
en el corto tiempo de la lidia que o se ciñen, ganan terreno,
o rematan en el bulto. Y también sucede que el toro que desde
que salió partió ciñéndose, o ganando
terreno se haga de las condiciones del boyante y claro con sólo
una vara que se le ponga, por ser blando, y dolerse del castigo; y
como éste lo reciben acercándose al bulto, temeroso
de que no se lo repitan se desvía de él.
Dejo aquí explicadas las mejores suertes y sus reglas, y para
su más perfecta inteligencia y ejecución se deberán
tener presentes las advertencias que siguen.
Para llamar con más comodidad, lucimiento y seguridad se
usará de capotes, que tengan algún peso y suficiente
vuelo, pues con éste se despiden, y escupen fuera los toros
que se ciñen y ganan terreno. Y en los días de viento,
que impida el manejo de estos engaños no se llamará
nunca a dichos toros, si no sólo los francos y boyantes; porque
éstos como que llegan por el terreno de afuera con facilidad
se despiden: y a los otros es necesario cargarles las suertes quebrándoselas
al rematar: y esto es impracticable con el viento.
Para que las suertes de frente sean limpias y lucidas se situará
siempre el diestro en la rectitud del terreno del toro, parando bien
los pies; y de esta forma, si es franco, a poco trabajo lo echa fuera;
si se ciñe con más facilidad se hace el quiebro; y si
gana terreno, o remata en el bulto, se le podían dar las tablas
con menos riesgos; y todo ello es casi imposible hacerlo bien, y sin
peligro, situándose el diestro algo fuera o atravesado.
Como el arte de torear tiene por fundamentos principales el espíritu
y conocimientos, aquellos aficionados y toreros sobresaldrán
más, que tengan menos aprehensiones de miedo y conozcan mejor
las suertes. Y es constante, que sin valor para ver llegar los toros,
no hay ninguno que las ejecute bien. Y así se ve cada día
que el torero bueno, por tomar aprehensiones de miedo, pierde el salto
en las suertes que ejecutaba bien.
Otro constitutivo esencial del toreo es el ver llegar los toros.
Consiste en el que llama de frente: verlos entrar a jurisdicción,
pasar y rematar; en el que recorta o gallea: mirarles la colada en
el centro del cuarteo, y la salida volviendo la cara de un lado a
otro. En el que pone banderillas: observarles bien la humillación
y quiebro, tanto al meterle los brazos, como cuando se reforman los
toros, y le reconocen el viaje. En el que mata: verlos llegar a la
espada cuando les da la estocada, y cuando sale.
Y los que huyen, o van a sacar, y trastear los toros, deberán
siempre mirarlos; lo uno, para procurar salirse de la cabeza en los
embroques sobre largo: y lo otro, para flamearle los engaños,
y entretenerlos en la carrera, y no correr con desatino si acaso no
lo sigue el toro. Esta cualidad de verlos llegar es tan precisa, que
sin ella no se puede acertar suerte alguna; y con ella lleva el diestro
la mayor seguridad, y tanto que en los embroques sobre corto se han
libertado muchos haciendo un quiebro de cuerpo al tiempo de desarmar
el toro, cuya defensa no hubieran usado si no los hubieran visto llegar.
Si el toro que va a banderillearse es boyante y claro, aunque tenga
muchas piernas, se les dejarán, pues no tienen peligro alguno.
Pero en los cuarteos en que lleve su viaje a las querencias naturales,
se le tomará la delantera que al toro que se ciñe; más
a los que ganan terreno y rematan en el bulto se procurará
no dejarles piernas, y ya sea con las banderillas, o ya con los capotillos
se les llamará de continuo sin darles lugar a que se reparen.
Las querencias naturales de los toros en la plaza son dos: una,
la puerta por donde entran, y otra la corraleja de donde salen. Cuando
van a rematar a ellas, son buenas las suertes de capa y muleta, pero
malas y encontradas cuando arrancan desde dichas querencias. También
toman otras, que llaman casuales, y son ya con otros toros que estén
muertos en la plaza, ya con algún sitio particular de ella,
y ya finalmente con las tablas. Y es de advertir que estas querencias
particulares las prefieren a las naturales; y así para torearlos
en ella aunque se eche el cuerpo a la plaza, se procurará siempre
dejarles libres en los remates.
Como que toda clase de suertes se hace por lo regular a los toros
cuando embisten levantados o corriendo, es necesario que el diestro
use de las reglas muy a tiempo para no peligrar. Y como por la violencia
que regularmente interviene, es el acierto tan contingente, de aquí
es que es raro el que sea diestro en toda clase de suertes; así
se ve por experiencia que unos sobresalen en la capa, otros en recortes,
en banderillas otros, y muy pocos en matar. Y es la razón también
por que es difícil coger el tranquillo a toda clase de suertes,
que penden de reglas tan diversas, y en que unas veces aprovecha la
mayor agilidad, y otras es perjudicial, y también suele suceder
que los que son diestros en alguna de ellas se atrasen, y pierdan
el tanteo (que se llama perder el salto), lo que nace ya de haber
llevado alguna cogida, o ya por tomar alguna aprehensión de
miedo.
Todos los toros por lo común son claros y sencillos según
su naturaleza; y quien principalmente los hace aprender a ceñirse,
ganar terreno y rematar en el bulto es la continuación de lidiarlos,
o el haberlos antes castigado, o el mismo castigo que sufren en el
tiempo de la lidia.
Cuando el diestro está situado delante del toro, ya sea con
la capa o muleta para la muerte, y reconoce que derrama la vista por
dentro de su terreno, procurará observar al instante qué
objeto sea el que le llame la atención, para hacerlo apartar
siendo posible, y si no se valdrá de la suerte, pues es una
señal segura, que donde el toro pone la vista allí parte,
y en igual contraste, puede ser cogido el diestro aunque sea por un
toro boyante y claro. Y como que este peligro se va corriendo de continuo
en las plazas, ya por asomarse a los boquetes, y ya porque los espectadores
hacen citas a los toros con engaños y la voz, ruego, y encargo
a todos se abstengan de llamar así la atención de ellos;
y les pido que antes por el contrario guarden un profundo silencio
y quietud al menos cuando se tienen los toros en la suerte de la muerte.
Los toros secos y duros que por lo regular suelen serlo los celosos,
los que se ciñen y aun los que ganan terreno, y rematan en
el bulto, cuando salen corriendo tras de cualquier objeto, y más
cuando están en todas sus piernas, rematan hasta lo posible
sus carreras; y así los que salgan con ellos y huyan embrocados
sobre largo, tomarán cumplidamente la guarida sin quedarse
fuera; pero este cuidado no es preciso tenerlo con los toros que son
abantos, o temerosos, pues rarísima vez rematan en la valla.
Todas las suertes de plaza pueden hacerse también en el campo,
donde se ejecutan más fácilmente, porque allí
los toros como que no están encerrados, no tienen tanta codicia
por los objetos, y embisten por lo regular con el sentido en la huida.
Pero se procurará conocer sus mayores querencias, para no sortearlos
contra ellas, porque sin duda han de quedarse sin rematar la suerte,
y mayormente aquellos toros que antes fueron acosados, que llevan
perdidas las piernas.
Y, últimamente, prevengo que las reses enmaromadas se llamen
con el mayor cuidado, porque suelen no guardar proporción en
el orden de embestir, ya porque van tirando y huyendo de la cuerda,
y ya porque se la pisan. Y por estos motivos son muchos los que han
sido cogidos, aun por reses sencillas y claras.
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